El estadio como metáfora de la existencia: «contenedor de las miserias, contenedor de los sueños». Así lo definió Antonio Agredano en En lo mudable, el libro de la colección de Hooligans Ilustrados dedicado a su Córdoba. En el último capítulo, sobre el ascenso de 2014, sobre aquel partido inolvidable para Las Palmas y para el Córdoba, escribió: «Pasa en la vida, a veces, que cuando uno menos espera crece del estiércol la felicidad». Pasa en la vida, a veces, al revés también.
«Fue el peor día de mi vida, tanto en lo deportivo como en lo personal», reconoce el canario Aythami Artiles (Arguineguín, 1986) cuando desanda el camino hasta el 22 de junio de 2014. Hace justo diez años. «Sí, sí, sí, totalmente. Es el peor sin duda», escupe Momo Figueroa (Las Palmas de Gran Canaria, 1982). «Fue un palo tremendo, histórico, muy duro. Creo que el peor momento del mundo del fútbol», añade. El equipo amarillo, semifinalista del playoff el año antes, se volvió a clasificar para la promoción in extremis: con un gol de Asdrúbal Padrón en el minuto 89 de la última jornada que dejó sin billete al Recreativo de Huelva.
Si Las Palmas fue sexto el Córdoba fue séptimo, pero entró en el playoff porque el Barça B de Eusebio Sacristán, tercer clasificado, no podía jugar la promoción. Subieron de forma directa el Eibar, por primera vez equipo de Primera, y el Deportivo de la Coruña, ya sin Juan Carlos Valerón: en verano de 2013 había vuelto a casa, a Las Palmas. En semifinales el equipo canario sometió al Sporting de Gijón por un doble 1-0, con tantos de Carlos Aranda en el Estadio Gran Canaria y de Asdrúbal en El Molinón, y el Córdoba apeó del Murcia, descendido administrativamente a final de curso: 0-0 en la ida y 1-2 en la vuelta, con dianas de Pedro Sánchez y Raúl Bravo.
La final del playoff se inauguró con un 0-0 en El Arcángel, en Córdoba, el jueves 19 de junio, que dejó el eliminatoria por decidir en la vuelta: el domingo en Las Palmas. El técnico canario, Josico Moreno, exfutbolista del Albacete, Las Palmas en dos etapas, el Villarreal y el Fenerbahçe, formó de inicio con Barbosa; Ángel, Aythami, Deivid, Xabi Castillo; Javi Castellano, Apoño; Nauzet Alemán, Valerón, Momo; y Aranda.
Chapi Ferrer, incorporado por el Córdoba a mediados de curso para relevar a Pablo Villa con la única experiencia de haber entrenado al Vitesse neerlandés, dispuso un once titular con Juan Carlos; Gunino, Iago Bouzón, Raúl Bravo, Pinillos; Abel Gómez, López Garai; Pedro, López Silva, Nieto; y Uli Dávila. Las Palmas no jugaba en Primera desde el año 2022. 12 años atrás. El Córdoba, desde el año 1972. 42 años atrás.
Afirma Juan Carlos Martín (Guadalajara, 1988), el portero blanquiverde: «Ellos tenían un equipazo y lo lógico hubiera sido que subieran directo. Nosotros íbamos un poco de tapados porque no teníamos un equipo como el suyo a nivel de futbolistas. Fuimos ahí con la ilusión de intentar subir, pero había muy poca gente que creyera en nosotros. Nosotros sí que creíamos que podíamos hacerlo, pero mi sensación era que incluso dentro del club había muchas dudas. Mucho escepticismo. Que después de empatar en casa en Las Palmas nos iban a calentar. De hecho el club no tenía preparado ni el viaje de vuelta a Córdoba justo después del partido en caso de ascenso porque no creían que fuéramos a ascender. En plan: ‘Como no van a subir nos ahorramos el dinero del chárter y ya volverán mañana»».
Creer en el gol
Y el tema acabó de complicarse con el 1-0, de Apoño en el minuto 47. Antes del descanso ya habían acariciado el gol Nauzet Alemán, con un disparo al palo, y Momo, objeto de un claro penalti no señalado de Raúl Bravo. Con el paso de los minutos el Córdoba se fue al ataque en busca del 1-1: los goles a domicilio aún valían doble en caso de empate. Pero no llegaban las ocasiones. Y si llegaban, de hecho, eran locales. Escribió Agredano: «Un gol del Córdoba era suficiente, pero nadie creía en el gol como no se cree en el amor tras una dolorosa ruptura». «Estábamos tranquilos. Ya lo teníamos», afirma Aythami apenado. La espina sigue clavada, dentro.
