Baja de la habitación a la recepción del hotel atusándose el pelo y remangándose la camisa. «¿Tomamos un café?», pregunta Paolo Bertolucci (Forte dei Marmi, 3 de agosto de 1951). La entrevista -poco más de una hora de duración- es en el Starhotels Business Palace de Milán a las once de la mañana. Llueve y hace algo de viento. Parece Londres, pese a que es la primera semana de julio. Faltan diez días para que termine Wimbledon, y él está a punto de coger un vuelo para comentar -con Sky Sport Italia- el tramo final de la hierba.
Con una trayectoria tan apasionante cuyo corolario fue la Davis de la discordia en las narices del dictador Pinochet, las preguntas pertinentes sobre Alcaraz salen casi todas al final, es por eso que cuando el tenista murciano destrona a Djokovic es inevitable una conversación telefónica de cinco minutos para comprender qué ha pasado y qué magnitud tiene semejante acontecimiento.
La charla comienza por el final para luego volver al inicio, que a su vez es otro final de un nuevo inicio. Porque Carlos ya no está entre la pléyade de los Zverev, Tsitsipas, Thiem o Medvedev. No, porque ya se elevó entre ellos haciendo uso de la voluntad de Nadal, la rapidez y el ritmo del serbio y el estilo mágico de Roger. Han vuelto a imponerse las malditas comparaciones. «Vamos para dentro que comenzó a llover. Y Sí, llámame si gana Carlos». Palabra del Brazo de oro, que se marcha para pagar dejándome con un vaso de agua con gas encima de la mesa.
La tentación de cualquier seguidor deportivo es medir y comparar la grandeza de cualquier deportista en épocas diferentes. En ese intento de establecer jerarquías imposibles, surge la caza al heredero. Mats Wilander (tres Slam en 1988) respondió una vez a un periodista que le etiquetó como «el Borg número dos». Él respondió brillantemente: «No. Si acaso Wilander número uno». Alcaraz ¿Quién es?
Carlos Alcaraz es el gran heredero del Big Three porque no hubo nadie con veinte años que jugara así al tenis. Es completo. Se encuentra de maravilla en cualquier superficie. Digamos que se trata del prototipo del tenista del futuro. Ahora bien, no se sabe dónde llegará porque ahí entran en juego intangibles como el físico, la competencia que pueda tener o el hambre de victoria. Todo parece indicar que seguirá escribiendo páginas y páginas de éxitos tenísticos porque sí, tiene cosas de los tres grandes. Es un fenómeno total. Es completo física y técnicamente. He visto mucho tenis, y no vi a nadie así con veinte años. Hace todo: Sirve bien, domina el resto de derecha, posee un gran revés, sube a red y liquida con un buen smash, hace grandes dejadas… Todo muy rápido. Además, es resistente.
Como Nadal.
Sí, pero Nadal sufre en el campo. Es un fuera de serie, pero sufre. Federer era técnica cristalina, pero no sonreía. Alcaraz se divierte. Me recuerda, en el fútbol, a Ronaldinho. En diez años no veo nadie que le haga sombra.
Habrá que ver cuánto aguanta Djokovic.
Sí, pero el serbio en uno o dos años se retirará, imagino. Si a Alcaraz le respeta el físico, estará una década en lo más alto.
Muchos periódicos deportivos italianos como Gazzetta dello Sport o Corriere han recogido míticas frases suyas durante la final contra Djokovic. Usted ha revolucionado la manera de comentar el tenis en televisión. Me gustó cuando dijo: «lo que hace este chico no es humano. Llamen a la policía por favor». Creo que fue cuando hizo un ace -en el último set- con el segundo servicio a 175 km/h. Dijo, además, que el verde de Wimbledon era su «alfombra amiga». Y pensar que la Inteligencia Artificial, que ya ha debutado en este torneo, puede dilapidar todo esto…
El mundo evoluciona. Es lógico y normal. No sería sensato si dijera que me gusta que la IA sustituya al ser humano, pero no por mí, porque yo en poco tiempo me jubilo, sino porque creo que la voz humana será siempre mejor que cualquiera artificial. Te hará sentir cosas, te despertará emociones que las máquinas no podrán.
