En los años veinte del siglo pasado, la Unión Soviética no tenía un estilo de lucha cuerpo a cuerpo unificado para sus militares. Es por ello que el propio Vladimir Lenin encargó a los mejores luchadores del país viajar por todo el mundo, tomar notas de los distintos estilos de lucha y artes marciales para fundar un nuevo deporte que condensara lo mejor de cada casa. Por aquel entonces, los deportes de combate más practicados en el mundo eran el judo, jiu jitsu, boxeo, kickboxing, lucha grecorromana y lucha libre. Como ahora. De su síntesis, nació un deporte muy practicado en Rusia y que será olímpico para Los Ángeles 2028: el sambo.
La idea fundamental de este arte marcial es causar el máximo daño al rival con el menor esfuerzo posible. Al igual que en otros deportes de combate, se desarrolla con los brazos, las piernas y el cuerpo. Dos combatientes, ataviados con un uniforme rojo o azul, intentarán derribarse con palancas y técnicas de control. Al final del combate, que dependiendo de la categoría puede durar desde los tres a los cinco minutos, gana quien más puntos haya conseguido. Si se consigue una victoria total, es decir, que una persona lleve al suelo a su adversario, no hará falta recuento.
Se conoce que tanto Vladimir Putin como su socio bielorruso Aleksandr Lukashenko son sambistas. Para algunos, se trata de la disciplina de combate humano con más información y detalle que jamás ha existido. Lo que ya se conoce menos es que entre los sambistas más famosos de la historia se encuentra el español José Antonio Cecchini (Oviedo, 1955), actual catedrático de Educación Física de la Universidad de Oviedo.
El apellido de su familia llevaba el ADN deportista. Si no, no cabe otra explicación para que todos los hermanos de una familia de seis hijos consiguieran medallas en los deportes que practicaban. El mismo José Antonio reconoce a Jot Down Sport que ese gen deportista existe entre los suyos: «Yo soy deportista porque nací en esta familia de deportistas, si hubiese nacido en otra distinta, seguramente sería otra cosa». Pero quita importancia a su caso particular, dice que esto pasa en muchas familias y que es más corriente de lo que imaginamos. Los Cecchini fueron quienes introdujeron las artes marciales en Asturias. También el sambo, que empezaba a practicarse en algunos gimnasios, como el que ellos montaron en su ciudad.
Gracias a su hermano Juan, hoy podemos contar la historia de José Antonio: «Él empezó con las artes marciales. No era el mayor. Ese era Carlos, que, sobre todo, hacía piragua». Aunque todos hacían un poco de todo. Entre risas, Cecchini cuenta que en unos campeonatos de España, los cinco hermanos, que se presentaron en distintas categorías, se proclamaron campeones nacionales.
Fue en Teherán, en el año 1970, cuando José Antonio probó el veneno del sambo: «Mi hermano Juan viajó hasta Irán para competir en los primeros Campeonatos del Mundo de Sambo. Cuando vimos lo que sucedía allí, todos nos decidimos a practicarlo». Este mismo hermano, que comenzó haciendo gimnasia deportiva, tuvo que retirarse muy joven por una lesión en las muñecas. Todos entrenaban en el gimnasio Takeda, dueño de «un japonés que aterrizó en Asturias». A partir de ahí, la familia comenzó a popularizar este deporte de combate. Fue un boom, recuerda nuestro protagonista. Todos los colegios comenzaron a practicar judo y sambo. A partir de ahí, los Cecchini montaron un gimnasio de dos mil metros cuadrados en la capital asturiana que participó activamente en la divulgación y difusión de las artes marciales en el principado.
El sambo, por su naturaleza y porque ya no los advierte Cecchini antes de comenzar la entrevista, se asimila a otros deportes de combate. Por eso es muy común ver a sambistas que también son judocas y viceversa. José Antonio alcanzó mucho éxito en la primera disciplina rápidamente: fue campeón de la Copa del Mundo en 1977 y de los campeonatos mundiales en 1979 y 1981. Pero él quería ser deportista olímpico y, hasta hoy, es imposible asistir a unos Juegos para competir en sambo. Se cambió al judo.
«Son deportes parecidos. Vamos a decir que el sambo es tenis en tierra batida y el judo en pista rápida; el sambo se practica en un tapiz más lento y el judo en uno más rápido. Apenas hay diferencias por lo demás. La base de estos deportes es siempre la misma: derribar al oponente sin que él lo haga contigo», dice. El mal funcionamiento de la federación de judo lo empujó a prepararse los Juegos en Tokio.
