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Larry Bird, el baloncesto que habría filmado John Ford

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Larry Bird
Larry Bird

Antiguamente, se hablaba de Boston como si fuese la Atenas de América. Sobraban héroes y batallitas relacionadas con la libertad de la nación. Sin embargo, en los 70 todo había cambiado mucho. Bastante. Digamos que Boston se parecía más a un campo de batalla con las líneas perfectamente trazadas. A un lado, el barrio Roxbury, negro, y al otro, South Boston, blanco.

El panorama era esquizofrénico. La leyenda de la ciudad de lucha por las libertades chocaba de bruces contra una realidad en la que la segregación racial era implacable. Cuando por fin los niños pudieron ir juntos a la escuela independientemente de su color, los buses escolares que pasaban por South Boston eran apedreados, les tiraban ladrillos, botellas. La apacible comunidad blanquita veía los cambios como una invasión.

En el otro lado, los negros observaban como sus hijos se iban a clase subidos en autobuses que tenían que ser escoltados por la policía. El cuadro tenía que ser para verlo. La escolarización de los niños se estaba percibiendo como un ataque a la identidad blanco-irlandesa, mientras las dotaciones de Roxbury eran postapocalípticas, tenían un mantenimiento nulo, las ventanas estaban rotas con todo medio en ruinas.

En las reyertas que se montaban cada vez que los niños se subían a los autobuses, un fotógrafo, Stanley Forman, captó una imagen sobrecogedora, Ted Landsmark, un abogado negro, era atacado por un blanco que estaba usando el mástil de una bandera de Estados Unidos a modo de lanza.  El simbolismo no podía ser más elocuente, aunque hoy suene a chufla con el trumpismo, aquellos días esa contradicción hería.

La agresión a Ted Landsmark

Pero esa era la realidad de la calle. Los barrios eran como ciudades-estado, la policía patrullaba como fuerzas de ocupación y las autoridades municipales capeaban el temporal como buenamente podían. La escuela de South Boston llegó un momento en el que parecía más una zona militarizada que un centro lectivo. Llegó a haber amenazas de volar los túneles que conectaban East Boston con el centro de la ciudad. En 1974, miembros del Ku Klux Klan llegaron a Boston desde el sur para dar su apoyo a los activistas racistas. No obstante, fueron rechazados por su ideología anti-católica.

Parte de la división tenía que ver con el urbanismo brutalista, el hormigón y las líneas rectas. Los arquitectos se cepillaron un barrio como Scollary Square que, desde mediados del siglo XIX, era el lugar de encuentro de todos los bostonianos, con sus tabernas y atracciones varias, tanto para las familias como para los marineros. En 1962 fue demolido sin contemplaciones y fue reemplazado por el Government Center, un símbolo de poder del nuevo Boston. El tiro salió por la culata. Les quedó un desierto de hormigón desolado donde antes había vida, comunidad.

La ciudad se partió en dos. Los vecinos con menos ingresos fueron desplazados hacia la periferia, entre ellos, la mayor parte de las familias afroamericanas. El drenaje de recursos puso la ciudad al borde del conflicto civil. Los negros veían cómo el Ayuntamiento directamente dejaba de invertir en sus barrios, las calles estaban completamente abandonadas y todo se iba a las apariencias del nuevo centro, que solo lo disfrutaban los turistas. Ciertamente, es una historia bastante contemporánea.

Todo este estado de decadencia, desigualdad y putrefacción moral, también tenía su reflejo en la cancha. En otoño de 1979 nadie se acordaba de los Boston Celtics. a gloria de los días de Bill Russell y Red Auerbach era solo eso: días pasados, un eco distante. Hasta que llegó un bigardo rubio de ojos azules procedente de Indiana.

Larry Bird cortocircuitó lo que se esperaba de un nuevo jugador. Era alto, desgarbado, y tenía más pinta de trabajador de los campos de maíz de Indiana que de estrella bajo los focos del parqué de Boston. Estaba claro que Bird no se parecía a los héroes de antaño ni a ninguno de sus predecesores. Sin embargo, el mozo tenía una determinación que iba más allá de las palabras. Fue, desde el principio, un jugador que no necesitaba hacer declaraciones grandilocuentes ni tener gestos tribuneros. Solo se dedicaba a jugar y, cuando lo hacía, el pabellón flipaba.

Al mismo tiempo, la ciudad necesitaba un elemento de cohesión. Algo que la sacase de una patética división étnica, pero también económica, origen siempre de los conflictos raciales. De repente, con el buen juego de ese chaval daba la impresión de que el equipo de la ciudad decadente podía dar al menos una buena noticia, aunque fuera en la sección de deportes.

