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4M/1979, la huelga de los futbolistas españoles para poder tener Sanidad pública

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En los 80, Paul Preston le recomendó a Duncan Shaw que estudiara un fenómeno hasta entonces inexplorado de la Historia española, el fútbol durante el franquismo. El resultado fue una obra, Fútbol y franquismo, publicada por Alianza en 1987 que ponía de manifiesto el uso que la dictadura había hecho de este deporte para anestesiar a la sociedad.

Como prueba, que a finales de abril todos los años se emitieran un número de espacios deportivos, incluso se llegó a adelantar el Real Madrid – Barcelona para que coincidiera con esos días, que no eran otros que la víspera del Primero de Mayo, día de los trabajadores.

Los nombres de los jugadores se habían castellanizado y, en la inmediata posguerra, se hacía a los jugadores formar con el brazo en alto mientras sonaba el Cara al sol. En una ocasión en 1959, el ministro José Solís, le dijo a los jugadores del Real Madrid, que estaban a punto de ganar su quinta Copa de Europa consecutiva: «habéis hecho mucho más [por-España] que muchas embajadas desperdigadas por esos pueblos de Dios».

Esa racha de triunfos coincidió con la firma del Tratado de Roma en 1957 y la creación de la Comunidad Económica Europea, para Franco era una oportunidad de romper el aislamiento y una de sus herramientas propagandísticas fue el Real Madrid. El club fue consciente y dio instrucciones a sus jugadores de no caer en situaciones que pudieran manchar la imagen del país, de ahí surgió en parte la leyenda del decoro, caballerosidad y deportividad  del club de Chamartín.

La instrumentalización del deporte, como en toda dictadura, era evidente. Aunque el Real Madrid tuviera que alternar mimos con perjuicios. El equipo de baloncesto del Real Madrid se tuvo que enfrentar en semifinales al ASK de Riga y, mientras que en la URSS no ponían ningún problema a que se disputase el encuentro, el régimen obligó al Real Madrid a caer eliminado por incomparecencia.

Juanito y Esteo (Foto: AFE)

Sea como fuere, el fútbol en los setenta arrastraba una imagen de muleta del régimen y espacio reaccionario e incluso rancio. No era extraño encontrar columnas de preocupación en la prensa especializada ante el hecho de que los jóvenes preferían el rock y los conciertos al fútbol. La revolución que experimentó este deporte con la televisión por satélite aún estaba lejos.

Además de los problemas de imagen, también los había, y más graves, institucionales y laborales. Al igual que el resto de trabajadores, los futbolistas no tenían cauces legales para hacer sus protestas y reivindicaciones. Muerto Franco y convocadas las elecciones de 1977, el mundo del fútbol también quiso unas instituciones con las que funcionar civilizadamente y con autonomía, era una época de efervescencia política en la que no se cortaban a la hora de expresar sus opiniones. El resultado, sin embargo, no fue nada fácil. Hubo una serie de desencuentros que llevaron a la huelga de 1979.

Los académicos Juan Antonio Simón y Carlos García-Martí trataron este proceso en un estudio publicado en Sport in Society. Sin duda se trató de un episodio interesante, porque mientras los futbolistas querían obtener derechos y desvincularse del control directo del Gobierno, el país estaba inmerso en la organización del Mundial del 82. Todo comenzó tras la muerte de Franco, en la primera asamblea general de la RFEF, en julio de 1976, donde se propuso la creación del Comité de Fútbol Profesional, que modernizase la competición de liga y su funcionamiento interno, negocio de contratos televisivos y resolver los conflictos de los jugadores.

Por ejemplo, uno de los problemas más graves que tenían los futbolistas españoles era el derecho de retención. Al final un contrato, el club tenía derecho a ampliarlo por un año automáticamente con un aumento de un diez por ciento del salario, estuviese o no de acuerdo el jugador.

Aun así, la gravedad de la situación era la indefinición del papel del jugador de fútbol. En muchos casos, se les pagaba, pero no eran trabajadores. Si no estaban afiliados al Sindicato Vertical y no se pagaban sus cuotas de la Seguridad Social, no tenían derecho a Sanidad ni a desempleo. No estar reconocidos como profesionales llevaba la indeterminación a los litigios ¿Dónde reclamar un imago del salario si uno no es trabajador?

