El ajedrez, interesantísimo; es juego de dioses: ¡manejar a nuestro antojo un mundo en pequeño con todas sus figuras! Quién sabe si el mundo no será en resumidas cuentas más que eso, un gran tablero de ajedrez al que unos seres superiores juegan con nosotros como nosotros jugamos con las figuras del ajedrez.
Jacinto Benavente (El mal que nos hacen, 1917)
Cuando miramos las piezas de ajedrez sobre el tablero, majestuosas ellas, aunque tal vez algo inertes, podríamos creer que su formato siempre hubiera sido el mismo, inconmovible, sin signos de evolución. Más esa idea está bien lejos de ajustarse a la verdad.
El poeta W. B. Yeats las ubicó siendo manipuladas por el Padre Tiempo. En efecto, en Time and the witch Vivien («El tiempo y la bruja Vivien») se dice:
«…Así jugamos nosotros primero con los peones, pobrecitos y débiles: / Y luego vienen las piezas grandes, y por último el rey. / Así los hombres en la vida y yo en el mágico juego; / Primero, los sueños y los duendes, y los espíritus menores, / Y ahora, con el Padre Tiempo con el que me enfrento. / (Ellos juegan.)».
Gracias al poeta, podríamos preguntarnos si se puede permanecer estático conforme pasa el tiempo. Ello no es posible para el jugador, desde luego. Eso tampoco ha sucedido en el caso de las piezas del noble juego.
Vistas en sí mismas, Jorge Luis Borges en sus célebres sonetos Ajedrez supo caracterizarlas con precisión y hermosura apreciándolas en su esencia eterna. Allí se habla de «torre homérica, ligero / caballo, armada reina, rey postrero, / oblicuo alfil y peones agresores» y, también, de «Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada / reina, torre directa y peón ladino».
Ya no desde la poética, sino poniendo el pensamiento al servicio del juego, Ezequiel Martínez Estrada (en su Filosofía del ajedrez) barruntó que el rey, en su esencialidad, cumple un rol divino («como todo dios, inútil pero inevitable»); le asigna a la dama (la reina) la cualidad de ser un factor a la vez de violencia y protectivo («por el rey se mata, por ella se muere»); cree que la torre es la pieza de la confianza, la del sentido común (es un buen político que «medra a expensas de la calamidad pública»); ve en el caballo el sentido de un artista que «siembra el desconcierto» pareciendo desplazarse en el espacio tridimensional; advierte que el alfil, en su andar oblicuo y subrepticio semeja un ofidio y que, al no tener noción de una mitad del tablero, los alfiles de cada bando son gemelos que nunca serán felices al estar separados por el espacio), y les reserva a los peones la condición de que son las únicas piezas que tienen solidaridad (son niños que «tienen enfrente todo el porvenir, aunque regularmente sucumben destrozados por el tumulto de la vida; más a veces pueden coronar…»).
En todo caso, cada pieza tiene distinta etiología y, a lo largo del tiempo, el significado y los valores a los que podía llegar a aludir habrán de mutar. Asumieron, desde siempre, representaciones diversas, comportando la posibilidad de jerarquías dadas por la distinta condición y fuerza de los trebejos en pugna.
El rey, en ese sentido, siempre será el más apreciado, en su necesaria omnipresencia. Las restantes piezas podrán ser más o menos poderosas conforme la mayor o menor capacidad de desplazamiento (que influye en el papel que desempeñen en términos de agresividad o de protección) y teniendo en cuenta la situación relativa que ocupen en cada momento específico del juego. En el primer caso podría hablarse de la fuerza intrínseca de cada pieza, en el otro de su fuerza situacional.
De este modo, el pasatiempo tendrá una riqueza estratégica que lo hará relucir, y mucho, respecto de otros en donde las fichas tienen valor uniforme. Por otro lado, esta configuración de piezas de diversa condición, y su movimiento dentro de las reglas del juego, hará posible que el ajedrez se convierta en un modelo a la hora de pronunciarse metáforas culturales o sociales.
