En el año 81 el barrio de la Boca era una fiesta. Eso es lo que era la Boca aquel año. Los «Bosteros» hicieron de cada partido en la Bombonera una celebración de la hinchada hacia su nuevo ídolo. Porque el idilio entre Boca y el Diego nació el mismo día en que saltó al campo vestido con la azul y oro. Y con Maradona como faro, Boca ganó el campeonato y le dio tiempo de barrer a River en aquel Superclásico en el que Diego dejó a Fillol en el suelo y marcó ante Tarantini.
Porque sí, los «Bosteros» vivían una orgía de felicidad aquel año y cantaban aquello de «Maradona no se vende, Maradona no se va, Maradona es patrimonio, patrimonio nacional». Pero lo cierto es que Maradona ya estaba vendido; de hecho, lo estaba desde el día en que llegó al barrio de la Boca.
Y aunque el Barcelona pagó un traspaso récord por el jugador, al club «Xeneize» no llegaron más que migajas de aquel dinero. Y cuando se apagaron las luces de aquella fiesta, llegó el momento de pagar la cuenta y las arcas del club se habían quedado vacías. La resaca de aquel festín sería larga y a punto estuvo de costarle la existencia a Boca Juniors.
La crisis del club se vio agravada por la propia situación del país. Porque los militares habían impuesto en 1976 lo que se denominó Proceso de Reorganización Nacional, pero, para 1981, aquel eufemismo sonaba ya a broma macabra. La represión sobre la población era brutal y las medidas económicas recetadas por el FMI hacían agua por todas partes.
Aquel año se decretaron tres devaluaciones del peso argentino, hundiendo el valor de la moneda. Y todo esto coincidió en un tiempo en que la directiva de Boca había pasado los contratos de los jugadores a dólares. «Por ganar un título, Boca se desmadró», cuenta Federico Polak.
Sí, lo sé. Sé que no conocen al doctor Polak, pero tengan paciencia y recuerden este nombre, porque será muy importante más adelante.
Con el valor del peso por los suelos y el dólar por las nubes, Boca se vio obligado a ajustarse el cinturón. La pléyade de figuras con las que había rodeado a Maradona en 1981 fue dejando el club y el efecto en el rendimiento deportivo fue inmediato. En 1982 disputaron la Libertadores, pero no volverían al máximo torneo continental hasta que no empezaron a ordenarse sus cuentas. Un año después, con unos ingresos que no llegaban para cubrir los gastos del club, por primera vez en la historia, la camiseta de Boca incluyó un patrocinador. Una nueva entrada de dinero que no era suficiente para equilibrar el balance.
Porque Boca era una ruina; los jugadores acumulaban ya varios meses de atrasos en los pagos y la escalada de problemas parecía no tener fin. En agosto del 83, desde el fondo de la 12, la barra brava lanzó una bengala en dirección al fondo contrario, donde se encontraban los hinchas de Racing e impactó en el cuello de Roberto Basile, que falleció en la misma grada.
Era la enésima muestra del peso que venía adquiriendo la 12, dirigida por el «Abuelo» José Barrita y empeñada en una macabra carrera por convertirse en la barra brava más violenta de la Argentina.
Al final la Bombonera terminó siendo clausurada, pero no por el asesinato de Basile o por los cada vez más frecuentes actos de violencia que protagonizaba la 12. El templo de Boca llevaba años sin ser renovado y existía un riesgo de derrumbe.
Fue por eso que un juez ordenó su cierre. Y mientras se acometían las obras de acondicionamiento, fueron las canchas de Atlanta, Vélez o Huracán las que sirvieron como refugio improvisado para Boca Juniors. Y sí, también el Monumental, donde Boca llegó a enfrentarse a River jugando de local.
1984, annus horribilis
Así llegamos al año 84, el año en que Raúl Alfonsín se estrenó como presidente de Argentina y el país celebraba el retorno de la democracia, mientras en el barrio de la Boca la Bombonera seguía clausurada y los pagarés emitidos por el club eran devueltos una y otra vez por los bancos.
