«Idos, al infierno tios», grita un tipo desaliñado desde una repisa en el centro de una pared vertical de casi un kilometro de longitud al grupo de rescatadores que le preguntan si necesita ayuda desde lo alto de esa muralla, El Capitán, el muro de granito más emblemático del mundo. Junto a su compañero, llevan casi tres semanas intentando ascender por la zona de la misma más desprovista de fisuras que faciliten la escalada; sólo un paño interminable de roca lisa y desplomada, durmiendo en hamacas que ha diseñado él mismo. Dos imágenes de la negativa a aceptar el rescate -llevan en pared más tiempo ininterrumpido de lo que nunca ha estado nadie, han pasado varias tormentas y hace tiempo que deberían haberse quedado sin comida o bebida-, saltan a los medios: un saludo con el dedo medio levantado al helicóptero, y una lata que cae al vacío con un mensaje en su interior: «No deseamos rescate y no será aceptado».
A partir de ese momento, 1970, Warren Harding, el más viejo de los escaladores de la cordada, pasará a convertirse en una figura mediática en Estados Unidos, por encima de los escaladores de Europa y la era comercial sustituye a la Edad de Oro romántica de la escalada.
Antes de pasear por todos los platós de televisión y convertirse en el primer icono televisivo del alpinismo, Harding había roto todos los estándares de lo que era imaginable en la escalada de grandes paredes en la escena californiana, que empezaba a sustituir a la de los Alpes como lugar de referencia.
Harding había nacido en 1924, de padres llegados a California desde Iowa. Creciendo durante la Gran Depresión, desde pequeño tuvo que imaginarse sus propias maneras de pasar el tiempo y se aficionó a paseos en la naturaleza y ascender montañas. Sin embargo, no fue hasta que ya tenía 29 años, que durante una de las contratas de obras de construcción en las que trabaja conoció a un escalador y terminó en el Valle de Yosemite. El ambiente le enganchó en el mismo momento. Habituado a los esfuerzos y a la altura, la combinación de dar rienda suelta a algo que se le daba bien con la posibilidad de pasar tiempo al aire libre le resultó atractiva. Pero lo mejor no era eso, aquí se podía beber, jugar y tener sexo sin que te juzgaran. Y a eso será a lo que se dedicará Harding sobre todo.
A Warren Harding le describen como un pequeño Baco/Dionisos. Un buen número de sus conocidos, incluyendo el escalador y fotógrafo Galen Rowell, lo hacen con un cierto aspecto diabólico. Corto de estatura, de cuerpo fibroso y bien parecido, con ojos azules penetrantes, y voz característicamente chillona. Unía el sentido del juego a la determinación capaz de arrastrar a cualquiera a empresas absurdas, fuera de cualquier lógica establecida y de saltarse cualquier norma ética para lograr un objetivo que él mismo reconocía que carecía de importancia. Y por supuesto que en el Valle, como en el alpinismo europeo había normas sobre cómo se podía o no escalar o alterar la roca. Una de ellas era taladrar colocando tacos de expansión lo menos posible, norma no escrita hasta que Royal Robbins, la gran figura de la escalada de Yosemite y la némesis apolínea de Harding lo puso por escrito.
La rivalidad entre ambos, Robbins y Harding, es una de las más marcadas de la historia de cualquier deporte. El primero más joven y atlético, aficionado a los clásicos de la literatura y la música, con una aproximación trascendente y espiritual a la escalada; la imagen de alpinista europeo encarnada en un muchachote californiano, casado con una trabajadora del Valle. El segundo, Harding, cuyo apodo «Batso» derivaba de su parecido con el personaje que encarna Dustin Hoffman en Midnight Cowboy, Ratso Rizzo, un obrero de la construcción desempleado aficionado a los coches y al alcohol y que según cuenta él «siempre parece que encuentro alguna chica agradable que necesita algo de calor en su tienda».