Es más, se las puede ver a las piezas en acción a escala real, como por caso le sucediera al personaje emblemático de Lewis Carroll (en Alicia a través del espejo), una imagen poderosa que tan bien fuera reflejada en diversos filmes y producciones audiovisuales como se retomara, por ejemplo, en la saga fílmica de Harry Potter.
Inertes o en movimiento, lo cierto es que las piezas (rey, reina, torre, caballo, alfil, peón) invitan a formularnos diversos interrogantes. ¿Siempre adoptaron la forma de estatuillas?; ¿siempre fueron blancas y negras?; ¿siempre fueron las mismas representando los mismos valores?; ¿siempre se desplazaron de la misma forma?; ¿siempre tuvieron el mismo diseño y ornamentación?
Las piezas de ajedrez siempre adoptaron la forma de estatuillas
Es muy probable que el juego del senet egipcio, ese que servía como paso previo para alcanzar el inframundo (y su nombre significa precisamente «tránsito» ya que cada persona lo jugaba con el dios Osiris previo al acceso escatológico), haya sido el primero en los que se utilizaron elementos en forma de estatuillas con diferentes formatos.
Esto hace pensar que, al existir piezas que no eran uniformes, podían tener capacidad de movimiento diferenciado. De ese modo se ingresaba de lleno en los juegos de estrategia (y no meramente de carrera, esos en donde todos los elementos intervinientes en el juego poseían idénticas características). Con lo que, al menos parcialmente, la fuerza del azar podía perder gravitación frente a la intelección humana que permite exhibir su capacidad de decisión.
El senet es antiquísimo. Hay imágenes que lo ubican treinta siglos antes del advenimiento de Cristo y se lo menciona en el Libro de los Muertos (siglo XVI antes de Cristo). Si bien no se conocen exactamente sus reglas, esa forma de sus componentes nos hace pensar en que debe considerarse antecesor, en muchos casos lejano, de todos los juegos ulteriores, incluidos los de estrategia.
En el caso del ajedrez, la presencia de estatuillas es proverbial. Nuestro juego es heredero de prácticas anteriores (denominados proto-ajedrez), respondiendo a una línea evolutiva. Analizando los antecedentes, observamos que en forma de estatuillas ya se presentaban en el caso de las ofrendadas al emperador sasánida Cosroes I en Persia en el siglo VI.
Respetando la propiedad del volumen así se dio en todo momento, en el chaturanga indio, el chatrang persa, el shatranj árabe y, desde luego, en las variantes que se fueron sucesivamente formateando tras el ingreso del juego en Europa. Incluso, en el caso musulmán, pese a que se requerían figuras abstractas (para no contrariar al Corán que repelía que se incorporaran fichas con imágenes de personas o animales), de todos modos, se observaba la presencia de piezas con esta morfología en términos de volumen.
Con todo, hay algunas importantes excepciones que confirman esta preciosa regla de que siempre las estatuillas estuvieron presentes en el juego del ajedrez, en la medida que se repare en sus antepasados. En efecto, en el xiang-qi chino, y lo propio sucedió en el shōgi japonés y el janggi coreano, las piezas adoptan la forma de discos planos (al estilo de las del go). Para diferenciar la función de cada una de ellas, en uno de los lados de la superficie se labran imágenes que las identifican en sus diferentes jerarquías.
Por otro lado, la idea de trimensionalidad a la que remiten las estatuillas, debió necesariamente ser reconvertida a una bidimensionalidad a la hora de que, en los manuscritos primero, los libros después, y mucho más tarde en los registros en el medio digital, se debiera representar a las piezas en forma de imágenes que, en esos traspasos, perdieron corporeidad.