¿Qué emoción le provoca Sinner? Es el último gran talento precoz italiano. En 2021 logró cuatro títulos ATP y se metió en los primeros diez del mundo. Le superó ¿Qué le falta?
Es el presente y el futuro del tenis. No ha alcanzado su máximo, pero es normal. Es un chico serio, muy trabajador. Alberga mucha calidad, aunque tiene que potenciar aún más la técnica. Me consta que lo está haciendo. Los resultados, y los juicios pertinentes, se podrán hacer en dos o tres años. 2025 es el año para saber quién es Sinner. Ahora es pronto.
Antes de centrarnos en la Ensaladera de la discordia que logró Italia en las entrañas del infierno chileno, de ver el largo camino hasta llegar allí, me interesa saber por qué fue tan efímero ese éxito. Después se lograron tres finales más en apenas cuatro años (1977, 79 y 80). Todas con derrota. En la primera de ellas, tras dejar en el camino la España de Orantes, caéis en la final contra la Australia de Tony Roche.
No éramos favoritos. Jugábamos en Sydney, y además en hierba. Ellos eran potentes, los grandes favoritos. Tuvimos la oportunidad de ponernos 2-2, pero Panatta rompió una cuerda tras un largo intercambio de golpes. Perdió el partido. Una pena, porque habría estado bien ver a Corrado Barazzutti jugar el punto decisivo. La hierba fue determinante, porque estoy convencido que en Italia habríamos ganado nosotros.
¿Qué recuerdos tiene de Manuel Orantes?
Entre España e Italia siempre hay rivalidad y atracción. Tenemos sangre latina, el idioma es similar… Desde los tiempos de Manolo Santana siempre hemos estado muy unidos a España. Para mí fue el primer gran talento que dio este deporte. Además, recuerdo que mi primer gran partido fue contra Andrés Gimeno en Roma. Es por eso que fue muy especial ganar a España en Barcelona; quizás eso nos hizo creer, tomar conciencia que éramos muy buenos.
¿Santana fue el mejor que vio?
Sí, cuando era niño sin duda. Quizás él y Nicola Pietrangeli, aunque él tenía algo más. Lo cierto es que fueron los primeros que más me impactaron por televisión.
En el 79 manita de EE.UU. En aquel momento John McEnroe era imbatible.
No te olvides de Bob Lutz y Stan Smith en dobles. Jugamos Indoor en San Francisco. Eran los mejores, y además comenzamos mal porque en el primer partido Barazzutti se retiró lesionado al inicio del segundo set contra Gerulaitis.
En la del 80 tampoco tuvieron muchas opciones contra Ivan Lendl y los suyos. Checoslovaquia venía de ganar a la Argentina de Guillermo Vilas, que a su vez aniquiló a los americanos.
Tuvimos muchos problemas con los árbitros. Fue un escándalo. De hecho, la Federación a partir de entonces dictaminó que los colegiados fueran neutrales. Piensa que era checo y jugaban en casa. Eran buenos, sí, pero hubo otros factores. Recuerdo que cuando entramos en nuestro vestuario -con 2-1 abajo- estaba congelado. Era hielo puro. Nos cambiábamos en el pasillo. Era un tenis antiguo, ese que cuando jugábamos fuera tenías que ser el doble de bueno para superar estos inconvenientes y ganar. Recuerdo ese Palacio del Hielo de Praga, nuestros aces que los jueces daban fuera… Obviamente no había ojo de halcón… Sí, hemos contribuido a una evolución del deporte. Nos hubiera gustado que fuera de otra manera, sin este medio robo, pero fue así.
En 1972 ustedes pusieron la primera piedra para el tenis moderno. Se crearon los cimientos de la ATP. Recuerdo el yugoslavo Nikki Pilic, que rechazó jugar la Davis del 73 contra Nueva Zelanda porque estaba en Montreal disputando un torneo de dobles muy bien pagado. Le sancionó la ITF. Luego vino el boicot a Wimbledon. Era el periodo en que David Bowie había anunciado -en el palco Hammersmith Odeon de Londres-la muerte de Ziggy Stardust. ¿Qué recuerdos tiene de esa época?
