Historia del baloncesto

La muerte de Valeri Goborov y el final del baloncesto en la URSS

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Valeri Goborov (Foto: Cordon Press)
Valeri Goborov (Foto: Cordon Press)

En agosto de 1987, Ted Turner decidió invitar a un combinado de jugadores soviéticos a Atlanta para participar en una serie de exhibiciones y entrenamientos junto a su propio equipo de profesionales. Se trataba de un hecho insólito: desde casi dos décadas atrás, la selección de la URSS acostumbraba viajar por Estados Unidos y jugar contra las universidades más potentes del país para medir su nivel de cara a futuros enfrentamientos en juegos olímpicos o campeonatos del mundo. Ahora bien, eso de integrarse en un equipo ajeno era algo nunca visto, ni siquiera imaginable tres años atrás.

Corrían los tiempos de la perestroika y Turner, propietario de los Hawks, magnate mediático y marido de Jane Fonda, presumía constantemente de sus buenas relaciones con el aparatchik soviético: suya fue la idea de instituir a partir de ese mismo 1987 el Open McDonald’s y suyo fue el dinero con el que se sufragaron en 1990 los llamados «Juegos de la Amistad» o «Goodwill Games», a celebrar en Seattle.

La visita de los soviéticos tenía varios objetivos: el oficial, destensar las relaciones deportivas entre ambas potencias tras dos boicots olímpicos consecutivos; el comercial, potenciar las citadas competiciones… y el ególatra, demostrar al mundo que Ted Turner era capaz de todo, incluso de llevarse a Gomelski de excursión y conseguir que la KGB dejara tranquilos a los jugadores al menos durante diez días. De hecho, el viaje se comparó con la gira de Jruschov por Estados Unidos en 1959, cuando Nikita y su mujer fueron recibidos con todo tipo de agasajos y solo mostraron un enérgico disgusto cuando se les prohibió visitar Disneylandia.

Había también otra cuestión en juego: la reputación de los Atlanta Hawks. Ningún equipo había sondeado tanto el mercado internacional y en especial el soviético como ellos. Aunque es cierto que en esos años las franquicias tenían rondas y rondas del draft para completar sus plantillas con verdaderas excentricidades, lo cierto es que los Hawks habían sorprendido al mundo con la elección de Valeri Tijonenko y Aleksandr Vólkov en junio de 1986. Llegaba el momento de que la gente los viera y entendiera las razones.

A su lado llegaron otros cuatro componentes de la selección soviética, entre ellos, Sarunas Marciulionis, drafteado ese mismo verano por los Golden State Warriors y auténtica estrella del equipo pese a haber volado bajo el radar casi toda la década, y el pívot Valeri Goborov, un hombre de 2.07, delgado, ágil y de apenas veintiún años que llevaba dos temporadas completando el juego interior del TSSKA de Moscú junto a Pankrashkin, Tkachenko y el jovencísimo Minaiev.

Goborov venía de hacer su debut internacional apenas dos meses antes, en el Eurobasket de Grecia. De él se decía que era el nuevo Sabonis como si el viejo Sabonis no fuera solo un año mayor que él. Con buena mano y una gran rapidez de movimientos, Goborov era un pívot atípico en la URSS por medir menos de 2.10, de ahí que siempre se dijera que su relación con Gomelski, un apasionado de las torres, dejaba mucho que desear.

Aprovechando precisamente la baja del zar lituano, Goborov se coló en la selección completando un torneo aceptable pero con una imperdonable mácula en su rendimiento: la URSS fue plata en aquel torneo, perdiendo contra los anfitriones en la prórroga por 101-103. La mayoría recuerda la exhibición de Nikos Galis (40 puntos), pero en realidad los dos tiros libres decisivos correspondieron al casi desconocido Kambouris, un pívot rocoso que cogió un rebote ofensivo clave a falta de cinco segundos en la cara del propio Goborov, al que le sacó la falta que decidió el partido.