Las piezas de ajedrez no siempre fueron blancas y negras
Por el célebre Shāhnāmé (El libro de los reyes) de Ferdowsi, libro del siglo XI que es concordante con lo expresado en manuscritos persas bastante anteriores, sabemos que las piezas de ajedrez a las que ya aludimos, esas que ingresaron a la capital del imperio en el siglo VI, eran rojas y verdes, ya que estaban hechas con rubíes y esmeraldas. Podría creerse, entonces, que el contraste de colores de las piezas de ajedrez en los tiempos fundacionales, estaba vinculado con el material con el que se construían las estatuillas sin responder a un criterio cromático de aceptación general.
Con el curso del tiempo, en la tradición de los pueblos orientales (indios, persas y árabes), los bandos opuestos se distinguían preferentemente por los colores rojo y negro, pero en versiones posteriores y ya con el juego ingresado en Europa, se vira a otra posible dicotomía, entre blanco y rojo, para solo más tarde, asignársele la definitiva antítesis entre negro y blanco.
Lo que sucedió en materia de colores en las piezas termina por guardar paralelismo con lo ocurrido con los escaques del tablero. Originalmente en el chaturanga las casillas no tenían coloratura, lo que podría generar problemas de percepción. Hubo dos versiones de ese juego: para dos y cuatro contendientes. En esta última, se solía apreciar cuatro colores para los distintos ejércitos (o angas): rojo, en el este; verde, en el sur; amarillo, en el oeste; negro, en el norte. Pero, cuando se pasó al esquema binario, los colores predominantes fueron el rojo y el negro.
El medievalista francés Michel Pastoreau estudió puntualmente el significado de esta evolución resaltando que, en la India, el negro y el rojo eran metáforas respectivamente, de la nada y de la riqueza o pasión, mientras que en el mundo musulmán el rojo significaba vida y el negro la muerte. Por eso, en el shatranj, heredero del chaturanga y del chatrang persa, también esos eran los colores predominantes. Y son con ellos con los que el juego ingresará a Europa de la mano de la conquista y la dominación.
En la sensibilidad feudal, de clara influencia del cristianismo, el blanco siempre representó la pureza, mientras que tanto el rojo (alude a las vestimentas papales, aunque es también el color del diablo) como el negro, eran las coloraturas que le resultaban más divergentes a aquél. En ese marco fue que, primeramente, se reemplazará en Europa al negro del diseño oriental por el blanco, estableciendo una primera antítesis entre rojas y blancas.
Pruebas al canto. En la bandera de Croacia, que remite a un escudo de armas en forma escaqueada que alude a una leyenda en la que el ajedrez fue protagonista, son esos los colores que participan. Y, mucho después, aunque algo anacrónicamente, será ese contraste el que Carroll elija para representar la partida de Alicia frente al espejo.
Será hacia el siglo XIII el tiempo en que habrá de virarse al canon definitivo, el de blancas versus negras, siempre por influencias del cristianismo. Esa será la contraposición más perfecta, una que alude a la antinomia de, por un lado, la luz, la epifanía y el bien, asociada al blanco, contra la oscuridad, la perversión y el mal, a los que remite el negro. De ese modo se regresa al esquema de los griegos antiguos habida cuenta de que, por ejemplo, para Aristóteles el blanco significaba la máxima transparencia mientras que el negro aludía a la absoluta opacidad. Blancas y negras que, en el ajedrez, y en tantos otros planos de la vida, simbolizan el eterno dilema entre ganar y perder, entre obrar bien o mal, entre ser y no ser, en una partida que disputamos a cada paso por la vida dentro y fuera de los tableros.
Las piezas de ajedrez no siempre fueron las mismas ni representaron los mismos valores
El ajedrez, es bien sabido, está compuesto por las siguientes piezas: rey; dama (reina); torre; caballo; alfil y peón. Pero no siempre fueron ellas las protagonistas del juego. Algunas tuvieron presencia permanente, siendo el caso del caballo y el peón y, aunque con alguna salvedad por hacerse, también fue lo que sucedió con la principal de todas, la del rey. Las otras no siempre fueron lo que son hoy día, habrían de mutar unas, mientras que otras aparecerán (la reina) y otras desaparecerán (por caso el carro).
