Las figuras de Rafael y Concepción de Pablo Romero, su esposa, atrajeron a la iglesia y sus alrededores a una auténtica multitud la tarde de sus exequias. Las directivas de la S. D. Indautxu y del Athletic Club acudieron al templo de Nuestra Señora de las Mercedes de las Arenas para presentar por última vez sus respetos a uno de los integrantes más decisivos de la historia de los dos clubes más importantes de la capital vizcaína. Era el 6 de diciembre de 1953, dos fechas después de la tragedia aérea de Somosierra.
Un avión de la hoy extinta compañía Aviaco, procedente de Bilbao y con destino Barajas, se estrellaba contra la sierra Cebollera la Vieja a poco menos de cien kilómetros de Madrid. La causa: un remolino de viento ante el que nada pudo hacer el empeñado piloto. La pequeña localidad madrileña de Somosierra veía alterada su habitual tranquilidad ante semejante situación.
Luego de mucho trabajo a mil ochocientos metros de altitud y con la dificultad añadida de la importante capa de nieve que cubría la montaña, el recuento señaló que eran veintidós los fallecidos de entre los treinta y dos del pasaje. Entre los que dejaban este mundo, amén del matrimonio citado y de una pareja de recién casados, hallaron a la primera azafata española de la historia en morir por causa de un accidente de aviación.
Rafael, cuyo cuerpo inerte fue hallado abrazado al de su mujer Concepción, no era otro que Rafael Escudero Echevarría, un futbolista de un enorme nivel que jamás aceptó cobrar una moneda por vestirse de corto.
Nacido en el Botxo el 4 de noviembre de 1919, sus padres educaron a un mozo especialmente dotado para jugar cerca de la portería contraria. Estudió en el colegio de los Padres Jesuitas de Indautxu para posteriormente ingresar en la prestigiosa Universidad de Deusto, regida también por la Compañía de Jesús. Cuando llegó la Guerra Civil, Rafael tenía dieciséis años y ya destacaba con el balón en los pies.
Escudero no se conformaba con lo mal que pintaban las cosas en Bilbao tras el fin del enfrentamiento, él quería seguir jugando. Le apasionaba el fútbol. Así que se puso manos a la obra y consiguió que su amigo Jaime de Olaso le acompañara en la creación de un nuevo club de nombre idéntico a otro desaparecido hacía pocos años. Nacía —o renacía— la Sociedad Deportiva Indautxu. Pese a que Rafa provenía de una familia más que acomodada, nunca quiso echar mano del capital paterno.
Así las cosas, el Indautxu tuvo que pedir prestado durante mucho tiempo cualquier campo que estuviera libre para que pudieran recibir como locales a los contrarios. El debut del nuevo equipo de Escudero tuvo lugar el 8 de septiembre de 1940 disputando el choque como local en el campo de San Fausto y derrotando a la Cultural de Durango. En poco tiempo aquel nuevo Indautxu que se movía por el fútbol regional se fue convirtiendo en un conjunto muy valioso, siempre capitaneado por un Rafa Escudero que asombraba tanto por su valía técnica como por su facilidad para ver puerta.
Pasados los dos primeros años era un clamor que el chaval tenía el nivel suficiente para jugar en primera división. Mas él no quería dejar su Indautxu. Cuando de Olaso y él rescataron de sus cenizas al club, lo hicieron para disfrutar con sus amigos. Esa era la mirada que Rafael tenía hacia el fútbol. No es que no le gustara enfrentarse a los mejores, ni mucho menos, pero anteponía la amistad, la camaradería y el entusiasmo natural a cualquier otro atractivo que pudiera tener el balompié de primerísimo nivel.
Su hermano Jaime, nacido en 1923, pasó a formar parte del club rojillo y entre ambos dominaban el juego interior de ataque. Rafael por un costado y Jaime desde el opuesto. El pequeño no gozaba del mismo talento que el bueno de Rafa, pero sí el suficiente como para que además de divertirse ayudara a dominar en los cuarenta los campeonatos vizcaínos de aficionados que conquistaron hasta en cinco ocasiones.
El Indautxu de los Escudero no solamente dejó una huella indeleble en la provincia de Vizcaya, sino que fue un equipo de los más importantes en el nutrido fútbol amateur español de aquella década. Fueron subcampeones del Campeonato de España de aficionados en 1942, 1947, 1948 y 1949, y campeones en 1945 en una magnífica final disputada en San Mamés ante el F.C. Barcelona aficionado, a quien derrotaron por un contundente 3-0.