Aquella jugada, aquel campeonato en general, resumían bastante bien lo que era el ucraniano: muy buena prensa, muy buena planta, momentos sueltos de una calidad extrema… pero bastante poca sangre. Verse apenas ocho semanas después en estas circunstancias, como invitado de honor junto a la élite de su país, debió de ser para él un gran alivio. No era la primera vez que Goborov visitaba Estados Unidos con sus compañeros —el año anterior le había metido 16 puntos a la Universidad de Duke y había disputado un espectacular partido contra los CBA All Stars de Phil Jackson, anotando 8 puntos— y casi todo el mundo intuía que no sería la última.

Los soviéticos se integraron a la rutina de los Hawks y llegaron a disputar un partidillo contra una selección de exjugadores. Turner obligó a Spud Webb, Dominique Wilkins, Antoine Carr, Doc Rivers, Jon Koncak y todas sus demás estrellas a interrumpir sus vacaciones y presentarse en el OMNI para hacer del evento algo más grande y mediático. Logró su propósito: apenas un mes después, el primer Open McDonald’s de la historia se presentó en la prensa casi como una cuestión de estado. Con el patriotismo sobreexcitado, los Denver Nuggets se impusieron 127-100 a la selección soviética. Aquel sería uno de los últimos partidos de Vladimir Tkachenko con la URSS. El máximo anotador, con veinte puntos, fue Goborov.

El camino a Seúl 88

Conviene recordar que la URSS no era un país, sino una decena o más de países bajo un mando común. De repente, salía un chico de 2.20 en Georgia del que nadie había hablado y se hacía con un hueco en la selección. El dominio total del TSSKA, el equipo del ejército, era cosa del pasado. Aunque en principio todos los jugadores acababan pasando por sus filas cuando tenían que hacer el servicio militar obligatorio —a Goborov le amenazaron con la cárcel si se resistía— lo cierto es que los lituanos cada vez encontraban más facilidades para quedarse a hacerlo en Kaunas y la posibilidad de que surgieran rivales en otros rincones de la URSS aumentaba.

La competitividad, por lo tanto, era extrema. Goborov había llegado, pero si quería mantenerse hasta los Juegos Olímpicos de Seúl, el gran objetivo de su generación, necesitaba algo más que halagos de la prensa occidental. En ese sentido, su temporada con el TSSKA le fue de gran ayuda: después de tres años de dominio del Zalgiris, los moscovitas aprovecharon la baja de Sabonis por lesión para hacerse con el título. Pese a la ausencia de Tijonenko, que, una vez acabado su compromiso con el ejército se volvió a su Alma Ata de toda la vida, aquel equipo aún contaba con verdaderos jugadorazos: Berezhnói, Vólkov, Lopátov, Miglinieks, Tarakánov… y los citados gigantes Minaiev, Tkachenko y Pankrashkin.

Con la duda de la participación olímpica de Sabonis, Goborov se convirtió en clave para el proyecto de Gomelski. Fue al preolímpico y anotó 8.2 puntos por partido, empezando a asumir responsabilidades, especialmente cuando a Aleksandr Belostenny, el otro pívot titular, se le cruzaban los cables. Con los scouts de la NBA alertados por la explosión de talento en Europa, Goborov fue uno de los más vigilados de aquel torneo. A los veintidós años, era por fin elegible en el draft y Bob Weinhauer, general manager de los Philadelphia 76ers, llegó a declarar: «Ni él mismo sabe hasta qué punto puede ser un excelente jugador».

En el momento de la verdad, sometidos por primera vez a la ansiedad de la limitación a tres rondas —aquel fue el primer y único año con ese sistema, al siguiente se reducirían a dos— los Sixers prefirieron no elegir a Goborov. Contemplaron la idea de hacerse con Marciulionis como agente libre, aprovechando que su elección por los Warriors había sido anulada porque el lituano ya había cumplido los veinitrés años, pero, suponiendo que lo tenía hecho con los Hawks de Turner, prefirieron dejarlo pasar. Un error como otro cualquiera.

En esas llegó septiembre y la selección viajó a Seúl con Sabonis en sus filas pero sin saber si el lituano tenía en mente jugar solo las eliminatorias, jugarse los juegos enteros o no jugar en absoluto. Su último partido databa de la temporada 1986/87, en la que, arrastrándose, consiguió llevar de nuevo al Zalgiris al título junto a sus inseparables Kurtinaitis, Iovaisha y Khomicius.

