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Miguel de las Cuevas: «Preciado era fanático de Guardiola, cuando jugábamos contra él ponía en la quiniela que perdíamos»

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Como la de todos, la vida de Miguel de las Cuevas (Alicante, 1986) podría resumirse en un par de momento. Su primer momento sería un gol en el Santiago Bernabéu, que permitió al Sporting de Preciado sumar la tercera y hasta ahora última victoria en feudo madridista. El segundo, una frase del periodista Antón Meana: «No cambio a Luka Modric por Miguel de las Cuevas ni de coña».

Pero, también como la de todos, la vida del hoy centrocampista del Orihuela es incompleta con esos dos trazos. Hay que hablar del inicio de una prometedora carrera que llamó la atención del Valencia y del Barcelona, de un ascenso meteórico con el Hércules, de un debut en Champions con el Atlético de Madrid y de años de relativa estabilidad en Gijón y en Pamplona.

Y no pueden quedarse fuera los últimos años de Córdoba, convulsos pero bonitos, y dos lesiones: una que le dejó sin jugar casi 500 días y otra en ilcuore, como le dijo un médico cuando jugaba en el Spezia. Todo eso ha sucedido durante más de veinte años de trayectoria en los que el fútbol ha cambiado. Tanto, que la posición de De las Cuevas, el enganche talentoso y elegante, está siempre en peligro de extinción. Para él, el talento importa más que el esfuerzo. Por algo tiene un chihuahua que se llama Romário. En ese talento se fijó su primer ojeador: un cura.

¿Desde siempre quisiste ser futbolista?

Siempre recuerdo mi imagen de niño con una pelota. En mi casa no éramos futboleros, pero yo fui el primero que empezó a darle patadas al balón a todas horas: en el colegio, cuando salía con mis padres… Ahora vemos a mi hijo y decimos que es igual que yo cuando era pequeño. Empecé en el equipo del colegio con los de mi edad. Era de curas, los Agustinos de Alicante. Vino un cura que era el jefe del fútbol base y dijo que yo era muy bueno. Y empecé a jugar con los de un año más. No pensaba en llegar a primera, solo quería disfrutar con mis amigos.

Y vino el Kelme.

Sí, es un equipo que hoy todavía es fuerte en el fútbol base de Alicante. Compite con el Elche y con el Hércules, nosotros incluso a veces terminamos por encima. Captaban jugadores porque ofrecían ropa deportiva, y en ese momento Kelme vestía al Madrid. Me dijeron que fuera a entrenar con ellos.

Tenía miedo, con seis o siete años lo único que quería era jugar con mis amigos en el colegio. Me asustaba salir de casa, aunque fuera ir a Elche. Por suerte mi padre me llevaba cada día y le estoy muy agradecido. He tenido compañeros a los que sus padres, por motivos laborales, no los podían llevar y se quedaban en el camino por no tener esa ayuda que yo sí tuve.

El Valencia y el Villarreal se fijaban en el Kelme.

Sí, como era un equipo fuerte en fútbol base. Además jugábamos torneos contra ellos. El Valencia se fijó en mí y firmé un año con ellos.

¿Te seguía llevando tu padre?

No, ahí ya me quedé en la residencia.

¿Cómo duerme fuera por primera vez un adolescente?

Es duro… Tenía quince años y era la primera vez que salía de casa. Ahora, como padre, no sé si a mi hijo le dejaría irse tan pronto. Es una experiencia que ahora agradezco, te haces un hombre y a mí me ayudó, y eso que no jugué mucho.

Tenía mucha competencia y por aquel entonces era muy bajito, di tarde el estirón. Recomiendo la experiencia, porque aprendí a administrarme el dinero, salir a comprar… Maduré mucho, y al final Alicante estaba cerca. Cada sábado volvía a casa y el domingo me devolvían a la residencia.

¿Coincidiste con algún futbolista que luego llegara a la élite?

Sí. Ahí estaba Sisi, con quien luego volví a coincidir en el Hércules. También jugué con Natxo Insa, Silva

Con Silva también coincides en una convocatoria con la selección española sub-19.

En la selección solo fueron un par de entrenamientos. Enseguida lo subieron a la sub-21 y muy pronto a la absoluta. Se veía que era diferente.

