A Cerdeña y a Cagliari hay que venir con los deberes hechos y con cierta sabiduría portátil. Usted debería conocer quién es Grazia Deledda, la Nobel sarda. Debería conocer también quién es Salvatore Satta y haber leído la novela que le han recomendado acerca de Nuoro, ese Nido de cuervos en la Cerdeña profunda (El Día del Juicio).
Damos por hecho que usted sabe que de la isla son también oriundos dos históricos de la muy histórica izquierda italiana: Antonio Gramsci o Enrico Berlinguer. Volviendo a lecturas de primeros auxilios, a usted le debería sonar el nombre de otro icono de la siniestra sarda, el antifascista Emilio Lussu (Libros del Asteroide publicó hace años Un año en el altiplano).
Hilando más fino, quizá no haya oído el nombre de Sergio Atzani, autor de Bellas mariposas, que cuenta la historia de dos chicas de un barrio deprimido de Cagliari (fue llevada al cine con éxito por Salvatore Mereu con actores no profesionales y triunfó en su lejano día en el Festival de Venecia).
Se le puede exculpar a usted de esta carencia propia de culturetas, pues exige algo de poso en la mundología de los sardos. Pero sería grave que no supiera nada de los antepasados pisanos y aragoneses en Cerdeña y en Cagliari en particular (por no hablar de los «nuraghi» de la Edad del Bronce que se encuentran diseminados por la isla).
Su conocimiento tendrá otro gran boquete si ignora que, durante décadas, a la atrasada Cerdeña se la asoció con el bandolerismo y los secuestros por bandas criminales. ¿Tampoco sabe nada ni ha oído hablar de la tradición pastoril en la isla? No, no se empeñe. No podrá presumir de que sí conoce la dolce vita del ya fenecido Silvio Berlusconi por el litoral de Costa Esmeralda si, por el contrario, lo desconoce todo de la historia de la minería sarda, desde el siglo XIX al Duce Mussolini, y cuyos poblados mineros, convertidos en dioramas del tiempo, se alzan hoy enigmáticamente frente al mar por el suroeste de la isla.
De Cagliari, la capital, debería conocer al menos dónde se alza el bastión de St. Remy, qué se ofrece por el barrio de la Marina a la espalda de Via Roma o qué le aguarda si se empeña en desentrañar las callejas del Castello. ¿No conoce la forma ni el sabor de la pizzeta sflogia, delicia única y cagliaritana? ¿Y no le tienta visitar con la precaución debida el barrio de Sant’Elia, el de la marinería, los pescadores, las tascas y las playas más recogidas y urbanas de Cagliari?
Siendo indulgentes, todo esto se le podría perdonar a usted en materia de desconocimiento sobre historia y sociología en clave sarda (el sardo, por cierto, es una lengua autóctona). Pero, entrando ya en la redonda materia (o sea, el balón), resultaría del todo imperdonable que usted no supiera que Gigi Riva, el mejor futbolista italiano de la segunda mitad del siglo XX, jugó en el Cagliari Calcio.
Murió el pasado enero, con 79 años, y fue enterrado con luctuosa apoteosis en la Bonaira. Contra todo pronóstico, el carismático Riva no quiso fichar nunca por ningún otro equipo más rico y de mayor tronío (quiere decirse la Juventus, la habitual tentadora en el fútbol transalpino).
Riva, leyenda popular más allá del fútbol en Cerdeña, sigue siendo el rey de los guarismos en la Italia balompédica. Todavía nadie ha superado los 35 goles anotados en sus 44 partidos disputados con la selección de Italia (sin olvido de los 155 goles marcados en la Serie A).
Recuerda Toni Padilla en su libro Unico grande amore que el Cagliari fue el primer equipo del Mezziogorno italiano que logró desafiar y vencer a los grandes clubes del norte de Italia (Juventus, Milan, Inter). Lo hizo posible Riva, apodado en su día rombo di tuono (fragor del trueno) por el periodista deportivo Gianni Brera.
El Cagliari de Riva (junto con el gran delantero Roberto Boninsegna) se alzó por vez primera en su historia con el scudetto en el año vintage de 1970. El suceso ocurrió en los últimos días del viejo estadio Amsicora, anterior al histórico y luego artrítico estadio Saint’Elia. Se dijo entonces que el título había supuesto el ingreso definitivo de Cerdeña en Italia.
La isla permanecía como aislada, entre la desconfianza sarda y una inercia de fatalismo local sin estridencias. Cuando, en 1964, llegó el propio Gigi Riva a la isla para jugar, se cuenta que dijo «joder, esto es África». Cagliari, formada de un primer vistazo de entre piedras viejas, una llanura como africana y espacios laguneros frente al mar, era la capital de una isla casi abrochada con candado, enemistada dentro de sí y no exenta de peligros.
En la década de los 60 eran habituales los secuestros por parte de sus célebres bandidos (entre ellos los perpetrados por la banda de Graziano Mesina, apodado Gratzianeddu). El propio Mesina era hincha del Cagliari y solía emboscarse entre el graderío del Amsicora, animando al Cagliari e, incluso, departiendo con los propios policías.
Solía escribirle cartas y notas de apoyo a un –en principio– asustado Gigi Riva (luego se conocerían y se harían amigos). Pese al gran éxito futbolístico alcanzado, los secuestros continuaron en Cerdeña. En 1979, el cantautor Fabrizio De André, hincha declarado del Génova, y su mujer Dori, fueron secuestrados y conducidos a un monte. De André, con quien también Riva entabló amistad, fue condescendiente con sus captores y entendió los males seculares de Cerdeña.
