En estos tiempos modernos uno puede empezar una conversación de fútbol con los amigos preguntándose cuál sería el modo óptimo de defenderle un córner al Slask Wrocklaw de Silesia si te juega con doble pivote, llevas tres amarillas y hay cierta nieblilla. Lo normal es que el debate termine con toda clase de expertos en morfología del tiro libre a punto de llegar a las manos, pero pronto se impondrá la cordura y la discusión se orientará hacia cuestiones de mayor calado, como por ejemplo qué harán los futbolistas con millones de euros en el bolsillo en su día libre a las cuatro de la mañana.
Cuando se llega a ese punto siempre sale un nombre a colación: el de Benjamín Zarandona. El hispanoguineano, sabido es hasta la saciedad que fue sorprendido por su presidente en el Betis, Manuel Ruiz de Lopera, cuando organizaba una fiesta en su casa con los compañeros y otra gente muy simpática.
Pues en una de estas nos dio por llamar a Benjamín [esta entrevista se realizó en enero de 2016] a ver si le apetecía recordar estas historias y su respuesta fue palmaria: «No quiero hablar de Halloween». Y los argumentos todavía más claros. «He jugado diez años en primera, he hecho más cosas que eso». Y la verdad es que llevaba razón, por eso nos dirigimos igualmente hacia Valladolid, donde ha vuelto a vivir tras colgar las botas, y aprovechamos para irnos de pinchos con él y que nos contara.
Su padre era vasco, de Portugalete. Cuando le llegó la hora de hacer el servicio militar aprovechó una mili especial reducida que se podía hacer en Guinea. Allí vio que el país ofrecía buenas posibilidades para hacer negocios. Juró bandera y en lugar de volver a España se quedó buscándose la vida. No le fue mal, ni en el dinero ni en el amor. Conoció en Guinea a su mujer, la madre de Benjamín, y allí tuvo cuatro hijos. Sin embargo, cuando el país africano empezó a dar pasos decisivos para independizarse de España, le recomendaron que pusiera pies en polvorosa y regresó.
Tras pasar un par de años en Bilbao, un hermano, tío de Benjamín, le recomendó que se fuera a Valladolid, donde él trabajaba como profesor, pues allí sobraban las oportunidades. Se mudó toda la familia para la capital castellana y allí siguió con lo suyo: tuvo cinco hijos más. Uno de ellos, el nacido en 1976, era Benjamín. Vino al mundo en el pucelano barrio de las Delicias: «En sus calles me hice futbolista, jugando con mi hermano, con los amigos del colegio, con todo el mundo. Peloteábamos entre los coches. Por todas partes. Todos los grandes talentos han salido del fútbol callejero, Messi y Ronaldinho no iban a escuelas. Y si las hubiera habido mi padre no tenía cien euros al mes para pagarlas. Pero fuimos muy felices, solo pensábamos en divertirnos».
Y en estas estaba cuando le ficharon. Fue un momento muy poco cinematográfico. Un señor pasaba por la calle, de nombre Manolo, se fijó en los chupinazos que le arreaba al esférico y se fue directo a preguntarle a su padre si podía incorporarlo a Don Bosco, un equipo de la ciudad: «Nuestro campo estaba al lado de un poblado gitano, Las Graveras, si tirabas el balón y acababa ahí lo dabas por perdido. A veces cuando íbamos no podíamos jugar hasta que los gitanos no terminaban de comer, que se ponían a hacer banquete familiar en una de las porterías. El patriarca decía: ‘Hasta que no acabemos, nada’. El tío no se levantaba y no se levantaba. Recuerdo que había un chico gitano que luego cuando nos poníamos a jugar se quedaba en la banda mirando. Un día le dije al entrenador que hiciera el favor de dejarle jugar con nosotros, que daba igual que fuera gitano. Lo hizo y se convirtió en nuestro mejor jugador. Hasta metió el gol de cabeza al Valladolid con el que les ganamos la liga, y eso que ellos tenían a Rubén Baraja. Luego lo dejó en cadetes. Los gitanos lo tienen muy difícil para continuar con el fútbol, de hecho hay muy pocos que lleguen; pero este hombre sigue viviendo allí, tiene cuatro hijos y va al culto que está al lado».
