Con algo de imaginación y buena voluntad (lo que es bastante esfuerzo), la FIFA vendría a ser como la ONU del fútbol. Para ser miembro de la FIFA (hay quien la llama la aljoFIFA por su olorín a corrupción), se requiere ser un Estado y tener una federación capaz de organizar el fútbol en su territorio. Pero, ¿qué ocurre cuando un territorio no es un Estado propiamente aunque presuma de serlo? ¿Hay vida futbolera internacional más allá de la FIFA? Sí la hay. De ahí la llamada ConIFA (Confederación de Asociaciones Independientes de Fútbol).
En la ONU de los «outsiders» están las selecciones que representan a territorios o entidades que viven en el limbo. Son equipos que existen pero que, a la vez, habitan en los márgenes. Obedecen a entidades no reconocidas internacionalmente porque las reclaman otros estados soberanos, o bien porque carecen de territorio definido más allá de los contornos de la niebla.
A este último grupo neblinoso pertenecen las selecciones del Pueblo Gitano y del Pueblo Mapuche (ambas cuentan con su propia camiseta de fútbol). Al primer grupo, mucho más numeroso, pertenecen selecciones hoy más o menos vigentes, pero que ponen a prueba la geopolítica del mundo como si fuera un juego de estrategia al estilo del Risk. Hablamos, por ejemplo, de las selecciones de Abjasia, Osetia del Sur, Chipre del Norte, Kurdistán, Lugansk, Donetsk, República Srpska y República Saharaui Democrática.
Una por una, todas ellas son selecciones fuera de la FIFA, pero tienen derecho a jugar con su propia identidad y con sus propias camisetas (unas ciertamente bellas y otras francamente horribles). Cada uno de estos combinados remite, por este orden, a un dolor de cabeza, a un conflicto territorial y, la mayor parte de las veces, a un ensueño de independencia que no llega y es probable que nunca llegue.
Abjasia y Osetia del Sur ilustran el problema territorial de Georgia con la inestimable ayuda del oso ruso. Chipre del Norte es un desajuste en plena UE respecto a Chipre y Turquía (en 2024 se cumplirán 50 años de la invasión turca del norte de la isla chipriota). La República Saharaui Democrática, que cuenta con su afanosa selección de fútbol, recuerda el irresuelto problema del Sáhara (tradúzcase por lavado de manos de España de Adolfo Suárez a Pedro Sánchez).
La selección de Kurdistán engloba la fantasía nacional y balompédica de los kurdos turcos, sirios e iraquíes. La República Srpska, entidad de los serbobosnios, evidencia el sudoku territorial de Bosnia-Herzegovia treinta años después de la guerra de los Balcanes (existe, eso sí, la selección bosnia como único equipo nacional y supuestamente integrador). Las selecciones de Lugansk y Donetsk, en el Dombás, son la prueba de que el fútbol puede colarse también como opiáceo y pervertida distracción en el horror de la guerra de Ucrania. Sea como sea, todas estas selecciones lucen sus propias camisetas para satisfacción de coleccionistas exigentes.
Pero hay más. La historia política, con sus anécdotas (algunas delirantes), ha hecho posible también la confección de ciertas camisetas de fútbol. Algunas de ellas tuvieron una curiosa pero efímera vida. En 2006, por ejemplo, Kuwait imprimió en su camiseta azul un retrato oval del fallecido emir Jaber al Ahmad al Sabah. Los jugadores lo llevaron impreso en el pecho como si fuera una esquela pero al islámico modo.
Las estampaciones de prebostes en las camisetas nacionales venía ya de antes. En 1989, la selección de Zaire lució en su zamarra verde el rostro del dictador Mobutu a modo de tributo nacional. Otra camiseta efímera pero muy preciada, es la blanca que usó Sudáfrica como homenaje a Nelson Mandela. En el pecho venía estampado el número de la celda en la que estuvo preso Mandela en Robben Island: 46664. Y otra camiseta insólita, casi producto de un delirio, es la roja que en 1991 sirvió a Corea del Norte y a Corea del Sur como selección unificada en el Mundial juvenil de fútbol de aquel año.
Con más poso histórico, echando la vista atrás, es la inusual camiseta verde que lució Italia en 1954. La utilizó en un partido contra Argentina para celebrar la reintegración del territorio de Trieste al estado italiano tras su disputa con la Yugoslavia de Tito.
Hubo también un caso especial, relativo al equipo representativo del Frente Nacional de Liberación de Argelia en su guerra anticolonial contra Francia. La llevaron futbolistas de origen argelino. Muchos de ellos renunciaron a jugar en la liga francesa y en la selección de la metrópoli para difundir y apoyar la lucha anticolonialista. Esta selección efímera, con su bonita camiseta afín, duró de 1958 a 1962. Era verde también, con las siglas FLN grabadas en el pecho.
Un tercer grupo de camisetas singulares son las que evocan la historia del mundo a través de mapas, corrimientos de fronteras, invasiones, alianzas, guerras civiles y cambios de régimen en los países. Algunas de estas camisetas son reliquias del pasado, entendiendo que el pasado, según qué casos, llega a ser también una reliquia en sí mismo. En 1931, en los tiempos del Mandato Británico, Palestina, Israel y Jordania lucieron una misma camiseta de color blanco, con cuello y bocamanga azules, y un solo escudo con la letra P de Palestina.
También en los años 30 del siglo XX, el por entonces Estado Libre Irlandés, embrión de la República de Irlanda, usó su camiseta (naturalmente verde) y su singular escudo vegetal (naturalmente el trébol, en homenaje a las enseñanzas de San Patricio sobre la Santísima Trinidad).
Durante la Segunda Guerra Mundial, el pronazi Estado Independiente de Croacia, nacido del poder de los ustachas de Ante Pavelic (su tumba se halla en el cementerio de San Isidro en Madrid), creó su propia selección de fútbol. Su camiseta era de un rojo sangre por entero, con su peculiar escudo ajedrezado en rojo y blanco. Que la estética va por un lado y su significado macabro va por otro, da cuenta esta camiseta, tan preciosa como recordatoria de aquel estado criminal cuya crueldad contra serbios, croatas disidentes, judíos y gitanos asombró a los propios nazis.
Más cercana en el tiempo es la camiseta roja que remite a un espacio casi olvidado hoy por hoy por lo que tuvo de efímero y residual. Es la camiseta de la selección de la Comunidad de Estados Independientes, usada en 1992, que aglutinó a las repúblicas de la desmembrada URSS (excepto las bálticas). Otra zamarra de apaño es la que usó en 1993 la por entonces Selección de Checos y Eslovacos, la ya ex Checoslovaquia, que acordaría su separación entre Eslovaquia y República Checa, operación que dio en llamarse como «divorcio de terciopelo», otro de los efluvios que trajo consigo la disolución del espacio soviético en el este de Europa.
Casi todas las camisetas de selecciones aquí citadas forman parte también de la historia del fútbol. Lo paradójico es que la mayoría de ellas apenas si tuvo mayor historia. Las cosas.