El primer partido fue contra Yugoslavia y Sabonis jugó. La derrota de la URSS ante los nuevos prodigios europeos no auguraba nada bueno, pero el equipo se rehizo, eliminó a Estados Unidos en unas semifinales históricas y acabó imponiéndose a los yugoslavos en la final. Con Sabonis y Belostenny acaparando minutos, más las aportaciones de Vólkov y Tarakánov como ala-pivots ocasionales, lo cierto es que el torneo fue un pequeño paso atrás en la progresión de Goborov. Apenas promedió cinco puntos por partido y no jugó ni un minuto de la final. De hecho, su última canasta del torneo llegó en cuartos de final, contra Brasil. Tocaba reinventarse.

La diáspora soviética

El oro olímpico y la decisión de la FIBA y el COI de admitir a partir de 1990 a jugadores «profesionales» en las selecciones nacionales hicieron que las puertas se fueran abriendo poco a poco para las estrellas soviéticas. Todos ellos, eso sí, tuvieron que esperar un año jugando la liga soviética y cruzando los dedos para que las autoridades no dieran marcha atrás en sus planes reformistas. Aquel año, el título fue, sorprendentemente, para el Budivelnyk de Kiev —históricamente conocido como Stroitel— por primera vez en su historia. Aquel había sido el equipo de Tkachenko hasta su marcha al TSSKA a principios de los ochenta y contaba en sus filas con Belostenny y Aleksandr Vólkov, una vez terminado también su servicio militar en el TSSKA.

La pérdida del título fue un palo para Goborov y compañía. Aquel era un equipo extraño, con una mezcla que no acababa de cuajar de jugadores algo pasados ya de forma y jóvenes aún demasiado inexpertos. Aun así, sin un Sabonis en el horizonte —el lituano seguía con sus lesiones recurrentes, jugando lo justo y sumido en algo parecido a una depresión— pocos pensaban que el título podía escaparse. Aquel fue el último año antes de la gran evasión: en cuanto acabó la temporada 1988/89, casi todas las estrellas soviéticas se pusieron a firmar contratos como locos: Vólkov y Marciulionis se incorporaron a los Hawks y los Warriors, respectivamente; Sabonis y Homicius prefirieron la tranquilidad —y el dinero— del Fórum Filatélico de Valladolid, Belostenny fichó por el CAI de Zaragoza y Kurtinaitis por el Brandt Hagen alemán. Tikhonenko, Tarakánov y Tkachenko esperaron al año siguiente para probar suerte por Europa.

¿Y Goborov? Sorprende que el considerado por muchos como el gran jugador del futuro no recibiera ninguna oferta de entidad. Después de haber sido rechazado por la NBA el año anterior, su objetivo era jugar un buen Eurobasket en Zagreb y conseguir así un contrato decente en alguna liga europea. La primera parte la completó a medias: en lo que sería el último campeonato de la URSS como tal —es decir, con sus jugadores lituanos—, Goborov se consolidó como suplente habitual de Sabonis, a menudo por delante de Belostenny, y rozó los 10 puntos por partido… pero el equipo volvió a fracasar de manera completamente inesperada.

Si perder contra Grecia en 1987 ya había sido una sorpresa mayúscula matizada por el hecho de que Galis y compañía jugaban ante su agitado público, hacerlo en semifinales dos años después se salía de toda lógica. Es verdad que aquel equipo estaba mentalmente a otra cosa: su país se descomponía, sus carreras estaban a punto de volver a empezar de cero, las tensiones nacionales hacían difícil la disciplina y el convencimiento habitual… pero tener que conformarse con un bronce no estaba en la mente de los campeones olímpicos. El escolta del Aris les volvió a meter 45 puntos y la URSS perdió de nuevo in extremis, 81-80, con 6 puntos de Goborov. Escaso bagaje para alguien llamado a ser un dominador.