En deportes donde es obligatorio dar el do de pecho siempre, como el tenis, es imprescindible entrenar y enfrentarte a los mejores para subir de nivel. No vale con ser el mejor de tu pueblo si allí no hay nadie que deportivamente merezca la pena. Por eso se fue Cecchini a Japón, para adquirir competitividad y acostumbrarse a las exigencias de la élite. Cuenta que el día que llegó al país del sol naciente junto a su compañero y amigo Josele Campos, descubrieron las camas nicho. «Ahora las conoce todo el mundo, pero aquello nos chocó de primeras. Luego alquilamos una casa a la que tuvimos que comprarle muchas cosas. ¡En Japón no hay muebles!».
Para rendir al mayor nivel y optar a medalla, Cecchini y Campos entrenaban todo el día. Por las mañanas en un gimnasio de la policía y, después de comer, en uno universitario. Aprendió mucho de la experiencia, pero creía que los entrenamientos serían diferentes: «Esperaba ejercicios más técnicos, más “teoría”. La realidad es que allí sonaba un gong y, cada cinco minutos, había un cambio de pareja. Tú ibas luchando con uno y luego luchabas con otro. El sensei saludaba y a pelear. No había enseñanzas. Era un gong y, perdona por la expresión, a hostias», recuerda entre risas.
La anarquía del judo japonés, más natural, cambiaba por completo a lo que acostumbraba a ver en Europa, donde lo primero que se aprende es la técnica. De allí vino fortísimo, muy bajado de peso, lo que le valió para quedarse con la miel en los labios en el mundial de judo que había previo a los Juegos. Perdió contra el francés Michel Sanchis en la final, aunque confirmó su clasificación olímpica. De Japón siempre guardará un buen recuerdo, admite. El orden, la cultura de la educación, de la minuciosidad y el respeto exquisito hicieron de su Erasmus particular una experiencia provechosa.
Tras el Telón de Acero
Los Juegos Olímpicos de Moscú 1980 estuvieron marcados por el boicot internacional encabezado por los Estados Unidos en el marco de la Guerra Fría. Hasta sesenta y siete delegaciones secundaron la protesta y decidieron no participar. Una competición celebrada en un país hermético, como reconoce Cecchini: «Se hablaba mucho del boicot en los meses previos, es cierto. Pero, una vez allí, ya estás a lo tuyo. El país ya era cerrado de por sí. Cuando llegábamos, quedábamos completamente incomunicados. Ahora te parecerá imposible porque puedes coger un teléfono, pero en aquella época ocurría. Los viajes eran larguísimos, además».
El país lo recuerda triste, dice, «la gente iba a hablar contigo con la intención de que los ayudaras económicamente». Y cerrado. Aunque también guarda anécdotas con su compañero Josele Campo. En una ocasión, antes de los Juegos, se encontraban en la Plaza Roja, esperando un vuelo para Japón. Encontraron una gran fila que iba hacia un lugar que no conseguían ver bien qué era. Se colocaron allí y les sorprendió que todo el mundo estuviera en silencio, así que se pusieron a contarse chistes: «Y vino un policía a reñirnos. Nos callamos y seguimos para adelante sin más. Cuando accedimos al interior del edificio y acabamos la cola, ¡estábamos frente al mausoleo de Lenin! Pasamos por delante de él y nos largaron a los quince segundos. ¡Fíjate!, tres horas para quince segundos», recuerda entre risas.
Algunas disciplinas deportivas se vieron más afectadas por la no participación de las casi setenta delegaciones. Sin embargo, la suya no. El judo era practicado por muchos deportistas del bloque del Este. Él también era uno de los nombres con más opciones de medallas. De hecho, recuerda que, en los programas de mano que se distribuyeron antes de comenzar el campeonato, él figuraba como una de las opciones reales de medalla.
En el primer combate le tocó con Michel Sanchis, el mismo judoca contra el que perdió en la final del Campeonato del Mundo. Esta vez, pasó Cecchini. Había superado al más difícil en primera ronda y, después del debut, hasta él mismo se vio con opciones de pódium: «Me había quitado al mejor nada más llegar. Vi el cuadro y pensé que tenía un lado fácil. Realmente, me vi con la medalla colgada». Sin embargo, acabó la primera pelea con una contractura muscular en la espalda tan fuerte que apenas podía moverse con ella. Hasta Moscú, se habían desplazado con él José Narruza, su entrenador, e Ignacio Sampa, otro judoca. Nadie más. El fisio que debería haberle arreglado ese contratiempo muscular no estaba. Problemas de los deportes minoritarios.