La situación era crítica y en julio del 84 la plantilla se declaró en huelga tras acumular varios meses sin cobrar. Unos días más tarde Boca jugó con los juveniles su partido frente a Atlanta. Por la similitud de las camisetas el árbitro determinó que los «Bosteros» debían cambiar de equipación, pero ese segundo juego estaba guardado en La Candela, la finca a las afueras de Buenos Aires que utilizaba el club como lugar de entrenamiento y de concentración.
Como solución improvisada utilizaron unas camisetas de entrenamiento blancas a las que se les añadieron los números con rotulador. Con el sudor la tinta terminó por correrse, dejando una muestra muy gráfica de la desorganización a la que había llegado el club.
El 19 de julio los jugadores debían volver a los entrenamientos, pero no pudieron hacerlo ni en La Candela, ni en la Bombonera, porque los empleados del club también estaban en huelga. Tres días más tarde y después de un sólo entrenamiento, Boca volvió a disputar un partido oficial.
Para entonces la hinchada estaba desesperada y se dividía entre los que criticaban a los directivos, los que enfocaban su malestar con los jugadores y los que responsabilizaban tanto a unos como a otros. En medio de la angustia Boca dio un respiro a su afición ganando por 2-1 a Instituto de Córdoba gracias a un gol de Ruggeri en el minuto 88. Un gol que se gritó con alivio, como si hubiera servido para ganar un título.
A mediados de agosto la plantilla inició una gira por Europa y Norteamérica con el objetivo de recaudar fondos. En el Trofeo Joan Gamper sufrieron una humillante derrota por 9-1 frente al Barcelona. Después siguieron otras derrotas frente a la Real Sociedad, el Sevilla o el Torino y victorias sobre Aston Villa, Panathinaikos o Niza.
En Estados Unidos el despropósito llegó al punto de disputar, a cambio de unos pocos miles de dólares, partidos tan hilarantes como el que enfrento a Boca con el Atlas mexicano en un estadio de fútbol americano vacío y con Hugo Gatti jugando de delantero.
Con el final de la gira siguieron los problemas para el club. La Bombonera seguía clausurada por riesgo de derrumbe y estaba previsto que fuera subastada a principios de diciembre por una deuda con Montevideo Wanderers que Boca arrastraba desde el 81 por el fichaje del uruguayo Ariel Krasouski. Una más de las más de cien demandas que pesaban sobre el club y que amenazaban con dejarlo sin patrimonio.
En medio del caos, el 11 de octubre buena parte de los jugadores se declararon en libertad. Boca se había quedado sin plantilla y ese domingo volvieron a jugar con los juveniles. Entre la 12, a los ya habituales cánticos contra Ruggeri y Gareca, se sumó uno nuevo dirigido a los jugadores: «ole le, ola la, a esa camarilla la vamos a matar». Para entonces el entrenador Dino Sani ya había renunciado y amenazaba con denunciar al club.
El 31 de octubre, el presidente Corigliano anunció el concurso de acreedores. Días más tarde renunció a su cargo. Con el club en una situación crítica, con una directiva en la que sólo seguían seis miembros, el 29 de Noviembre el gobierno nombró un interventor judicial a cargo de Boca Juniors: Federico Polak. ¿Lo recuerdan, verdad?
El interventor
«Me enteré de que tenía que ir a Boca a las 5 de la tarde y asumí a las 9 de la noche. Cuando llegué no había luz, ni sonaba el teléfono. Al otro día nos fuimos a hablar con la empresa de electricidad, que era pública. Yo era funcionario estatal y no me costó nada llegar a un acuerdo y que la luz volviera» explica Polak.
Recuperados luz y teléfono, había que encarar los problemas más urgentes. «Boca tenía el remate de la Bombonera declarado para tres o cuatro días después. Lo primero era parar eso, porque si se producía yo no iba a poder seguir, hubiera sido un escándalo.
La única forma de pararlo era hablando con el acreedor, Wanderers y el único que me podía dar garantía era la AFA. Hablé con Grondona y le prometí que le iba a dar La Candela, pero los dos sabíamos que no lo iba a hacer. Grondona me dio su aval y pudimos llegar a un acuerdo con Wanderers. Creo que se pagaron 35.000 dolares y se acordaron diez cuotas de 8000, algo así. Eso permitió salvar el remate de la Bombonera» explica Polak.