Los tenistas comprendimos la necesidad de crear una asociación porque la situación era insostenible. Si antes uno iba a Córdoba a jugar se tenía que organizar por su cuenta: pagar un taxi, buscar un hotel… Una aventura. Entonces, viendo que el movimiento era importante y que viajábamos por todo el mundo, había que crear una asociación para que nos ayudara, que creara también un ranking para que las invitaciones fueran en base a la clasificación y no por amiguismos. Fue un hito histórico porque comenzaron a tutelarse los tenistas. Como el propio Pilic, que lo sancionó la Federación Internacional por negarse a jugar cuando en realidad ni él ni nadie estaba obligado a hacerlo. Fue cuando nos negamos a ir a Londres. Lo jugaron sólo los del Este, los únicos que no se habían inscrito a la ATP, que entonces costaba mil dólares. Lo disputaron Borg o Connors, pero principalmente fue un torneo del este. Kodes se impuso a Metreveli en la final. De los primeros cien del ranking creo que faltaron sesenta.
El Este, además de la importante suma de dinero por la inscripción, no quería profesionalizarse.
Se lo prohibieron. Piensa en los Juegos… Ellos llevaban a boxeadores amateurs pero en realidad eran como profesionales.
En el 73 usted llegó a estar doce del mundo. En total, ganó seis títulos en el circuito. En dobles, sin embargo, fue un mito eterno: hasta doce trofeos. Todos ellos con su amigo Panatta. Siempre se os resistió un Grand Slam. ¿Le molestó ser etiquetado como doppista?
Una vez jugamos un amistoso contra Polonia. Entonces yo no jugaba todavía el doble con él. Además, Adriano tenía un año más. Te estoy hablando de cuando éramos prácticamente adolescentes. Recuerdo Mario Belardinelli (nuestro entrenador en el Centro Técnico de Formia) lo que nos dijo: «Jugáis juntos». Adriano a la izquierda; yo a la derecha. No me lo esperaba, pero funcionó. Después, en Copa Davis, llegó Barazzutti (dos años más joven), y yo me daba cuenta que en tres días no tenía la energía física y mental para disputar el individual y el doble. Se organizó y consolidó todo en ese torneo, entonces de vital trascendencia. Era cuando todo el país nos podía ver por televisión o en la pista. Esta etiqueta me acompaña incluso hoy pese a haber estado entre los primeros del mundo a nivel individual.
Exacto. Una vez alcanzó los cuartos de Roland Garros. Su mejor año fue el 77. Levantó tres trofeos, igualando algún récord de T. Muster. Hamburgo fue el más relevante. ¡Contra Orantes! ¿Alemania entonces era como el Máster de Roma hoy?
Orantes era un tenista con mucho talento. Cuatro o cinco del mundo entonces. Te cuento: yo tenía alergia al polen, y en aquella época había sólo una pastilla, que además te daba sueño. Recuerdo que cuando jugaba en Roma en mayo era terrible porque no paraba de estornudar, me lloraban los ojos… Por eso evitaba la primavera italiana e iba a Alemania: Hamburgo, Berlín… Eran como Máster Mil. Me encontraba bien porque hacía fresco y no sufría la alergia. La pista de tenis era rápida. Siempre jugué bien allí, sí. Pero esta patología me afectó mucho los primeros años, porque después descubrieron a qué era alérgicoy pude ponerme inyecciones en febrero y así limitar daños.
¿Las victorias contra Gimeno, Orantes y Artur Ashe -en París- fueron las más significativas de su carrera a nivel individual?
Probablemente, sí. Piensa que a Gimeno le gané una semana antes que conquistara París. Ashe -primer africano rey de Wimbledon en el 75 (batió a Connors)- era bueno, pero no en tierra batida.
Sky Sport emitió el año pasado la docu-serie Una squadra, dirigida por Domenico Procacci. Se publicó en formato papel también. Para su entrevista, además, tuve que leer el libro Sei chiodi storti (autor Dario Cresto-Dina). Sería algo así como Seis puntas torcidas. Era lo que siempre llevaba Adriano Panatta en la mochila por superstición. Habla de la Davis del 76 y del concepto de victoria, definido como «una breve felicidad». En él se analiza perfectamente el feeling de los tenistas en el doble. Estáis infravalorados.