«En vista de que la contractura no mejoraba, me acerqué al entrenador soviético y le pedí un fisioterapeuta. Me lo envió sin pensarlo, pero llegó tarde. Cuando llegamos a que me tratase, ya me estaban llamando para competir. Pensé en si presentarme o no. Al final, lo hice. Pero fue para nada, no podía pelear. Me dolía muchísimo». Perdió contra el yugoslavo Slovka Obadov. La desilusión por no sentirse debidamente acompañado –¡le faltaba nada más y nada menos que un fisioterapeuta en unos Juegos Olímpicos!– que decidió retirarse de la élite. Además, muchos de sus competidores fueron sancionados por dopaje, lo que hizo que la desmotivación aumentara con el tiempo. Se fue en su mejor momento, cuando se veía más fuerte. Se dio cuenta de que tenía que luchar contra un monstruo para cubrir sus expectativas deportivas con el judo o con el sambo.
Al menos, tras su eliminación, aprovechó para quedarse en los Juegos y vivir espectáculos deportivos que siempre guardará en la memoria. No pudo estar en la ceremonia inaugural ni hacer el desfile con la delegación española, pero asegura guardar grandes recuerdos de las jornadas de convivencia en la villa olímpica.
Estuvo a punto de ser profesional en el Oviedo
Dentro de la importante nómina de deportes que Cecchini practicó en su juventud a alto nivel está el fútbol. Asegura que, además de judoca y sambistas, se siente un poco futbolista. Jugó en el Real Oviedo y llegó hasta el segundo equipo, el Vetusta. No llegó a más porque once dioptrías le impedían ver correctamente. «El judo no me daba esos problemas porque no había mucho que ver: te agarras y a pelear», asegura en tono risueño. Lo dejó con quince años, cuando tenía serias dificultades para localizar el balón. Cuatro años más tarde llegaron las lentillas y se reincorporó, pero ya había perdido mucho tiempo.
A los problemas de vista se sumó, además, la toxicidad con la que se vive el balompié. Así lo llama, «toxicidad»: «Dejé el fútbol porque no entendía cómo, nada más salir al césped, lo primero que oías era un “¡hijo de puta!” por el hecho de ser del equipo rival». Las artes marciales, sin embargo, hunden sus raíces en unos valores de respeto al contrario.
Su último partido defendiendo la camiseta del Oviedo acabó, de hecho, en una pelea. Después de que un jugador contrario le escupiera en la cara, Cecchini, «involuntariamente», le hizo una técnica de judo. «Perdí la noción de lo que pasó, te lo juro. Me ha pasado solo dos veces en mi vida». Ambos fueron expulsados de inmediato y, lo que ocurrió a continuación de aquella trifulca, lo alejó aún más de los terrenos de juego: «Vino el utillero y me dijo que estaban pegando a mi familia en la grada, así que salí por el túnel y me uní a la pelea». Ese ambiente bélico lo acabó sacando de los campos para siempre a la edad de veintiún años.
Al final, deja la élite deportiva con veinticinco. Ahora, cuarenta y tres años después, tiene la sensación de podría haber aguantado más en caso de tener como obsesión una medalla olímpica. «Me queda esa espina», lamenta. Pero ya no tenía motivación, quería tener una vida de futuro y pensar en encontrar una profesión. En sus últimos años en el deporte, asistía a los campeonatos cuando se sentía bien físicamente, sin marcarse las fechas en el calendario. Reconoce que ya tenía otra mentalidad, entró a la universidad y decidió centrarse en los estudios.
¿Cómo nos vendrían unos Juegos?
José Antonio Cecchini conoce perfectamente cómo funciona por dentro nuestro deporte nacional. Por suerte para los que están ahora, asegura que ha evolucionado mucho desde que se retiró. Ahora sería complicado que un deportista no disponga de fisioterapeuta en todo unos Juegos. Y menos mal. Sin embargo, el nombre de España siempre ocupa posiciones de lo más discretas en los medalleros.
«No es casualidad que el boom del deporte español coincida con los Juegos Olímpicos de Barcelona. Por primera vez, aparecían patrocinadores a deportes minoritarios, becas para olímpicos, la posibilidad de compaginar deporte y carreras universitarias, plazas universitarias para deportistas de élite… cosas importantísimas». Ahora, unos Juegos en España, «serían un nuevo espaldarazo al deporte de alta competición, sin duda». Pero advierte que no estamos tan mal: «En mi época no, pero ahora siempre encuentras a un español como campeón mundial de cualquier cosa. Es verdad que necesitamos mejorar en los Juegos, pero estamos bien».
Esta conversación nos llevó a preguntarnos si nuestro deporte, además, estaba politizado. Para Cecchini, el deporte tiene una función de unir a la gente, no de lo contrario. «El deporte es un hecho social enorme e imposible de despolitizar. Cuando hay un campeón olímpico, ¿qué se toca? El himno del país. Hay política, por lo tanto. Es una quimera pretender lo contrario».
