Real Madrid-Leipzig, octavos de final de la Liga de Campeones, partido de vuelta. Pasaba el minuto 91 y la eliminatoria pendía de un hilo. Dani Olmo recogió una pelota en el área e inventó una maravilla eléctrica. La bola le venía llovida, ridícula, examinando la paciencia en un momento de urgencia.
Olmo la controló con el pecho, yéndose hacia atrás y en posición incómoda, y la elevó con clase y con el interior, de vaselina hacia la puerta. La pelota trazó una parábola inesperada que reinventó los espacios y el tiempo, superó al portero Lunin y cayó con delicadeza sobre el larguero. El Bernabéu inspiró con admiración y espiró con alivio. Justo en ese momento entendí que había sido algo bonito, pero efímero. Enseguida lo olvidaremos.
Me dio un poco de pena. Un poco. Me dio también por pensar adónde van los no goles, dónde terminan. En alguna parte debe existir un limbo repleto de acciones bonitas. El no gol de Dani Olmo podría haber sido un gol icónico, pero se quedó en el casi y mañana o pasado huirá de nuestras retinas, sin premio, hacia el olvido y la indiferencia. Tanto o tan poco, por tan poco. Más bonito que bueno. Demasiada diferencia.
Recordé entonces algo curioso. Recordé que hace varias temporadas hubo una jugada de Karim Benzema que no terminó en gol y yo pensé (y juraría que tuiteé) que era mejor así, que una maniobra tan bella no merecía la ordinariez del triunfo, que era más poético el no gol. Menuda gilipollez. Han pasado unos años y recuerdo haber pensado todo eso, pero no recuerdo exactamente en qué jugada fue. Lo comenté en twitter y un par de lectores amables sugirieron una jugada concreta como posible respuesta: en un partido en el Bernabéu contra el Levante, un remate de espuela que repelió la cruceta. Sigo con la duda, pero quizá sea esa la jugada correcta.
El caso es que mi olvido me corregía y confirmaba que no era mejor así, sin gol. El caso es la lección: ya puede ser una obra de arte que si no acaba en gol difícilmente la recordaremos, por muy injusto que sea. Pensarlo me da otra vez un poco de pena. Un poco. El fútbol no tiene edad, pero yo sí. Y pesa.
Pensé también que todos somos el no gol de alguien. Y que todos tenemos con alguien un no gol.
Siguiendo el tema, un aficionado del Madrid me envió un no gol de Zidane en Valladolid y me refrescó la memoria. Un aficionado del Valencia me enseñó un hilo en el que recopila grandes acciones que no terminaron en gol, por lo que fuera. Yo no recordaba casi ninguna, para variar, y conste que recuerdo un montón de goles de mierda.
Goles que ni siquiera tenían importancia, pero eran. Goles asquerosos, goles sin valor en partidos sin peso, goles porque sí, goles en propia puerta. En el hilo valencianista del casi no había goles, pero había chilenas a la madera, había maniobras brillantes y sobre todo había un pase de rabona de Pablito Aimar que era auténtica crema.
Ahora quiero que todos los equipos de fútbol de este planeta tengan su hilo de maravillas que no acabaron en gol para poder mirarlo durante las noches en vela. Ahora quiero que todos los equipos tengan una subsección con pases que nadie recuerda porque el delantero no acertó a meterla. Ahí podría jubilarme yo, tan ricamente: en el limbo de los pases geniales que nadie recuerda.
Reconociendo que el Leipzig fue claramente mejor en la eliminatoria, me parece que Dani Olmo quiso centrar. Hubiera sido un churro enorme si entra.