Como originalmente el ajedrez fue concebido como imagen de batalla, la fuerza de caballería estaba perfectamente representada por el corcel. A lo sumo se podía reemplazar al animal por el jinete y, por tanto, hablarse del caballero (knight en inglés, cavalier en francés o ritter en alemán, que luego derivó en saltador: springer) y no del caballo (como se lo denominó en su origen y se lo sigue mentando en español).
En lo que respecta a los peones, originalmente y por mucho tiempo, representaron a la fuerza de infantería, los soldados de la batalla. Por caso, el padati (palabra en sánscrito que significa soldado a pie) en la India, y sus equivalentes, el piyada persa o el baidak árabe.
En Europa, también primero asumió el carácter de soldado; pero, por caso, en Ludus Scacchorum (más exactamente Liber de moribus hominum et de officiis nobilium super ludum scacchorum o Libro de ajedrez), el tan popular texto del fraile dominico Iacoppo Cessole de fines del siglo XIV, en donde se plantea al ajedrez como modelo de la sociedad medieval (lo que implica un cambio copernicano sobre la visión de un juego que se lo veía en tanto imagen de guerra), los peones asumen el papel de quienes conforman la sociedad en sus oficios plebeyos: agricultores; herreros; vestidores y escribas; mercaderes; médicos; posaderos; guardias e, incluso, jugadores y apostadores. En alemán al peón, en esta sintonía de desmilitarizarlo, se lo denomina campesino (bauer).
En «Juegos diversos de Ajedrez, dados, y tablas con sus explicaciones, ordenados por mandado del Rey don Alfonso el sabio», texto del siglo XIII que es una relevante codificación de los juegos de su época, al menos en territorios españoles, se destaca en cambio el espíritu guerrero del peón: «non uan mas de una casa en su derecho assi como la peonada de la hueste; non pueden andar si no poco por que uan de pie, & lievan a cuestas sus armas & las otras cosas que an mester».
El rey, bien lo sabemos, es la principal pieza, la que debe ser preservada ya que su eventual pérdida implica la caída en el juego. Siendo así, y dado que los reyes dirigían las batallas, fue monarca casi siempre: el rajá indio y en el sudeste asiático; el shah persa y árabe; el rey occidental.
Más, en el caso chino, a pesar de tratarse de un imperio, la pieza principal es la de un general y no la del emperador. Y eso tiene su explicación. Se ha asegurado que, si bien quizás originalmente se lo contemplaba, al enterarse uno de los soberanos (de carne y hueso, aunque se lo creía divino) que en una partida había sido capturado, en una situación que podía peligrosamente ser un espejo de una indeseada realidad, decidió ejecutar a los protagonistas de ese juego. Es que el emperador nunca, ni siquiera simbólicamente, podía ser objeto de caída. En ese contexto, su no inclusión dentro del xiang-qi, lejos de ser una omisión, debe ser considerada en su dimensión reverencial.
Si estas tres piezas no mutaron, no puede afirmarse lo propio de las otras, siendo el caso más extraordinario lo acontecido con la reina (o dama) que irá a aparecer, en forma lenta y progresiva en Europa, desde fines del siglo X, para empoderarse en su movilidad sobre el tablero solo en la última porción del siglo XIV.
Esto se correspondía con la tradición oriental, fuente primigenia del juego, que veía a la mujer fuera de la batalla (y más ampliamente de los espacios sociales), por lo que no había posibilidad de que existiera una figura femenina en los diseños primitivos del pasatiempo.
En el chaturanga, y lo propio en versiones sucesivas, quien acompañaba al rey a su lado era el consejero o visir (el farzin persa o el firzān árabe). Esta será la pieza que, mucho más tarde, al menos cinco siglos después de que el juego apareciera en algún punto de la ruta de la seda, será reemplazada para permitir el ingreso de un trebejo con rostro de mujer.
