«Yo soy el metrosexual de Serbia. Me doy rayos UVA, me hago la manicura, pedicura, me echo cremas, estoy feminizado. En el armario tengo un millón de euros en ropa. Por eso me gustan las mujeres, porque soy como ellas»
«Tenía más dinero que cerebro»
«Siempre he pensado que había algo malo en todo esto del fútbol. Yo solo acabé la escuela primaria, pero como jugador de fútbol ganaba 10.000 euros a la semana, mientras que en Serbia un médico, un doctorado o un profesor ganan 100 euros. Es surrealista, nunca he podido estar de acuerdo con esto».
«¡Sácate el tonto!».
Poco se recuerda hoy de Saša Ćurčić, uno de los jugadores más prometedores de la Yugoslavia de los años noventa. Su carrera fue breve. Debutó como internacional con los Plavi en 1991, contra Brasil, cuando solo tenía 19 años. Pronto dejó el Partizan de Belgrado para dar el salto a la Premier League y recalar en el Bolton, donde triunfó, pero no pudo evitar el descenso.
El Aston Villa le rescató para la máxima categoría pagando cuatro millones de libras y el fichaje, al final, resultó un rotundo fiasco. Firmó después por el Crystal Palace, club en el cual tampoco brilló, y en sus últimos días en activo tuvo un discreto paso por los MetroStars de Nueva York, un equipo escocés, el Motherwell, y el Obilić de Belgrado, hasta que decidió retirarse del fútbol prematuramente a los 29 años.
El anuncio de que abandonaba este deporte, en cambio, sí fue sonado. Compareció ante los medios por todo lo alto. Dijo que dejaba el fútbol sin haber cumplido la treintena para, literalmente, dedicarse «a follar». Y que si alguien quería que volviese a ponerse las botas, que no le ofreciera diez millones de libras, sino 15 mujeres procedentes de todos los rincones del mundo para que pudiera «hacerlas felices» y «satisfacerlas como nunca antes las han satisfecho».
«No puedo alcanzar un orgasmo mirando a un compañero de equipo», siguió, «pero la cosa cambia completamente con Cindy Crawford». Aunque la procesión iba por dentro: «Ahora mismo, si pienso en el fútbol, solo me trae malos recuerdos», concluyó.
Por este tipo de declaraciones y toda suerte de excentricidades es recordado entre los ingleses como El George Best serbio. Demasiado premio, este apelativo, para un futbolista que perdió la forma física cuando estaba en la edad de apogeo y que solo rindió dignamente en Inglaterra durante un año. Consciente de su declive, cuando estaba el Crystal Palace, le echó la culpa de su fracaso a la UEFA. Acusó a este organismo de hundir su carrera cuando prohibió que Yugoslavia disputase la Eurocopa de Suecia en 1992 días antes del comienzo del torneo. «Tenía 18 años cuando la UEFA destruyó mi futuro futbolístico impidiendo que Yugoslavia jugase la Eurocopa del 92. Quién sabe, después de ese torneo podría haber sido fichado por el Barcelona o el Real Madrid. Ellos me negaron ese sueño».
Sin embargo, el seleccionador yugoslavo, Ivica Osim, que había hecho debutar a Saša Ćurčić frente a Brasil, era sarajevita, croata y su mujer, musulmana. En el 92, vivía en Belgrado colgado del teléfono, escuchando las noticias que llegaban de una cada vez más violenta Sarajevo, donde estaba su familia. Como también empezó a recibir amenazas, tuvo que renunciar a su cargo y escapar a Grecia. Se fue diciendo que su expaís -sin Croacia ni Eslovenia- no merecía disputar la Eurocopa. Los musulmanes Meho Kodro, Faruk (Pepe, en el Betis) Hadžibegić y Mehmed Baždarević también abandonaron.
Las imágenes de la guerra ya estaban escandalizando a Occidente en cada informativo de televisión. A la selección, en un encuentro preparativo contra la Fiorentina, la abuchearon. La llegada a Suecia, además, estuvo rodeada de medidas de seguridad por temor a atentados de la diáspora de origen yugoslavo que residía en el país escandinavo.
John Major, por su parte, amenazó con retirar a Inglaterra si no se echaba a Yugoslavia. La expedición Plavi, desde Estocolmo, desbordada por los acontecimientos, proclamó «No somos asesinos». Y Stojković dijo que las satisfacciones deportivas ayudarían a todo el país, pero finalmente fueron expulsados de la fase final cuando ya estaban entrenando para preparar el primer partido.
Un suceso lamentable. Unos meses de infarto. Deprimentes. Un drama que podría marcar la carrera de cualquier jugador, pero que tenía un pequeño problema. Un detalle sutil. Saša Ćurčić nunca estuvo allí. No estaba entre los 18 convocados inicialmente (que sin los croatas también metían miedo con Mihailović, Stojković, Jugović, Mijatović y Savićević) ni era ninguno de los dos que fueron llamados a última hora para completar la lista: el muy grato de pronunciar, Slobodan Krčmarević, y Dejan Rambo Petković.
En ningún documento aparece Curcic en aquel grupo de seleccionados. Ni en los cromos de Panini, que editó el álbum de la Eurocopa sin la sustituta, Dinamarca, a la postre el equipo ganador del torneo. Y Ćurčić, si no estuvo allí ¿por qué le echó la culpa a la UEFA de destruir su carrera echando a una selección de la que aún no formaba parte?
Todo indica que Saša fue, durante sus años más locos, que coincidieron con los que ejerció la profesión de futbolista, un genuino cantamañanas. De hecho, en Birmingham se le recuerda, más que por su fútbol, por haberse comprado un autobús de dos plantas que llenaba de mujeres para recorrer las calles de la ciudad dándole un toque más ameno a su vida nocturna. Pero lo mejor será, ya fuera caretas, que relatemos su vida desde el principio.
Durante los años 80, los ciudadanos de Yugoslavia sufrieron una pérdida de poder adquisitivo de más del 50%. Aunque los 70 se recuerdan como The good old times, tampoco fueron fáciles, había paro, emigración, pero nada en comparación con lo que después fueron los 80. Tras la muerte de Tito, con la decadencia de los regimenes socialistas de Europa del Este, Yugoslavia tenía una de las mayores deudas externas del continente y la vida se fue endureciendo hasta niveles insoportables.
La familia de Ćurčić, por ejemplo, nunca tuvo casa propia. Vivían realquilados, compartiendo viviendas con sus propietarios. En sus memorias, Gola Istina (La pura verdad) el futbolista recuerda su infancia como «en un agujero».
Empezó a pelotear cuando residían en la barriada de Borča Greda, a las afueras de Belgrado. Compartía armario y habitación con su hermana en una casa propiedad de otra familia. Por eso su madre estaba obsesionada con que no hiciera ruido para no importunar a los dueños. Seguramente tocada un poco del ala, no dejaba a Saša moverse de la baldosa. Es uno de sus recuerdos más amargos: que de niño, cuando quería jugar a algo, le increpaban.