Con la ley vigente no se podían reclamar las deudas que acumulaban los clubes con las plantillas, especialmente en Segunda y Tercera. En 1976, citan los académicos, el CD Manresa, de Tercera, se negó a jugar ante los reiterados impagos de salarios y el club tuvo que recurrir como esquiroles a los juveniles.

Un caso sonado fue el de Alberto Suárez, del Sevilla FC, al que un juzgado tuvo que definir su relación con el club como laboral para que pudiera reclamar las cantidades que le debía. Casos similares fueron apareciendo y los tribunales iban dando la razón a los jugadores hasta que la nueva Ley de Relaciones Laborales exigía que se desarrollara un marco específico para ellos.

Para defender sus intereses, los jugadores primero crearon la Asociación de Futbolistas en 1976. Un encuentro en el Palacio de Congresos de Madrid reunió a los clubes de Primera, Segunda y Segunda B con la presencia del portero de la selección española, Iribar, Amancio del Real Madrid y Cruyff, del FC Barcelona. Un año después, por iniciativa de Juan Gómez «Juanito» y el atlético Manuel Esteo se constituyó la AFE, la que sería el sindicato de los futbolistas el 7 de diciembre de 1977.

El sindicato dio sus primeros pasos con 1900 afiliados. Un 92,6% de Primera, un 84% de Segunda, un 65,3% de Segunda B y un 57,1% de Tercera. Joaquín Sierra «Quino», del Cádiz fue nombrado primer presidente. Un homenaje después de que fuese noticia que se había negado a jugar después de que el Betis impidiera que fichaje por otros clubes. Había sido el mayor goleador de Segunda, surgió el interés de varios clubes, pero el Betis se cerró en banda. Quino decidió retirarse y lo que logró fue que el Betis le declarara en rebeldía y le sancionase la Federación.

El Betis era consciente de lo que perdía, así que negoció con él su vuelta a los terrenos de juego. El acuerdo era que si llegaba una oferta que mejorase su situación, se iría, pero el club no cumplió su palabra. Y ahí el futbolista se negó a jugar.

En febrero de 1978, el diario Marca, cuando los jugadores trataban de organizarse, publicó un artículo abordando el tema de forma irónica. Decía que era normal que quisieran mejorar sus condiciones laborales, puesto que el futbolista «nace para pedir cosas”, como “primas, aumentos de sueldo, comisiones por los traspasos…».

Eso podría valer para algunas estrellas, pero la realidad de la mayoría de los jugadores de aquel tiempo era bien distinta. Además, estaba el agravante de que había un límite de edad para jugar en Tercera, con lo que muchos, cuando llegaban a veteranos, se veían jubilados anticipadamente. Tampoco tenían vacaciones reconocidas y su relación con los clubes solía articularse a partir de multas disciplinarias.

Todo esto es lo que iba a negociarse, pero la RFEF utilizó una estrategia de largas cambiadas, dilatar deliberadamente las negociaciones e intentar, como ocurre en cualquier tipo de litigio laboral, que con el paso del tiempo se desmoralice la parte débil y se acaben diluyendo o perdiendo fuerza sus reclamaciones.

Pablo Porta, sentado con gafas, junto al presidente de la Federación Territorial Valenciana de Fútbol, ​​y el presidente de la Unión Esportiva de Algine (Foto: Ismael Latorre CC BY-SA 3.0)

El catalán Pablo Porta Blussoms estaba al mando de la Federación, había sido designado a dedo en mayo del 75, poco antes de la muerte de Franco, por Fernando Herrero Tejedor, ministro del Movimiento. Había sido camarada de Juan Antonio Samaranch, ambos militantes de Falange. Por su afición a las fiestas licenciosas que montaban hasta altas horas eran conocidos como La Brigada del Amanecer. En los cuarenta, Porta fue líder del SEU, Sindicato Español Universitario, el obligatorio para los estudiantes, y se dedicó a labores de represión en la universidad. Llegó incluso a dirigir interrogatorios violentos.

Esos días de la Transción, nadie había olvidado quien era. En Cataluña se producían gritos contra su persona y recordatorios de su pasado franquista. Avui pidió su dimisión porque «persiguió y maltrató físicamente a estudiantes por sus opiniones y actuaciones catalanistas y democráticas».

Solo salió a defenderle El Alcázar, según citó Miguel Ángel Lara en un artículo sobre su pasado, que decía «lo que es indignante es que sean separatistas y comunistas catalanes de esta hora, los que, por fobia contra lo español y lo civilizado que, con el catalán noble coincide el señor Porta, se quiera juzgar demagógicamente y revolucionariamente a un hombre y a un directivo del fútbol catalán y español como es el señor Porta».