Cuenta Abel Gómez (Sevilla, 1982), el capitán de aquel Córdoba: «La primera parte fue más igualada, pero en la segunda ellos fueron superiores e incluso pudieron ampliar el marcador. Estaba más cerca el 2-0 que el 1-1». El partido no estaba controlado, sino acabado. «Y justo en el peor momento empezó a saltar la gente al campo», afirma.
A los 40 segundos del tiempo añadido, tres minutos, un grupo creciente de aficionados empezaron a descolgarse desde las gradas y a cercar el verde: saltaban para invadir el campo para celebrar el ascenso, pero apenas había comenzado el añadido. Momo, relevado en el minuto 81, vio la escena, inédita, surrealista, desde el banquillo: «Me decía que no podía ser, que no podía ser, que eso no era verdad. Estaba en estado de shock». Juan Carlos lo vio desde la portería del Córdoba: «De repente empecé a ver gente descolgándose de las gradas, saltando a lo que era el foso, la pista, el campo. Estaba flipando, porque estaba claro que no eran una o dos personas. Había mucha gente, muchísima».
El País habló de 200 personas, en una crónica titulada Ascenso del Córdoba con escándalo, pero parecen muchas más por las imágenes. Después se supo que se abrieron las puertas exteriores del estadio a falta de cinco minutos por el final. Continúa Abel: «Recuerdo esa situación como si estuviera viviendo un sueño dentro de un partido de fútbol. En ese momento no sentí miedo, pero sí una sensación de desconcierto, de incertidumbre, de decir: ‘¿Qué pasa aquí?’. Fue surrealista». Añade Aythami: «Fue algo increíble para mal. Para mal. No lo puedo explicar». La megafonía rogaba a la afición que se abstuviera de saltar al campo. Porque «está prohibido y perjudica a la UD Las Palmas».
La invasión de campo más vista de la historia
La gente corría alrededor de las líneas de cal o incluso por dentro y saludaba y gritaba ante las cámaras. El comentarista avisaba: «Esto no ha acabado todavía. Un gol ascendería al Córdoba». El vídeo de la parte final del encuentro tiene más de dos millones y medio de visualizaciones en YouTube. Cumplido el minuto 91 la pelota salió por fuera de banda y un chaval con la camiseta en la mano y el pelo teñido de amarillo hizo un par de toques. Acto seguido el árbitro, José María Sánchez Martínez, ahora en Primera, paró el partido. El cronómetro se paró en el minuto 91:29. A 91 segundos del éxito. Y con el cronómetro parado seguía saltando gente de la grada.
Los jugadores suplicaban a los aficionados que salieran del campo. Sobre todo Valerón, ya con la sudadera naranja del chándal e irritado como pocas veces. Y también el presidente del club, Miguel Ángel Ramírez: de tanta frustración por tanta impaciencia dio un puñetazo al lateral del banquillo. Sánchez Martínez reunió a los dos capitanes: Mariano Barbosa y Abel. «Nos dijo que la policía le había asegurado que no saltaría nadie al campo y que iba a retomar el juego para jugar los dos minutos que faltaban, pero que sí saltaba alguien más cuando se pusiera el balón en juego ya pararía el partido definitivamente y se suspendería», rememora Abel.
Juan Carlos recuerda verle con los ojos encharcados: «Recuerdo hablar justo antes de que se retomara el partido y decirle que íbamos a tener alguna y que él me mirara con los ojos vidriosos, como si ya se nos hubiera escapado todo». Retoma el hilo Abel: «Sí, sí. Lloré. En ese momento lo vi todo perdido». El sentido común dicta que si se hubiera suspendido el partido se hubiera tenido que retomar horas o días más tarde y sin público, pero la situación impedía pensar con claridad. «Ahí pensaba que por mucho que hubiera un cordón policial y la gente estuviera en la pista de atletismo en cuanto sacáramos alguien iba a saltar y se iba a suspender el partido. Y que si se suspendía el partido no se iba a retomar por un minuto y medio. Ahí lo vi todo perdido y lloré de la impotencia», añade el centrocampista andaluz.