Poco después Benjamín dio el salto al filial del Valladolid. Cuando alcanzó cierta estatura, en los entrenamientos se cambiaba las botas con un jugador del primer equipo, José Luis Pérez Caminero. Su caso fue muy curioso. Llevaba dos meses sin ir convocado con el filial cuando un entrenador, Fernando Redondo —no confundir con el centrocampista argentino—, le pasó un peto en un entrenamiento y en dos días le anunciaron que viajaría desde ese momento con el primer equipo: «Debutar en primera te sorprende, para mí el ritmo que llevaban lo notaba mucho. En lo físico te rompen. A mí siempre me ha gustado la carrera continua, siempre he ido a correr con mis hermanas, que hacían atletismo, pero la caña que se dan en primera división era increíble, sobre todo porque los campos eran muy grandes y las distancias se me hacían enormes».
La primera vez que puso los tacos en un campo de primera división fue en Anoeta. Confiesa que no se enteró de nada, solo de lo bueno que era Kodro: «Perdimos tres cero, yo no había dormido esa noche, me dijeron que iba a debutar cuando viajábamos en el bus y me puse muy nervioso». En el Bernabéu no le fue mucho mejor. En un error suyo, el jugador al que marcaba metió gol, con el agravante de que ese jugador era Miguel Porlán «Chendo». El diario El País comenzó así su crónica «Hay cosas que no se ven todos los días». Benjamín luego soltó dos patadas y se fue expulsado en el 80. Todavía le pitan los oídos de la bronca que le echaron sus compañeros.
Además de los nervios, al poco tiempo, la patria también llamó a su puerta: «Tuve que hacer la mili. Pero mi padre habló con el teniente coronel para que me diese un pase de horas y poder ir a entrenar por la mañana. En la negociación el militar se sacó cien entradas para cada partido y me dejó. Al final nadie me quería tener en el cuartel porque me escaqueaba mucho. A las nueve y media formaba y me iba. Así me fue. Cuando hice las maniobras no sabía ni coger el fusil».
El valor que tenía lo que había logrado, estar en la primera plantilla de un equipo de primera, se lo enseñó Rubén Baraja con su marcha. El centrocampista tuvo que volver a batirse el cobre en el Atlético de Madrid B: «Creo que no contaron con él porque a lo mejor en ese momento había madurado tanto como para estar en primera o lo que fuese. Son cosas de los entrenadores, pero que no estés maduro en un momento dado no quiere decir que no vayas a ser futbolista, mira precisamente la trayectoria estelar que ha tenido él».
En aquel primer equipo estaban el portero González, Torres Gómez, el rumano Belodedici, Albesa, el delantero centro polaco Jan Urban, «a este un día lo pusieron a jugar de central porque no teníamos a nadie, le eligieron a él por lo alto que era y lo hizo fenomenal», recuerda riéndose. No obstante, el personaje que más le marcó en aquellos primeros días fue el físico Jesús Cuadrado Pina: «Nos hacía entrenar demasiado, era bestial, a mí personalmente me vino muy bien, pero los veteranos se amotinaron y exigieron que le cesaran, como así ocurrió, decían que eso era mucho entrenar».
Luego le fichó Nike y enseguida le llamó la selección española. Todo iba muy rápido. Marchó al Europeo sub-20 de Bari. «Jugamos contra Toti, ya nos avisaron de que uno de ellos era muy bueno, pero no imaginábamos que tanto. Hizo dos cosas y ganó él solo el partido». Se probó la camiseta nacional en Rumanía, en el Preeuropeo, y marcó dos goles. La prensa tituló «Brindis con Benjamín».
El rival era Eslovaquia, el resultado 2 a 4. «En aquellas convocatorias estaban Michel Salgado, Salva, Juanfran, Angulo, Valerón, que no tosía para no molestar, Manuel Pablo, que también hablaba poco, pero todos llegaron a la élite. Encima yo compartí habitación con Guti, que como jugador ya era la leche y como persona también, ya se veía que era un tanto especial. El primer día me dijo que la habitación se dividía en dos, con una línea en la mitad, y como el mando había caído en la suya, solo lo podía usar él. ¿Te tengo que pedir permiso para ir al baño también?, le dije. Pero hice una gran amistad con él, solo entrenando veías que tenía un talento espectacular».