La primera gran pareja la formaron los sudafricanos Bob Hewitt y Fred McMillan, que no se hablaban. Tenían una alquimia puramente técnica. Llegaban por la mañana por su cuenta como si fueran al trabajo y ni se miraban, aunque sabían que se necesitaban. Adriano y yo nos conocimos con once o doce años. No me caía bien. Yo venía de un pueblo pequeño y él de Roma, del barrio burgués Parioli. Todo el mundo hablaba de él. Después, ya en el college de Formia, nos hicimos amigos. Mario nos puso en la misma habitación: por las mañanas estudiábamos; por las tardes entrenamiento. Desde ahí, y hasta que nos casamos, dormíamos 350 días al año en el mismo cuarto. Tenemos feeling, sí. Siempre lo tuvimos. Éramos como un matrimonio; conocíamos los defectos del otro, pero los aceptábamos.
¿Qué defectos tenía?
Millones. Él hablaba, hablaba… Sus defectos eran, en realidad, sus virtudes. Tiene una fuerte personalidad, una gran convicción en sí mismo. Eso lo transmitía. Era fuerte mentalmente. Era generoso, pero a su estilo. Es un clásico romano. Ya sabes, llevaba el nombre de la ciudad escrito en la frente.
Mario Belardinelli, muy rígido, formó al cuarteto de oro en Formia: Panatta, Bertolucci, Zugarelli y Barazzutti. Hace pocos años leí en Corriere della Sera que fue maestro del Duce. ¡Y pensar que Panatta leía l’Unita (principal periódico comunista italiano)!
Un día nos llevó incluso a un convento. Piensa que el único día libre era el domingo, cuando nos acompañaba a ver carreras de caballos. En el tenis no había dinero. Jugaba porque me gustaba. Mi padre me mandó al centro para madurar. Yo quería explorar el mundo, abrir la mente. De septiembre a mayo nos levantábamos a las siete de la mañana e íbamos a dormir a las nueve de la noche. Entre medias: escuela, deberes, tenis y entrenamiento físico.
¿Qué problemas tenía usted con la comida en aquel momento? Leyendo, descubrí que sólo cuando ganaba algún partido importante podía comer pasta con legumbres.
Tenía tendencia a engordar. Los demás podían comer lo que quisieran, yo no. Por mi estructura física siempre me llevé mal con la báscula. Los demás me tocaban las narices, pero no me afectaba desde el punto de vista psicológico, sino porque tenía hambre.
El periodista Dario Cresto-Dina dedica muchas páginas de su libro a la fenomenología del doble en tenis. «En un deporte individual casi claustrofóbico, la especialidad del doble es un antídoto contra el solipsismo. Además, es un aprender a compartir un espacio, un esfuerzo. Bertolucci tiene la pereza del panda; Panatta es el árbol del cual se nutre». Escuchando esto, quiero que me hable de los memorables duelos contra Ilie Nastase y Tiriac.
Eran muy buenos. Fue nuestro primer gran éxito: la Davis del 74. Jugamos en Mestre con un calor extremo. Les eliminamos (3-2) y luego caímos precisamente contra Sudáfrica, que se impuso a La India en la final. Fue la primera vez que vencimos en una eliminatoria Davis gracias al doble.
Hace tiempo leí una entrevista de Nastase. Decía que en vuestro tiempo cada uno tenía un estilo bien definido. En el tenis de hoy, el estilo pertenece sólo a Roger Federer, confesaba. ¿Está de acuerdo?
Sí y no. Antes no había una escuela, así que cada uno era un poco autodidacta. Antiguamente se miraba mucho el talento y poco el aspecto físico. Tampoco lo mental. No sabías si los chicos con dieciséis años estaban contentos con ser el veinte del mundo o si por el contrario soñaban con llegar a lo más alto. Por ejemplo: Sinner obvio que no podrá ser Alcaraz por una cuestión de estructura física, pero si continúa trabajando y mejora el físico, la potencia, si tiene una vida ordenada a nivel de pareja… Mira Federer, Nadal o Nole, todos con una mujer que les apoya, pero en segundo plano. El drama es cuando sucede al contrario y buscan los focos. Esto vale para cualquier deporte.