Una vez surgida, podía adoptar dos denominaciones principales: la de reina (queen, en la tradición anglófona) o dama (en la tradición latina, aunque también en Alemania). Al día de hoy en los casos ruso y húngaro entre otros, la pieza respectiva sigue aludiendo al consejero original y no a la monarca ulterior (ferz y vézer, respectivamente).
En la experiencia española la mutación se dio en el Medioevo previa intercesión de la masculina pieza del alferza (nótese la influencia lingüística del firzān), como bien lo sabemos por el texto de Alfonso X. Se trata de alguien que debe ser considerado el abanderado del rey. En la tradición francesa, en el marco del culto mariano, se la asoció tempranamente a la figura de la Madre de Dios.
La pieza de la torre, a diferencia de las otras, no alude a un ser viviente sino a una fortificación (aunque algunos historiadores quisieron ver en su versión original la idea de representación de un héroe). Su mutación ha sido extraordinaria ya que en el chaturanga era carro (arrastrado por caballos) o buque, sea que las batallas fueran terrestres o navales, respectivamente. Con el primer sentido habrá de proseguir en las futuras reapropiaciones del juego (el ratha con el que se lo denominaba en la India derivó en el rukh persa o árabe) para, en la Edad Media, ser conocida como roque, por apropiación fonética desde la previa denominación en fuente lingüística oriental.
Se entiende que fue en el territorio de la península italiana en que se consagró la torre, al denominársela rocco, que viene del latín roccus, palabra que alude a la roca, a lo sólido; por lo que era fácilmente asociable a una fortaleza tan típica en la era medieval. De ese modo, el ajedrez podía representar en su interior más ajustadamente lo que sucedía en la sociedad; ya el carro no se utilizaba en situaciones bélicas mientras que las torres eran parte del paisaje europeo.
También, el cambio pudo obedecer a una situación menos lineal: en árabe rukh mentaba a un ave mitológica que, en inglés, se llamaba roc, que derivó en la actual mención de rook en esa lengua. Sin embargo, se la podía representar como un castillo y, de hecho, también se la denomina castle. En tanto verbo (to castle) significa la acción de enrocar, un movimiento que solo habría de aparecer en forma tardía y del que participa como protagonista la torre (que se mueve en ese caso junto al rey).
La pieza que es más interesante de analizar por las variantes que experimentó en su denominación es la del alfil. Al-fil, en árabe, significa simplemente el elefante (previamente se lo llamaba en oriente pil en persa y hasty o gaja en la India).
En cualquier caso, este animal era el incorporado en todas las versiones que venían del este, comenzando por el chaturanga (y también en el xiang-qi), habida cuenta de que respondía a una situación enteramente cierta: los elefantes, en aquellos tiempos primeros, participaban en las batallas como fuerza de combate.
Pero, más allá de que conserve su nombre original en español (y ya Alfonso X al referirse a ellos decía: «Los alffiles saltan a tres casas en pospunta a semeiança delos eleffantes que trayen entonce los Reyes, que no osaua ninguno parasseles delante & fazien les los que en ellos estauan yr en sosquino a ferir en las azes de sus enemigos de guisa que non se les pudiessen guardar»), en los demás países se prefirió cambiar su denominación, con lo que se permitió su asimilación cultural remitiendo a la pieza a conceptos más próximos, aunque bien diferentes, por cierto.
En el libro de Cessole se lo asoció a los jueces y/o ancianos. Los ingleses prefirieron considerarlos obispos (bishops), queriendo ver en los colmillos de los elefantes las mitras que usaban en sus testas los prelados. Igual nombre recibe esta pieza en Portugal e Islandia.
Los franceses, siempre por cuestiones lingüísticas, lo asociaron con el bufón de la corte, tonto o loco (fou, que es aproximado a fil), aunque también por algún tiempo lo consideraron como representativo del príncipe heredero o delfín (delfino o dauphin).
