Para el turista futbolero, el Estadio Olímpico de Roma no tiene pérdida. Está bien señalado a lo lejos por un obelisco de 300 toneladas y 36 metros. Para llegar, hay que cruzar el puente Duca D’Aosta sobre el Tíber, con recreaciones de batallas en las que las tropas italianas avanzan en la Batalla de Caporetto. Lo construyeron los fascistas entre 1936 y 1939 y en él se puede leer «Es mejor vivir un día como león que cien años como oveja». Cuando, como humilde oveja, se está a punto de cruzar la calle para acceder al recinto del estadio, en el citado obelisco se puede apreciar claramente la inscripción: «MUSSOLINI DVX».
En el interior del complejo, el Foro Italico, antes Foro Mussolini, en su avenida de entrada o Plaza del Imperio, tenemos una serie de murales en relieve que muestran los éxitos del Estado Fascista, desde las hazañas de los primeros squadristi a la conquista de Abisinia, junto a escenas mitológicas romanas. En el suelo, en mosaicos perfectamente conservados, se pueden leer más referencias al dictador: «Duce, Duce, Duce».
Al final de la avenida, ante lo que es la entrada al Estadio Olímpico de Roma, si se gira a la derecha hay otro estadio más pequeño, el Estadio dei Marmi (de los mármoles) que como su nombre indica está rodeado de grandes estatuas de mármol de cuatro metros de hombres musculados, cada uno representa una provincia italiana. Era un anexo que necesitaba la Academia Fascista de Educación Física, ahora sede del CONI, Comité Olímpico Italiano, construido en 1932 para celebrar el décimo aniversario de la Marcha sobre Roma.
En aquella época dirigía la Accademia el ministro de Corporaciones, Renato Ricci, uno de los más nazis o germanófilos del gobierno fascista italiano. Tuvo contactos con Himmler y organizó diferentes cuerpos represivos, el más importante el Cuerpo de Policía Republicano, de 20.000 hombres, tenía secciones que operaban con la Wehrmacht y las Waffen-SS. Al terminar la guerra, Ricci fue condenado a 30 años, pero salió libre tras la Amnistía que promulgó el ministro comunista Palmiro Togliatti -máximo representante de la Internacional Comunista en España durante la Guerra Civil-, y en 1955 fundó la Asociación Neofascista de Militares de la RSI.
El Foro Mussolini se construyó pensando en los Juegos Olímpicos de 1940, finalmente cancelados por la II Guerra Mundial. El recinto en el que se encuentra el estadio en el que juegan la AS Roma y la SS Lazio estaba pensado para ser un foro de mayor envergadura que los de César y Augusto. Como muestra, se tardaron ocho meses en llevar hasta ahí el obelisco de Mussolini. Los edificios son de estilo racionalista y estética modernista, el lugar debía servir para «educar, fortalecer y disciplinar el cuerpo de los jóvenes» para que la siguiente generación los italianos fuesen «musculosos y dinámicos».
En fin, el Foro Itálico es un monumento fascista perfectamente conservado. De hecho, en 2007 se invirtió en la restauración del monolito, pero ahí sigue el nombre del dictador. Desde que en 1943 los romanos se echaran a las calles para celebrar la detención de Mussolini y arrancaran las fasces de lictores de los edificios públicos, el fervor iconoclasta antifascista no duró mucho en Italia. Ni siquiera después de que dos años más tarde Mussolini fuera colgado por los pies en la milanesa plaza de Loreto. Una teoría es que los esfuerzos económicos en una Italia devastada por la guerra se fueron a reconstruir el país más que a desmantelar vestigios del régimen anterior. La única forma de rechazo del fascismo fue que los arquitectos abandonaran la monumentalidad clásica de la estética mussoliniana. Tampoco es extraño que hoy se pronuncien alegatos fascistas en los medios.
El Foro Itálico quedó intacto y se convirtió sin problemas en el hogar de las oficinas del Comité Olímpico Italiano, momento en el que se construyó el estadio olímpico que iba a albergar los Juegos de 1960. Todos los vestigios fascistas que abundaban en el recinto no es que no supieran qué hacer con ellos, es que los restauraron. Lo hizo, de hecho, la misma empresa que los había construido. La revista comunista Vie Nuove criticó que la restauración era una «oportunidad perdida», que en lugar de aprovechar los Juegos Olímpicos para modernizar el recinto y revitalizarlo se habían gastado millones en resucitar «proyectos imperiales» de hacía veinte años. Se iba a enviar un «mensaje inquietante» a los visitantes extranjeros que acudieran a la Olimpiada, era una «vergüenza para Italia» y se estaba «insultando la memoria de la Resistencia». El triunfalismo olímpico no se diferenciaba en nada de las escenificaciones de los años 30, se quejaban. Todo ello no hacía más que mostrar «el fracaso de la República de posguerra».