No terminamos de llegar a la Davis del 76, pero es que antes quiero preguntarle por el doble en Montecarlo contra McEnroe y Vitas Gerulaitis. Única victoria italiana -en dobles- en la era Open. ¡No se moleste, pero hizo del doble un arte! Gente como usted, McEnroe o Martina Navratilova (ganó el doble mixto con casi cincuenta años en el US Open’06) se han encargado de ensalzarlo y darle brillo.
McEnroe, en mis tiempos, era el único tenista que podía ganar cualquier título de doble independientemente de la pareja. El más grande que vi en mi vida, otra categoría. Y tiene mérito, porque hoy -salvo excepciones como Nadal- es difícil ver a una estrella ganando también il doppio.
Ahora que usted está al otro lado, ¿por qué cree que no hay que buscar, por ejemplo, al nuevo Agassi o Sampras?
Porque cambió todo respecto a esa época. El material, las cuerdas, la metodología de entrenamiento, la alimentación. En nuestros tiempos, nosotros comíamos un filete con verdura y luego íbamos a jugar. Hoy te dan pasta y lechuga. Nada de carne antes de jugar. ¡Comíamos chuletones a las doce y luego jugábamos a las tres! Había problemas de digestión, pero no lo sabíamos. No teníamos tantos hombres a nuestro alrededor para gestionarnos la vida deportiva. Además, el rival comía lo mismo luego se equilibraban las fuerzas.
Agassi contó su dolor, su angustia en Open. ¿A usted le gustaba jugar a tenis?
Mucho. También viajar y conocer mundo. En mis tiempos lo hacías porque te gustaba, no por dinero. Hoy ha entrado prepotentemente el dinero. De hecho, muchos padres han invertido en sus hijos para resolver los propios problemas. Hoy hay padres-jefes, mira Tsisipas hoy o entonces la madre de Shapovalov…
El padre de las Williams también.
Sí, pero ahí es diferente. Él tenía dos artistas. Debía solo guiarlas. También te digo que ha hecho mucho daño al tenis el señor Williams.
¿Por qué?
No sabía nada de tenis, jamás jugó, y aún así forjó dos cracks. La gente que no tiene ni idea en este deporte intentó imitarle. Esa fue la tragedia total y absoluta, porque el talento lo tenían ellas.
¿Usted no era rico en su periodo, entonces?
Para nada. Mi padre fue maestro de tenis. Tras el éxito del 76 me compré una casa. Nada más. Éramos famosos en todo el mundo sí, pero al cambio no ganábamos más de cinco mil euros al mes para material. ¿El sueldo? cien mil euros al año aproximadamente.
Increíble, porque Barazzutti, usted, Panatta o Zugarelli -el big four de Santiago’76 junto al capitán (no jugador) Pietrangeli- estabais entre los veinte mejores del mundo.
Sí, lo sé. Yo cuando me impuse en Hamburgo gané diez mil dólares. Panatta en París (1976, contra el americano Solomon) cobró treinta mil dólares. Hoy son 2,5 millones más bonus material.
Hemos llegado. Por fin hemos llegado. Es increíble que la única Ensaladera en la historia de Italia -lograda en Santiago de Chile- no se haya podido celebrar. Intelectuales de aquella época como Domenico Modugno o Franca Rame (la mujer de Dario Fo) no ayudaron demasiado.
Lo pasamos muy mal, porque a nosotros no nos interesaba la política. Comenzamos a jugar a tenis, juntos, con doce o trece años. Más de una década después, y gracias al gran trabajo de Belardinelli, estábamos listos para ganar la primera Davis. Sabíamos que éramos favoritos y queríamos ir allí ¿Por qué narices tenían que impedirme todo esto? ¿Qué cojones me importaba a mí Pinochet? Yo jugaba a tenis, y no aceptaba bajo ningún concepto esa situación tan desagradable en Italia.
Píntemela.
Verás, las manifestaciones que hacen hoy en San Giovanni (Roma) o el Duomo de Milán son una pantomima. Antes se disparaba. Eran los años de plomo. Había terrorismo rojo y negro. No era diferente a lo de Chile o Argentina, con dictaduras militares. Teníamos miedo. Modugno nos compuso incluso una canción.
La ballata della Coppa Davis-Canzoni contro la guerra. Sonaba en toda Italia.