En su segundo año en el Valladolid, Benjamín estuvo a las órdenes de un entrenador que entonces contaba con treinta y cinco años: Rafa Benítez, recién llegado de la cantera del Real Madrid, club al que pertenece en el momento de escribir estas líneas.
En Valladolid solo duró hasta la jornada 23: «Aprendí mucho con él, es muy buen entrenador, muy técnico. Muy metódico. Quería que el jugador estuviese siempre atento, muy concentrado. Hasta calentábamos siguiendo el sistema que quería implantar. También era un entrenador con sus manías, pero te enseñaba mucho. Además me gustaba de él que no se casaba con nadie. Pudo ser un adelantado a su tiempo, aunque lo echaran en Navidad».
Pero había excusa. Ese Valladolid estaba preparado para pelear en segunda y fue ascendido repentinamente a la liga de los veintidós equipos tras los descensos federativos enmendados de Celta y Sevilla. Al final el equipo se salvó del descenso por un par de puestos: «Recuerdo a Iván Campo, que nos lo cedieron, era muy bueno y muy fuerte, aunque luego le pasara aquella crisis nerviosa en el Bernabéu, de hecho en Inglaterra luego la mancó. También estaba un croata que trajo Zoran Vekic, Asanovic, de un carácter muy cerrado, no hablaba con nadie, pero nos dio mucho y después triunfó con Croacia, aunque le gustaba meter mucho el codo y le expulsaban de vez en cuando, una vez se peleó con Quevedo en un entrenamiento, que no estaba para historias; el Mami era un jugador ya muy experto, que te decía las cosas a la cara, a los jugadores y al entrenador, no tenía ningún tipo de problema, además que de cabeza es de los mejores jugadores que recuerdo».
Esa temporada el primer susto con las lesiones se lo dio aquel jugador que le cambiaba las botas cuando estaba en el filial, Caminero. Una patada por detrás en el Calderón y le lesionó. El Atlético se llevaba la liga si ganaba esa tarde y el Valladolid le metió un 0-2 en casa. Benjamín de todas formas empezó a ser reclamado por otros equipos. Surgieron los rumores de que lo podía haber fichado el Athletic, pero que no lo quisieron porque era negro. Rumores que han llenado muchos titulares, pero sin ningún fundamento. «Decir, decían», recuerda el jugador, «pero yo no lo sé, yo no estaba en las reuniones».
Después de la ley Bosman cambió por completo el fútbol del continente. Llegaron los equipos de estrellas, como el Real Madrid de Suker y Mijatovic, que un año después fue campeón de liga, aunque Benja los recuerda por quien mandaba aquel año en el vestuario del supuesto sargento Capello: «Nunca podré olvidar la bronca impresionante que le echó Hierro a Capello. Le dijo desde mitad del campo que se callara la boca, porque llevaba todo el partido hablando. Le dijo que se callara y se calló la boca».
Aquel año Benjamín explotó como futbolista, pero él achaca parte de aquella escalada de nivel a un compañero: «Le debo mucho a Víctor, es de los mejores compañeros con los que he jugado, un mediapunta impresionante, yo solo le echaba la bola y siempre me la aguantaba, para luego devolverme unas paredes alucinantes que me dejaba siempre solo».
El equipo se clasificó para la UEFA de la mano de Vicente Cantantore: «Este no era ni táctico ni metódico, era psicológico, le importaba solo que hubiera buen ambiente, nos entrenaba con su forma de ser, con los ánimos que daba, que los argentinos suelen ser todos así, e hicimos aquella gran temporada, ese fue su secreto».
Incluso un año después, con un entrenador defensivo como Kresic, «se basaba exclusivamente en que le metieran muy pocos goles, no había goles ni en los entrenamientos, y eso al Valladolid no le vino mal», Benjamín estuvo preseleccionado para ir al Mundial de Francia, pero se cayó con Celades y Roberto Ríos.