Pero el parón, de más de siete minutos y medio, descolocó, desconcertó y enfrió a Las Palmas, según Momo: «Y ellos cogieron aire. Cogieron aire cuando ya estaban muertos». Lo certifica Abel: «Ese parón tan largo fue lo mejor que nos pudo pasar». Lo certifica Juan Carlos: «Nos dio la vida. Totalmente, al 100%. Ellos tenían el partido controlado y nosotros no éramos capaces de encontrar situaciones. Apenas estábamos creando peligro. Ya lo tenían en la mano, pero el partido no estaba acabado y ese parón nos dio la vida porque se fueron del partido. Es la sensación que tuve. Nosotros lo teníamos todo perdido, pero ahí vimos un hilo de esperanza». Y se agarraron a aquel hilo.
Perder la concentración en el partido
«Los jugadores pueden tener su parte de culpa, pero para mí lo que pasó fue algo muy circunstancial, debido a todo lo que ocurrió. Les incomodó muchísimo, les rompió y cambió el escenario. Nunca sabes lo que puede pasar en el fútbol y en la vida, pero estoy convencido de que si no se da esa invasión de campo difícilmente les podríamos haber hecho daño», reconoce Juan Carlos. Los diez minutos de parón fueron eternos, según Aythami: «Muy largos. Y después del partido también fue todo muy largo».
«A veces cuando nada anuncia una victoria, ni un solo indicio, ni una sola sospecha, llega el gol y ya después la felicidad ciega, desbordada y torpe. La nada o el todo. Que viene a ser lo mismo», escribió Agredano sobre ese gol: «Raúl Bravo tiró mal, Barbosa paró peor y Uli Dávila remató como pudo a gol. Y el balón entró como en los finales felices. Nadie lo creía, ni los nuestros ni los de ellos, ni los cínicos ni los iluminados».
Corría el minuto 92:20. Apenas 50 segundos después de la reanudación del duelo. Mastica Aythami: «Ese momento no se lo deseo a ningún enemigo». Sigue Momo: «No me lo podía creer. Pensé: ‘Que pite fuera del juego, algo, lo que sea’. Pero no. Todo el mundo se derrumbó». Todo el mundo se derrumbó: los locales de tristeza y los visitantes de alegría: ciega, desbordada y torpe. En el vídeo del partido se ve caer al suelo a Juan Carlos en un intento, sin éxito, de abrazar a Dávila. También se ve a Abel estirado en el césped, abrazado por Arturo Rodríguez y tapándose, con las manos, los ojos llenos de lágrimas.
Abel vio tan solo a Raúl Bravo, «demasiado», que pensó que deba ser fuera de juego. «Cuando Uli empuja el rechace es una sensación que es difícil de describir. Es de nuevo como estar viviendo un sueño y no saber si vas a despertar o no. A la vez corres, a la vez lloras, a la vez te tiras al suelo. No sé. Es casi imposible describir lo que uno siente en una situación así. El momento en el que entra el balón en la portería es el más eufórico de mi vida», admite el capitán.
Una jugada surrealista
Juan Carlos recuerda que la jugada del gol comenzó tras un despeje de Ángel que cayó en sus botas: «No sé cuantos pelotazos habrá pegado Ángel en su vida, pero no creo que sean muchos porque era un jugador con una calidad de la leche. Me llegó el balón y después fue una cadena de errores continua por su parte. Se notó que ellos perdieron un poco el hilo del partido porque fue una jugada muy defendible, pero las circunstancias hicieron que acabara así».
«Ese momento fue una locura. Lo más heavy que he vivido en mi carrera», reivindica. Prosigue: «Salí corriendo hacia el córner donde fueron todos y empecé a dar saltos y a gritar: ‘No se juega. No se juega. No se saca. No se saca’. Y de repente recuerdo ver otra vez a la marabunta de gente y a López Silva corriendo con dos aficionados detrás. Se puso detrás mío, como si yo le fuera a defender de la avalancha. Por suerte la seguridad llegó rápido y nos llegaron al vestuario porque ahí sí que ya saltó mucha gente. Muchísima. Mientras nos llevaban al vestuario yo lo único que hacía era mirar hacia el centro del campo para ver si estaba el árbitro». «Pero el árbitro ya no estaba», dice.