Vicente del Bosque, con responsabilidades en la AFE, opinó de él: «Habla de una forma que pretende envolverte. Admito que en un principio da la imagen de tener poder de persuasión, y él lo sabe. Por eso maneja a muchos presidentes de clubes, mueve a casi todo el mundo. De mediador, nada. Pero a mí no hay quien me saque de que los futbolistas tenemos razón. Y creo que él también lo sabe. Pero no se enfocan los problemas de fondo; se desvía la atención. Por un lado se afirma que la AFE es válida, pero eso es una frase hecha. Últimamente están intentando desprestigiar a las personas. De mí, algunos dicen que ya soy un muerto, que menos hablar y más correr. Del otro, que si gana tanto. Del de más allá, que es del PSOE. No me parece serio».

Los futbolistas, antes de dejarse marear por Porta, acudieron con una denuncia al Ministerio de Trabajo y este forzó un acto de conciliación. Allí, la Federación aceptó ocho de los trece puntos que exigían los futbolistas, pero en su asamblea del 21 de julio no modificó los reglamentos. Ni siquiera se llegó a mencionar problemas acuciantes como era el límite de edad en Tercera.

Y de nada valieron las protestas, Pablo Porta se fue de vacaciones y ya no se podía llegar a ningún acuerdo antes del inicio de la 78-79, pretendía ganar un año entero. Esa fue la gota que colmó el vaso y los jugadores fueron a la huelga.

La huelga fue secundada entre los delegados de la AFE por 65 votos contra una abstención y un voto en contra. Vicente Calderón, presidente del Atlético de Madrid, advirtió de que la situación era muy peligrosa. Luis de Carlos, del Real Madrid, contestó a la prensa «ni confirmo ni niego que tengan razón».

El Mundo Deportivo criticó que la huelga la impulsaban trabajadores privilegiados que no podían «ser medidos con el mismo criterio que un trabajador normal» y que la culpa de las deudas de los clubes era de ellos por sus salarios excesivos, que la huelga era ilegal, una demostración de fuerza y que se basaba en el chantaje. La Vanguardia publicó los salarios de veinte jugadores de Primera división.

Los jugadores tenían miedo a las represalias, pero se mantuvieron firmes en su decisión. Los clubes convocaron a los jugadores y advirtieron de que cualquier acto de indisciplina tendría sanciones entre los 15 días de suspensión de empleo y sueldo e incluso la extinción del contrato.

Los primeros en no salir fueron los jugadores del Real Madrid Castilla y del Sabadell. Fuera del estadio, los aficionados les insultaron. Después les siguieron las plantillas del Barcelona Atlético y el Badajoz, de Segunda, donde diez mil personas acudieron al estadio para aplaudir al árbitro. Tampoco se celebró el Tenerife Athletic de Bilbao. Fue un éxito total, el domingo no se jugaron partidos.

Se estudió sancionar a los jugadores, pero los huelguistas amenazaron con que el paro fuese indefinido como se multase a un solo futbolista. El as en la manga era echarles encima a la afición o amenazarles con llevar a la luz pública sus ingresos reales, con vista a que la amenaza proviniese de Hacienda. Manuel Esteo llegó a recibir amenazas de muerte.

Enrique, capitán del Salamanca, que no viajó a Burgos, declaró: «La culpa de la huelga solo al tiene la Federación Española de Fútbol, que ha pecado de poca seriedad y ha incumplido sus promesas». En lugar de escuchar unas reclamaciones de los jugadores, que el diario El País consideraba justas, habían preferido someterlos con medidas disciplinarias.

Lo único que lograron fue que los clubes hicieran un gasto absurdo en desplazamientos. Finalmente, los presidentes acordaron una sanción del 10% de su contrato a cada jugador. La AFE, en respuesta, anunció otra huelga para el 25 de marzo.

Entonces sí que se negoció y se llegó a modificar el derecho de retención, que era el mayor problema de los jugadores en aquel momento, lo que supuso aumentos en las fichas. Finalmente, el 13 de julio de 1979, se obligó a los clubes a pagar la Seguridad Social para que los futbolistas pudieran acceder a la Sanidad pública de aquel entonces como cualquier otro trabajador.

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