Hay que entender que Bird era algo más que talento, era un arquitecto del baloncesto. Y al contrario de los arquitectos que habían convertido Boston en un solar, como un sacrificio ritual para mayor gloria de su ego, su imaginación, sus pases imposibles, sus lanzamientos desde dios sabe dónde, en lugar de complicarle la vida a la gente, se la alegraba.

Además, estaba hecho de la misma pasta que la cultura ancestral de la ciudad portuaria. Era un currante, un trabajador neto, solo pensaba en ganar, pero a través del sacrificio y una inverosímil mezcla de humildad y ambición desbocada. Bird no era carismático en el sentido tradicional. No tenía la sonrisa fácil de Magic Johnson, su rival en ciernes, ni al complexión física espectacular de un Julius Erving. Pero había algo más sutil y no menos interesante: autenticidad. Cada movimiento en la cancha, cada gota de sudor, hablaba de un hombre que se estaba dejando la vida por lo que estaba en juego. Para él, el baloncesto no era un espectáculo; era una guerra, una lucha constante por la excelencia.

Todo eso también salió a la calle. La ciudad que había perdido su ágora, su punto de reunión, cobró vida en los bares porque la gente acudía a ver a los Celtics y se lo pasaba pipa, se montaban buenas jaranas. Los niños, en la cancha de barrio, imitaban la extraña forma que tenía Bird de lazar al aro. De pronto, empezó a detectarse la señal de que algo bueno estaba pasando. En esos ambientes relacionados con los Celtics, se veía mezcla, negros y blancos. Sobre todo en los niños aficionados al basket.

Bird, sin quererlo, se convirtió en el rostro de esta transformación. Era el héroe que Boston necesitaba, aunque nunca se había propuesto serlo. En las entrevistas, hablaba con una sinceridad áspera, propia de alguien que no había olvidado sus orígenes trabajadores en French Lick, Indiana. «Solo juego para ganar», decía, y los bostonianos, acostumbrados a lidiar con las penalidades de toda clase, lo entendían. Había un punto muy cool para los habitantes de esa ciudad. Bird, como ellos, no pretendía ser genial ni perfecto, sino eficaz. Con eso bastaba.

Al mismo tiempo, la franquicia empezó a construir un equipo a su alrededor. Kevin McHale, Robert Parish, Cedric Maxwell fueron nombres que no tardarían en convertirse en leyendas por derecho propio. Con Bird al mando, los Celtics no solo ganaban, sino que lo hacían con estilo asombroso. Había una fluidez en el juego, algo que llevaba mucho tiempo sin verse por ahí. Para los fans, en el Boston Garden, el parqué parecía más brillante, las zapatillas rechinando en la madera parecían música. Los cánticos de los fanáticos sonaban más fuerte. Todo olía a lo que más le gusta a los estadounidenses, a redención.

La resurrección de los Celtics no solo fue un episodio deportivo, acabó siendo un fenómeno cultural. Su éxito se trató de instrumentalizar rápidamente para apagar el descontento de los desfavorecidos. Los eslóganes son conocidos: si trabajamos unidos todo irá mejor, bla, bla… Mira de lo que somos capaces gracias a la unidad… Pero baloncestísticamente hablando, había algo de cierto. El equipo era diverso, los jugadores tenían orígenes diferentes, hasta sus estilos de jugar eran distintos, y jugaban como un reloj. Algún periodista, como Michael Connelly en su obra Rebound, aprovechó para extraer una lección de todo aquello que era muy vendible: la unidad no significa homogeneidad, sino que las diferencias fortalezcan al todo.

Larry Bird y Magic Johnson
Larry Bird y Magic Johnson

Como con Cristiano Ronaldo y Messi en la década pasada, Larry Bird tuvo un rival a su altura en Magic Johnson. Su forma de jugar era tan distinta, incluso sus muecas eran tan diferentes, que parecían polos opuestos. Por un lado estaba el glamur de Hollywood, coronado con las sonrisas de Magic; al otro lado, en la otra costa, Bird en representación de los currantes, una filosofía contraria a la del mundo del espectáculo. El brillo de California frente a la sobriedad de Nueva Inglaterra.

Cada enfrentamiento de los Lakers y los Celtics alcanzaba una dimensión mística. Tuvo tanto significado que empezaron a aparecer en otro tipo de documentos más allá de la prensa deportiva, eran el reflejo de un Estados Unidos en plena transformación. La crisis postindustrial golpeó fuerte, primero, y Reagan hizo el resto después. Los trabajadores en declive frente al dinero fácil y en abundancia, las nuevas narrativas nacionales iban por esos derroteros. Sigue siendo igual hoy con las elites urbanas y la América blue collar y rural.