Entretanto, su padre le encerraba en la habitación para que estudiase. Pero Saša, que solo pensaba en jugar al fútbol con sus amigos del barrio, saltaba por la ventana y se escapaba en búsqueda de sus colegas. Su padre, cuando dejaba de oírle hacer ruidos, ya sabía que había huido e iba a por él. «Crecí sin derecho a jugar», recuerda Saša.
Aunque, pese a lo freaks-control que eran sus padres, el fútbol no se le dio mal incluso aprendiendo a jugar de furtivamente. Pronto fichó por el Besni Fok, un pequeño equipo de Belgrado. Y destacó, al mismo tiempo que empezaron a pasarle cosas extrañas.
Con una especie de beca, fue enviado a Francia a formarse. Sus padres creían que era una gran oportunidad para él, que terminaría fichando por un buen equipo extranjero y enviando divisas a la maltrecha economía familiar. Pero el viaje fue un timo. Deambuló de un club a otro, nunca le pagaron. Jugó en siete equipos, entre ellos, el Cannes, donde coincidió con otro chico de catorce años que acababa de dejar atrás a su familia, un medio argelino, Zinedine Yazid Zidane.
Los entrenadores decían que Ćurčić y el ex jugador del Real Madrid eran lo mejor que tenían. Es otro de los recuerdos más duros de Saša, como cuenta en sus memorias. Cuando ve que empezaron juntos, que marcaron la diferencia a la vez, pero la realidad es que, al final, comparando, cuando Zidane hacía su gol de volea en la final de la Champions League contra el Bayern Leverkusen, Ćurčić estaba en la indigencia. Pero no adelantemos acontecimientos. La experiencia francesa no funcionó y Saša volvió a su ciudad, a jugar al OFK de Belgrado.
Se cambió de barrio, se fue a Karabuma, y su fútbol explotó. Lo suficiente como para llamar la atención del seleccionador nacional, Ivica Osim, que se lo llevó a jugar un amistoso contra Brasil el 30 de octubre del 91. La camiseta yugoslava, como con dos rayos en plan AC/DC (o eso queríamos ver de críos), la que llevaron en Italia 90, era impagable. Los protagonistas, también. Bebeto, Raí, que metió un golazo por la escuadra desde fuera del área, Mauro Silva…
Ćurčić sustituyó a Sinisa Mihailović en el descanso, pero no pudo evitar la derrota por tres a uno. Los croatas ya se habían ido. Los Plavi iban cuesta abajo. El país encadenaba ya tres guerras justo una detrás de otra. Pero Sasa estaba más contento que unas castañuelas. Para él, aquel partido fue la mejor experiencia en toda su vida. Ser internacional con 19 años, frente a Brasil…
Todo iba tan bien que empezó a salir de noche a diario y a beber. Iba a la kafana de Blek Pantersima, un bar-restaurante en un barco amarrado en el río Sava, un lugar que no es precisamente de lujo. Famoso por sus orquestas de gitanos, porque en las peleas que se organizaban alguno ha cogido Hepatitis C, y por quemarse enterito en una ocasión. Sasa se enganchó a la noche belgradense, que es bastante interesante, y no perdonaba una.
Cuando sufrió su primera lesión de alcance, fue enviado al Hotel Metropol para recuperarse. El club le pagaba los gastos, solo quería que estuviese tranquilo. Pero Saša se escapaba al bar del vestíbulo a emborracharse con tan mala fortuna que se enamoró. En el Metropol había una sala de striptease donde actuaba una bailarina rumana haciendo la danza del vientre. Empezó a acudir todas las noches a verla e invitaba a todo a todos los presentes para sorprenderla. Cuando se recuperó de la lesión, a las dos semanas, se había dejado en la barra 160.000 marcos alemanes.
El empleado del OFK de Belgrado que cogió el teléfono cuando llamaron del hotel, cuenta Ćurčić en sus memorias que se cayó de la silla. Pero a él le daba igual. Cuando se enamoraba el fútbol dejaba de interesarle. Le presentó la mujer a su madre y esta correspondió con un lacónico pero elocuente: «Es guapa». Estaba escandalizada por las compañías que frecuentaba su hijo. «Para mí el dinero nunca fue importante, pero para todo el mundo que me rodeaba sí, como en esa época empecé a tener mucho dinero, eso significó que de repente cambiaron mis compañías», se disculpa el futbolista en su libro.
Cuando fichó por el Partizan, pudo devolver a su club todo el pufo que había dejado en el bar del hotel. Ivica Osim, que además de seleccionador era el entrenador del rival eterno del Estrella Roja, lo pidió antes de irse como sustituto de Pedja Mijatović, que había fichado por el Valencia. En total se habían marchado diez jugadores. Había empezado el embargo internacional a Serbia, o lo que quedaba de Yugoslavia, y el club necesitaba vender como fuera.
Slavisa Jokanovic, por ejemplo, se marchó al Oviedo. Y el esloveno Zlatko Zahovic, a Portugal, para temporadas después también terminar en el Valencia. Aunque con el sustituto de Osim en el banquillo, Ljubiša Tumbaković, entrenador del filial, y la llegada de Ćurčić, la desbandada no es que no se notara, es que el equipo mejoró.
Tumbakovic le ha contado a Jot Down en un telefonazo cómo diseñó esta plantilla:
«Nuestra estrategia fue la de seleccionar lo mejor de nuestra escuela en aquel momento, Ćirić, Milošević, Nadj… y tratar de fichar un jugador de calidad para cada línea. Así trajimos a Zoran Bata Mirković del FK Rad, que luego fue internacional y acabó en la Juventus, a Dejan Čurović, que luego se fue a Holanda, al Vitesse, y para el centro del campo cogimos al jugador con más personalidad del momento, también el que más nos habían recomendado, ese era Sasa Curcic».
«Ćurčićtenía un talento increíble, tanto técnica como creativamente. Tenía algo raro de encontrar en el fútbol, que es explosión y rapidez, pero también resistencia. Además, era muy carismático como persona. Eso también nos interesaba. Queríamos a alguien por el cual la gente va al estadio. Era un genio. Como jugador fue alguien enviado por el propio Dios… pero nadie es perfecto y él tampoco, claro».
En cualquier caso, Sasa encajó como un guante en la plantilla. Pronto se convirtió en el jugador más generoso sobre el campo y el más querido en el vestuario. En su primera temporada, voló con los crno-beli (blanquinegros) hacia el título metiendo siete goles en treinta partidos. En ese primer año, coincidió con el que luego sería uno de los mejores amigos de toda su vida, el citado Savo Milošević, también viejo conocido por la afición española.