Esta rivalidad se ha presentado como lucha de clases -el aristocrático y pretencioso Robbins superado por Harding, de aficiones y aspiraciones populares-, o como el mundo moderno frente al antiguo. Como quiera que sea, cuando Harding puso la vista sobre algo que no se había atrevido nadie a hacer y decide ascender la pared de El Capitán por primera vez, se saltó todas las normas que eran tan queridas a Robbins: cuerdas fijas -instaladas hasta el último punto alcanzado, lo que permite subir y bajar por ellas-, todos los taladros necesarios, creando la vía a lo largo de 18 meses. Cuando completó la vía, la llamó Nose probablemente la mayor clásica en el mundo, en 1958 se trató de un hito deportivo. «Mientras clavaba el último buril y salía arrastrándome no tenia claro quien era el conquistador y quien el conquistado; El Capitán parecía estar en mucha mejor forma que yo», contaba en la narración de su gesta.
En total pasó 45 días en pared en ese año y medio, uso 675 clavos y 125 tacos de expansión, además de 1200 metros de cuerda. Mucho más de lo aceptable para Robbins, quien repitió la vía en seis días; eso sí, después de que Harding abriera el camino.
En ese momento, comienzos de los años 60, Royal Robbins era todavía el escalador más famoso en su país, heredero de la tradición de John Salathé, y de los pocos que rivalizaban con lo que se estaba haciendo en el resto del mundo. Warren Harding, a quien su madre había puesto nombre por el 29º presidente americano, sin embargo, sólo estaba interesado en presidir su propio club, la Lower Sierra Eating, Drinking and Farcing Society, basada en los principios de «glotonería y pereza».
Según cuenta en su autobiografía de 1975, Downward Bound: «Hace algunos años, llegué a la conclusión de que debía encabezar algún tipo de organización, quizá una que abrazara las características básicas de los alpinistas: borracheras glotonería, pereza, cobardía, traición, lascivia, esas cosas. El resultado fue la fundación de la Sociedad». Harding no pierde oportunidad de llamar a Robbins y a quienes se toman todo demasiado en serio como los «Cristianos del Valle». Piensa que lo que él hace no es más que una actuación, una farsa, y que debe ser todo lo divertida que sea posible.
Cuando se prepara el acto definitivo de una rivalidad que ha durado 14 años, desde que intentaron juntos en 1956 el objetivo por excelencia de la escalada americana en ese momento, la cara norte del Half Dome, nadie esperaba otra cosa de Harding que que lo hiciera a su manera: un tipo capaz de encontrar el humor en cualquier situación y que no pierde la oportunidad de una buena juerga; pero también capaz desde sus primeros momentos en el Valle de hacer por entrenamiento en pocas horas caminatas cargado de peso que a los turistas les llevan días o de diseñar gadgets para escalada con su marca BAT (Basically Absurd Technology).
Aunque siempre se declaraba técnicamente inferior a cualquiera de sus compañeros y rivales, y que lo que le atraía de la escalada era el uso de la fuerza bruta, lo cierto es que había desarrollado una capacidad técnica por sí mismo que admitía poca comparación. Nadie podía decirle qué y cómo debía subir, menos en una época y lugar en el que todavía las reglas se estaban definiendo y su propuesta era tan válida como la de los demás.
Dawn Wall, o Pared del Amanecer, se escaló en libre en 2015, dando como resultado la vía de pared más difícil del mundo. En 1970 había que imaginar si era posible subir por allí, incluso en artificial, lo que no deja de ser un trabajo ingrato y lento. La idea le surgió junto a Dean Caldwell. «La grandiosidad de nuestros planes iban en proporción a la priva que consumíamos de una sentada; una noche, completamente pasados de ron, decidimos que íbamos a intentar la pared del Early’s Morning Light (o Dawn Wall) ».