Estuvieron cerca de echar por la borda doce años de sacrificios por un tema político. A mí no me importaba la izquierda o la derecha. Quería ir, jugar y ganar. Nadie ha vuelto a conseguirlo en este país.
Usted, como capitán, perdió la final en el 98 contra Magnus Norman y los suyos. Bien, el caso es que Chile llega fresca a la final, porque en semifinales la Unión Soviética no acude. Vosotros ganáis 3-2 contra Australia en Roma. ¡Gracias al doble!
Sí. Idéntica suerte en el doble de la final contra Patricio Cornejo y Jaime Fillol. Ganamos 4-1. Sólo perdimos el último punto cuando todo ya estaba decidido.
La final se disputó en el Estadio Nacional de Chile. Otrora, sirvió como campo de concentración para los disidentes del régimen.
No exactamente. Nosotros jugamos en la pista de tenis que estaba a cien metros del Estadio. Era como en Roma el Estadio Olímpico y el Foro Itálico. El campo de concentración fue el estadio de fútbol.
¿Me describe el icónico momento de las camisetas rojas?
Como todos los años, me iba a Argentina a jugar algunos torneos. Entonces no había móviles, lógicamente. Admito que esa asfixiante situación que vivía Italia en ese momento la viví de lejos. Me la contaba la centralita de la RAI (televisión pública) cuando hablábamos frecuentemente. Le preguntaba y me decía que probablemente la escuadra no partiría porque el ambiente estaba crispado.
El PCI apretó también para que no fuerais.
Los comunistas tenían un partido muy fuerte a nivel europeo. Aunque llevaba veinte días en Argentina, cada noche cuando me hacían el resumen se me cerraba el estómago. Sentí mucha ansiedad. Además, lo viví solo porque Panatta estaba en América. Zugarelli, Barazzutti y Pietrangeli, por su parte, en Italia. ¿Sabes lo que sucedió? El partido comunista chileno habló con el embajador italiano allí. Le dijo que, si no jugábamos, Pinochet se anotaría la victoria en la Davis ¡No ir significaba hacer un favor al régimen!
Tuvo que intervenir Enrico Berlinguer, secretario del PCI.
Dijo que sí. Dio el ok, y gracias a él partimos para Chile. Claro, como lo dijo Berlinguer todos callados ¡Qué hipocresía!
¿El CONI o Andreotti se mojaron?
No. La política en Italia es ambigua. Cada uno quiere proteger su púlpito en el poder.
No me ha dicho lo de las camisetas rojas.
La noche antes del doble, Panatta me lo comentó. Nosotros siempre jugábamos con la camiseta azul, blanca o verde. No recuerdo por qué nos llevamos una roja, porque jamás jugué con ese color. Ni siquiera el singular ¡Es que no me gusta el rojo! Él la llevaba, pero no sabía que yo también. La marca era Fila. La noche anterior me preguntó si me apetecía jugar con ellas. Yo le dije que no, porque se iban a cabrear. Además, ya íbamos 2-0 y se trataba de asegurar el trofeo. Estar tranquilos, sin crear polémica.
Panatta insistió.
Sí. Habló de la necesidad de ganar mandando un mensaje al mundo. Yo era más reacio, lo admito. Le dije que no teníamos que mojarnos en política, porque precisamente la política nos había tocado los huevos en Italia. Al final se puso tan pesado que le dije que sí.
¿Temió que hubiera un atentado?
Sí, pero es que Adriano era muy pesado. Le mandé a la cama diciendo: «Ok, jugamos, pero vete a dormir por favor. Si nos disparan nos disparan, pero sí que jugamos con la roja, aunque muramos en la pista. Déjame descansar». Ahí estuvimos, los tres primeros sets con la maglietta rossa. Luego nos pusimos la azul para terminar el partido. ¿Sabes una cosa? Nadie se dio cuenta del mensaje político. Nadie. Comenzó a tomar forma muchos lustros después, cuando ya no podía suceder nada.
¿Por qué la gente no pilló el mensaje?
No lo sé. Ni siquiera nuestros propios compañeros, porque no les dijimos nada. Fue todo muy confuso.
¿Y por qué no lo explicasteis después tras ganar?
Mira, si tú no comprendes algo yo no te lo puedo explicar. ¿Entiendes?