Sánchez Martínez y sus asistentes habían salido corriendo hacia el vestuario. No se pitó el final del partido. O por lo menos los jugadores no tienen constancia de ello. El gol fue en el minuto 92:20 y ya no se jugó más: no se sacó de centro, ante una invasión masiva. El resumen del partido muestra un miembro del cuerpo técnico del Córdoba que grita vamos y acto seguido vámonos, al vestuario. Ahí reinó durante unos minutos la duda de si habría que volver al campo para jugar los últimos segundos. Pero no. Y se desató la euforia.
Abel recuerda que algún jugador recibió alguna patada de camino al vestuario. Y Juan Carlos, contar cabezas por si estaban todos como en una excursión del colegio: «Xisco entró con su hermano: estaba en la grada y saltó porque vio que saltaba todo dios y pensó que le linchaban». Dice que la celebración fue «increíble», primero en el vestuario y por la noche en la misma isla de Las Palmas porque, efectivamente, el club no tenía ningún vuelo para regresar a Córdoba después del partido y celebrar el ascenso con la afición.
«Nos fuimos a la zona sur, a la zona de Maspalomas, la zona donde quizás hay más extranjeros, para encontrar la menor gente posible y así evitar problemas», explica. El día después fueron en avión hasta Sevilla y en AVE a Córdoba: «Cuando salimos de la estación nos subimos a un bus descapotable para la rúa. Miré la avenida y no se veía el suelo. Fue una locura. Algo increíble, muy bestia. La celebración fue algo totalmente desmesurado». «Es un día de los que nunca se te van a olvidar», concluye Abel.
Búsqueda de culpables del ascenso del Córdoba
Es un día de los tampoco olvidará nunca Aythami, aunque por el motivo contrario: «Cuando marcaron fui rápido a la portería, cogí la pelota y corrí hacia el centro del campo para sacar rápido porque el 2-1 nos valía. En el camino hacia el centro del campo me fui cruzando con un montón de gente, pero, claro, no era consciente de quien era esa gente. Esa gente eran aficionados. Cuando me di cuenta me detuve y me dije: ‘¿Esto qué coño es?’. Fue surrealista». Remarca que las personas que saltaron al campo son los culpables de lo sucedido. «Pasamos de tenerlo a perderlo, por un motivo que a día de hoy sigo sin poder explicar», asegura.
Después del encuentro Deivid culpó a los «retrasados» que privaron a la isla de hacer realidad su «sueño»: «No sé qué nombre ponerles a los de siempre, a los que vienen aquí a liarla, a emborracharse, a hacer el tonto, y estos han roto la ilusión de una isla». «Los partidos se pierden en la grada también. Hay gente que no sabe respetar: son una minoría, pero por ellos se perdió», afirmó el presidente. Xabi Castillo reconoció que los jugadores estaban «hundi-dos». «No he visto un vestuario igual. No hay palabras para describirlo. Yo no he vivido nada igual y tampoco lo voy a vivir. Sigo pensando que no ha podido pasar».
«Todo el mundo estaba muerto. Pero muerto, muerto», confirma Momo. «Fue un palo tremendo. No había visto nada igual», suspira. Recuerda gente que lloraba y gente que gritaba. «Pensaba que no podía ser verdad. No nos lo creíamos. No nos lo creíamos», dice. Recuerda que Ángel López decía que se quería retirar porque no quería jugar más al fútbol y que Macauley Chrisantus dio una patada a la pizarra. Valerón le riñó e intentaba poner orden. «Ahora te pones a contarlo e incluso parece gracioso. Le pegó una patada a la pizarra y el Flaco le riñó: ‘Estate quieto, que estas cosas no llevan a nada. Tranquilo’. Pero es que en ese momento ya todo daba igual. Fue horroroso», enfatiza.
Habla de un dolor muy grande, demasiado. De utilleros que recogían cosas del suelo entre lágrimas. Se sentó en el pasillo y mientras lloraba oía los gritos de los aficionados de Las Palmas que se peleaban entre sí: los de arriba con los de abajo y los de abajo con los de arriba. «Me sentía como en una película, como si no pudiera ser verdad», repite.