Lo cierto es que Caldwell estaba cojo, con un tobillo destrozado, y Harding, quien ya tenía 46 años, arrastraba problemas físicos derivados de accidentes laborales -entre otros, una fractura de rodilla a causa del golpe de un camión- y su afición a los coches deportivos. Empaquetaron comida y agua para dos semanas, que resultó ser suficiente para los 27 días que pasaron en pared. Cuando llegó la tentativa de rescate que les lanzó a la fama, se encontraban disfrutando de los restos de su última botella de brandy y de una botella de Cabernet Savignon, según su propio relato (las botellas aún se pueden encontrar en esa repisa, llamada desde entonces Wino Tower, si alguien se anima subir para verlas).
Un ejército de periodistas y cámaras esperaba a la cordada en la cima de El Capitán. Cuando Harding se recompuso tras la impresión, agotado y sorprendido pudo intuir como las imágenes y entrevistas iban a convertir a ambos escaladores, especialmente a Harding, en las mayores figura del alpinismo hasta el momento; la época de la comunicación de masas encontró el héroe que necesitaba. Robbins pasó a un segundo plano. ¿Quién recordaba a ese tipo alto y fuerte, con aspecto de estudiante de universidad de élite y explorador decimonónico que también escalaba y hablaba de tradición y espiritualidad?
Armado de un formón y una maza, se lanzó a repetir la vía, cortando a su paso todos los tacos que había dejado Harding a su paso, sólo para rendirse tras sólo dos largos de cuerda a la evidencia de que la creación de su rival era algo mucho más creativo y moderno, además de duro físicamente, de lo que él había sido capaz de imaginar. Harding respondió, molesto, reivindicando su estilo: «Quizá Robbins confunde la ética de la escalada con algún oscuro asunto acerca de la prostitución moral; digamos que una vía de 100 taladros, como su Tis-Sa-Ack, o una prostituta de 100 dólares la noche están bien, pero una con 300 taladros -o una prostituta de 300 dólares la noche- es repugnante, inmoral o lo que sea. O quizá se ha alineado con Carrie Nation, sustituyendo el hacha por el cortafríos. De alguna manera siento pena por Royal, un verdadero Elmer Gantry, con todos esos problemas para mantener la escalada como el duro y complejo asunto que piensa que debe ser».
La rivalidad había terminado en 1970 de esta forma, sin que ninguno hubiera ganado. Harding terminó perdiendo dinero en su gira televisiva y de conferencias (que sólo consiguió hacerle sentirse un personaje televisivo en paro en lugar de un albañil en paro, según sus palabras), y siguió trabajando en construcción hasta su jubilación. La ética de Robbins terminaría imponiéndose con la llegada de nuevos materiales y estilos de escalada y ambos serían absorbidos, reelaborados y olvidados por la cultura de masas, aunque ninguno de ellos lo lamentó demasiado.
Robbins encontró un mercado para la marca de material que creó cuando dejaba de escalar. Harding se convirtió en un referente, como un predecesor del movimiento hippy, aunque es dudoso que se tomara en serio su legado. Burr Snyder le entrevistó entre jarras de vino un día de descanso en la obra en la que trabajaba y transcribe su opinión sobre aquel tiempo: «No era más que un juego, y a nadie le importa ya; Hicimos cosas bastante guapas allí arriba, sin embargo, y eso es lo que importa». Pese a la coquetería de la respuesta, todo indica que él sabía que sí importaba. El deporte es absurdo, y el alpinismo, fuera de las miradas del público aún más, pero es divertido. A partir de eso hay un estilo de vida y un negocio en el que trabajar, y eso es todo.
Este periodista no esta documentado. A principio de la decada de los 80, dos murcianos, Miguel Angel Diez Vives y Jose Luis Garcia Gallego estuvieron colgados en la Oeste del Naranjo de Bulnes abriendo la via «Sueños de Invierno» Durante 69 dias consecutivos y en invierno.
Cuando escalaron el Dawn Wall por primera vez fué la estancia más larga en pared hasta el momento, Sueños de Invierno vino mucho más tarde. El dato del artículo es correcto.