Aunque, en realidad, más de media plantilla del Partizan de esa temporada 93-94 terminó en España en plena fiebre compradora de yugoslavos: Ranko Popović (Almería), Petar Vasiljević (Osasuna y Albacete), Albert Nadj (Betis, Oviedo y Elche), Djordje Tomic (Atlético de Madrid y Oviedo), Dragan Ćirić (Barcelona y Valladolid), Ivan Tomić (Alavés y Rayo), Milan Đurđević (Mallorca) y Ljubomir Vorkapić (Hércules y Almería). Un ejército de trotamundos, unos con mejor suerte que otros.
Pero es que no quedaba otra que vender jugadores año tras año. No solo los clubes tenían problemas, en la época de las sanciones y el embargo a los ciudadanos empezó a faltarles prácticamente todo. Encima, el presidente del país, Slobodan Miloševićc, tuvo a bien ponerse a imprimir billetes y la inflación alcanzó cotas nunca vistas en la historia de la economía mundial, un índice del 5.000.000.000.000.000%.
Los precios subían por horas. Todavía mucha gente guarda cariñosamente sus fajos de billetes de diez mil millones de dinares que no llegaban ni para comprarse una tableta de chocolate.
En un principio, los jugadores del Partizan vivieron en su pequeña burbuja. Ellos se manejaban en marcos alemanes. Por eso atraían a todos los contrabandistas de la ciudad, que solían presentarse en el estadio en cada entrenamiento con su material. Dice Ćurčić que esos días empezó a interesarse por la moda. A comprar trajes caros básicamente. Y se hizo fiel a la marca de Gianni Versace.
Como en el equipo había otro Saša, el portero macedonio Saša Ilić, y cuando llamaban a alguno de ellos los dos se daban la vuelta, desde ese momento sus compañeros decidieron llamar a Ćurčić Gianni, como el diseñador, y de ahí surgió el mote que le acompañaría toda la vida: Djani. Sobre todo cuando entró en Gran Hermano, pero hemos dicho que no adelantaremos un solo acontecimiento.
Con el país en descomposición, castigado por las guerras y Serbia por las sanciones, la crisis alcanzó a todos. El Partizan, pese a ser campeón de Liga y Copa; pese a haber colocado a tantos cracks en el mercado, tuvo que dejar de pagar a los jugadores. Ćurčić chocó en seguida con Zarko Zeka Zecevic, el presidente del equipo.
Cuando le exigió que le abonase la nómina, Zeka le contestó que debería ser feliz solo con jugar en el Partizan. Esto hirió el orgullo del jugador, que, como en él era costumbre, volvió a liarla. En esos tiempos de caos y locura colectiva en los restos humeantes de Yugoslavia, los jugadores del Partizan vivían alquilados en los pisos de los embajadores de la ex Federación en el extranjero, que tampoco debían andar muy boyantes.
Ćurčić estaba viviendo en la parte alta de Dorcol, el barrio más viejo de Belgrado, en el piso del embajador en Suecia, Aleksandr Prlji, que también era el director del prestigioso diario Politika. Pues bien, como Ćurčić no cobraba, lo que hizo fue vender todos los muebles del piso. A Zecevic casi le dio un síncope. Citó al futbolista y le pidió que le explicara cómo iba a poder volver a mirarle a los ojos al embajador.
Ćurčić dijo que no había solución posible, los muebles ya estarían en algún punto de la frontera con Bulgaria. El presidente solo pudo tirarse de los pelos. Actualmente, Zeka, recordando este esperpento, dice que lo que más le sorprendió de todo aquello es que no vendiera también los interruptores de la luz.
Tumbakovic nos sigue contando:
«En esa época era muy joven y empezó a tener un nombre en el mundo del fútbol y en el mundo paralelo de los medios. Con sus 20 o 21 años era muy bueno. Para mí era un ejemplo de deportista. Muy profesional, pero con sus bromas, sabía hacer reír a los demás, era encantador, con mucho charme. Entrenando era fantástico y muy trabajador, y luego también era muy disciplinado y responsable en los partidos».
Una visión, la del que fuera su entrenador durante tres años, que contrasta con las anécdotas que Curcic deslizó en sus memorias. Como en una concentración en Guca, un pueblecito tranquilo, pero con alma de jarana. No en vano, es donde se celebra el festival internacional de la trompeta, un encuentro de amigos de este instrumento y la botella que deja las escenas más locas de las películas de Kusturica a la altura de una gala de Operación Triunfo. El Partizan estaba allí concentrado y a Curcic, cuando salían a tomar algo, nunca le apetecía volver al hotel. Entonces ideó una táctica, salir vestido de la habitación para irse de marcha con la misma ropa con la que tenía que entrenar por la mañana, así podía empalmar sin problemas. Pero la cosa fue a mayores. Una noche estaba tan borracho que se fue a dormir a la casa de un campesino del pueblo. Luego se despertó tarde y le tuvo que pedir por favor que le llevara al partido que el equipo iba a disputar en una ciudad cercana. Salieron a toda velocidad en el coche de ese buen hombre, llegaron a Uzice, Sasa preguntó a un tío que había en la calle y se dio cuenta de su error: el partido era en Lucani, se habían confundido de ciudad.
Todas estas cosas no sucedían porque Tumbakovic fuese una hermanita de la caridad. Según rememora con Jot Down, en una de estas le echó de la concentración:
«Estábamos entrenando en un stage en Lepenski Vir, trabajando duro, muchas horas. Yo tenía el control de todo lo que se hacía cada día, un programa que se preparaba cuidadosamente hasta el más mínimo detalle. Los jugadores de noche solían estar cansados y solo querían dormir. Momento que aprovechábamos los entrenadores para relajarnos y echar una partida de cartas. Y en estas estábamos cuando de pronto levanté la vista y al fondo me encontré a Saša apoyado en la barra con una jarra de cerveza enorme fumándose un cigarrito.
Yo era muy estricto y no podía permitir que nadie después de las once no estuviera durmiendo, peor aún si estaba bebiendo. Para mí era una falta imperdonable. Mis asistentes me dijeron que tenía problemas familiares, que estaba deprimido, pero para mí eso no le justificaba y decidí echarle. Al día siguiente los compañeros alucinaron, Saša se puso a suplicar, estaba casi llorando. S
us amigos vinieron a mi habitación a pedirme que por favor no le enviara de vuelta a Belgrado. Les hice caso. Los días siguientes los ejercicios subieron de intensidad y Saša se puso a entrenar a tope. Se esforzó tanto que los compañeros que me pidieron que no le echara le dijeron que se relajase un poco ¡Al final se arrepintieron ellos de que se quedara!v.