Antes del Valencia llegaste a hacer una prueba con el Barça.

Sí, pasé quince días en La Masia. Vino un ojeador de la zona, José Antonio. Me acuerdo mucho de él porque le encantaba el fútbol, ya no está entre nosotros. Me llamó y me dijo que el Barcelona me estaba siguiendo y me querían ver.

Primero fui quince días a Barcelona y después quince días a Valencia. Lo de La Masia fue espectacular. Eres un niño y duermes cerca del Camp Nou. Entrené durante dos semanas con el equipo de los de mi edad. Me dijeron que se lo tenían que pensar, y enseguida el Valencia me dijo que me querían firmar ya. Y entre eso y la cercanía, escogí el Valencia.

¿Entrenaste con Messi o jugaste contra él en algún momento?

Sí, en División de Honor, ya en el Hércules. Messi es un año menor que yo, pero él siempre jugaba una categoría por encima. Yo desde siempre me he fijado en el jugador que lleva el número 10. Es la posición que siempre me ha gustado. Y lo llevaba él. Nos ganaron cinco o seis a cero y él marcó dos o tres.

Con el Hércules empiezas a asomarte pronto en el primer equipo, pero sin poder entrar al vestuario.

Sí, cosas del fútbol antiguo. En un año en el Hércules ya empiezo a entrenar con el primer equipo, pero siendo juvenil, gracias a Felipe Miñambres. Iba al colegio a las nueve de la mañana, hacía una clase, venía mi madre a buscarme a las diez y me llevaba al entrenamiento.

Eso también fue un cambio que me costó al principio. Los chavales nos cambiábamos en un vestuario aparte. Y ni te avisaban para salir. Me cambiaba con la puerta entornada y en cuanto veía que salían a entrenar, iba yo también. Cultura de antes, como lo de no subirte a la camilla, limpiar las botas… Eso te curte y a la vez te lo hace todo más difícil.

Lo de limpiar las botas no es un mito.

Es real. Me acuerdo del utillero doblando la ropa, tener el cubo con las botas y decirme: «Nene, ayúdame a limpiarlas». Y entonces coger el cepillo y limpiarlas una a una. Un día limpias cinco botas, otro juvenil otras cinco… Es una manera de que no se te suba a la cabeza.

Debutas con el primer equipo ante el Novelda.

Ahí veo que se empiezan a cumplir los sueños. Siempre he estado poniéndome metas pequeñas. Quería quemar etapas. Estaba nervioso, quería hacerlo lo mejor posible, sobre todo para mantenerme, que es lo más difícil. He tenido compañeros que han debutado un partido por lo que sea, pero seguir jugando ya es otra cosa.

Y enseguida quemaste muchas de esas etapas. Eres importante en el ascenso a Segunda del Hércules y el Atlético de Madrid paga tu cláusula. ¿Cómo gestionas ese aceleramiento de las expectativas?

Es complicado. Yo por la tele veía los partidos de Barça, Madrid, Atleti, la Champions… Paso de en poco más de un año estar en Segunda B, jugando cuarenta partidos, a que gracias a ese rendimiento me fiche el Atleti.

De repente me vi al lado de Fernando Torres, Forlán, Agüero… Cambia mucho. Después del primer entrenamiento llamé a mi padre y le dije que ellos iban volando y que yo no podía jugar ahí. Iban a otro nivel. Es una exigencia brutal. Pero me fui haciendo y cogí el ritmo rápido. Fueron pasando los días y me fui sintiendo a gusto. Creo que hice la mejor pretemporada de mi carrera.

Y justo al final de esa pretemporada te lesionas en un Teresa Herrera y estás casi 500 días sin jugar.

Me lesiono en el verano de 2006 y vuelvo a jugar en diciembre de 2007. Mentalmente es durísimo. Fue el peor momento de mi carrera. Por suerte me pasó en el Atlético de Madrid, porque si me pasa en otro equipo se me acaba la carrera. Me llevaron a los mejores médicos, me hicieron mil controles, tuve recaídas… Ellos me insistían en volverme a operar.

