Decía el filósofo Antonio Escohotado que las cruzadas vienen de tratar como si fuesen sencillas las cosas complicadas. El fútbol no es más que –ejem– relaciones humanas. Lo que surge de ellas, con el añadido de que la comunicación está mediada por una pelota. ¿Puede haber, acaso, algo más complicado? Pues los entrenadores y el resto de estudioso del juego nos aventuramos a esclarecer lo que sucede allí, emprendiendo una cruzada contra la naturaleza.
La videoconsola de Luis Enrique y la jerarquía del caos
Es noticiaEl cuerpo técnico trata de prever el partido, para poder gobernarlo en favor de su equipo. Ha escrito la entrenadora Natalia Arroyo, en El País, la siguiente frase de actualidad: «Dirigiendo el partido como si jugásemos a la videoconsola». La reflexión vino a propósito de que su homólogo Luis Enrique fantaseara, en No tenéis ni puta idea, con un futuro donde el técnico sea capaz de controlarlo desde la grada, a través de una pantalla, con micrófonos que le conecten al futbolista. Como ya hace él mismo en los entrenamientos. «Desde el área técnica estás tan a ras de suelo que cuesta leer cómo cruzan las estructuras de los dos equipos, dónde están los espacios», continua el artículo de Arroyo ahondando en su lectura del juego.
Luego, los cronistas y sucedáneos tratan de explicar qué pasó en el partido. En todos se encierra un espíritu de entrenador. Así, como el Barça de esta temporada va mejor que el de la pasada, un gélido periodista preguntó a Casadó que si Flick insiste tanto en los cuadrados como Xavi. De igual modo, se han escrito libros sobre cómo atacar los espacios indefendibles, que bautizara Guardiola. La presión en bloque medio, los bloques bajos. Etcétera.
Mientras que, en distinto sentido, algunos abundamos en explicaciones tales como que ciertos jugadores no comparten sensibilidad, que aquellos otros se complementan mejor. Sin embargo, tampoco en esto somos certeros porque, en palabras del técnico Óscar Cano, uno puede tener una idea de lo que son las naturalezas complementarias, pero muchas veces lo que no crees complementario acaba siéndolo, y viceversa, porque cualquier actividad viva es incierta.
Las palabras de Cano van al corazón del juego y entroncan con la historia científica. Al respecto, exponía el autor de Caos y orden en una charla que «como decía Lucrecio, las cosas son fluidos. Pero para la ciencia físico-matemática, a partir de Galileo y Newton, un chorro de agua que sale de un grifo es un monstruo: se le llama turbulencia, o fenómeno caótico. Es una aberración anticientífica pura y simplemente porque su complejidad, su libertad, su autoinvención en cada instante indigna al científico, que lo que quiere es una trayectoria lineal, regular y predecible».
Al tacticista, al naturalista y al afortunado que esté por encima de tendencias nos iguala la permanente búsqueda de una razón para los aconteceres del juego. Todos pretendemos que existan marcos donde sentirnos seguros en nuestras condición de expertos. La táctica. Los conceptos. Las sinergias. El plan de partido… Somos científicos en tanto que aspiramos a «comprimir en una ley progresivamente simple todo lo que sucede desde que se originó lo real hasta que se termina». Esa es una pretensión completamente ridícula -siguiendo con las palabras del filósofo-, ya que la acción humana es pura turbulencia y del caos relacional acontece finalmente el resultado.
Si, como dijo la poetisa Isabel Escudero, los de la ciencia tienen una esclavitud enorme a las relaciones causa-efecto, en el gremio de los estudiosos del juego somos esclavos de nuestras pasión y oficio. Los más honestos aspiran a hacer leves aproximaciones al ser del mismo, mientras otros se engañan al creer dominarlo. Porque, concluyó un sabio, el que crea que sabe de fútbol está equivocado, ya que de fútbol real no se puede saber.