La hemeroteca preolímpica es un excelso saco de recortes de corteza de queso. Los hay curados, de tetilla, Brie, azules o reblochon con hierbas como un trozo que me ha servido un mozo en una tostada, pero todos tienen una cosa en común: en algún momento no fueron más que un trozo de queso.
Sobre el recorrido de los dos eventos de maratón que brindan los Juegos modernos parisinos se han dicho dos cosas en la prensa contemporánea en español. La primera, que el circuito está lleno de cuestarracas que habrá que subir y bajar. La segunda, que no llega al estadio sino que va y viene hasta Versailles, donde los reyes y sus economías satélite. Como la URSS.
También se ha mencionado sucintamente que habrá un evento popular. No me refiero que nadie vaya a acudir en masa y las guadañas en la mano al palacio de Versailles. Eso ya lo hicieron los franceses cuando tocaba. Quiero decir que habrá un maratón popular que correrá por el mismo recorrido y en las mismas fechas que los shows del mejor atletismo del mundo. Dice muy poco de las redacciones de prensa y de su olfato que apenas se haya intentado atraer la atención de una masa de fieles lectores runners (reconozcamos que no tenemos criterio) y haya cero detalles sobre esta modalidad, no olímpica, pero que en las últimas ediciones de Campeonatos de Europa y Mundiales ya ha sido ejecutada con éxito de participación. Igual que decíamos antes con los reyes de Francia.
Entre todo este brutal despliegue de periodismo de cortar y pegar notas de prensa, no he llegado a ver mención alguna a Len Hurst. Sí a Eliud Kipchoge porque hace subir el SEO. También a las batallas internas y los procesos de selección en las dos escuadras más temibles del globo, Etiopía y Kenia. O a Kenenisa Bekele y ser olímpico de primer nivel a sus cuarenta palos (y también hace subir el SEO). Pero de Hurst, nada.
Ni de una arqueología de la prueba olímpica que asusta por su belleza. Después de que Atenas 1896 repescara el mito de Filípides, encopetados aristócratas bastante flipados de dos ciudades organizaron sendas maratones. El relato norteamericano nos recuerda que, en abril del año después, los flipados de Boston pusieron la primera piedra del evento más centenario del atletismo. Un maratón que hoy día se celebra aún, siempre en la misma fecha. Pero es que en julio del mismo 1896 se celebró el primer maratón popular o como quieran ustedes llamarlo. Ciento noventa corredores de las extracciones más demenciales se pusieron a recorrer los cuarenta kilómetros que tenían las mediciones prístinas de Maratón (Grecia), con salida desde Porte Maillot, esa plaza que está siempre en obras y que hay a medio camino entre los Campos Elíseos y La Defènse.
Adivinen hacia dónde se dirigieron: a Versailles. Igual que este recorrido de 2024. En las primeras pruebas del correr moderno parisino, se corrió hasta este punto palaciego desde para luego continuar a Conflans-Sainte-Honore, localidad a las orillas del Sena que formaba parte de la primera expansión metropolitana y de los pujantes ferrocarriles del centro del mundo a este lado del Canal de la Mancha. Si trazan con pasión runner una ruta a pie en google maps entre Porte Maillot, Versailles y Conflans, tachán, les salen esas cifras que a todo corredor pone los pelos de punta.
Organizado en 1896 por Le Petit Journal, uno de los cuatro grandes diarios franceses desde el siglo XIX, Pierre-Louis Giffard puso sobre la mesa doscientos francos para ver si alguien batía el récord establecido en Atenas por Spiridon Louis. Pues Hurst se cargó el récord, hizo caja con los doscientos machacantes y trituró el récord existente hasta unos excelentes 2:31:30. Y el resto ya es un tanto historia.
Len Hurst tenía un hermano, Joe. Ambos harían equipo en las competiciones demenciales de los años 1900 en las que se corrían cientos de millas durante días. Fue campeón mundial de algo que montaron rudimentariamente en Inglaterra pero que, en 1901, le otorgó el título de facto de mejor maratoniano del mundo. Len, igual que en 1900 y 1901, ganó una primera edición del Maratón de París que contenía ingredientes suficientes para llenar seis columnas de los diarios.
Más de dos mil espectadores, según las crónicas, asistieron al show a lo largo de las carreteras versallescas y parisinas. Tampoco el recorrido era terreno ignoto: desde que Luis XIV establece su corte en Versailles en 1682, la de paseos que se daban para conseguir un favor o medrar en la corte absolutista. imaginen cómo se desarrolló el transporte de viajeros de todas las maneras posibles y el lucrativo mercado que supuso. Pero no todos podían ir en carruaje o caballo así que los dieciséis kilómetros de esa ruta se convirtieron en un paseo del colesterol en un París en el que no existía el colesterol.
Los casi doscientos maratonianos corrieron por adoquinados y caminos terrosos que discurrían por feraces huertas, suburbios y bosques y zonas de caza y recreo. Cuentan que los avituallamientos eran bien hermosos e incluían jugo de naranja y unas buenas copas de champán, brebaje que tuvo mucha fama como recuperador legal durante décadas hasta que llegasen los estimulantes y el elegante brandy o, como se dice en las casas, la copa coñá.
Hubo dos ediciones más del maratón de París en las que el tremendo inglés fue segundo y dos más donde vencería. En 1900 se opta por terminar en París, revirtiendo el recorrido. Pequeños ajustes que irían acercando el sport a pied a su modernidad, y que pasarían su prueba de fuego en los siguientes dos o tres Juegos Olímpicos, que todo el mundo sabe que fueron un cristo, a medias entre feria de barracones y evento colonial. Cosa que afectaría a algo tan delicado como sacar a gente a correr durante cuarenta kilómetros en pleno verano.
Demos una vuelta al formato de los Juegos de París 1900, los segundos de la era moderna, que fue someramente distinto. Con salida y llegada en el estadio de Croix-Catelan, sito en el Bois de Boulogne, se diseñó sobre un rulo de cuarenta kilómetros por las fortificaciones de la ciudad que subsistían aún del precinto de Thiers. Recuerden que Georges Haussmann llevaba décadas desmochando callejas y muros y abriendo bulevares. Para el maratón olímpico de París 1900, estábamos diciendo, se había abandonado el paseo campestre hasta Versailles y la escenografía (acabáramos) del gran París tomaría un plano preponderante. También dudo que los catorce bestias que salieron con 36 grados a correr apreciasen mucho de la grandeur.
Sobre todo, se traicionó la excursión campestre en favor de las facilidades dadas por el Racing Club de France, que puso a disposición de los gerifaltes olímpicos sus instalaciones. No era el escenario ideal tampoco para la herencia del evento, tras la ruta de Maratón al estadio Panatinaico. Se sospecha que el maratón, celebrado a deshoras en pleno verano, ni siquiera se incluyó en el programa olímpico de primeras porque el equipo estadounidense no había inscrito a nadie. Oh; los humos.
Ellos se lo perdieron. Para los soñadores quedan las imágenes relatadas por el diario: Le marathon continue avec sa cohorte de bicyclettes, de spectateurs qui galopent un instant devant les coureurs.