Yo me veía bien porque quería jugar, pero realmente no lo estaba. Les agradezco mucho al doctor Villalón y a Óscar, que todavía lleva las recuperaciones en el Atleti. Estaban conmigo todos siempre. Hay días para todo, a veces era optimista, pero luego llegaba un médico que me decía que la cosa no avanzaba y que empezase a pensar en la retirada. Algunos médicos me dijeron que no podía volver a jugar. Por suerte tuve la ayuda de mi familia y de varios psicólogos.

¿Pensaste en la retirada?

Tenía claro que quería seguir. Hay días que me costaba, no pensaba en retirarme, pero sí que mi carrera no iba a ser igual. De hecho cuando firmé en el Atleti me compré un piso, porque tenía unas expectativas, y empecé a pensar qué pasaba con el piso si tenía que dejar el fútbol. No lo hubiera podido pagar.

También por eso cogía fuerzas. Al final los futbolistas nos vamos metiendo cargas económicas, en nivel de vida… Por eso ahora a los chavales les digo que se lo tomen muy en serio, que ahorren. Te puede venir un varapalo como el que me vino a mí.

¿Es verdad que durante la recuperación apareció el Benfica?

Tuve ofertas de varios equipos de Primera, pero siempre estaba la duda de cómo iba a quedar. Mi agencia de representación por suerte me aconsejó muy bien y decidimos no escuchar ninguna oferta también por respeto, porque el Atleti había apostado por mí y me estaba cuidando.

Se podría decir que redebutas en un partido de Copa ante el Granada 74.

Eso es un partido oficial, pero yo había jugado varios amistosos. Fueron muy cautos conmigo, pero estaba más que preparado. Me encontré bien. Me acuerdo que me pegué una primera carrera que después me costó recuperar. Al principio me daba miedo recibir un golpe.

Llegas a debutar en Champions.

Eso es lo máximo. Fui titular contra el Marsella. Cuando sonó el himno y me enfocó la cámara, creo que fue uno de los mejores momentos de mi carrera. Es una competición muy especial. Se me pasaron imágenes de la recuperación.

El entrenador era Aguirre.

Un fenómeno. Lo quiero muchísimo. Fue el entrenador que me dio la oportunidad de debutar en Primera. Me cuidó y me aguantó más de un año lesionado. Me preguntaba cada día: «Miguelito, ¿cómo estás?». Después me he enfrentado alguna vez contra él y me preguntaba lo mismo.

Es natural. Lo que se ve en las ruedas de prensa es lo que es en el vestuario. Si te tiene que coger del cuello te coge, pero se hacía respetar. No mentía, iba de frente. Luego se podía ir contigo a tomar una cerveza.

En 2009 fichas por el Sporting. ¿Hay un cambio de vida?

Al final en Madrid lo tenía todo. En los restaurantes me invitaban, aunque estuviera todo lleno siempre había un sitio para un futbolista… Cuesta gestionarlo, sobre todo cuando eres joven. Tienes que tener la cabeza bien puesta y alguien que te mantenga los pies en el suelo.

Yo entiendo que haya jugadores que en equipos grandes no les vaya bien… Tu mente pasa de cero a cien y la mente no está preparada. Nadie nos enseña a gestionar eso. Por suerte ahora hay más trabajo psicológico. Antes era más por instinto: o te adaptabas o estabas fuera. Yo siempre me he considerado una persona normal y con una gran familia detrás.

En Gijón te destapas como goleador.

Sí, fue el año que más goles marqué. Estuve muy bien en la ciudad. Me conocía más la gente en Gijón que en Madrid. Se vive para el Sporting, no hay otra cosa. Me hicieron sentir importante. Me dio la estabilidad en Primera y la oportunidad de jugar mucho.

Marcas en el Santiago Bernabéu para conseguir la tercera victoria en la historia del Sporting en el campo del Real Madrid.

Ahora veo mucho el gol con mi hijo. Era ya en el minuto 78. Del 80’ al 90’ no sé cuántas veces nos chutaron. Fue un golazo. El más importante de mi carrera, y eso que he marcado más goles en el Bernabéu. Entré en la historia de un club tan importante. Me acuerdo de todo de ese día.

¿Por ejemplo?

Mourinho entró al vestuario para felicitarnos.

Pocos meses antes había habido ese encontronazo entre Mourinho y Preciado en rueda de prensa.

