Deporte femenino

¿Atletas o sex symbols? La hipersexualización de ellas en el deporte

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¿Atletas o sex symbols?
Monae’ Nichols, Tara Davis-Woodhall y Fátima Diame (Foto: Cordon Press)

«¡Espera: se me va a salir el chichi!» Esta es la traducción más cercana a la frase con que la atleta de salto de longitud estadounidense, Tara Davis-Woodhall, recibió en Instagram la presentación de la equipación presentada por Nike para estos Juegos Olímpicos de París 2024. («Wait my hoo haa is gonna be out»).

La velocista de vallas Queen Harrison Claye también se sumó al cachondeo generalizado que en ese momento se desató en las redes, preguntando a un supuesto Centro de Depilación Europeo si deseaba patrocinar los juegos. Tras la sorpresa inicial, la marca aclaró que había 25 combinaciones de estilos entre las que las atletas podrían elegir.

Katie Moon, en salto con pértiga, también estadounidense, puso el foco en que no había motivo para criticar a una mujer si decidía competir con ese modelo en concreto, por muy estrecho que fuera en la entrepierna. Lo que resultaba ofensivo, añadió, es que alguien creyera que se vestían para atraer la atención de los hombres, y no para sentirse lo más seguras y cómodas posible ejecutando las pruebas.

Seguramente ahí esté la clave, en la sexualización del deporte femenino a través de sus equipaciones. Una visión compartida por muchos directivos de federaciones, de la que podemos encontrar ejemplos sin remontarnos mucho en el tiempo. Joseph Blatter, el anterior presidente de la FIFA antes de Infantino, les dijo a las futbolistas que si querían ganar más dinero tendrían que usar pantalones más cortos, para así atraer a los patrocinadores.

También le agarró el culo a la portera Hope Solo en la entrega del Balón de Oro 2017, como ella misma denunció. Pero a diferencia del caso de Jenny Hermoso y Rubiales unos años después, pocos prestaron atención a sus quejas. Algo ha cambiado a mejor, aunque haya habido que esperar al año pasado para encontrar cambios significativos.

Hasta el año 2023 tuvieron que esperar las selecciones nacionales femeninas de fútbol para que las dejaran competir sustituyendo sus shorts blancos por otros colores. Y hasta verano de ese mismo año, las tenistas de Wimbledon para poder llevar prendas que no fueran blancas bajo la falda. Por primera vez en 136 años.

Las atletas llevaban años denunciando la ansiedad que les suponía ese color, porque si la competición coincidía con su período, la preocupación por las manchas visibles perjudicaba su concentración. En el torneo de tenis se había convertido en habitual que tomaran medicamentos para cortar la regla.

Yelena Isinbayeva (Foto: Cordon Press)
Yelena Isinbayeva (Foto: Cordon Press)

Que se tarde tanto tiempo en conseguir una reivindicación tan lógica evidencia que el deporte es una de las instituciones con más desigualdad de género de nuestra sociedad. Así lo reflejaba una investigación del Parlamento Europeo publicada el pasado mes de marzo: el deporte sigue dominado por hombres, no solo por el número de participantes y el dinero que reciben, también en la gobernanza.

Si nos limitamos a analizar el Comité Olímpico, apenas cuenta con un 32% de mujeres entre sus miembros, frente a un 68% de hombres. Si descendemos hasta las federaciones europeas, solo el 22% de sus directivos son mujeres.

Y esta ausencia femenina serviría para explicar hechos recientes, como que en 2021 la Federación Europea de Vóley-playa multara con 150 euros a cada una de las componentes del equipo femenino noruego. Habían manifestado su descontento vistiendo shorts, en vez de las bragas de bikini a que las obligaba el reglamento, para señalar que a sus compañeros del equipo masculino sí se les permitía jugar con pantalones.

El revuelo que causaron repercutió a nivel internacional, logrando que se cambiaran las reglas de vestimenta. Pero la lectura del nuevo reglamento deja pocas dudas de que las diferencias siguen existiendo: «La equipación de las jugadoras de vóley playa consistirá en un top ajustado, corto, shorts muy ajustados (well-fitting) y ningún accesorio. El short masculino podrá ser más largo si no es holgado, con el límite de 10 cm. por encima de la rodilla».

Sería ingenuo pensar que el atractivo del cuerpo femenino no forma parte del deporte, que sus gestores no lo tienen en cuenta para atraer audiencias, o que las propias deportistas lo pueden explotar para conseguir mayor visibilidad y patrocinios más lucrativos. El problema es que además de todo eso existe una explotación interesada que no es deportiva, sino sexual, con objetivos económicos.