Volaron sillas y botellas de arriba a abajo y después de abajo a arriba. La lucha fratricida duró días, hasta el punto de que tuvo que salir el presidente a pedir «cordura» y poner fin a la caza de brujas. La Sexta entrevistó a un aficionado de los que bajaron al terreno de juego: «Pido perdón a todos los aficionados de la Unión Deportiva porque sé que lo hice bastante mal, pero todo tiene perdón de dios y no he matado a nadie. Si hubiera matado a alguien vale, pero todo tiene perdón de dios y no creo que merezca esto». Contaba que se había difundido su foto y su número de teléfono en las redes sociales y que había recibido decenas de mensajes: «Te mereces una paliza que no te reconozca ni tu madre».
Lágrimas por el ascenso
Cuando salió del vestuario buscó a su mujer y a sus hijos. «Mi hijo tendría un añito o dos. Cuando salí mi mujer lo tenía en brazos y me dijo algo así como: ‘Papi, al final no nos llevamos la copa, ¿no?’. Cuando me dijo eso rompí a llorar todavía más y le dije a mi mujer que se los llevara en el otro coche», explica. Regresó a casa con su hermano Héctor, también jugador del primer equipo: los dos llorando. Lamenta que lo que vivió Las Palmas es peor que lo vivió el Bayern de Múnich en la final de la Liga de Campeones de 1999 contra el Manchester United en el Camp Nou: «Es el palo más grande en el mundo del fútbol. No he visto nada igual».
En este mismo sentido Aythami recuerda una charla con Filipe Luis, buen amigo, justo antes de un partido en el Calderón posterior a la derrota del Atlético de Madrid contra el Real Madrid en la final de la Champions League 2013-2014. La del gol de Sergio Ramos en el minuto 93 para forzar la prórroga. «Comparábamos lo que nos había pasado a los dos y yo le decía que no es lo mismo una final de la Champions que que una isla entera se esté jugando subir. Cada uno lo verá a su modo, pero yo le decía que era peor lo mío y lo nuestro. Filipe Luis es brasileño: claro que lo siente y es un colchonero, pero es que Las Palmas es el club de mi vida y he mamado lo malo, el pozo, la mierda, Segunda B. Mi familia, mis amigos, mis hijos, mi pueblo, todo el mundo es de Las Palmas aquí. Creo que sentimentalmente fue más jodido», afirma Aythami diez años después.
Esa noche le pidió a su madre que se llevara a su hija a Arguineguín, a casa: «Sentía que necesitaba estar solo. Puse la tele, pero sin verla, puse el móvil en modo avión porque no paraban de llegarme llamadas y mensajes, y me bajé una caja de cervezas», relata. ¿Seis cervezas? «Ojalá fueran seis Fueron más. Fue un momento jodido. Me rio, pero fue un momento jodido. Era lo que quería hacer. Era lo que me pedía el cuerpo», admite. Estuvo realmente «jodido»: «Durante dos semanas me acostaba tarde, tarde y me levantaba temprano, temprano». Le costaba dormir y también salir a la calle: «Salías y la primera persona que veías te decía que joder que qué putada lo que había pasado y tal. La segunda te decía lo mismo y a la tercera ya la mandabas a la mierda. Si salías a la gente la gente solo te decía eso. Fue algo muy malo». Dice que pasó un luto.
Y después, paradojas
«Al final uno entiende que eso no era para nosotros y que por lo que fuera no era el momento. Y gracias a dios un año después se dio la vuelta a todo», asegura. A la tercera fue a la vencida, en el tercer playoff seguida: mientras el Córdoba descendía, colista con 20 puntos, Las Palmas ascendía tras superar al Zaragoza en la final. «Ese día me quité una mochila de 20 quilos y sentí que volaba. Lo merecíamos. Se lo había prometido a mi madre y a mi hija y fue como saldar una deuda. Fue un año maravilloso», apunta.
Cosas de la vida: en 2018 dejó Las Palmas y salió cedido al Córdoba. En su primer paseo por las entrañas del Arcángel se quedó mudo ante una foto de grandes dimensiones del gol de Uli Dávila. Él aparecía justo detrás, inmortalizada la incapacidad de llegar a evitar ese gol que produjo tanta pena y tantas lágrimas. «Les dije: ‘Esto hay que quitarlo, eh’».