Los alemanes en cambio, lo vieron primero como sabio (der Alte) similar al tratamiento en la experiencia china y luego como corredor o mensajero (laufer); esta denominación aproximada también es tomada en neerlandés. Y para los italianos eran los portadores de banderas (alfiere).
Muchas denominaciones pues, habrá de recibir un paquidermo que, al cabo del tiempo, se movió mucho más de lo que hubiera podido hacer suponer su voluminosa estructura corporal. En ese sentido vaya una curiosidad: en el xiang-qi el elefante no puede atravesar la mitad del tablero ya que el río, un espacio intermedio que prevé ese juego, le impide cruzar a campo enemigo.
Las piezas de ajedrez no siempre se desplazaron de la misma forma dentro del tablero
Es sorprendente que solo dos piezas, la torre (de movilidad ortogonal perfecta, a todo lo largo y ancho del tablero desde su casilla original) y el caballo (en este caso con un movimiento alocado que le permite saltar, alterando la bidimensionalidad, desde la casilla inicial para acceder a la siguiente), sean las únicas piezas del ajedrez que siempre se movieron de igual modo a lo largo del tiempo. En los restantes casos la situación fue bastante fluida.
El rey (o el general conforme la versión china) se ha movido con majestuosidad y circunspección, a un paso por vez, como lo conocemos desde hace tanto tiempo. Sin embargo, el enroque (esa movida en la que el rey salta una casilla, en sincronía con la torre que se ubica a su lado), es una aparición más moderna. Además, como antecedente de este, en la Edad Media, existía la posibilidad de que el rey pudiera salir de su casilla original a otra no inmediata, en un circuito parecido al que le era asignado al caballo, aunque, en el ajedrez lombardo, se podía admitir que se desplazara incluso hasta cuatro casillas de distancia respecto de la de origen, siempre en la movida inicial.
Como dijimos antes, la reina no siempre existió. Como heredera de la pieza del visir, primero como aquel su forma de moverse era muy lenta, solo una casilla por vez y en diagonal, por lo que su radio de acción era bien acotado. Mas, a fines del siglo XV, dándose por consiguiente la aparición del ajedrez moderno, asumió la posibilidad de desplazarse en forma ortogonal y diagonal con el máximo alcance posible desde la casilla en la que estuviera ubicada, revolucionando un juego que, desde ese momento, podía llamarse en Italia «ajedrez alla rabiosa», una alusión al carácter enfurecido de una pieza con rostro femenino que, para compensar tantos males de ausencia, ahora asumía un gran protagonismo.
El alfil, originalmente elefante, tenía en sus inicios una movilidad restringida, ya que solo podía acceder a la segunda casilla en diagonal (saltando la primera más próxima) y no a lo largo de toda la línea. La ampliación de su radio de acción se dio en forma sincrónica con simétrica situación que experimentó la pieza de la reina, constituyendo otra de las características distintivas que derivaron en la aparición del ajedrez moderno.
Por su parte el peón, que paso a paso siempre se desplazó hacia adelante (nunca puede regresar, en lo que se diferencia de todos los otros trebejos), solo en tiempos posteriores pudo mover dos escalones desde la posición inicial. Con lo que, tampoco en ese tiempo primero cabía la posibilidad de formularse la captura al paso.
Por lo demás también fue cambiando el tratamiento de la coronación. Originalmente lo usual era que pudiera asumir solo el rol de visir, aunque, más tarde, habrá de poder convertirse, cuando el peón arribaba a la octava fila, en reina y, también, en cualquier otra pieza propia (excepto naturalmente en rey). Con todo, había que tener ciertas prevenciones morales y, para evitar la bigamia, al peón coronado se lo denominaba en Inglaterra ferzia, con el poder de movimiento de la reina, pero sin que lo fuera.