Encima, Bird hablaba como Terminator. En una ocasión, dijo «No estoy aquí para ser amigo de Magic, estoy aquí para derrotarlo». Los éxitos deportivos se contaron por títulos, pero la huella de Bird en la ciudad fue aún más profunda. No era una de esas figuras que se consumen en su propia vanidad con el paso de los años, era una roca, alguien inmutable. Un auténtico héroe de John Ford.

Bird no buscaba agradar, porque no lo necesitaba. No era un esclavo de la aprobación externa, como se empezó a exigir en el Estados Unidos de la revolución televisiva. Su verdad, brutal y sincera, hicieron de él un héroe antiguo para tiempos modernos. Incluso se podía hablar de un poso poético. Era un asceta del baloncesto. No le conmovían los aplausos ni la atención mediática, solo tenía una cosa entre ceja y ceja: Ganar. Siempre se le veía callado, silencioso, estaba pensando en eso, en lo esencial, en lo único: «cómo voy a ganar hoy».

Quizá hubo varias razones que explicaban esa mentalidad de samurái. Cuando llegó a Boston, no lo tuvo nada fácil. No le gustó a los veteranos, que le pusieron a prueba desde el primer día. Cedric Maxwell, por ejemplo, dijo que era «un blanco que no puede jugar». En 1979, en uno de los primeros entrenamientos, le hicieron cumplir con las normas no escritas del vestuario.

La rutina era muy simple: los novatos tenían que servir agua durante los entrenamientos. Un gesto simbólico, quizá, para recordarles su lugar en el orden jerárquico del equipo. Pero ese día, cuando le dijeron a Bird que le tocaba cumplir con la tradición, dijo que ni de coña: «Yo no he venido aquí para servir agua».

Larry Bird (Foto: Cordon Press)
Larry Bird (Foto: Cordon Press)

Estaba muy tranquilo, pero no así los demás. Hasta los entrenadores giraron la cara en dirección a él. Era una insurrección en toda regla. No era un acto de rebeldía adolescente, ni una falta de respeto a los veteranos, se trató de una declaración de intenciones. Maxwell, que le tenía cruzado desde el primer día, ahí le empezó a respetar. Vio que no era uno más, un esbirro como los muchos que llegaban cada año.

En 1994, Ted Landsmark estaba en su despacho. De repente, un hombre entró en su despacho. Estaba muy nervioso. Balbuceando, le explicó quien era. Veinte años atrás, se estaba manifestando en contra de la integración de los niños negros y blancos en la escuela. Sí, era él. Nada menos que la persona que le estaba agrediendo con el palo de una bandera de Estados Unidos, la fotografía que había dado la vuelta al mundo. ¿Tuvo algo que ver Larry Bird en ese arrepentimiento? Da igual si es así o no, lo importante es que lo queremos creer, porque así se hacen las verdades más duraderas, que diría Bird.

7 Comentarios

  1. Josep Gavaldà

    Gracias por compartir esta historia con la gente. No sabía de los problemas raciales en Boston de los 70s. Larry Bird ha sido uno de los mayores talentos naturales que haya jugado a baloncesto

    • Boston sigue siendo una de las ciudades más racistas de Estados Unidos. El propio Smart lo denunció no hace demasiado.
      Y en cuanto lo de Bird como talento natural… No se si habrá muchos jugadores que hayan trabajado más que Larry Bird (Kobe?). Ya se aque épocas se hablaba de las sesiones de tiro infinitas que hacía en su casa de Indiana. Para mí, lo que si ha tenido es uno de los pocos de rendimiento mejores de la historia, le lastra que en cuanto empezó con los problemas de espalda ese rendimiento bajo mucho y le acortó la carrera

  2. Artículo interesantísimo sobre Larry Bird y su contexto histórico. Me encantó la forma en que se pinta un cuadro vívido de Boston en la década de los 70. ¿Crees que el entorno social influyó en el estilo de juego de Bird o en cómo fue percibido como jugador de Boston?

  3. Recuerdo distante la gloria en 1979? Siendo el ultimo titulo de 1976…
    Raro. Continuo leyendo, interesante igualmente

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  6. Warren Jabali

    Larry Bird fue sin lugar a dudas el mejor jugador de los años 80 libra por libra. De tremendo liderazgo y aire de » mucho cuidado conmigo » provenientes de sus humildisimos orígenes y de ser el blanquito en un mundo de negros. Sin embargo era un jugador muy heterogeneo en su juego y absolutamente ejemplarizante. Jamás daba un balón por perdido y se partía la cara con cualquiera. Su único lunar fue fuera de las pistas con su reyerta en el bar chelseas donde se partió la mano y eso le costó a Boston el título del 85. Por otro lado las feroces rivalidades del este le costaron algún campeonato más, los Lakers solían llegar sin despeinarse. Es mi opinión, claro.

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