¿Vuestro vestuario estaba dividido?
No exactamente. Eran dos modos diferentes de vivir la vida. Cuando estábamos en Roma, Adriano y yo vivíamos en la colina Fleming. Por su parte, Barazzutti y Corrado en el EUR, tranquilos junto mar. Estábamos prácticamente en dos lugares diferentes, muy distantes entre sí. Ellos estaban ya casados y tenían hijos. Nosotros no. Nos gustaba salir a bailar allí cerca, a Ponte Milvio. Ya sabes… (Panatta fue carne de prensa rosa por su historia con la actriz y cantante Loredana Berté, futura mujer de Björn Borg)
Con Belardinelli y Pietrangeli eran las seis puntas torcidas del libro.
Mario nos ayudó a comprender que este deporte es individual, paradójicamente con un gran sentido del colectivo. No hay amigos ni enemigos. Hay que ganar y basta. No es fácil porque había que esconder el ego, muy grande al tratarse como te dije de un deporte singolo. No es el fútbol o el baloncesto. Nosotros nos encontrábamos al año un par de veces, no más. Esta necesidad de ser compactos como bloque sin pasar mucho tiempo juntos fue la clave de la victoria… Y, en muchos casos, el motivo por el que otras escuadras buenísimas de entonces jamás lo hicieron.
Zugarelli decía que no se sentía un suplente. También era un buen singolo.
Sí, obvio.
No hemos hablado demasiado de Pietrangeli (considerado el mejor tenista italiano de la historia, número 3 del mundo en el 59), quien hace años desveló a la revista Oggi su gran amargura: «En el 78 este cuarteto organizó un complot para echarme. Eran buenísimos, pero discrepaban en todo. Yo era el cordón umbilical de las dos parejas: Barazzutti-Zugarelli; Panatta-Bertolucci. Yo sólo gané más que todos ellos juntos, pero esa Davis fue un éxito y una amargura. Al regreso, solos en el aeropuerto, sin ninguna autoridad a recibirnos, sin periodistas, sin fiesta».
Si hay alguien que luchó como un loco contra todo un país por llevarnos a Chile fue él. Iba a la tele para manifestarlo, y siempre se lo reconocimos. Sé que los que estaban en Roma recibieron amenazas de muerte.
Entráis en patria como furtivos.
Parece que habíamos robado. Fue peor que una derrota. En el aeropuerto estábamos escoltado por la policía para evitar hipotéticos disturbios. Una herida moral tremenda. Un dolor psicológico demasiado grande para soportarlo.
En el documental, el director le preguntó si había saludado alguna vez a Andreotti. Respondió que no.
La mente te engaña. Estaba convencido de no haberlo hecho. Me habría acordado, porque entonces era el presidente del Consejo. Si alguien le da la mano a un personaje de esa magnitud, y esto vale para Berlusconi, se acuerda. Al día siguiente me mandó por whatsapp un vídeo de la RAI donde estoy en Palazzo Chigi (sede del gobierno) saludando Giulio Andreotti, que me da el diploma de Cavaliere della Repubblica.
¿Lo olvidó?
Sí, completamente. Esto sucedió justo un año después de la victoria. Durante todo ese tiempo nadie nos llamó para hacer una entrevista. Ya con las aguas calmadas surgió lo de Andreotti. Yo no quería ir, creo. De hecho, estaba tan a disgusto, tan cabreado que pretendía que todo pasara rápido para olvidarlo. Lo cancelé como un mecanismo de defensa, quizás porque sentía vergüenza o sentimiento de culpa por haber ganado. No lo sé.
¿Pinochet les felicitó?
No. Sólo mi madre.
Suerte en Wimbledon. Buen viaje y gracias por el café y el agua. ¿Por qué a los italianos jamás se os dio bien la hierba? Sólo Berrettini llegó como outsider a la final de 2021. Cayó contra Nole.
Hemos crecido con el polvo de arcilla. No había pistas ni estructuras. Hemos nacido en la tierra, de ahí la dificultad con el cemento o la hierba.
Ya se lo advertí que igual le llamaba por teléfono. Aquí estoy…Alcaraz ¿Quién es?
(Risas) Es el gran heredero…
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