También, en algunas versiones lejanas en el tiempo se podía suponer que el peón, al coronar, únicamente podía asumir el rol de la pieza mayor a la que primitivamente resguardaba (el peón torre, por caso, se convertirá en torre; el de caballo, en corcel; y así sucesivamente, salvo, desde luego, en el caso del peón que custodia al monarca, el que se transformaba en visir).
Una distinción más en cuanto a los peones: en algunas versiones orientales del juego captura, en vez de la clásica forma en diagonal, exclusivamente en el mismo sentido del desplazamiento (vertical).
Las piezas de ajedrez no siempre tuvieron el mismo diseño y ornamentación
Las piezas de ajedrez, desde que fueron parte de aquella ofrenda de la caravana que ingresó a Ctesifonte en el siglo VI para complacer al emperador sasánida, tuvieron un gran valor extrínseco (en ese caso eran esmeraldas y rubíes). Y, si bien no lo sabemos, imaginamos, y no creemos equivocarnos, que el diseño de las piezas exhibía una ornamentación que las haría ver no solo como una expresión de la cultura india sino también en tanto obra de arte.
Como el juego era muy practicado en las cortes y por la nobleza, lo habitual era que los tableros y piezas tuvieran, en su confección, expresiones de suma calidad. Los artesanos eran encomendados, entonces, para crear juegos que fueran no solo útiles para la práctica sino un deleite para la vista.
Cada cultura le dará su sello distintivo. En la India, los materiales eran valiosos (por caso de marfil) y con una ornamentación muy trabajada, con imágenes de elefantes y caballos y muchos detalles iconográficos. Los árabes, en cambio, irán a desarrollos simples y netos, como ya hemos indicado.
En la Edad Media, además del ingreso del ajedrez a Europa que lo transformaría y desde donde luego se universalizaría por intermedio de los árabes y persas y el aporte bizantino, serán los normandos quienes lo difundan en todos los sentidos cardinales. De ese legado tenemos las piezas y los tableros de Lewis, que son del siglo XII, y que fueron recuperadas para el gran público desde 1831 cuando fueron presentadas en Edimburgo (Escocia), en donde se aprecia un prototípico diseño en el que reluce la presencia de una pieza de la reina (se toma el rostro en expresión de asombro) que comenzaba a ser registrada como una definitiva incorporación en el juego de ajedrez.
Cada cultura, antes y después, le dará su impronta. Más, siempre se cuidará que las piezas y los tableros tengan delicadas y atractivas formas y, cuando fuera menester, alto valor extrínseco que se sumaba a su fuerza inmaterial. Así, se los integrará a las dotes, se los ofrendará como regalos, como el que la emperatriz Irene de Bizancio consumará con Carlomagno, y se los donará a iglesias o monasterios, como las piezas de Áger que, siendo parte de un testamento del conde de Urgell en Cataluña del siglo XI, tras un largo recorrido, y de perderse varias en el camino, terminaron en el Museo Diocesano de Lleida (España) y en el Museo Nacional de Kuwait.
Desde el siglo XIX, y con la fuerza de la modernidad y de los valores de la Revolución Industrial, en Inglaterra habrán de elaborarse, a partir de 1849, las denominadas piezas de Staunton (aluden al gran jugador británico de entonces aunque el diseñador fue Nathaniel Cook) las que terminaron por imponerse casi en carácter de canon de uso ulterior, particularmente en las competencias oficiales.
Con ellas, manufacturadas preferentemente en ébano y boj (para los trebejos negros y blancos, respectivamente), se dio adecuada respuesta a la necesidad de un modelo más universal. Las piezas que antes imperaban podían por caso ser demasiado altas, lo que podía provocar enojosas situaciones durante el juego, ante la posibilidad de ser volteadas. También, los diseños podían ser confusos derivando en piezas difíciles de distinguir entre sí.