Ocurre que Ćurčić era una de esas personas incapaces de tomarse en serio a sí mismas, de administrar sus esfuerzos. O lo máximo o lo mínimo. No tenía punto medio ni cabeza que pusiera orden y concierto en esa serie de impulsos. Tumbakovic sigue recordando dislates:
«Hubo un partido muy importante, el Derbi número 100 ante el Estrella Roja. Lo teníamos todo bajo control. Ganábamos 1 a 0 a la media hora. Todo iba sobre ruedas hasta que Sasa me pidió el cambio. Le dije ‘por dios, quédate más’. Algo me duele, contestó él. ‘Quédate más para que otro caliente’, insistí. No le dolía nada. En la segunda parte volvió a pedirme que le cambiara. Y a mí no me daba la gana sacarle porque por la derecha estaba Mirko Stojković, pero Sasa dijo que ya no podía más.
Entonces le sustituí y a los pocos minutos el Estrella nos hizo dos goles por su lado derecho. Lo peor es que la culpa fue mía por dejar que Sasa me engañara. Es de los peores errores en toda mi carrera. Nunca se lo he perdonado, cada vez que lo veo se lo sigo recordando»
Miloš Šaranović, periodista serbio, también ha recordado para Jot Down la impresión que le dejó el jugador aquellos días:
«Mientras jugó en el Partizan estaba claro que estaba naciendo una nueva estrella, pero no dejamos nunca de escuchar historias sobre su vida nocturna, que si chicas y que si fiestas, rumores que luego indirectamente nos confirmaron las noticias que llegaban de Inglaterra. Pero era uno de los jugadores con más talento que yo jamás haya visto en Serbia.
Mis mejores recuerdos son de cuando aún estaba en el OFK de Belgrado. Era un regateador brillante, sus balones tenían ojos y era completamente impredecible. Un gran futbolista, pero al que le se le hacía durísimo aceptar las reglas del profesionalismo».
Ni tampoco las del más mínimo decoro. Con la selección, en un partido contra Japón, cuando el seleccionador Slobodan Santrač le pidió que saliera en sustitución de Savo Milošević, comprobó que se había olvidado las espinilleras. Yugoslavia perdió 1 a 0 y la prensa tituló en honor a Ćurčić «Un Ferrari sin espinilleras».
En el vestuario, el seleccionador dio un discurso que sonaba a dimisión. Les dijo «no puede ser que llame a un jugador y me diga que no ha traído su equipo mínimo para jugar al fúbol». Pero Ćurčić, en lugar de darse por aludido, lo que estaba haciendo era rodar con su Sony a escondidas un vídeo casero de la escena, que le debía hacer mucha gracia.
Parece que Stojković, irritado, filtró el incidente a la prensa, pero Ćurčić ya estaba disparado hacia ninguna parte. En esa concentración le cogieron con dos japonesas en la cama del hotel. Dijo que lo había hecho «para divertirse un poco» y que el problema era que el seleccionador «estaba celoso». Nadie le metía en cintura.
De todas formas, había sido gracias a uno de estos viajes con la selección con lo que consiguió que le fichara el Bolton. Los ojeadores del club inglés acudieron a Salónica en septiembre del 95 a ver a Dejan Govedarica, que se lesionó en el último momento. Ćurčić ocupó su lugar y metió el primer gol. Los enviados del Bolton pudieron quedarse con la cara de uno de los centrocampistas a los que se enfrentaba, Vassilis Tsartas, la que pudo ser la mejor zurda de Europa, pero le eligieron a él.
Antes de que el equipo inglés pusiera los millones sobre la mesa, Ćurčić había firmado por el Atlético de Madrid, pero la operación no llegó a realizarse, o sea, que los Gil no pagaron. Saša dice que cree que fue Radomir Antić quien finalmente echó abajo el fichaje porque no le encajaba en su esquema. Y no le quita la razón, Saša también considera ahora que no se hubiera integrado en su Atlético de Pantić y el doblete. De hecho, en su momento se alegró de no venir a España. Creía que ya había demasiados serbios en la piel de toro y prefería abrirse paso en Inglaterra, con menos competencia.
Así que en el 96 llegó al Bolton como sustituto de Jason McAteer, que se fue al Liverpool por cuatro millones de libras. Al principio alucinó con las costumbres, como que cada jugador calentase por su cuenta, algo que en Serbia hacían todos juntos en equipo siempre. Y si bien en un inicio no brilló, pronto llegó al corazoncito de una afición que no tardó en considerarle diez veces mejor jugador que McAteer y la mitad de caro.
El director técnico del Bolton, Roy McFarland, le dio instrucciones claras nada más llegar: «No quiero verte defendiendo, solo tira para delante hacia la portería ¡no defiendas!». Y Ćurčić se adaptó perfectamente. De octubre del 95 a mayo del 96 fue el man of the match dieciocho veces.
Sky Sports rodó un documental de una hora sobre su vida. Norman Blount, presidente del club escocés Queen of the South, pudo haberlo fichado. Por medio de un serbio que tenía una pizzería en su ciudad contactaron con Ivan Golac, el mítico jugador del Partizan, que logró traer a su antiguo club a jugar un amistoso. Los crno-beli les metieron cuatro. Saša se salió y Blount creyó haber visto al «nuevo Gheorge Hagi».
En Bolton le bautizaron como El serbio mágico. La afición le adoraba, hasta le llamaron la atención por celebrar un gol entre los hooligans. Él devolvía los cumplidos: «Cada partido que juego para Bolton es especial y creo que los fans de Bolton son también especiales. Me siento como si estuviera en el mejor equipo de Inglaterra», declaró. Pero hubo otro pequeño problemilla: bajaron a segunda.
Estuvieron a punto de salvarse, pero no lo lograron. En cualquier caso, Ćurčić aseguró que cumpliría los cuatro años de contrato igualmente, lo que cayó maravillosamente bien entre los aficionados. Así que se fue muy tranquilo de vacaciones a Barbados con Savo Milošević y su mujer, de recién casados, y Dragan Ćirić y su novia. Saša, por su parte, se llevó a una chavala que no paró de pedirle dinero cada día para comprar ropa, recuerda. El protagonista de esta historia terminó tan harto de ella que, en el avión de vuelta, abrió el equipaje de la chica y le regaló a los pasajeros toda la ropa que había comprado. Ella se puso a llorar. Un cuadro.
Cuando volvió a Bolton recibió una llamada. Era del club donde estaba su amigo Milošević, el Aston Villa. Le hacían oferta millonaria. Aunque estaba encantado, no lo dudó. Se dijo «es momento de hacer caja» y tomó una decisión de la que se arrepentiría toda la vida.
12.000 libras a la semana, eso cobró exactamente Saša Ćurčić cuando fichó por el Aston Villa. No empezó mal, pero a los seis meses ya estaba deseando irse. Los artículos ingleses que recuerdan esta etapa explican que sin la libertad de movimientos en el campo de la que había gozado en el Partizan y el Bolton, no se acopló a Ian Taylor y Mark Draper, sus compañeros en la media. Pero esto fue solo sobre el césped. Fuera de terreno de juego surgieron grandes momentos de camaradería, como el mencionado en la primera parte de esta biografía, la historia del autobús de dos plantas lleno de mozas.
