En una de las escenas más celebradas (y más rentables) de la historia del cine español, Santiago Segura disfrazado del cutrecastizocasposo de José Luis Torrente le enseña una Smith & Wesson del 38 a un cariacontecido Javier Cámara transmutado en el tonto del pueblo del barrio de Vallecas. El gafotas se relame ante tamaño símbolo de poder y el policía más fachuzo del mundo le suelta:
—¿Qué, te gusta?
—Errrr… pos sí. —responde un embelesado Cámara.
—¡Poj te compraj una! (al tiempo que le arrea una sonora colleja).
Pues esta es un poco la escena que se podría vivir cada vez que un aficionado a la Fórmula 1 se planta al lado de un Fórmula 1 de verdad.
El seísmo provocado por su motor a un ralentí de 4000 RPM (el tope de la escala de muchos coches de calle), la explosión sonora que emana de sus escapes cuando su tripulante pisa sin piedad el acelerador, ese volante repleto de botones y palancas capaz de liar al mismísimo Mr. Spock, el brillo de la colorida carrocería, el tamaño de sus negros neumáticos o algo tan sencillo y a la vez complejo como ese pequeño ballet de mecánicos de alta tecnología encargados de proporcionarle los cuidados propios de toda una maternidad… embriaga, emborracha, endroga.
No falla, la frase que sale automáticamente de la boca de todos es durante el primer encuentro es:
Sí, perooooo… ¿eeeeeesto cuanto vale?
El más húmedo sueño de un aficionado a la F1 no es pilotar uno, sino tenerlo aparcado en la puerta de su casa, pero ¿es posible esto? Curiosamente la respuesta es sí. Hay varias formas de acceder a un monoplaza más o menos auténtico, y completamente funcional para poder ponerle la cabeza como un bombo a tu cuñado a cuenta de sus explosivas prestaciones, su aceleración o del chollazo que pillaste en eBay, donde alguno se ha podido encontrar.
El camino más sencillo para hacerse con uno de estos misiles tierra-tierra, el tradicional y más evidente, es ser piloto de carreras. Empiezas antes de los diez años de edad a correr en karting y lo ganas todo, primero a nivel nacional y luego internacional.
Después ganas todos los campeonatos de monoplazas pequeños, más tarde con monoplazas de cierto nivel, y cuando seas campeón de todo todo todo alguien pegará en tu puerta y te dirá: «chico, búscate diez millones de euros y podrás pilotar un F1 el año que viene», y te darán uno —prestado— antes incluso de cobrar tu primera nómina.
El problema es que ese proceso cuesta unos 5-8 millones de euros, dura no menos de una década, y puede que ya no tengas diez años para ponerte a empezar, así que el primer Plan B es obvio: «¿Existe el mercado de segunda mano en esto?». Pues sí, existe.
Los pilotos estrella y campeones del mundo suelen quedarse con los monoplazas con los que han ganado. Los compran a un precio simbólico o las escuderías se los regalan como premio a los méritos logrados. Cada escudería construye varios chasis cada año, entre cuatro y ocho (cada vez menos), dependiendo del poderío de sus finanzas, y en ocasiones algunos «que pilotó fulano» suelen acabar en manos de coleccionistas pudientes.
Poca o más bien ninguna gracia tuvo que hacerle al propietario del Ferrari 312T con el que corrió Clay Regazzoni que se estrellara durante el rodaje del biopic sobre Niki Lauda y James Hunt «Rush». El vehículo, reparado tras el accidente, estaba valorado en unos tres millones de euros y fue usado para recrear el accidente del piloto austriaco.
Precisamente la marca italiana tiene un exótico y nada barato servicio denominado Ferrari Corse Clienti a través del que puedes acceder a uno de sus coches usados en los Grandes Premios. Los monoplazas jubilados con los que han competido sus pilotos titulares suelen ser usados durante un par de años para exhibiciones y eventos publicitarios, y cuando consideran que sus secretos técnicos son confesables son vendidos a clientes muy selectos.
Si eres uno de ellos te los mantienen y te los llevan por el mundo para que puedas correr subido en tu adquisición en eventos preparados ad hoc. Ojo, que la factura es millonaria, y se verá incrementada de manera espectacular si te atizas contra el muro de una pista cualquiera. Recuerda que son coches únicos en el mundo y sus recambios han de ser construidos a medida. Solo apto para bolsillos muy profundos.
Si no te los puedes permitir, pero sí alquilar, hay diversas empresas que te los ceden durante jornadas de velocidad no competitiva para que puedas experimentar sus sensaciones. En España hay varios Benetton que fueron pilotados por Michael Schumacher, un Prost y un Jaguar en el Circuito Ascari (Ronda) y por un precio relativamente razonable se puede acceder a curso de pilotaje a bordo de uno de estos.