Ahora, bajo el canon que se denominará Staunton, se habrá de buscar un formato no solo claro sino más económico (los valores de la industrialización ya del todo presentes). Desde lo conceptual, en el diseño de los trebejos se pudieron advertir señales que aludieran a la sociedad victoriana, al estilo arquitectónico neoclásico e, incluso, a valores masónicos. En todo caso, se obtuvieron piezas compactas, bien equilibradas y ponderadas en sus proporciones perfectas, haciendo un conjunto de juego que será de uso generalizado.
Pero habrá sets de juego de todo tipo y diseño, en el contexto de un pasatiempo que se fue crecientemente popularizando, por lo que de aquellos otrora tan valiosos, que ahora pasaron a ser una excepción (de las elites), se dio paso a modelos más sencillos, económicos y accesibles. Aunque siempre se podrá darle algún toque buscando alguna simbología especial o, en el caso del comienzo de la exploración espacial, la posibilidad de construir un diseño que pueda ser útil en el espacio exterior.
Con todo, habrá artistas que depositen su mirada en el milenario juego ofreciendo sus propias versiones, únicas, diferentes, impactantes, y siempre bellas, como sucedió en los casos de entre tantos otros, Marcel Duchamp, Salvador Dalí, Yoko Ono, Man Ray, Max Ernst y un Xul Solar que le dio ribetes cosmogónicos al juego al concebir su misterioso panajedrez.
Diseños preciosos de tableros y juegos de un ajedrez, los presentados aquí y tantos otros que sería imposible recopilar dado su vasto alcance, evidenciando por si fuera necesario, que los valores de la inteligencia y de la estrategia, esos a los que naturalmente remite el ajedrez, quedan indisolublemente asociados a expresiones que remiten a la cultura y la belleza.
Piezas de ajedrez, que por regla general adoptaron la forma de estatuillas. Piezas de ajedrez, que no siempre tuvieron una coloratura blanca o negra. Piezas de ajedrez, que no siempre fueron las mismas ni representaron los mismos valores. Piezas de ajedrez, que no siempre se movieron de la misma manera. Piezas de ajedrez, que no siempre tuvieron el mismo diseño y ornamentación Piezas de ajedrez nada inertes, dentro y fuera del tablero.
Piezas de ajedrez que evolucionaron en sus características esenciales acompañando, en sus distintas configuraciones, el devenir cultural de la Humanidad. Y permitiendo, a quienes han sabido disfrutar del juego milenario, en todo tiempo y lugar, abstraerse de todo. Para solo concentrarse en lo que sucede dentro de las sesenta y cuatro casillas de un tablero que es el continente visible de un universo muy metafórico, tan vasto como misterioso, en el que las piezas, y nosotros con ellas, pueden cobrar vida.
Las piezas del ajedrez en su evolución histórica. No solo en su faz poética y física sino, además en su lado politico- social. Realmente Negri va más allá de ser un comentarista de la historia del ajedrez. Una nota para leerla con detenimiento y debatirla largo rato.
FELICITACIONES SERGIO!
QUEREMOS MAS!!!
Habrá más, querido y generoso Luis. Se viene un trabajo específico sobre la pieza de la reina. Abrazo
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Tráemendo esfuerzo de la humanidad por simular la guerra y de esta manera cumplir el objetivo de satisfacer la necesidad de regar la sangre, sin que la sangre llegue al río. Meta esfuerzo de la inteligencia y la sistematización del conocimiento humano.
Obtuso razonamiento el que se limita a comparar el ajedrez como una réplica de la violencia humana. El ajedrez es un divertidísimo combate mental al alcance de cualquiera. Sus beneficios están totalmente contrastados por la ciencia. Conocer su historia es interesantísimo. Pero sobre gustos…
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Como pude ser que haya leído está publicación de Sergio recién hoy. ?Tengo que estar más atento.Apoyo en sus deseos a Luis Scalise. Queremos más!! Pero sabemos que hubo más por el camino.Historiar la evolución del ajedrez vista desde cada pieza es otra idea brillantes de Serio.Hoy entendí el rol «divino» que cumple el Rey, después de haber recibido tantos mates. Gracias y mis humildes disculpas