Esa rueda de prensa fue más un mensaje a los jugadores, al final te mete en el partido. Eso vino porque contra el Barça, Preciado hizo cambios porque a los pocos días nos jugábamos la vida contra un rival directo. Y aun así al Barça le costó ganarnos.

Pero al final Preciado y Mourinho hicieron las paces.

Sí, es lo que te digo. Mourinho entró al vestuario después de la victoria en el Bernabéu, nos dio la mano a todos y nos dijo: «Enhorabuena, me alegro mucho por vosotros y por vuestro pedazo de entrenador».

Ahí nos dimos cuenta de que está el Mourinho personaje y el Mourinho persona. Maniche, Costinha o Seitaridis, en el Atleti, me habían hablado maravillas de Mourinho, como entrenador y como persona.

Y eso que con esa victoria en el Bernabéu le «fastidiasteis» la Liga y le rompisteis la racha de 150 partidos sin perder como local en un campeonato doméstico.

Por eso estuve toda la semana recibiendo mensajes y llamadas. Incluso por las noches. Tenía que poner el móvil en silencio porque me llamaban a las tres de la mañana medios de comunicación de Colombia, de Estados Unidos… Solo me preguntaban por el récord de Mourinho. No sabían ni dónde estaba Gijón.

¿Se celebró?

Sí, hubo fiesta [ríe]. Vino mi familia a verme, tenía amigos en Madrid y le pregunté a Preciado si podía quedarme hacer noche. Y me dijo: «Tú ven el miércoles». Y eso que el equipo entrenaba el lunes.

Se habla mucho del Preciado persona, pero también era un gran entrenador. Estaba fichado por el Villarreal antes de fallecer.

Totalmente. De hecho, cuando firma por el Villarreal existió la posibilidad de irme con él. Al terminar esa siguiente temporada en el Sporting, descendemos, se anuncia lo del Villarreal y le felicito. Entonces él me dice: «Ya hablaremos». Era una posibilidad porque él estaba ahí. Eso fue lo último que hablé con él.

Su muerte me pilló de vacaciones en Nueva York. Al levantarme, tenía muchísimas llamadas. Quería coger un avión para volver, pero las combinaciones me impidieron estar en el entierro. Fue una pena. Tenía una humanidad… Fue un padre para mí, y no solo para mí.

En Gijón, nos juntábamos todos los viernes, nos íbamos a almorzar y hacíamos la quiniela. Los cinco últimos de la semana pagaban el almuerzo, un almuerzo de 200 euros. Que te jodía perder, vamos. Él siempre ponía que el Sporting ganaba, pero contra el Madrid o el Barça dudaba. Y a veces ponía un doble, ponía 1 y 2, por si acaso.

Con el Barça, siempre. Era un fanático de Guardiola, le encantaba. Era imposible ganar a ese equipo. Nosotros en broma le decíamos: «Pero míster, si pone que nos gana el Barça qué mensaje nos está dando». «Es que vosotros sois muy malos», respondía.

¿Y en esa victoria en el Bernabéu?

Pues varios pusimos un 2. También pensábamos que, ya que hacíamos la quiniela, poníamos sorpresas para que nos tocara algo.

¿Te llega el famoso tweet del periodista Antón Meana? En abril de 2012, escribe textualmente: «No cambio a Luca Modric por Miguel de las Cuevas ni de coña».

Y tanto que me llega… Con Antón tengo muy buena relación. Al final fue un halago, mira dónde ha llegado Modric. Todavía hoy voy a jugar a algunos campos por aquí con el Orihuela y la gente me lo recuerda. Voy a sacar un córner y alguno me dice: «Menos mal que ibas a ser como Modric».

Yo me río. Es que en ese momento yo estaba muy bien. La afición de Gijón es así, son muy fanáticos. Incluso los periodistas: Rodrigo Fáez, Juanma Castaño… Para ellos el jugador del Sporting es mejor que cualquiera.

Después del Sporting te vas a Osasuna. De club familiar a club familiar.

Sí, firmé con Osasuna en diciembre, después de descender con el Sporting. Osasuna siempre ha sido un club de segunda jugada, balones a la olla… Poco juego entre líneas, un fútbol directo. Hicieron una plantilla para eso, pero en invierno se dieron cuenta de que necesitaban alguien que parara un poco el balón, que hiciera de enlace. Me entrenó Mendilibar. Otro fenómeno.

