Hoy, 13 de mayo, se celebra el Día Internacional del viejo, noble e ingrato arte de entrenar a un equipo de fútbol. El Día de los que cuentan las semanas por victorias o derrotas, sabiendo que si cuentan 3 seguidas de las últimas se les pinta una diana en la frente y alguien comienza a redactar un texto de despedida en su nombre. Subía Julia Paz Dupuy hace unas horas un texto a Twitter que rezaba. «La primera lección de todo jugador y todo entrenador debería ser esta: ‘En este juego, si no hay drama no hay nada’».
Y cierto es que ningún protagonista del fútbol vive con la misma tensión dramática cada minuto de juego como la figura del que lo vive de pie al borde de la línea de cal. Nadie -ni siquiera el que pone el dinero para que se juegue- sufre tanto con cada jugada. Nadie siente más el peligro, ni la euforia, como el que ha pasado noches en vela pensando en cómo rascar tres puntos un domingo a las cinco de la tarde.
Ya hemos comentado muchas veces que en esta esquina del campo que nos toca, la del fútbol femenino, hemos sufrido a los del perfil nefasto, a los que había que poner en algún sitio porque se les debía un favor, y se les ponía donde a nadie le importa, en el banquillo de las chavalas.
Desde benjamines hasta Primera División, esto fue así durante décadas. El primo del utillero, a entrenar al regional femenino. El padre de la delantera, porque alguien se tiene que hacer cargo de ellas si quieren jugar.
Una vieja gloria del club que se sacó el título en Las Rozas pero cómo le vas a dar un juvenil para que te lo descienda. Cualquiera servía, aunque muy pocos valían. A esos, a los que valieron, a los que pusieron ganas y tiraron del carro hasta conseguir que se respetara al femenino del club, les debemos la supervivencia, aunque pocas veces veamos su figura reconocida por parte de los que mandan.
Hace unos años contaba en Futboleras que nos estábamos preparando para un cambio generacional en el que mujeres futbolistas apuntaban a romper el techo de césped y ocupar los espacios históricamente destinados a los hombres, ya fuera en un despacho con una placa de Dirección Deportiva o en un vestuario apuntando una alineación en una pizarra.
Cuatro años van ya, y seguimos viviendo en una cuota baja, bajísima. Se sigue rompiendo la escalera para que las exfutbolistas cualificadas opten a puestos de poder. Natalia Arroyo ha anunciado su marcha de la Real Sociedad. Iraia Iturregi nos dejó el año pasado por un masculino. Monforte resiste en el Villarreal. Pry dirige al Betis desde el despacho. Ferreras acaba de subir, y la puede acompañar Mai Garde desde la Dirección Deportiva de Osasuna.
Montse Tomé dirige a la Selección Absoluta. Y este espejismo que supone el escaparate de la élite oculta el dato de que de 11.506 técnicos registrados en España, solo 704 son mujeres, y que el 94% de entrenadores sean hombres no es una decisión personal, sino la consecuencia de los obstáculos institucionales, sociales y culturales asociados a la brecha formativa, pero sobre todo a la negativa del grueso de clubes a ceder oportunidades a las mujeres.
De qué me vale el título si no voy a entrenar, y si lo hago siempre será en una inferioridad de condiciones respecto a un compañero, porque el puesto de entrenador sigue siendo el único no regulado, la pieza profesional que no se acoge a convenio, y a la que se le pueden poner unas condiciones u otras dependiendo del parecer de quien mande.
El éxito de los proyectos deportivos no depende únicamente de ganar o perder. La gestión de vestuario es esencial para que un equipo -y su cantera- disfruten de una estructura estable donde poder crecer. Para ello, un año más, reclamamos la necesidad de que los números aumenten, de que quienes conocen de verdad cómo se forma a las niñas que serán futbolistas mañana -sus necesidades, sus carencias y su capacidad- sean las encargadas de proporcionarles todo lo que necesitan para llegar a ser futbolistas profesionales. Que las que saben lo que les faltó se encarguen de que no les falte a las que vienen.
Hay algunas que aún quieren ser entrenadoras. Que ven el cuelgue de las botas como un gesto de continuidad y no de final. Que sienten la necesidad de seguir vinculadas a la pelota y al vestuario, a no dejar un fútbol mejor para las que vienen detrás sino que creen que pueden construirlo.
Convertir ese 6% de entrenadoras de nuestro país en un 10, un 15, un 50 es una carrera de fondo que emprenden las que saben que querrán bajarse a cada kilómetro, pero les da igual. A todas ellas, las de hoy y las de mañana, y sobre todo a las que lo intentaron ayer, feliz día.