Ćurčić estaba en Londres de visita, con el trinitense Dwight Yorke, el portero australiano hijo de croatas Mark Bosnich y los centrocampistas Taylor y Draper. El grupo salió del hotel a correrse una juerguecilla y se encontró con un autobús de dos plantas lleno de modelos en la puerta. Lo había alquilado el serbio en King’s Road por 25.000 libras. Ćurčić les estaba esperando. Venga, todos para dentro. Y no iba a ser ni la primera ni la última vez.
Las noticias de estas correrías llegaron a oídos del entrenador Brian Little y empezó a enturbiarse su relación. Una cosa es tener tragaderas con las fiestas que se meten entre pecho y espalda los jugadores ingleses, porque lo cortés no quita lo valiente en ese país, y otra cosa tener a un tío oficiando de maestro de ceremonias cada noche imponiendo un ritmo de vida de estrellas del rock.
Un tute que también tuvo su reflejo en la cartera del futbolista, que se estaba puliendo las 12.000 libras cada semana. Cobrando alrededor de tres millones de pesetas de los años noventa semanales, el hombre vivía al día: «Todos los lunes estaba a cero en la cuenta».
Encima este entrenador tenía una presión importante con su otra gran apuesta, el otro serbio —serbobosnio—, Savo Milošević, que no estaba rindiendo y había costado 3,4 millones de libras. Ćurčić le echó un cable, dijo en los medios que tranquilos, que sería «el nuevo Alan Shearer», pero nada. No lo tragaban. Al final Milošević terminó escupiendo años más tarde a sus propios aficionados antes de partir para Zaragoza y lo último que hemos sabido de él es que su abuelo ha matado a su padre a tiros, pero esa es otra película.
Saša no solo desestabilizaba el vestuario, sino que también empezó a entrenarse de mala gana y a pasar de todo. Al año siguiente, el bueno de Little hizo otra apuesta personal para ver si mejoraba aquello, la tercera, Stan Collymore por siete millones de libras. El flamante delantero también se acopló bien… a la vida nocturna. Pronto empezó a dar noticias junto a Saša.
Les echaron de una discoteca porque Collymore se subió a una tarima, mostró el pene a los clientes y se puso a orinar delante de una chica. La frase que ha convertido a Ćurčić en todo un personaje de los reality shows serbios tiene su origen en esa noche, el serbio dijo «¡sácate el tonto!». Y Collymore se conoce que le hizo caso.
Estos tres ases y un esquema más bien defensivo fueron los clavos en el ataúd de Brian Little, que fue sustituido por John Gregory, un técnico que venía de divisiones inferiores. El presidente, Doug Ellis, solo le pidió al nuevo entrenador que impusiera el orden con mano dura, que es lo único que echaba en falta de una plantilla sobrada de calidad y que había costado un pico. A Ćurčić se conformaban con venderlo a las primeras de cambio.
Su salida fue otra sucesión de escándalos. Ćurčić, que solo estaba para beber y salir, largaba en los medios que daba gusto. Había desbordado a Little, que le tuvo que decir a través de la prensa que, literalmente, cerrase la boca. El serbio había soltado perlas como: «estoy considerando seriamente la opción de volver a casa y empezar una carrera como mago, tengo amigos en el mundo del espectáculo y sé que puedo ser un buen mago, puedo vivir trabajando de eso… estoy desesperado por marcharme».
Para rematar, su falta de motivación se la echó en cara al entrenador: «Jugar al fútbol siempre ha sido un placer para mí, pero en los últimos meses no he entrado en los planes del Little porque dice que no encajo en su esquema, me entreno cada día pero es muy duro cuando sabes que no tienes posibilidades de jugar el fin de semana, me he terminado hartando». Con esta actitud no hacía más que abaratar su ya más que segura venta de saldo, aunque se habían interesado por él la Real Sociedad y el Olympiacos.
Incluso sus padres, Toza y Raemila, viajaron a Inglaterra a vivir con él en un último intento de que se centrase. Y llegó a casarse, pero también rodeado de una cantidad de noticias sensacionalistas porque se sospechó, no sin fundamento, que lo hizo solo por los papeles. La norma decía que los extranjeros que llegasen a la Premier tenían que jugar al menos un 75% de partidos por temporada para renovar su ficha como futbolista. Él no había llegado al mínimo y al año siguiente, sencillamente, tenía que irse del país.
El Sunday Mirror narró su historia de amor con melaza, pero con sarcasmo: «Con sus looks, su fama y su riqueza, Ćurčić se podía haber quedado con cualquiera de las chicas que llenan los nightclubs, pero él sólo tenía ojos para una. Después de una hora, le pidió una cita. Después de una semana, matrimonio. Incluso sabiendo que estaba embarazada de cuatro meses de otra persona».
Ćurčić, según salió de la Abadía de Westminster ya con el anillo puesto, cogió el teléfono para invitar a los amigos a comer en un restaurante. Luego se fue a ver el partido de su equipo contra el Atlético de Madrid y no pasó la noche de bodas con su mujer, Lisa Aldred. A la semana, con los papeles en regla, fue vendido al Crystal Palace con un lacito. Qué malpensada es la prensa.
Costó solo un millón de libras. El Aston Villa perdió tres en la inversión por un futbolista que no había rendido y dejaba a una plantilla alcoholizada soplando matasuegras. Antes de partir, se operó la nariz para ser más guapo. Fue el último rebote que se pillaron en el Villa porque no les avisó de que fuera a meterse en un quirófano, algo que no podía decidir por su cuenta y sin permiso.
Steve Stride, un directivo del club, una vez había empaquetado el jugador dirección a Londres, dijo: «Curcic, mientras estuvo con nosotros, se tiñó el pelo, se cambió los dientes y se operó la nariz, creo que intentaba ser más atractivo para las mujeres, pero me da que logró el efecto contrario». En un artículo en el Sunday Mercury de Birmingham, le incluyeron en una lista de Cry Babys extranjeros que daban vergüenza ajena en la Premier.
Pero él ya había pasado página. En su presentación por el Crystal Palace proclamó «me siento como nuevo, seré vuestro Cantoná». Estaba a las órdenes de un ex entrenador del FC Barcelona y escritor de novela negra, el gran Terry Venables. Y también estaba henchido de orgullo: «No me siento culpable de mi trayectoria en el Aston Villa, todos los errores fueron del club, no míos».