Campeonato de España de voley playa (Foto: Cordon Press)

Una simple búsqueda en Google de fotos con descuidos protagonizados por atletas femeninas remite a artículos clickbait de medios deportivos muy conocidos. Claramente pensados para aumentar su número de visitas, y sus ingresos por publicidad.

Debería dejarse la voz a las atletas y que fueran ellas quienes expresaran libremente, y por países, si su vestimenta les parece o no adecuada. Pero no es tan sencillo. Mi intento de recabar opiniones de atletas femeninas españolas, tanto retiradas como en activo, se ha topado con una realidad confesada por las pocas que, bajo exigencia de anonimato, me han transmitido su opinión.

El riesgo de criticar la ropa deportiva puede suponer la rescisión del contrato de las marcas que las patrocinan, y además cada mujer tiene su propia visión sobre qué es y qué no es estar demasiado expuestas. Lo más importante para ellas es saber cuánto facilita su rendimiento cada prenda. En lo que todas coinciden es en que les gustaría tener más libertad de elección, poder elegir entre dos equipaciones, una con menos tela y otra que las cubriese más, para que cada una pudiese competir acorde a sus preferencias.

Recientemente, en El Hormiguero, Ana Peleitero, atleta de triple salto, lamentaba que su equipación dejara tan al descubierto su cuerpo, que aún no había recuperado la forma tras el embarazo. Era algo, según dijo, que se le hizo más presente al observar a sus compañeras. Hablando con una joven atleta federada, de quince años, que aún compite en la federación regional, pero que sueña con llegar algún día a los JJ.OO., me dice que no era agradable entrenar en bragas y top cuando tenía doce años, y tampoco acaba de sentirse completamente cómoda ahora. Pero si quiere cumplir sus objetivos, tiene que atenerse a las reglas, incluidas las de vestimenta, concluye con cierto fatalismo.

No todas tienen esa resistencia mental. El pasado año la jugadora de hockey inglesa Tessa Howard (25 años) publicó una investigación académica en The Guardian donde concluía que el 70% de las adolescentes británicas abandonaban el deporte porque no se sentían cómodas con la equipación. Se refería específicamente al momento en que se pasa de las categorías juveniles locales, es decir, al momento en que una práctica infantil toma la senda profesional.

Es indudable que el problema existe, pero también hay una demanda real entre las consumidoras que no son atletas y practican deporte. Quieren verse guapas. Desde finales del siglo XX la ropa deportiva femenina ha cambiado radicalmente, se ha hecho más ajustada y más reveladora, en consonancia con esta demanda personal de las consumidoras.

Sabine Lisicki en Wimbledon (Foto: Cordon Press)

La presentación de Nike, además de pensada para generar viralidad, estaba dirigida a esa demanda, y bien focalizada, pues como cualquier otra marca invierte millones en investigación de mercado para asegurar el éxito de sus productos. Tampoco son enteramente inocentes, las atletas son sus modelos de alta pasarela, y cuanto más espectacularmente luzcan las prendas en sus cuerpos, mayores ventas conseguirán.

Otra cosa es que sea común que se produzcan reacciones como las que leemos en los foros de incels (célibes involuntarios), ese atajo de tipos que se reúnen en internet para quejarse de que las mujeres no quieren salir con ellos. Una de los argumentos que más repiten en sus reuniones es la queja por tener que compartir gimnasio con chicas que van demasiado sexys a entrenar. Les desconcentran, y, peor aún, les excitan.

Las deportistas no pueden influir en los órganos de gobierno deportivos que deciden sobre las equipaciones. Cuando escuchamos reclamaciones serias suelen ser de equipos enteros porque es más fácil evitar la represalia personal. Las quejas en Instagram no pasan de ser comentarios, no reivindicaciones activas, sin mayores consecuencias.

Además, existe el riesgo de caer en justo lo contrario a la sexualización, una especie de moralización del aspecto femenino que sería tanto como imponerles que se tapen más. La solución es fácil, y ellas lo han repetido desde diferentes países y disciplinas: una equipación con varias prendas para elegir entre más o menos ajustadas o reveladoras, y la opción de color oscuro en la parte inferior. ¿Se adoptará? París 2024 ha empezado dando inicios de que aún estamos lejos de esa normalidad.

2 Comentarios

  1. Me parece que era el equipo femenino noruego de balonmano de playa y no el de voley playa.

  2. Quizás las fotos elegidas no eran las más apropiadas para ilustrar el artículo no ?

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