Rafa era socio del Athletic Club y acudía siempre que sus ocupaciones futboleras se lo permitían a ver al primer equipo de Vizcaya, cuya historia le tocaba de cerca. Un hermano de su madre, Germán Echevarría, destacó como futbolista en San Mamés durante la segunda década del siglo XX. Su notable estilo hizo que le motejaran como «Maneras». El club rojiblanco sufrió —como tantos otros, pero quizá en especial— la pérdida de muchas de sus estrellas por causa de la contienda civil. Algunos habían dejado la península por causas políticas (sobre todo, aquellos que se enrolaron en la larga gira del Euzkadi) y otros simplemente colgaron las botas.
El Athletic era antes de la guerra el mejor equipo de España y al volver la actividad futbolística se vio obligado a hacer tabla rasa y partir casi de cero. La directiva rojiblanca organizó un torneo de equipos de chicos en edad juvenil procedentes de los pueblos de Vizcaya y solo así fue capaz de reclutar a futbolistas que con el tiempo se convertirían en leyendas del club. Poco a poco, las alineaciones del equipo se vieron nutridas de nombres como los de Zarra, Gainza, Lezama, Iriondo, Unamuno I y Panizo, que volverían a dar tardes de gloria y títulos a la parroquia de San Mamés.
Nada podía hacer presagiar que tras conseguir el doblete de Liga y Copa en la campaña 42/43, el Athletic fuera a verle las orejas al lobo nada más iniciarse la siguiente temporada. La 43/44 comenzó mal para los rojiblancos. Tan mal, que tras debutar con un empate a tres en Les Corts frente al Barcelona, el portero Lezama y el ariete Zarra tuvieron que dejar su puesto a José Antonio Barrie y José Luis Duque.
El alfa y el omega de la escuadra se iban al dique seco y les sustituían un guardameta con solo diez choques disputados cuatro años atrás y un delantero centro sin experiencia alguna en la máxima categoría. Los regidores bilbaínos tenían fresca en sus retinas la situación por la que había pasado el Real Madrid la temporada anterior y veían que necesitaban un puntal extra para afrontar la campaña.
El Madrid había quedado en décima posición en la Liga 42/43, un campeonato nacional liguero formado por catorce equipos en el que los dos últimos descendían directamente a segunda mientras que el undécimo y el duodécimo debían disputar la promoción con dos escuadras procedentes de la categoría de plata. Los blancos ocupaban la undécima posición a falta de siete jornadas aquel año y se libraron de tener que promocionar consiguiendo solo un punto más que el Espanyol al acabar el torneo.
Roberto de Arteche, recientemente elegido presidente del Athletic Club, y Juan Urquizu, el míster, no daban crédito a la situación que vivía el equipo después de las primeras siete fechas ligueras. Las bajas de Lezama y Zarra estaban causando una mella de tal calibre en el juego y los resultados del vigente campeón de Liga que ocupaban la penúltima posición en la tabla superando únicamente al Celta de Vigo tras una victoria, dos empates y cuatro derrotas. Algo insólito ante lo que había que buscar una solución con carácter de urgencia.
Así fue como tras unas aceleradas conversaciones entre el Athletic y el Indautxu (de tercera división), Rafael Escudero aceptó incorporarse a la disciplina del equipo de San Mamés con dos condiciones de obligado cumplimiento: que su paso al Athletic fuera a préstamo gratuito por lo que restaba de temporada y que él seguiría siendo un jugador amateur; no cobraría ni un céntimo, como hasta entonces.
Escudero entendía el deporte, o al menos el fútbol que él practicaba, como un divertimento muy serio en el que no tenía cabida pecunio alguno. A comienzos de los años cuarenta tampoco es que se ganase una barbaridad como futbolista de élite, pero una de las estrellas de la época podía llevarse a casa un sueldo cuatro o cinco veces mayor que el de un trabajador normal. Y eso, en la posguerra, era un dinero nada despreciable. Salvo para Escudero. Sencillamente, él no pasaba por ahí. El fútbol no se manchaba. Punto.
Su debut se produjo en San Mamés ante el colista Celta en la octava jornada, y tras el partido en el palco las sonrisas parecían comenzar a aflorar otra vez. Los leones se impusieron por 5-1 con dos tantos del recién fichado de la tercera división. La labor de Escudero fue impecable durante todo el campeonato, consiguiendo ocho goles en los trece encuentros que jugó.