Lo cierto, y es curioso, es que años después Ćurčić tuvo una conversación con Mark Draper en la que el autor de la frase «me gustaría jugar en un equipo italiano, como el Barcelona», le confesó que había estado charlando con Beckham, Giggs y Roy Keane y le dijeron «si no habéis podido con nosotros es porque no habéis aprovechado ni un poquito el potencial que teníais con Saša Ćurčić».
El problema es que Londres no era el lugar más indicado para que Saša sacase ahora ese potencial. Ya había tenido allí un apartamento de lujo alquilado, era vecino de Michael Caine nada menos, y conocía lo más canalla de la ciudad. Estuvo saliendo cada día de marcha con Robbie Williams y Jamiroquai. Presumía de «encajar en todo tipo de compañías», «conocer a un montón de gente» y «cambiar de chica cada día». Pues ahora estaba de vuelta, in situ.
Lo cierto es que la cosa no empezó mal. No estaba para noventa minutos, pero sí que servía de revulsivo a Venables, que lo utilizaba para inyectarle energía al equipo. Pero había cierto problemilla relacionado con eso, con la energía. Como se había operado la nariz antes del verano, pasó un tiempo sin tocar la cocaína. Gracias a esa abstinencia, logró pasar el examen médico del Crystal Palace y disimular durante un tiempo, hacer como que era un deportista hasta que vio que lo de no poder enchufarse por la nariz tenía solución: ¡las pastillas de éxtasis!
En una ocasión se encontró con un hincha del Palace en una discoteca. Tenía los ojos brillantes del ciego que llevaba, pero el hooligan no se lo reprochó. Al contrario, se interesó por su vida, le dijo que no sabía que los futbolistas se ponían tanto. Ćurčić estuvo hablando con él unas horas y se quedó encantado. Con una afición así da gusto, dijo en sus memorias, «en el Palace me quisieron siempre y eso que no jugué ni la mitad que en el Aston Villa».
A Terry Venables, sin embargo, se le acabó la paciencia muy pronto y le puso a entrenar con los juveniles. ¿Qué recuerdo guarda Sasa de la sanción? Pues que le pareció una vergüenza, un escándalo, porque: «yo no puedo ser peor influencia para los chicos jóvenes».
Hacía ya mucho tiempo que él iba a lo suyo. «Fuera del campo, el fútbol no era mi mundo, era futbolista pero nunca pensé como un futbolista. Yo no hablaba de fútbol ni salía con muchos compañeros, tenía otro tipo de amigos (…) Mi estilismo siempre fue muy reconocido, estaba al tanto de todas las gilipolleces modernas. Estuve siempre en los círculos de la moda, me relacioné con la agencia de modelos Select y con las dueñas, que son tres hermanas indias con las que tuve una amistad muy estrecha y, gracias a ello, luego abrimos franquicias en Belgrado. También ayudé a llevar la MTV al Este de Europa».
En la Sky TV hizo una aparición explicando cómo había que tratar a una mujer. «Ir siempre bien vestido, llevar pendiente», dijo, «oler cool, les chifla eso», siguió, «cuando veas una chica guapa, esperas tu oportunidad, le pides una copa, le besas la mano y te presentas, entonces demuestras cómo bailas y dices algo romántico», mientras, Saša ejecutaba ante las cámaras los pasos de baile de su cosecha más sexys e infalibles. Esto no había forma de conciliarlo con el deporte profesional.
Y Saša lo tenía bastante claro desde el primer momento: «A Terry Venables sabía ponerle furioso a propósito para que me dejase fuera del equipo, así no jugaba y podía seguir yéndome de fiesta». Ya era un exfutbolista: «En el 98 sentía que mi carrera y mis ganas de fútbol se estaban apagando, me levantaba por la mañana y lo primero que me venía a la mente era que no quería ir a entrenar». Entonces, de pronto, estalló una estafa piramidal en Albania.
Miles de albaneses perdieron sus ahorros, salieron a la calle, el país cayó en la anarquía, se asaltaron los cuarteles del ejército, en algunos casos los militares dejaron que las masas entraran en sus instalaciones para usarlo como excusa y poder así vender las armas que custodiaban. Todo esto derivó en que los albaneses de la vecina región serbia de Kosovo, que vivían bajo una represión intolerable, pudieran crear una guerrilla, la UCK, que comenzó a perpetrar atentados.
Hubo una escalada de violencia y la OTAN tomó cartas en el asunto. El 24 de marzo de 1999, F-18 españoles empezaron a bombardear Belgrado. Y a Saša todo esto no le vino mal. Según él mismo confesó, ahora tenía otra excusa con lo de ir de manifestación en manifestación para seguir sin jugar.
Antes de que cayeran las bombas, en un viaje a Belgrado, Ćurčić había sido detenido por la Policía Militar de Yugoslavia por eludir el servicio militar. Un malentendido, según el futbolista, que siempre había estado en contacto con la embajada. «Parece que alguien dudaba de mi patriotismo», explica en su libro.
Tras pagar la multa, se quejó de que no sería porque no sabían dónde estaba, él, que era una persona pública y encima con una acusada tendencia a aparecer en cada escándalo con el que abrían los tabloides. No sabían los militares que le estafaron que, después de eso, su destino era convertirse en el primero de los patriotas.
Aunque Saša haya fardado años después de que utilizó la exclusa de la guerra para no jugar, en los primeros momentos, cuando nadie sabía cómo iba a acabar aquello, para empezar, porque su familia estaba en Belgrado. De hecho, quiso volver a su país, pero Milošević no le dejó. El presidente le llamó por teléfono y le dijo que era más importante lo que pudiera hacer en Londres: «Únete a la huelga internacional con los demás jugadores, tengo fe en ti, te necesitamos más allí que aquí». Así Ćurčić se convirtió en lo que él mismo denominó «embajador de la paz». Y las imágenes de la que montó dieron la vuelta al mundo.
Cogió una pancarta e hizo una manifestación él solo en el campo del Crystal Palace. Hubo gente a la que no le gustó porque su país, Reino Unido, estaba protagonizando aquella «guerra humanitaria», pero el presidente del equipo comprendió su postura. En su cartel ponía «Stop NATO bombing» y apareció al día siguiente en todos los periódicos de Inglaterra.
«Estoy al cien por cien con Milošević. Me olvidaré del fútbol hasta que no paren los bombardeos. Quiero dejar este deporte para siempre porque esto me está creando grandes problemas mentales. No creo que pueda recuperarme, no volveré a jugar, puede que sea una vergüenza, pero necesito todo mi espíritu para luchar contra esta situación. Me sorprende que los medios ingleses solo den un punto de vista de lo que ocurre. No muestran lo que pasa en Belgrado. Yo tengo la televisión serbia por satélite y veo mujeres y niños en refugios, escondiéndose de las bombas. Es increíble porque tengo a mi familia allí, las bombas están cayendo cerca de ellos. Tengo que rezar y estar feliz porque una bomba no caiga en mi casa. Es una tragedia y los medios no están sacando cuánto están sufriendo. Dormiré frente a Downing Street cada noche y estaré ahí tanto como dure la guerra. Inglaterra es mi segunda casa y los ingleses mis segundos compatriotas. Yo solo quiero que ellos deseen la paz. Pero estoy muy asustado por lo que pueda pasar. Los que no entienden lo que hago me están ofendiendo. Solo quiero estar listo para jugar al fútbol como hacía hace pocos días».