En aquel momento la cotización del jugador estaba por las nubes y el Valladolid trataba de retenerlo con la esperanza de colocárselo al Madrid por una buena millonada: «Tuve que dar un puñetazo en la mesa del presidente cuando vi que no me iba a ir traspasado ese año. Nunca sabes lo que te puede pasar al año siguiente, te puedes lesionar, puede llegar un entrenador que no te saque, para mí irme en ese momento era una oportunidad de futuro, no solo porque iba a poder ayudar más a mi familia, sino también por mí, el Betis al que me fui era europeo y tenía unos fichajes impresionantes».
Luis Aragonés se lo había pedido a Lopera como «un capricho». Ya se lo había intentando incluso llevar a Valencia. Al final en el Villamarín se quedaron con la copla y lo ficharon ellos. Nada más llegar a Sevilla Benjamín alucinó con la expectación que generaba el fútbol. Cantatore, que fue su primer entrenador allí, no lo entendió como él. La gente quería espectáculo y el argentino metió cinco defensas. «En Sevilla, a la afición del Betis le gusta el fútbol alegre y los jugadores técnicos», recuerda. El proyecto fracasó.
Luego llegó Clemente a salvar los muebles que, en su línea, se puso a bromear con qué clase de modelo de juego le gustaba. «Un día dijo que a él lo que le gustaba era jugar al toque, entonces en el siguiente partido la afición se puso a contar cuántos toques daba el equipo ¡uno! ¡dos! ¡tres! ¡cuatro! y déjate, que le metimos cinco cero al Oviedo». Pero Benjamín estaba en la grada. Le empezaron a matar las lesiones.
Otro vallisoletano, Onésimo Sánchez, aquel extremo ratonero que ahora entrena al Toledo, ya se lo había advertido. Después de jugar toda la vida bajo el inmisericorde frío castellano, cuando fichó por el Cádiz en 1988, empezó a sufrir lesiones musculares. «No sé si sería por eso, pero me lesioné en el cuádriceps, estuve dos meses y medio fuera, luego recaí, me empecé a agobiar, vi que no salía, como decía Onésimo, después de vivir toda tu vida en el frío tu musculatura nota el cambio cuando bajas al sur».
Pese a las lesiones sí pudo vivir la intensidad de los derbis. En uno, él mismo fue el encargado de recoger un cuchillo de cocina que habían lanzado al campo. En otro, años después, un aficionado agredió a un empleado de seguridad con una muleta hasta el punto de que el hombre temió por su vida —por cierto, años después el agresor fallecía en una playa de Cádiz tras clavarse su propia navaja—. «Cuando llegas al Betis y firmas el contrato, solo te dicen una cosa: hay que ganar al Sevilla. Nada más. Se lo dicen a todos los jugadores. Esos derbis son los partidos más difíciles que he visto en mi vida. Antes había mucho salvajismo».
Tras el proyecto fallido de Cantatore y el undécimo puesto conseguido por Clemente, Lopera puso toda la carne en el asador con el fichaje de Griguol, llamado «el Maestro» del fútbol argentino. «Con él era todo táctico, no le gustaban los partidos de entrenamiento y no los hacía, todo eran tácticas y un preparador físico que nos hacía correr una barbaridad y yo físicamente no andaba bien».
De remate, se perdió 3-0 con el Sevilla. «Aquella derrota dio paso a una sensación muy incómoda, Tsartas además dijo en la radio que los béticos teníamos que estar un poco escondidos, no nos sentó nada bien eso, hay que tener respeto porque mañana el que pierdes puedes ser tú, de hecho, al final ese año nos fuimos los dos a segunda».
Al equipo lo sacaron del pozo otros dos argentinos, Gabriel Amato y Gastón Casas. Tras el ascenso, Benjamín estaba con un pie fuera del club. «Me anunciaron que no iban a contar conmigo, pero Juande me dijo que me quería ver en pretemporada y luego decidiría, al final me sacó un rendimiento impresionante, fue un excelente entrenador, estuvimos líderes dos veces con él y nos quedamos a dos puntos de la Champions».
Quizá no fuese casual, arrastrando tanta lesión, que por aquel entonces a Benjamín los jugadores que más le sorprendían eran los que volaban sobre el campo «Me impresionó mucho en aquellos años Anelka, la zancada que tenía, a tíos como Ronaldo o Roberto Carlos una vez que se ponían a correr era imposible cogerlos. A Beckham, sin embargo, no le vi gran cosa, era un buen jugador pero no me pareció una megaestrella».