Una lesión le apartó del equipo durante seis fechas en las que sus compañeros solo fueron capaces de ganar dos partidos y empatar otro. Al finalizar la Liga, los de San Mamés quedaron décimos —un puesto por encima de la promoción— con dos puntos de ventaja sobre el Espanyol de Barcelona. Rafael había resultado vital para que el Athletic Club no descendiera en una campaña en la que, además de los veintitrés encuentros que no pudo disputar Lezama y los cinco domingos en los que faltó Zarra, Urquizu asistió impotente ante la baja de Agustín Gainza en otros quince choques.
Con el calamitoso torneo de la regularidad terminado, comenzaron a disputar la Copa sin demasiadas esperanzas. Aun así, fueron eliminando al Barakaldo, al Arenas (con cuatro tantos de Escudero) y al Granada hasta llegar a unas semifinales en las que les esperaba el Atlético de Madrid. Una derrota por 3-1 en la capital de España se vio compensada con una victoria en Bilbao por 2-0 en la vuelta. Tres días más tarde se hubo de disputar un partido de desempate en el feudo del Barcelona, en el que se acabaron imponiendo los leones por 3-2 con un gol de Escudero que deshizo las tablas en el minuto noventa.
Sin apenas ocasión para recuperar el resuello, cuatro días después del desempate en Les Corts, los bilbaínos competían en la final copera de Montjuïc con un descansado campeón de Liga: el Valencia C.F. Primero Zarra y luego Escudero hicieron subir al marcador los dos únicos tantos de la final. Contra todo pronóstico la Copa regresaba a Bilbao, se impedía el doblete de los che y Escudero volvía a ser actor principal de la gesta.
Transcurridos los fastos correspondientes, Roberto de Arteche le ofreció, lógicamente, la continuidad a Escudero, pero este declinó la oferta. Él se quería volver con su hermano y sus amigos a la tercera con el Indautxu. Al fin y al cabo, ya había advertido a las dos partes que su cesión al Athletic iba a tener lugar por su amor al club rojiblanco y solo en comisión de servicio. Así que tal como llegó se fue, no sin antes acceder a que los de San Mamés le regalaran un reloj con la inscripción de campeón de la Copa del Generalísimo de 1944. Un souvenir que fue lo único material que se llevaría Rafa durante toda su carrera deportiva.
La siguiente temporada conquistó con su Indautxu el citado Campeonato de España de aficionados ante el Barcelona en San Mamés, y siguió jugando al fútbol siempre en su club hasta que un importante desencuentro con los regidores del Indautxu le hizo abandonar la práctica deportiva a sus veintinueve años. Ocurrió a finales de la temporada 48/49.
El F.C. Barcelona cumplía sus bodas de oro y como la final del Campeonato de España de aficionados la iban a disputar los culés y la S. D. Indautxu, quisieron los catalanes que el partido tuviera lugar en su feudo para que formara parte de las celebraciones de los cincuenta años del club catalán. El Indautxu accedió a jugar en Les Corts a cambio de cien mil pesetas de la época y aquello encendió los ánimos de Escudero.
Tras unas acaloradas reuniones entre el club y el delantero, los directivos decidieron mantener la palabra dada al Barça y saltarse uno de sus principios fundacionales. Los hermanos Escudero no acudieron a la final al considerar que se estaba concediendo una clara ventaja a su rival a cambio de dinero, que como era más que sabido atentaba contra la manera de ver el fútbol de Rafa. El Indautxu perdió la final por un apretado 3-2.
El gran Escudero no volvió vestirse de corto y su hermano Jaime fichó una temporada por el Athletic y las dos siguientes por el F.C. Barcelona, si bien solamente saltó al terreno de juego en cuatro partidos de Liga con los primeros y cinco con los culés; Escudero II acabaría siendo médico analista en Bilbao.
Rafael Escudero falleció en el aquel vuelo del Bristol de Aviaco a la temprana edad de treinta y cuatro años siendo vicepresidente de Athletic Club. Fue un hombre de insobornables principios y resultó decisivo para que ochenta años después de su contribución al Athletic, el club de Ibaigane sea junto al Real Madrid y al Barcelona uno de los tres clubes que siempre han militado en la primera división.