Con muchos frentes abiertos todavía, Boca seguía estando en una situación muy delicada. «La cosa era llegar a enero, porque había mucho pedido de quiebra y había que llegar a la feria judicial, cuando paran los tribunales. Había que llegar vivos a la orilla. Yo eso lo sabía hacer bien, pero hacía falta dinero» recuerda Polak. «Saqué la venta de los palcos y las plateas del año que venía. La gente respondió, compró todas, sabiendo que no lo iban a usar, porque la Bombonera se estaba derrumbando».
Una vez solucionado lo más urgente había que afrontar la reconstrucción de la plantilla. El 26 de diciembre Polak mandó telegramas a 18 jugadores, convocándoles a una reunión para renovar el contrato. Ruggeri y Gareca fueron los únicos que no respondieron a su llamada. Después de dos años sin renovar el contrato se habían declarado en libertad y contaban con respaldo del sindicato Futbolistas Argentinos Agremiados, que declaró una huelga que paralizó el fútbol argentino.
«Me llamó el presidente de River. Me dijo ‘usted tiene un montón de problemas, lo invito a almorzar y solucionamos uno’. Fui a verlo y me dijo ‘yo me quedo con Ruggeri y Gareca y usted con 150.000 dólares, Tapia y Olarticoechea’» explica el doctor Polak. «Luego supe que antes había ido a hablar con Grondona, diciéndole que quería comprar a Ruggeri y este le dijo ‘no, no se puede desproteger a Boca; tenés que comprar a los dos, darles plata y darles jugadores».
Así se concretó uno de los pases más polémicos en la historia del fútbol argentino. Ruggeri y Gareca jugarían finalmente en River, dejando en Boca una cantidad de dinero muy importante y también una herida abierta con la hinchada. El centrocampista «bostero» Roberto Passucci se tomaría la justicia por su mano en el siguiente Superclásico con una entrada criminal sobre Ruggeri, tras la que ni siquiera se molestó en esperar a que el árbitro le enseñara la roja y enfiló directamente el camino a los vestuarios. Tiempo antes de eso la barra brava de Boca había prendido fuego a la casa de Ruggeri.
La intervención de Polak había permitido salvar los problemas más urgentes, ordenar el club y dejar un poco de dinero en la caja. «Siempre digo que mi etapa en Boca fueron 40 días y 40 noches. Además de tener que asumir mucha responsabilidad, tuve que pasar por momentos muy angustiantes; tenía que hacer de ogro, pero mi recuerdo es grato. Como estaba solo me llevé a unos amigos que me hacían de secretarios. Eran de Racing y nos divertíamos cantando la marcha de Racing en la sede de Boca» recuerda Polak.
A primeros de enero del 85 Boca Juniors pasó a manos de sus socios y asumió la nueva directiva. «Solamente se podía hacer con una lista única, porque si había elecciones, como decía el mandato que tenía yo, se hubieran peleado» recuerda Polak.
Recuperado el control del club, Boca afrontaba un periodo en el que todavía quedaban muchos problemas por resolver, «lo que hice yo fue tomar el fierro caliente, pero la reconstrucción de Boca se da durante los años de la presidencia de Alegre» comenta el doctor Polak.
Fueron años de reconstrucción los que necesitó Boca. Años que coincidieron con uno de los mejores periodos en la historia de River y que hicieron más duro el calvario «bostero». Fue el River de Francescoli, del «Beto» Alonso o de Morresi; también el River de Ruggeri, que resultó clave para que el equipo «millonario» encadenara un campeonato argentino, una Libertadores y una Intercontinental.
Los hinchas de Boca debieron esperar hasta 1989 para volver a ganar un título, pero fue un título menor, la Supercopa Sudamericana. La alegría de los «bosteros» no fue completa hasta 1992, cuando volvieron a ser campeones de Argentina; once años después del título del 81, los once años que duró la resaca post-Maradona.
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