Hace mucho tiempo, en el amañado y escandaloso Austria-Alemania del Mundial de España, un periódico de Gijón registró la crónica del partido, pero lo hizo en la añorada sección de Sucesos. De unos años a hoy, el fútbol galo de la Ligue 1 da para un variado menudeo de noticias que deberían figurar como crónicas de Sucesos. La ficha técnica de los partidos suelen obedecer a un parte de disturbios, en la línea de las refriegas de cuando el tiempo hosco de los chalecos amarillos. Si hay un país que encarna el busto del Estado como ningún otro, este es Francia. Pues ahora se ve que con el fútbol Francia tiene un problema de… Estado.
El paisaje y el paisanaje resultan de lo más pintoresco (o «pittoresque»). Botellazos a jugadores. Humeantes bengalas. Invasiones de campo. Asalto a instalaciones deportivas. Ataques a autobuses del equipo contrario. Palizas entre hinchas (incluidos los de un mismo equipo)… Diríase, pues, que en la Ligue 1 se prodiga una violencia ciertamente versallesca. A Dimitri Payet, jugador del Marsella, le ha tocado experimentar por dos veces el cálido amor recibido desde las gradas. Sufrió sendos botellazos en los partidos en los que el equipo de la llamada «ciudad podrida» visitó el domicilio del Olympique de Lyon y el del Niza. Por internet no sabe uno dónde acudir a tanto llamado violento. La oferta supera la demanda. Fanáticos del Lyon atacan a los segundones del Paris FC. Un Saint-Etienne-Angers se convierte en un sahumerio de bengalas. Un Marsella-Rennes acaba en serias algaradas. De nuevo en clave marsellesa, fanáticos del Commando Ultra 84 asaltan salvajemente las instalaciones deportivas del club en La Commanderie. El Saint-Etienne baja oprobiosamente a la Ligue 2 al perder contra el Auxerre con tremenda barahúnda de fondo.
No hay equipo francés de cierta nombradía que no esté dominado por el dogal de sus ultras. No diga viva Mbappé, diga mejor te vamos a matar. Acérrimos del Lens se baten con los ultras de Les dogues del Lille en el llamado Derbi du Nord del fútbol galo. Ultras del Montpellier escriben su momento de gloria al agredir con barras de hierro a seguidores del Girondins. El AS Nancy tiene doble ración de ultras sobre los que elegir: o los Saturday FC (casi los dueños del Stade Marcel Picot), o los Ultras Populaire Sud de estampa casi paramilitar. Fanáticos del Lyon exhiben su «atrezzo» nazi evocando coherente y nostálgicamente el desfile de la Wehrmacht a bombo y platillo junto al Arco del Triunfo.
¿Y el PSG? ¿Qué ocurre con las tiernas y animosas criaturas del equipo de todas las frustraciones en la Champions? En el Parque de los Príncipes no se olvida la guerra civil que estalló entre sus ultras (Bolougne Boys y Auteuil). Hoy por hoy todos se hallan acogidos al ardor unívoco del Collectif Ultras Paris (sin olvido de The Girls, el primer grupo femenino ultra que se conoció tiempo ha). Que uno se sepa de carrerilla qué ultras corresponden a cada uno de los equipos franceses es un ejercicio de sabiduría insuficiente. Hay que saber distinguir un grupo de otro homólogo, si un grupúsculo ha derivado en otra sección autónoma o si directamente se ha convertido en enemigo dentro de la casa propia (antaño los Bolougne Boys eran protofascistas y los Auteuil de ultraizquierda).
Los conocedores del paño ultra en Francia sitúan el origen de la violencia futbolera en los años 70 de la V República (con Pompidou, Boher y Giscard d’Estaing). El fútbol y su carga social en derredor empezó a calar por entonces en la metástasis de las grandes urbes sobre todo (no existe ciudad elefantiásica francesa sin su periférica «banlieue»). En las últimos años, los ultras han trasladado a los estadios el malestar social y la inquina hacia el gobierno Macron por sus políticas de vacunación para atajar el coronavirus. De hecho, la gran oferta en incidentes y trifulcas que puede verse por internet en los estadios de Francia nos remite casi siempre a 2021, el año en el que los graderíos volvieron a llenarse tras el vacío cementerial que los recubrió por culpa de la pandemia.
Los incidentes se siguen prodigando en el país del hexágono. Ayuda al bienestar del fútbol francés el hecho de que el presidente de la Federación Francesa de Fútbol, como es sabido, haya ninguneado públicamente a Zinédine Zidane como candidato a entrenar la selección nacional. Al presidente Nöel Le Graët, además, le persigue el marcaje pegajoso de un posible delito de acoso sexual. De ser así, lo propio sería que fuera juzgado alternativamente por el grupo ultra The Girls del PSG. Es sólo una modesta sugerencia, sin que importe demasiado si las chicas ultras siguen vigentes o no.
En cualquier caso, un probable CEO de la Liga Profesional de Fútbol francesa parece ser quien ha ideado la solución para, al menos, evitar que el lanzamiento de objetos impacte en los jugadores (dígase Payet). En un reciente Lens-PSG se efectuó un ensayo con una red de protección anti objetos. Uno pensaría tal vez en un mecanismo sofisticadísimo, mezcla de tecnología inteligente y arquitectura a la última para materiales efímeros. Pero no, la solución ha venido por una suerte de red, tipo cazamariposas. Habría echo las delicias de Nabokov. Dos operarios a ras de césped han sido los encargados de portar la redecilla anti objetos. Cada vez que un jugador del PSG se aproximaba al graderío local, los operarios protegían su integridad con la red cazamariposas. El momento álgido del experimento llegó cuando el jugador parisino de turno se aplicaba en el saque de un balón de falta próximo a la línea de banda y, por ende, peligrosamente cercano a la barra brava de los infernales hinchas del Lens. Menudo invento.
El mundo está involucionando tecnológicamente por mucho que se diga y que se haya expuesto ahora en el CES de Las Vegas («el mayor evento tecnológico del mundo»). Ni Rusia ha aplastado a Ucrania con su vasta bota militar y con el nuevo concepto de ciberguerra (eso se creía en febrero de 2022). Ni en Brasil, después de lo del Capitolio «made in USA», se protege su Congreso de asaltadores con bandas de electrocución radial a ritmo de bossa nova o de samba (según el calibre del ataque). Ni en Francia, en fin, protegen a los jugadores de la Ligue 1 con mamparas en plan metaverso para evitarles toda suerte de impactos (¿nada se ha aprendido de la era cordial de los chalecos amarillos?).
Francia está dejando de ser Francia en muchos aspectos. Un problema de Estado, el fútbol, se ha comido al Estado.