Graciosamente, la Democracia Cristiana hizo caso omiso de estas críticas y la única modificación estética que hizo en el Foro Itálico fue tapar los genitales de las esculturas. La desnudez era más ofensiva que los mosaicos con consignas fascistas. Además, a los murales que narraban los éxitos del Estado Fascista, se añadieron tres nuevos en los que se explicaba su final, su caída en el 43, la proclamación de la República en el 46 y la nueva Constitución en el 48.
Es más, en el Boletín Oficial Olímpico que circuló durante los Juegos, se pasaba de puntillas sobre el origen del recinto. Se decía que el Estadio de Marmi tenía «un toque clásico» y que las estatuas «destacan bajo el sol con el fondo oscuro de cipreses». Y punto. Nada sobre quién las había levantado ni por qué ni para qué. Los Juegos Olímpicos del 60 se celebraron sin mayor disturbio y, desde entonces, campeonatos internacionales de tenis en uno de sus pabellones, los partidos de los dos equipos de la ciudad, además del Mundial del 90.
El único desafío que ha sufrido toda esta iconografía fascista es el de los grafiteros y los skaters, algo que sabemos porque lo denuncia la extrema derecha, que incluso lanzó una campaña para denunciar el vandalismo que sufre este lugar sagrado. El propio Giorgo Armani es un enamorado de esas estatuas y las ha calificado de «gloria radiante, orgullosa y magnífica, refinada y poderosa». En 1985 hizo una campaña publicitaria en torno a ellas con el fotógrafo George Mott, que en 2003 se publicaron en un libro.
En 2000, el Gobierno intentó privatizar el recinto para sufragar la deuda del CONI, pero se le echaron encima los partidos de derechas que lo compararon con una hipotética venta del Coliseo. Tampoco gustaron las obras de rehabilitación posteriores. Ojo a esta queja: «la que fue concebida y construida para la exaltación de la educación física y deportiva, ahora es un lugar de bailes sudorosos, de hamburguesas grasientas, cerveza y Coca Cola, y música sin frenos volumétricos». En 2004, el Ministerio de Patrimonio Cultural y Ambiental reconoció el Foro Itálico como «patrimonio nacional de importancia histórico-artística» con el añadido de «independientemente de su orientación ideológica».
La ideología siempre estuvo ahí. De la Accademia tenían que salir los profesores de Educación Física del Estado Fascista, pero sus instalaciones, además de servir de propaganda política por sí mismas, también albergaban todo tipo de actos, ceremonias y escenificaciones que se tenían que proyectar obligatoriamente en los cines. Aparte, para poder entrar en la Accademia había que pasar un examen político. Los instructores que saldrían de ahí no se dedicarían solo a dar clases de gimnasia, sino a vigilar al resto del profesorado y al mismo tiempo dar una instrucción proto-militar a los niños para inculcarles disciplina y obediencia.
Nada de esto, por supuesto, puede aprenderse hoy en el recinto. Personalmente, encontrarme tamaño monumento al fascismo, bien cuidado y conservado, sin ni siquiera ningún tipo de explicación visible, me pareció grotesco. Hilarante, por mucho que al ser español no tenga capacidad de sorpresa por algo así. Tampoco puedo decir que me sintiera ofendido, porque me lo pasé muy bien viéndolo y no esperaba nada semejante al dar un paseo para ver dónde juegan el Lazio y la Roma. Ni siquiera tengo claro qué se debe hacer con la arquitectura política del fascismo. En España hay varios ejemplos, como el Arco de la Victoria de Madrid, no se me ocurre qué hacer con él más allá de explicar de forma visible su naturaleza. Sin embargo, si fuese al Foro Itálico con menores de edad españoles, me sentiría obligado a decirles que el primer puente aéreo militar de la historia lo ejecutó Mussolini en el Estrecho para que Franco cruzara a la península con su Ejército. No habría habido ni siquiera Guerra Civil en 1936 sin esa ayuda clave del Duce, que luego además metió 80.000 soldados por si acaso. De modo que todo ese conjunto arquitectónico-histórico-monumental de la Accademia, Foro Mussolini o Foro Itálico, es un lugar excelente para echar una meadita apuntando bien al mármol y seguir nuestro camino.
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