Siguieron años de éxito, con Marcos Assunção, «un mago», y Oliveira, «un genio, iba bien con todo». Ganaron la Copa del Rey por, graciosamente, omisión de Benjamín; cuando iba a saltar al campo empató Aloisi para el Osasuna y en lugar de él salió Dani, quien en la prórroga conseguiría el tanto de la victoria. «En las semifinales me tuve que ir al vestuario porque no podía aguantar los penaltis, tuvo que venir el utilero Alberto Tenorio a decirme que habíamos pasado, no me enteré de nada, no quise».
Con los gritos de la canción «Oliver, Benji», el Cádiz recibió la cesión de Benjamín y de otro exbético, el asturiano Oliverio Jesús «Oli», pero fue otro año para olvidar por culpa de las lesiones y los rumores. «Me dio una patada Puñal, de Osasuna, en el gemelo con los tacos que me creó un callo muy importante, me afectaba al nervio, a la vena y a la arteria, estuve tres meses sin poder jugar. No pude, sencillamente. La gente pensó que me quité de en medio y eso me dejó mal sabor de boca, pero tenía una lesión como un caballo. Creían que como el Betis también estaba por la zona baja yo pasaba de jugar. Un periodista de la ciudad me ponía verde, decía cosas que no eran y creó un rumor entre la afición que me lo hizo pasar mal, fue al final una mala época, encima el equipo bajó».
En una última pasada por el Betis, Luis Fernández quiso recuperarlo para los últimos ocho partidos de liga, pero ya no le merecía la pena. Benjamín empezó a centrar sus esfuerzos en poder jugar con su otra selección, la guineana. Y se permitió alguna frivolidad, como posar en Interviú tan solo ataviado con un calcetín verdiblanco en el miembro viril. Fue la única alegría de los últimos años. En un partido contra Ruanda se desmayó y dio la sensación de que no volvería a contarlo: «Llevaba una semana mala, descansando mal, vine de una lesión, no estaba bien, estaba muy cansado, también tenía ansiedad, se me juntó todo y me desmayé en mitad de partido, había cuarenta y tres grados y eran las cuatro de la tarde, no me entraba el aire por ningún lado, lo pasé fatal, pensé que me moría».
Siguió insistiendo para jugar con Guinea la Copa de África, eso le llevó al Palencia en 2ªB, luego a 3ª con el Íscar, pero finalmente no lo consiguió. «Me apartaron de la selección por motivos políticos, ahí dentro había cosas que no se pueden contar, me dijeron que estaba acabado y tuve que respetarlo».
Retirado, en su ciudad ha organizado partidos benéficos, alguno montado con su amigo exsevillista Frederic Kanouté. U otro en el que participó Iker Casillas, por los albinos de Tanzania. «Están perseguidos y no viven más de treinta años porque suelen morir de cáncer de piel». También participa en proyectos de valores educativos a través del fútbol. Confiesa que le deja de una pieza ver el comportamiento de los padres cuyos hijos juegan al fútbol. Cree que hay que enseñarles valores, especialmente a ellos, por el bien de los chavales.
Apuramos la última caña y volvemos sobre el mismo tema. «Sin embargo, Benja, todo el mundo te recuerda por la fiesta de Halloween». Y ahora su respuesta es todavía más contundente que al principio: «Estuve cinco años en el club dándolo todo, ahora digo que puedo estar orgulloso de haberlo dado todo, aquello fue una anécdota más. Puede que se me asocie solo con eso, pero se debe a un motivo: porque en España la gente se queda solo con lo malo, España es el país de la envidia, de la siesta y de la pandereta, en España la mitad habla mal de la otra mitad, eso es España».
Oli llegó al Cádiz dos temporadas antes que Benjamín desde el Oviedo y en propiedad.
Jamás se cantó lo de «Oliver y Benji» ni nada parecido en ningún partido.
Eso de que «el Atlético se llevaba la liga si ganaba esa tarde y el Valladolid le metió un 0-2 en casa.» solo tiene de cierto el resultado final
El partido se disputó en la jornada 30 y el título de liga estaba lejos de decidirse