Al final, Ćurčić llegó a Serbia en coche desde Budapest. Le recogió un amigo. Al cruzar la frontera, besó la tierra. Luego se encontró con los políticos: «Cuando llegué al ministerio vi a un africano y me dijeron que era el embajador de Nigeria, entré y empecé a hablar con el ministro sobre fútbol. Me puse a hacer imitaciones de cómo salí en la CNN gritando ¡paren el bombardeo! y Jovanović se partía de risa. Estuvimos un buen rato y después me di cuenta de que el embajador había tenido que esperar una hora a que yo acabase mi charla con el ministro».
En casa volvió a sentirse feliz. «Salí de ese mundo de ricos», explicó, terminó rompiendo su contrato con el Crystal Palace y criticó a Venables: «No puedes traer a catorce jugadores nuevos y pretender que un equipo funcione, no tengo nada en contra de Terry como persona, pero él no entrenaba nada, se lo dejaba todo a su asistente».
No obstante, cuando más a gusto estaba en Belgrado, rechazando ofertas incluso, llegó una llamada desde Estados Unidos que no pudo rechazar. El Metro Stars de Nueva York solicitaba sus servicios. Sería interesante conocer al directivo de ese equipo que pensó que Saša podía dar algún tipo de rendimiento a esas alturas solo para ver si también se gastó la fortuna familiar en adosados en Valencia hace cinco años. La oferta era de 10.000 dólares semanales. En Nueva York, Sasa recuerda que pasó los mejores años de su vida
«Sin lugar a dudas, es la mejor ciudad del mundo», comenta. «Es la ciudad del pecado, siempre puedes pasártelo bien». En cuanto la vio, escupió sobre su vida en Londres, que es una expresión serbia para enfatizar que una cosa es mejor que otra. «Me aceptaron con los brazos abiertos, pronto conocí la ciudad como mi bolsillo, me sentía como en casa, aunque al fútbol no va casi nadie, cinco mil por partido como mucho, intentan cambiar este deporte trayendo talentos europeos, pero nada. Después de mí, el que vino fue Lothar Mattäus».
Su entrenador fue uno de los más famosos especialistas en retos exóticos, Bora Milutinović, ex seleccionador de Costa Rica, Estados Unidos, Nigeria, China, Honduras, Jamaica o Irak. Eran dos serbios en el país que acababa de dirigir y patrocinar los bombardeos sobre Yugoslavia. Antes de cada partido, afición y jugadores cantaban el himno de las barras y estrellas y a ellos no les quedaba otra que encerrarse en el vestuario para no verlo. Saltaban al campo los dos juntos cuando había terminado la parafernalia patriótica.
Ćurčić, nada más llegar, fue bautizado por el New York Times como el Dennis Rodman del fútbol. Empezó a frecuentar el restaurante Cipriani, donde acudía el famoseo. «Ni importa en qué seas famoso, lo importante es que lo seas», apreció el serbio. «En poco tiempo entré en los círculos de las celebrities, si eres popular en Estados Unidos todas las puertas se te abren». Pronto se hizo amigo del extravagante sujeto que le había prestado el mote, Rodman: «Ese sí que era un fiestero, siempre estaba con chicas guapas, se gastaba un montón de dinero cada vez que salía».
El futbolista no tardó en entrar en su característica dinámica de estajanovismo de la noche. En una ocasión, fue a una fiesta de un jeque árabe, la mejor en la que había estado en su vida, y cuando acabó, todos los invitados iban a otro edificio a recibir un masaje y comer frutitas para la resaca. Al salir a la calle, Saša se dijo: «Este ha sido tu top, esto es lo más alto que vas a estar en toda tu vida».
Su piso estaba en Nueva Jersey. Tenía 300 metros cuadrados, dos plantas, seguridad, piscina y tanta privacidad que no sabía ni quien vivía al lado, pero terminó enterándose. Después de llegar de una noche, continuó la fiesta en su casa, puso el Turbo Folk a tope y la vecina llamó a su puerta para quejarse. «Vi a una negra con un montón de oro y unas gafas de Versace». Era la madre de Puff Daddy.
Para pedirle perdón, les regaló a ella y a su hijo unas entradas para el fútbol. Quiso la casualidad que el rapero y su madre coincidieran en el palco VIP con los actores de Los Soprano, una serie curiosa y distinta que estaba empezando a emitirse ese año. Puff Daddy se lo pasó tan bien que le devolvió el favor invitándole luego a cientos de fiestas de las suyas. Más leña al fuego.
En la liga estadounidense, la MLS, cada desplazamiento es una aventura. San Francisco, Los Ángeles, Las Vegas. Por supuesto, Ćurčić siempre huía del hotel y se iba de jarana. Una noche, en Miami, terminó en casa de Hugh Hefner, «no puedo decir mucho de él porque no hablamos, pero ahí estaba, rodeado de chicas guapas».
Su entrenador, Milutinović, le permitía todo. De hecho hasta le cubría en ocasiones, pero un día fue demasiado lejos: «Fuimos a Los Ángeles, me escapé y salí por ahí con Dennis Rodman. Terminamos en Las Vegas. Allí un tío empezó a vacilarme, preguntándome que por qué era yo famoso, no quería darle la mano y le golpee. Hubo una pelea multitudinaria, con Rodman por ahí por medio, me detuvieron. Estuve cuatro días detenido. En la cárcel americana, por cierto, no se estaba mal. Me vinieron bien esos días, descansé un poco de tanta fiesta, pero llegué tarde al partido con los Galaxy».
Cuando en el Metro Stars recibieron la llamada de la Policía alucinaron. Luego Rodman le dio una tarjeta por si volvía a pasarle algo parecido: «Era una tarjeta de oro, con ella los agentes te trataban de un modo muy diferente, cuando se la enseñé a la Policía me decían ¡hombre, un saludo para Rodman!».
Salió del equipo ese mismo año. Prolongó la agonía de su carrera como deportista en Escocia, en el Motherwell. Duró tres meses. Él mismo les dijo que ni le pagaran. En casa, en Belgrado, peloteó un poco más en el Obilic y definitivamente colgó las botas. Tampoco tenía ya ganas de marcha y empezó a sentirse depresivo.
Se mudó con sus padres cerca de Padinska Sekela, un pueblo al lado de Belgrado, donde está la cárcel. No tenía un duro y gastaba su tiempo yendo a pescar al río Tamis con su padre. Tuvo tiempo de pensar. «Olvídate de Londres, de Nueva York, allí solo te quieren cuando tienes dinero, esto es vida, el bosque, el agua, pescar».