Se le caricaturiza por un fútbol simple. ¿Es tan así?

Sí que decía que en el área era donde pasaban las cosas. Me costó empezar a jugar porque había competencia con Cejudo y Armenteros. Él me veía por banda, pero terminé jugando en medio y pasó a Armenteros a un costado. Mendilibar es un histórico del fútbol. Es muy natural y tiene clarísimo lo que hace: robo tras pérdida, apretar y no dejar pensar al rival. Parece que sea todo al área, pero les gusta jugar.

Bordalás, que también fue tu entrenador, es otro que tiene esa fama.

A Bordalás también le encanta jugar. En sus equipos siempre hay tres o cuatro jugadores que son de calidad, y los pone. En el campo todos los entrenadores quieren tener jugadores de buen pie.

Cuando llegas a Osasuna, el equipo está en descenso, pero os salváis con solvencia.

Y por eso me quedé más años. Pamplona es una ciudad espectacular. El nivel de vida es muy bueno. Al navarro le cuesta un poco abrirse al principio, pero después es una afición de diez. Mis hijos son navarros.

Allí tuviste que lidiar con otro descenso. ¿Qué se siente?

Es lo peor. Los jugadores lo hablamos siempre, para un equipo así salvarse es un título. Y descender es peor que cualquier cosa. Estás todo el año sufriendo, y cuando te enfrentas con un rival directo es una final. Ahí en Osasuna además ese último partido fue extraño. Se venció una valla, estuvo el partido parado… Además no dependíamos de nosotros y descendimos. Lo recuerdo como uno de los peores tragos de mi carrera.

Os hicieron salir al campo pese al descenso.

Sí, para aplaudirnos. Ese gesto nos hizo pensar que no habíamos estado a la altura. A mí me duele más eso a que me estén silbando o llamándome mercenario. Sentía que les había fallado.

El partido de 2014 en el que desciendes con Osasuna, contra el Betis, todavía colea hoy por un supuesto amaño y estuvo a punto de dejar fuera al equipo de la Conference League. Tú jugaste. ¿Viste algo raro?

Está todo muy controlado. En los últimos partidos sobre todo, más ahora con el tema de las apuestas, viene gente de la Liga a dar charlas para que estés atento por si te llama un equipo, un representante… Yo puedo tener un amigo en otro equipo que de cachondeo me diga: «Oye, aprieta un poco que me quiero salvar».

Al final son tus amigos y para que se salve otro, que se salve él. Pero siempre sin dinero de por medio. Más allá de eso no nos llegó nada a nosotros. Dicen que fue una cosa de directivos.

Entre las dos etapas en Osasuna, llega tu única aventura fuera de España: el Spezia.

Esto salió el último día de mercado. Después de ese descenso, Osasuna estaba muy mal. Hubo lío con el presidente y los contratos no se podían asumir. Me llega la oferta y Osasuna me dijo que aliviaría económicamente al club, y también era una oportunidad para mí.

Aunque no sabía ni dónde estaba ese equipo. Mi agente me dijo que había un buen proyecto, que apostaban por mí… Fui a ciegas, pero me llevé buena impresión de la Liga. Es muy organizada y competitiva. Ahí coincido con Luna, Sergio Postigo y Juande. Era un equipo para ascender y quedamos terceros, pero en el playoff nos eliminaron.

Aparece una lesión muy diferente a las que habías tenido.

Me voy de vacaciones con la intención de reincorporarme, pero ese verano me empiezo a encontrar bastante mal. Desde pequeño he padecido jaqueca. Pero bueno, me daba cada seis meses, me tomaba una pastilla y al día siguiente estaba bien. Pero ese verano me dio jaqueca varias veces seguidas, veía medio borroso… Lo pasé fatal, sin apenas salir.

Fui al médico, me hicieron escáner en la cabeza y otras pruebas, pero no salió nada. En la pretemporada se lo conté al médico del Spezia y me hicieron un estudio. Fui solo a un hospital de Italia, hablando medio en italiano cómo podía, y me dice «te tenemos que operar del corazón». Y yo le digo que no, que lo que me duele es la cabeza.