El maldito túnel de la Plaza Gagarin

Fue un verano largo para Valeri Goborov. Esperó ofertas pero no recibió ninguna o al menos ninguna interesante. Se dice que Gomelski se lo quiso llevar a Tenerife, pero es muy improbable: ni Gomelski había demostrado nada en Tenerife que justificara esa inversión ni Goborov iba a salir de Moscú justo cuando «el Zorro Plateado» estaba ya con un pie en la calle. El por entonces llamado Tenerife Número Uno llevaba años coqueteando con el descenso y lo consumaría en 1991.

Goborov se preparó para un año más en el TSSKA y un previsible título de liga ahora que —por fin— todos sus rivales habían perdido a sus grandes referentes. Sin embargo, el 7 de septiembre de 1989, con la temporada ya empezada, un coche se adentró a toda velocidad en el túnel de la Plaza Gagarin justo a la altura de la Avenida Lenin. Pronto perdió el control y chocó contra uno de los muros protectores, un golpe brutal que hizo que incluso el motor se incrustara en el asiento del conductor.

Era el coche de Valeri Goborov y su muerte se confirmó a las pocas horas. Según la policía, se habría dormido al volante. Eran las cinco y pico de la madrugada y el verano acababa en Rusia. Su muerte conmovió a todo el baloncesto europeo. A los veintirés años, parecía claro que aquel supuesto sucesor de Sabonis nunca sería ni la mitad de lo que era el lituano, pero aún podía ser un jugador muy aprovechable, una de las referencias a seguir a lo largo de los años noventa. El accidente precedió en dos meses al que acabaría con la vida, en circunstancias muy similares, de Fernando Martín en la M-30 madrileña.

La tragedia de Goborov fue en parte el inicio del fin del baloncesto soviético. Aquella liga 1989/90 la ganó, como era previsible, el TSSKA con cierta facilidad. Tras la declaración unilateral de independencia de Lituania, sus jugadores se negaron a acudir a la convocatoria de la URSS cara al Mundial de 1990 en Argentina. Con Sokk, Vólkov y Tikhonenko como estrellas, los soviéticos aún conseguirían una muy meritoria medalla de plata ante la gran Yugoslavia de Petrovic, Kukoc, Radja, Divac y Paspalj, entre otros.

La selección de baloncesto de la URSS, oro olímpico en Seúl 1988.
La selección de baloncesto de la URSS, oro olímpico en Seúl 1988. Foto: Getty.

Fue el canto del cisne de la selección más poderosa de la historia del baloncesto FIBA. Las repúblicas bálticas consiguieron por fin su independencia formal, el país se vino abajo entre golpes y contragolpes y la selección se hundió lamentablemente en la clasificación que daba paso al Eurobasket de 1991, en Roma, cayendo contra Francia en casa en el último partido pese a que los franceses no se jugaban nada. Aquel fue, ya definitivamente, el fin de una época y el principio de otra: el de la mágica Lituania y la correosa CEI que a punto estuvo de colarse en la final de los Juegos de Barcelona 92.

Se acababa así el mito del uniforme rojo ajustado con las letras CCCP cruzando el pecho. Los bigotes y las melenas. Los pivots de 2.20 y espaldas deformes. Las plegarias de NBA no siempre atendidas. Tras la muerte de Goborov llegaría, cuatro años después, la de Pankrashkin, completamente desahuciado, en la pobreza más absoluta y alcoholizado hasta la cirrosis. Algunos se adaptaron muy bien al capitalismo —como el «coronel» Tarakánov— y otros no tuvieron tanta suerte —Tkachenko acabó de telefonista en un radio-taxi—. El pasado no bastaba para pagar las facturas del presente. El futuro esperaba impaciente.

3 Comments

  1. Carl8smo

    Espléndido

  2. A veces las historias mas interesantes son aquellas que escapan de los focos y quedan en el espacio de los claroscuros

  3. Muy buen articulo. Un par de detalles:

    – Sabonis tambien fue elegido por los Hawks en el draft en 1985 (puesto 77), pero la eleccion fue anulada por su edad (tenia menos de 21 años).

    – Goborov y Pankrashkin eran como hermanos y su muerte tuvo un efecto devastador en Viktor, siendo la principal razon de que se dejase morir de tubreculosis. Hay un articulo de Jotdown sobre el:
    https://www.jotdown.es/2022/02/viktor-pankrashkin-final-de-la-urss/

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