En 1992 y ya entre rejas, Graziano Mesina intermedió en el mediático secuestro del niño Farouk Kassam, de sólo 7 años (sus captores le trepanaron una oreja para acelerar el pago por su rescate). Finalmente fue liberado tras más de cinco meses secuestrado.
El Cagliari inolvidable y campeón en 1970 era aquel equipo de fútbol (no se olvide su histórico rival, la Sassari Torres) que alzó el nombre de Cerdeña sobre el petulante norte de Italia y los mil y un contubernios políticos de la haragana Roma. Todavía en los años 60, en la isla existían casos de malaria, el 30% de la población era analfabeta y en la sociología más oscura de su paisaje y su paisanaje se seguía aplicando el llamado codice barbaricino o ajuste de cuentas por venganza.
Incluso en la década de los 70, cuando en Italia comenzaban los sangrientos anni di piombo, aún había muchos pueblos sardos que carecían de suministro eléctrico. El scudetto no fue la redención económica para Cerdeña. Pero sí marcó un antes y un después para lo por venir en el desarrollo de cierto orgullo insular. En cierto modo el Cagliari amortiguó los desencuentros que más allá del fútbol se producían con Sassari, la otra gran ciudad de Cerdeña.
Del protuberante Riva se ha dicho que tenía espalda de agricultor y cara huesuda con un punto de cubismo. Coincidió el éxito de 1970 con el buen papel que hizo Italia en el Mundial de México de aquel mismo año. Seis jugadores de la selección azzurra procedían del Cagliari Calcio (para los anales quedó la estampa de aquel 4-3 en la final azteca por parte de la Italia de Riva frente a la República Federal de Alemania, la del también difunto Beckenbauer y su celebérrimo brazo en cabestrillo).
Al funeral de Gigi Riva en la basílica de Bonaira asistieron 30.000 deudos sinceros (entre ellos muchos jugadores históricos, como el no menos mítico portero Buffon y el también sardo, en concreto de Oliena, Gianfranco Zola). La muerte de Riva ha sido el gran acontecimiento noticioso en Cerdeña en este 2024, al que se le ha unido, por inesperado, el triunfo en las elecciones regionales por parte de la coalición de izquierdas frente al candidato de Hermanos de Italia (el partido de la actual primera ministra Giorgia Meloni).
La muerte establece su paréntesis sin remisión. Hay ya un antes y un después del gran delantero Gigi Riva. Igual que hay un antes y un después en la propia vida, últimamente difícil y polémica, del Cagliari Calcio. En los últimos años, el equipo de azul marino y rojo (rossoblú) ha padecido dos problemas que a falta de solución se han cronificado como males endémicos.
Uno de ellos ha sido el destierro y la falta de un estadio donde poder jugar como local. Ningún equipo de Italia ha tenido que afrontar la mísera condición de ser un club sin hogar. El vetusto Sant’Elia quedó clausurado por peligro de derrumbe. Durante un tiempo el equipo jugó en el estadio ls Arenas, en el cercano municipio de Quartu Sant’Elena, poniendo en peligro el hábitat de las especies del Parque Natural de Molentargius.
Desde hace años el Cagliari juega sus partidos en un estadio provisional, levantado cerca del Sant’Elia: el Sardegna Arena (ahora llamado Unipol Domus por exigencias de patrocinio). El nuevo estadio que pretende levantar el club cagliaritano llevará precisamente el nombre de… ‘Gigi’ Riva.
Quien se acerca en ferry al puerto de Cagliari puede observar la silueta en transición del Sant’Elia e intuye a su sombra las gradas largamente provisionales del Sardegna Arena. Volviendo a las clases de sabiduría portátil sobre Cerdeña y el Cagliari, usted igual no conocía que el equipo capitalino, con sus saltos y caídas entre la Serie A y la Serie B, ha estado jugando como desterrado en estadios provisionales e incluso lejanísimos (llegó a disputar una vez un partido en el híbrido confín de Trieste).
De igual modo, es casi seguro que usted igual desconocía que entre el pastoreo en Cerdeña, uno de sus símbolos más ancestrales, muchos de quienes hoy se dedican al viejo oficio son de origen magrebí y africano (así ocurre, por ejemplo, en la zona de Campidano que rodea a Cagliari). La globalización y el cambio del color de la piel hace ya unos años que llegó al ancestral pastoreo de los sardos.
Por eso, aun a riesgo de mezclar churras con merinas (y valga la redundancia con símil ganadero), sorprende un tanto que el Sardegna Arena haya sido señalado como uno de los estadios más racistas de Italia. Usted no conocerá seguramente este dato ni los nombres de quienes han sufrido tanto cántico simiesco a lo largo de estos años (Samuel Eto’o, Sulley Muntari, Blaise Matuidi o el más reciente caso de Moise Kean).
Mientras se escriben estas líneas, el Cagliari, entrenado por el incombustible Claudio Ranieri, ocupa la penúltima posición en la Serie A italiana, con 19 puntos ganados de 25 partidos jugados. El Inter tiene ya casi aroma a campeón del ‘Scudetto’, esa gloria de 1970 que el entierro de ‘Gigi’ Riva ha hecho recordar a todo Cagliari.
Boninsegna ya estaba en el Inter cuando el Cagliari ganó el scudetto de 1970. Formó parte del equipo hasta la temporada anterior (donde quedaron segundos). Por lo demás, buen artículo.