Y él se señala el corazón y me repite: «No, il cuore». Después de hacerme muchas pruebas vieron que tenía un pequeño agujero en el corazón. Lo tenemos todos de nacimiento, pero normalmente se cierra en la primera respiración. Pero a algunos se nos queda un poco abierto. Y la circulación de la sangre va al revés.

No era tan grave, pero, al ser deportista de élite, en una contusión podía provocarme un ictus o una parada. Y todos los años sin saberlo, con la de exámenes médicos que me había hecho. Me asusté, pero enseguida el médico me dijo que podía volver a jugar. Me operó el mismo doctor que operó a Cassano, que tenía lo mismo que yo y a él sí que se le llegó a paralizar la cara.

¿Y después de la operación vuelves a Osasuna?

El protocolo en Italia era de ocho meses sin jugar. Me perdía toda la temporada. Me informé y vi que en España eran tres meses sin jugar, o sea que podía volver en diciembre. En el Spezia no me pusieron problema para rescindir. Hablé con Osasuna, que estaba en Segunda, ficho y ascendemos en playoff. Con Enrique Martín.

Otro de antigua escuela. También tuviste a Clemente, Caparrós…

De todos me llevo experiencias buenísimas. Enrique es otro fenómeno. Lo más parecido que he tenido a Preciado. Para él el equipo es lo más importante. Si llega a entrenar a Messi, le hace correr como al que más. Y fuera del campo te contaba unas historias que te reías muchísimo.

Dos años más en Osasuna y después cinco en Córdoba.

Firmé uno y acabé jugando cinco.

Impagos y Guardia Civil incluidos.

Venía de Osasuna, que ya hubo movida con el presidente, los amaños… Pero en Córdoba fui un día a entrenar y había cincuenta coches de policía en el estadio. Nos dijeron que esperáramos, no podíamos pasar ni tocar nada. Fue una situación muy desagradable.

Había empleados con ataques de ansiedad porque no cobraban y tenían miedo de que hubiera algo raro con el anterior presidente. Es una movida muy gorda y por mucho que te quieras aislar, es imposible. No piensas en fútbol. Prometían cosas que luego no cumplían.

Nos decían que ya estaba la nómina y era mentira. Hubo jugadores que no podían pagar el alquiler y le teníamos que prestar nosotros dinero. A la AFE le podíamos pedir dinero, pero luego había que devolverlo. Yo les decía a algunos que pidieran dinero si de verdad lo necesitaban, no para comprarse unas zapatillas de quinientos euros.

El ritmo de vida del futbolista.

Claro. En ese momento yo era capitán y tenía trabajo doble, con mayor responsabilidad. Lo compró un nuevo grupo, se puso todo al día pero vino la pandemia. Nos hizo mucho daño porque el equipo estaba bien y la afición tiraba muchísimo. Al final no salieron las cosas y pasamos de estar en Segunda a, con el cambio de formato, de repente jugar en Segunda Federación.

¿Y cómo asimilas tú dejar el fútbol profesional?

Es que parecía que seguía en el fútbol profesional por estar en el Córdoba. Al final es un club histórico en una ciudad importante y mucha masa social. Me sentía de Primera y un privilegiado por estar ahí. Lo que más se nota es en los viajes. Te tienes que ir a Canarias, en un estadio de césped artificial al que no va nadie. Ahí tienes que pensar poco, intentar ganar y para casa. Pero estoy muy contento de toda mi experiencia en Córdoba.

Y ahora en Orihuela, en Segunda Federación, muy cerquita de donde empezaste.

Tenía decidido volver a casa. Tuve ofertas exóticas como India, Australia, Chipre… Si no tuviera ataduras familiares, no me habría importado, pero yo voy en pack. Y mis hijos ya salieron llorando de Córdoba porque no se querían ir. Me llamó Toché, que es el director deportivo de aquí, y me habló muy bien del proyecto. Aquí hay afición, y además mi madre es de aquí. Era una forma de hacerle un guiño a ella.

¿Tu último año?

No lo sé. Ni lo pienso. Vengo a entrenar y disfruto como un niño. Cuando juego soy feliz y cuando no juego me enfado, que eso también es buena señal. Seguiré hasta que me respeten las lesiones y quiera seguir. Voy año a año.