Uno de los que los ha catado es el actor Antonio Banderas, del que cuentan va como un tiro, no en vano a punto estuvo de protagonizar un biopic sobre Ayrton Senna. En el sur de Francia, AGS Formule 1 ofrece algo parecido con varios Prost, Jordan y Arrows. En Inglaterra, cuna del deporte, hay numerosas opciones como la de The Racing School, que posee un Forti, o FP1, con varios Jordan, Jaguar y Super-Aguri en sus instalaciones.
Si quieres comprar y montártelo por tu cuenta, las compañías británicas Race Cars Direct y Hall and Hall tienen en su cartera varios F1 de los años ochenta-noventa con precios propios de coches de calle. Recuerda: los coches son relativamente baratos, pero su mantenimiento no.
Si tienes tiempo y manos pero no mucho dinero puedes hacer como un vecino de Sarajevo llamado Miso Kuzmanovic. Este mecánico soñador tardó un par de años y se gastó veinticinco mil euros en construir algo que vagamente puede ser tildado de «Fórmula 1». Desde luego tiene una forma similar; posee dos asientos situados uno detrás del otro como en los jets de combate, alerones, derivas aerodinámicas, ruedas descubiertas y un motor de dos litros procedente de un desconocido y canibalizado turismo.
Con él, darías el cante de manera infinita por tu barrio, pero aunque tenga cinturón de seguridad, luces e intermitentes, jamás pasarías una homologación mínimamente razonable, y por lo tanto no podrías matricularlo. Si lo llevases a la Inspección Técnica de Vehículos, le saltarían los plomos a las instalaciones con solo acercarlo a la nave industrial donde se le somete a las pruebas correspondientes. El ingenio construido por el bosnio alcanza los 200 kms/h, pero nadie en su sano juicio pondría a esas velocidades un trasto creado en el sótano de su casa.
Otra opción económica es pillarse un Furore. Un ingeniero de Essex llamado Russ Bost construye algo parecido a lo anterior pero con algo más de sentido común a bordo. En el territorio de la libra esterlina poseen una enorme tolerancia ante la libertad de movimiento de sus súbditos y es por eso que admiten prácticamente cualquier chisme que pueda moverse por sí mismo siempre y cuando tenga matrícula, luces, intermitentes y pague sus impuestos.
El Furore posee las formas sinuosas de un F1, supera los 250 kms/h y se pone de cero a cien en poco más de tres segundos, que es una cifra equiparable a la de un auténtico F1. Si la gracia reside en que cuesta menos de quince mil euros, la desgracia es que solo es legal si lo conduces bajo el manto de la monarquía británica. Posee un aspecto cutre y algo salchichero pero se trata sin duda de una opción divertida y asequible siempre y cuando te hagas, al menos temporalmente, británico.
La vía de acceso a las sensaciones de Fernando Alonso al volante más razonable de todas es comprarte un coche de calle legal, fabricado en serie, homologado y matriculable que te las pueda transmitir. Hay muchas opciones pero las tres más lógicas son el Caparo T1, el Ariel Atom y el Caterham.
Los tres son coches biplazas, de prestaciones y concepto radical, carecen de todo aquello que no sea estrictamente necesario para correr, y sus formas evocan a un monoplaza de carreras. El primero cuesta la friolera de trescientos veinte mil euros y está diseñado por antiguos ingenieros de McLaren.
Tiene el récord absoluto en el «trazado» aeroportuario de Dunsfold, ese mismo en el que los tres gamberros de Top Gear ponen a prueba todo tipo de coches, y en el que el Caparo ha sacado los colores a Ferraris, Lamborghinis o Bugattis de coste y pedigrí muy superior. La versión V8 del Ariel Atom retuvo este mismo récord durante un tiempo, pero fue superado hace no mucho. Esta especie de kart a lo bestia parece un coche inacabado, con los tubos del chasis asomando como único única carrocería y en varias versiones utiliza motores de moto.
Diversión asegurada desde treinta y cinco mil euros. La versión más básica de lo que puede ser un simulador F1 conducible y según sus propietarios la mejor si quieres sentirte como un piloto de carreras yendo de tu casa al trabajo, es un Caterham. Esta marca británica construye un biplaza de aire retro y basado en el mítico Lotus Super Seven. Hay una escala de potencias y acabados pero te puedes pillar uno desmontado y armártelo en casa desde poco más de quince mil euros.
Sus correligionarios son miles en todo el mundo, encontrar piezas es fácil y como su mecánica es tremendamente sencilla admite injertos procedentes de otros coches. El día que se te rompa el motor, le pones otro pillado en un desguace sin excesivas complicaciones, y hale, a correr.