A António de Oliveira Salazar no le gustaba el fútbol. Al profesor de la centenaria Universidad de Coimbra, una de las más antiguas de Europa, el deporte del balón le aburría, así que pensó que podía servir para eso mismo, para aburrir a los portugueses. De esta manera, creyó firmemente en los poderes narcóticos de las tres «efes»: el fútbol, el fado y la Virgen de Fátima. Líder del Estado Novo portugués entre 1932 y 1968, con muchas similitudes con los regímenes de Franco, Hitler y Mussolini tuvo, sin embargo, una relación diferente con el deporte en general y con el fútbol en particular.
Al contrario de lo puesto en práctica por los anteriores, el deporte no le serviría a Salazar como abanderado internacional de su régimen, a pesar de las victorias continentales del Benfica o del gran papel de la selección portuguesa en el Mundial de Inglaterra en 1966. El fútbol fue utilizado por el Gobierno salazarista como agente de desmovilización, mientras que Franco, más o menos en la misma época, aprovechaba los éxitos de la selección española y del Real Madrid.
En apoyo de Franco
A finales del año 1937, el frente en torno a Madrid estaba estable, mientras las tropas de Franco iniciaban una ofensiva por el norte de la Península. La República, cada vez más aislada, recibe prácticamente solo la ayuda de la URSS, mientras el gobierno nacionalista intenta ser reconocido en el exterior.
En este contexto, el fútbol iba a ser un arma decisiva para abrir la España de Franco al mundo. Para ello, se organizó «el primer partido de la España liberada», en el que el dictador portugués Salazar ponía el equipo contrario, al igual que apoyaba a Franco con suministros y voluntarios.
El encuentro sería en el estadio de Balaídos de Vigo el 28 de noviembre. Ese amistoso, carente de oficialidad, necesitó del apoyo de la FIFA que, tras arduas negociaciones, acabó por admitir a la federación franquista como representante legítimo del fútbol español.
Como no podía ser de otra manera, aquello se convirtió en una demostración de músculo del nuevo régimen. El encuentro vino precedido por un homenaje de la Falange al escritor lusitano Luis de Camões, con la reunión en la plaza de Santiago de Compostela de falangistas españoles y legionarios portugueses.
A la fiesta falangista solo le falló el resultado: Portugal venció por primera vez a España, un 1-2 que carecía de importancia frente al reconocimiento internacional que iba obteniendo a través del balompié el llamado «alzamiento nacional» de Franco.
El ABC de Sevilla (la edición nacional estaba en el Madrid republicano) destacó, en la crónica telefónica de su enviado al estadio vigués, a los futbolistas españoles como pregoneros de la grandeza de la España de Franco, «tan sobrada de arrestos viriles que aún los gasta sin detrimento de los frentes en la métrica de la fortaleza racial». Soldados y futbolistas.
La vuelta se jugaría el 30 de enero de 1938, en Lisboa, justo el día en el que Franco nombraba su primer gobierno en Burgos. El partido, concebido como una gran muestra de afecto popular a los dos dictadores ibéricos, pasó a la historia por el gesto de varios jugadores portugueses, que ensombrecieron el marcador (1-0) con el que los lusitanos se hicieron con el encuentro.
Tres jugadores de Os Belenenses no hicieron el saludo fascista que debían realizar todos los deportistas. Quaresma dejó los brazos pegados al cuerpo. Azevedo y Amaro levantaron el puño. En las fotos publicadas en la prensa los tres aparecen con el brazo en alto, la censura se encargó de arreglar un entuerto que llevaría a los tres futbolistas portugueses a la sede de la PIDE (Policía Internacional y de Defensa del Estado), de la que pudieron zafarse gracias a las buenas relaciones que la cúpula de Os Belenenses tenía con el dictador portugués.
La prensa franquista narró todos los pormenores del partido, incluyendo todos los detalles de la cena posterior, pero ninguna referencia a los tres indómitos jugadores portugueses que se atrevieron a ir contracorriente. A pesar del beneplácito de la FIFA en su día, estos partidos no han sido reconocidos oficialmente.
El negro Eusébio
Dice la leyenda que Salazar invitó un día a almorzar a Eusébio da Silva Ferreira, máxima estrella del fútbol portugués al que apodaban «la pantera negra». Nacido en la colonia de Mozambique, había liderado la consecución de las dos Copas de Europa del Benfica (1961 y 1962) y acababa de recibir una oferta irrechazable de la Juventus, que necesitaba competir con el gran Inter de Helenio Herrera.
Parece ser que el dictador, a pesar de su indiferencia para el fútbol, entendió el significado que el jugador tenía para el país: «Usted no puede marcharse de Portugal porque es Patrimonio del Estado», parece que le dijo, y se frustró su fichaje. Ese mismo año hizo la mili y fue fotografiado hasta la extenuación de uniforme.
En 1965 el Benfica había firmado un acuerdo con el Spartak de Moscú para jugar un amistoso en la capital soviética. Los rusos querían ver a la estrella portuguesa, que vendría acompañado por una delegación cultural que incluía a músicos famosos. Amália Rodrigues, fadista de leyenda que inspiró a Carlos Cano la mítica «María la portuguesa», formaría parte de la expedición.
Tras la intervención de la PIDE, y de las instrucciones de Salazar al ministro de Asuntos Exteriores, se dio la orden al Benfica de no viajar a Moscú, tal y como había hecho Franco unos años antes con la selección española, que no se presentó a una eliminatoria contra la Unión Soviética.
Después del Mundial de Inglaterra, donde los portugueses se hicieron con el tercer puesto, con nueve goles del mozambiqueño, esta vez fue el Inter el que quiso fichar a Eusébio, pero la Federación Italiana cerró entonces el cupo de extranjeros buscando potenciar la cantera de ese país. En 1975, tras el Balón de Oro de 1965 y las Botas de Oro de 1968 y 1973, puso rumbo a Norteamérica para jugar sus últimos años en equipos de Estados Unidos, México y Canadá.
Como escribe David García Gutiérrez, resulta curioso cómo el Estado Novo desperdició el gran papel de la selección portuguesa en 1966 para expresar la unidad del país hacia el exterior, como sí hicieron las otras dictaduras fascistas. Lo que no desaprovechó el salazarismo fue la figura de Eusébio, que se convirtió durante estos años en un reclamo constante de los medios de comunicación, especialmente los públicos, que mostraban la imagen de un hombre de familia íntegro, que se había superado a sí mismo desde la pobreza de su localidad natal.
Resultaba la primera vez que un africano negro, proveniente de las colonias, tenía un papel preponderante en la sociedad, lo que sería muy útil para el salazarismo, que quería atraer sentimentalmente a las colonias de Angola y Mozambique ante el proceso descolonizador que se imponía por entonces en toda África. Hasta ese momento la figura del «negro» había sido ridiculizada de forma continuada en los medios portugueses. En la línea de los estudios raciales realizados por los nazis, el Estado Novo intentó demostrar que los africanos pertenecían a culturas inferiores que debían ser civilizadas desde la metrópoli.
La guerra por la independencia estallaría irremediablemente en Angola, Mozambique y Guinea-Bisáu, prolongándose de 1961 a 1974, año en el que la Revolución de los Claveles acabó con el Estado Novo y les dio la independencia.