Ahora tu entrenador es cinco años más joven que tú.

Nos tratamos con respeto y admiración e intento ayudarle en gestión de grupo. Quiero que me trate como uno más. Los entrenadores hoy en día están muy preparados. Lo tienen todo muy estudiado, ven muchos partidos, muchos datos…

¿Demasiados?

Sí. Soy un poco de la vieja escuela. Por mis entrenadores y por cómo soy en mi vida. Soy muy clásico, como casi siempre en los mismos sitios. Los cambios modernos me gustan poco. Los entrenadores tienen demasiada información. Se fijan mucho en los rivales y en los datos. Antes se entrenaba al equipo y se basaban en el día a día, las sensaciones… Ahora ven a los rivales con dos meses de antelación. Echo de menos la intuición de antes e incluso el talento. Es todo más académico y táctico.

Eso puede afectar a futbolistas de tu perfil, el mediapunta elegante.

Se ven menos. Al romántico del fútbol ese perfil le encanta. Riquelme, Ibagaza, Aimar, si me apuras Ronaldinho por ese talento, Guti… Por ellos valía la pena pagar una entrada. Yo me he criado con eso, veía los partidos por esos jugadores. Me cuesta que se pierda, pero es verdad que todo es más físico. Ese jugador debe hacer más esfuerzos, no va al espacio… Sería una lástima.

Si soy entrenador algún día, que no lo sé, intentaré apostar por esa figura, si es que existe. En las propias academias se les dice a los niños que no regateen. Cómo le puedes decir a un niño que no regatee, si es lo que tienen que hacer. Se lo tienen que pasar bien porque no saben si llegarán a Primera División. El trabajo y la disciplina son importantes, pero hay que tener algo especial que no lo enseñan en los entrenamientos.

¿No tienes redes sociales?

En Gijón tuve Twitter.

Te llegó el tweet de Antón Meana y lo cerraste.

No, no [ríe]. El año del descenso me acribillaron. A mí y a todo el equipo. Me llegaban muchos mensajes con insultos. Y no te enseñan a gestionarlo. Me decían que era malo, que ojalá le pasara no sé qué a mí familia… Leía todo eso y el día que estaba flojo obviamente me afectaba, y rendía peor.

Me quedaba encerrado en casa, lo pagaba con la familia… Llegué un momento que dije: «Joder, me está afectando la mierda esta». El año del descenso lo pasé fatal a nivel personal. Por eso me voy un poco de Gijón. Y me quité las redes, porque cuando jugaba bien me gustaban mucho los halagos. Pero luego me afectaba más lo malo. Y tomé la decisión de no leer nada. El periódico lo leo también muy poco, sobre todo lo que tenga que ver conmigo. Soy el primero que sé cómo juego.

Cuesta verlo eso ahora.

Sí, los jóvenes están más pendientes. Que si este me ha puesto dos puntos en el periódico, que si el otro dice no sé qué… Es malísimo eso. Incluso te puede llevar a hacer cosas para que quien está viendo el partido diga lo que tú quieres. Cuando el que te critica igual ni está viendo el partido. Yo les digo a los jóvenes que me quité las redes sociales. Ellos reconocen que no les van bien, pero no se las quitan. Hay algo de adicción ahí.

La forma de tratar la salud mental también ha evolucionado en toda tu carrera.

Ya te digo, el año del descenso en Gijón lo pasé mal. No sacaba ni al perro a pasear. En Gijón me quería todo el mundo, pero ese año no fueron bien las cosas. Y tenía una responsabilidad extra. Al sacar al perro me decían mercenario, iba un restaurante y había miradas… Hasta en el Mercadona me miraban lo que compraba.

Una cajera del Mercadona me llegó a decir que qué hacía bebiendo cerveza o comprando un Bollycao. Entonces no salía y me fui metiendo en un bucle. También depende de la responsabilidad que se ponga cada uno. Había compañeros que estaban felices pasara lo que pasara. A mí me costaba y seguía costando, cuando pierdo estoy vinagre. Pero veo bien que Isi, Bojan o Iniesta se abran. Somos personas. Vivimos con mucho estrés y no estamos preparados para vivir según qué cosas.

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