Se compró una roulotte y se fue a vivir al lado del río. Sobrevivía con 500 euros al mes. «No tenía móvil y no importaba, yo no llamaba a nadie y nadie quería llamarme a mí». Nadie sabía ni dónde estaba ni qué le había podido pasar. Pensaba «si me vieran mis amigos de Nueva York y Londres aquí, no creo que entendieran en Cipriani eso de pescar y cocinar tu propia comida».
En otro pueblo, Arandjelovac, conoció a Vesna Zmijanac, una estrella del Turbo Folk que también había decidido dejarlo todo e irse a campo, a ser libre. Pero llegó el invierno, que en Serbia puede presentarse con -20º tranquilamente, y lo de vivir en el bosque dejó de ser tan bucólico. Entre otras cosas, porque el río estaba congelado y ya no podía pescar. La depresión, en ese momento, le pegó fuerte.
Se mudó a casa de su hermana. No se lavó ni duchó en un mes, reconoce. No quería hacer nada: «Todo me parecía duro, no encontraba nada que me alegrase, me pasaba las noches despierto viendo la televisión, por el día esperaba a que mi hermana llevase a los niños al colegio para irme del sofá a su cama».
Vagabundeaba por la calle. Nadie sabía quién era, para los habitantes de Belgrado era un indigente más. En el mercadillo de Kalenish, un amigo suyo tenía una tienda de cedés. Ahí mataba el tiempo. Pasaba días sin comer nada, no quería pedir dinero a nadie por orgullo, aunque su colega, a la fuerza, le dejaba unos dínares para que se comiera una pljeskavica, una hamburguesa serbia que no cuesta más de un euro y medio actualmente y tiene el tamaño de una txapela. A cambio, le barría la acera enfrente de su tienda. Iba por la calle con una barba enorme, vestido solo con un abrigo de Dolce & Gabbana y un chándal.
«Cuando tenía dinero me gustaba compartirlo todo y regalé todo lo que tenía, hasta mi ropa, me quedé casi desnudo, no tenía ni calcetines ni calzoncillos, tuvieron que comprarme la muda en el mercadillo. Mi hermana tiró del dinero que ahorraba para la guardería de mi sobrino y me dijo: Saša, has tocado fondo».
Empezó a pensar en todo lo que habían hecho con sus vidas los futbolistas de su generación y se quería suicidar: «Mi único pensamiento era que me trajeran una pistola para matarme». Pero mira, cambió su suerte. Un amigo le había inscrito en Gran Hermano sin que él lo supiera. Le llamaron, por supuesto.
Como era de esperar, Saša se convirtió rápidamente en uno de los concursantes más carismáticos. «Me daban ataques de pánico ahí dentro, solo pensaba en salir, es horrible estar encerrado con gente que no son tus amigos, da yuyu, por eso me concentré en hacer bien las pruebas y me pasaba el día cantando». Allí abrió su corazón ante la audiencia. Contó sus andanzas, que había tocado fondo. Se ganó al público.
Su frase «¡sácate el tonto!» fue motivo de mofa entre los demás concursantes. Hasta que otro personaje de cuidado, el DJ y relaciones públicas, Pedja The boy, un anciano melenudo, se lo tomó a pecho, se sacó el pene y golpeó repetidamente con el glande en la mesa del salón diciéndole cositas a los eslovenos, a los bosnios, a los croatas… (Los realities se retransmiten para todas las ex repúblicas yugoslavas) Por una vez, Sasa era el gracioso y otro tío el payaso. Ganó el concurso.
Con el dinero pagó todas sus deudas. Sobre todo devolvió lo que le habían prestado sus amigos Savo Milošević y Dragan Ćirić en los momentos más duros. Se compró un coche y se marchó a la preciosa bahía de Kotor, en Montenegro, a saborear el título. De regreso en Belgrado volvió a dar la nota pata negra, ahora con Youtube como testigo.
No es difícil encontrar sus vídeos. Lo tienes dirigiendo el tráfico semidesnudo con temperaturas bajo cero y el Turbo Folk a tope saliendo de su coche orillado en la cuneta. Bailando botella en mano sobre el techo su BMW en plena rúe; bailando en la acera con una preciosa camiseta con espejos y un sombrero rojo de cowboy. Paseándose por una de las calles principales de la ciudad, Kralja Milana, conduciendo un tractor con una modelo en biquini detrás, levantando el pulgar, diciendo sí, sí, ahora sí que sí.
También aprovechó para escribir sus memorias, Ja Saša Ćurčić: Gola istina, donde cuenta su romance con Eva Herzigova, sus encuentros con Carmen Electra. Juergas en Londres con George Michael. Escapadas a Madrid, donde tenía dos amantes bisexuales. Cuatro veranos seguidos en Ibiza. Su tipo de mujer favorita, las negras. Presume de que en un momento tuvo quince novias a la vez, cada una en un país distinto.
Ya no se mete cocaína, está completamente limpio. Da clases de fútbol a niños. Y es budista, sin renunciar a la fe ortodoxa, desde que trabajó con Richard Gere para Unicef y le presentó al Dalai Lama. Dice que su libro le cambió la vida.
Pero eso habrá sido para sus adentros. Volvió a un reality, Parovi (Parejas). Esta vez en una cadena de poca monta, Happy : ). Tuvo un problema con un invitado especial que entró en la casa unas horas, el rapero Gru. En directo, Ćurčić le dijo que a ver si tenía huevos de volver y hablar cara a cara con él.
Los productores del programa olfatearon la carnaza y dejaron entrar de nuevo a Gru. Nada más verse empezaron a intercambiar golpes. Hubo que cortar la emisión. El rapero ha contado que le cogió, le tiró al suelo en el patio de la casa y le dio una paliza. Le pateó la cabeza.
Haciendo lo propio con los telespectadores, Saša Ćurčić ha rehecho su vida enganchado al mamoneo televisivo. Pero no se conforma solo con eso. También quiere que se le deje de recordar como el talento desperdiciado por excelencia. En el diario Telegraf ha anunciado que quiere volver al al fútbol profesional a sus 40 años. Asegura que tiene ofertas y una proposición de Harry Redknapp para hacer una prueba con el Queen Park Rangers, colista de la Premier en el momento de escribir estas líneas. Dice que ha bajado mucho peso y está en forma: «He perdido 30 kilos y, aunque ya no soy un crío y no estoy para noventa minutos cada tres días, sí que puedo ser útil media hora».
Y lo ha sido. Al menos, paseándose por el estadio del Crystal Palace después de una victoria sobre el Arsenal. Ahora es considerado un «futbolista de culto» y los aficionados alucinaron con su aparición.