El Girona es líder en solitario de LaLiga con dos puntos de ventaja al Real Madrid y nada menos que siete sobre el Barça, al que ayer no sólo ganó por 2-4, sino que le bailó en Montjuïc, le humilló. Al equipo de Míchel se le ha tratado con condescendencia porque quien más, quien menos, sospechaba que a estas alturas ya se habría desinflado, pero no.
Se le está poniendo cara de Leicester y es candidato al título con todos los honores porque no solamente le salen los números y le avalan los resultados, sino porque es, de lejos, el que mejor juega. Un equipo hecho, con personalidad, una idea trabajada, con variantes tácticas y sobrado de confianza. Es decir, todo lo contrario al Barça al que la derrota deja muy tocado, principalmente a Xavi que vuelve a estar de nuevo señalado, que volvió a escuchar pitos de su afición y al que se le empiezan a terminar las excusas para explicar ya no por qué gana o pierde, sino porque su juego es insuficiente.
«La apuesta del Girona es muy parecida a la que buscamos nosotros» afirmó el técnico culé al final del partido. La cuestión, claro, es cómo es posible que él no sea capaz de acercarse cuando lleva prácticamente el mismo tiempo que Michel en el banquillo (el madrileño le supera sólo por cuatro meses) y tiene un presupuesto mucho mayor que el de su colega (59 por 859).
Xavi llegó a afirmar incluso que el partido había sido parejo cuando, con 1-3 en el marcador, Savinho y Solís desperdiciaron dos ocasiones clarísimas en los últimos minutos del encuentro, cuando en varios pasajes los suyos fueron incapaces de oler la pelota y asistían como meros espectadores al rondo de los vecinos y cuando el desorden y el caos fueron sus bazas, no un plan definido. El Girona juega como le gustaría hacerlo al Barça y eso hace mucha pupa.
Los azulgrana no sólo se quedan a siete puntos del Girona, sino a cinco del Real Madrid a pesar del pinchazo de los de Ancelotti en Sevilla y empatados con el Atlético de Madrid con un partido menos. Pero, principalmente, quedan heridos de gravedad porque el plan previsto no cuaja y el argumento de que «somos un equipo en construcción» que volvió a utilizar anoche el entrenador después de dos años ya no cuela.
Las victorias ante el Oporto y el Atlético sirvieron de anestesia ante una afición, un entorno, que hace rato ya que duda de su equipo, del entrenador y del relato hiperbólico de un Laporta que llegó a decir después de la victoria en la Champions que «con la vuelta de De Jong somos imbatibles». Tal cual.
Ni las bajas por lesión, ni los árbitros, ni la prensa, ni el madridismo sociológico, ni los fallos en definición, ni nada que se puedan sacar ahora de la manga Xavi y Laporta tapa que el nivel del Barça a estas alturas está varios escalones por debajo de lo que ellos mismos preveían y se afanaron en propagar con el pecho inflado, con orgullo de clase y apuntando al tendido porque no remaban con la fe suficiente para sostener su optimismo.
Encima, para hurgar en la herida, la rueda de prensa de Míchel hablando de fútbol y afirmando, por ejemplo, que Eric García al que Xavi no sacó provecho y que está cedido es un futbolista fundamental para él en comparación con la de Xavi empeñándose en destacar los 31 remates de su equipo, la falta de efectividad y el sempiterno argumento del equipo en construcción dejaron un poso de impotencia que tiene difícil solución. Si el entrenador es incapaz de dar con el diagnóstico adecuado es complicado que encuentre la solución. Y eso, al final, es lo peor de todo.