«El deporte no forma en valores»
Una de las sentencias más duras que defiende José Antonio Cecchini es que el espíritu olímpico, tan defendido y admirado, no existe. Ahora que es investigador, además, lo estudia a fondo: «Después de practicar muchísimo deporte, puedo decir que simplemente ir y hacerlo no te da valores como tal. El movimiento olímpico sustenta esa idea y no es cierta. En los años 80 empieza a investigarse y ya lo sabemos. Se necesita algo más».
El deporte en sí, asienta, es un elemento neutro. Lo malo es el deporte de competición enfocado a la obtención de resultados, donde vale casi todo para alcanzar el éxito. «Lo que te enseña, realmente, es a ser un poco cabrón, a saltarte las normas, a dar una mala patada. Esto no quiere decir que el deporte no pueda servir como un instrumento educativo, que, de hecho, sí que puede. Pero eso es más labor del profesor o del técnico, no del deporte en sí». La competición, tal y como está organizada en la actualidad, no forma en valores.
El fútbol es el deporte que más critica José Antonio. Pone a los espectadores en el foco de su crítica. El ambiente que se vive en muchos campos de fútbol base, definitivamente para él, va en dirección contraria de lo que debería ser un clima para que los chicos y chicas aprendan del deporte.
La universidad le dio una segunda vida
«Es cierto que a los deportistas nos asusta la retirada. Ten en cuenta que construimos una vida en torno a esto. La mía, sin ir más lejos, era entrenar todo el día. Cuando eso se acaba, piensas, ¿ahora qué? Hay que estar muy preparado para ello, debes pensar en un plan B», comenta Cecchini. Él tuvo la suerte de coger una llamada telefónica de su tía Lola, que vio un anuncio en La Nueva España donde requerían un técnico de deportes para la Universidad de Oviedo.
Se presentó, la ganó y fue ascendido en la jerarquía docente hasta convertirse en catedrático. Desde el año 1983 hasta ahora. Ahora ve los toros desde la barrera, como se dice. Aunque enseñar, lo que se dice enseñar, lo estuvo haciendo desde los catorce, cuando instruía a los alumnos más pequeños del gimnasio de artes marciales que tenían sus hermanos.
Desde que entró en la universidad, no ha vuelto a tener un lunes: «Me encanta mi trabajo. Podría retirarme ya y quiero estar con los alumnos hasta el último día». Su grupo de investigación se llama EDAFIDES (Educación Actividad Física del Deporte y la Salud) y, como él mismo reconoce –aunque esté mal–, son unas referencias internacionales en el ramo. Sus investigaciones se centran, sobre todo, en estudiar si el deporte educa: «Ya hemos hablado que el deporte solo no educa en valores. También sabemos que hacer ejercicio puede ser saludable y todo lo contrario. La conclusión es que lo importante es la persona que intermedia el proceso: los entrenadores y educadores. Ellos son los que van a determinar si el deporte va una dirección u otra».
A raíz de este punto, crearon el modelo DELFOS. Su objetivo es erradicar comportamientos violentos en jóvenes pertenecientes a grupos ultra en estadios de fútbol. «Es una cosa que parece muy distante y, a partir de eso, derivó en un modelo educativo. Muchas instituciones se han puesto en contacto con nosotros para importarlo. Hace poco fui al Senado para hablar cuando salía la Ley del Deporte. Llevamos tres años formando entrenadores de distintas disciplinas; hay que saber cómo transmitir valores con el deporte», sentencia.
Cecchini seguirá instruyendo a sus alumnos, como hemos dicho, hasta que no tenga otra opción que jubilarse. Con este último paso, cada vez más cercano, se retirará de las aulas uno de los deportistas más completos y desgraciadamente menos conocidos de la historia del deporte español.
Gran profesional y mejor persona
Como esta gente necesitamos muchos en este pais
Estupendo artículo. Tengo el placer de conocer a Cecchini. Es un buen profesional y mejor persona. Bajo su dirección de deportes en la Universidad de Oviedo, el equipo de atletismo, del que yo era capitán, alcanzó su máximo nivel, entre otras cosas, gracias a su apoyo.
Para mi es un refente en todos los sentidos: deportivo, educativo y personal.
He competido con el en judo…..era una columna…..jaja….de hormigón.
Final 24 horas del deporte Oviedo 1979…..categoría Open….na que hacer jajaja
Sus hermanos y el hicieron una importante labor acercando el judo a todos los rincones de Asturias. Su cercanía, su desbordante alegría y su concepto de la amistad sigue presente en cuantas personas les trataron.
Posiblemente la persona más destacada de la educación física y deportiva de Asturias
Deportista excelente, académico riguroso, perona buena y ejemplar. Altas capacidades en estado puro orientadas al comportamiento ético.
Gran familia, sus padres y sus hermanos a quienes conocí cuando era niño. Buenas personas y grandes deportistas.