Rugby

Gritos, birras y Fiyi ganando Australia: (Casi) dentro del Mundial de rugby 2023

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¿Tíos grandotes, con barba y muslos como columnas, jugando durísimo, yendo al choque, pegándose hostiones gordos cual bombas de hidrógeno? ¿Respeto por el árbitro, gradas llenas, rostros con sangre que se dan la mano, sin rencores, ya tú sabes? ¿Peña abrevando birra como becerros en agosto?

Pero cómo podría no gustarme, cómo podría no gustarme.
Bienvenidos al rugby, colegas.

Tenía yo el día bueno. Tenía un día genial, porque no vean ustedes, qué cosa más bonita. Andaba por el Loira, andando en bici. Igual no les sale como muy referente, eso de andar en bici por el Loira, porque suena mejor el Tourmalet, o Joux Plane, pero los gorditos también tienen derechos, y las llanuras molan mogollón. Allí, en el Loira, tienen una cosa que dicen La Loire à Velo, y consiste en novecientos kilómetros transitando (casi) siempre al borde mismo del río. Y en esas estaba, en plan relaxing. De Angers a Saumur, un castillo y otro.

Todo preciosísimo, no piensen. Pasas el río cerca de Saint-Rémy-la-Varenne por un puente cuquísimo, vas por caminos sin apenas tráfico, te metes en bosques, se te cruzan zorros, trincas moras de la misma cuneta, hay robles y castaños allá donde mires. La exigencia tampoco es… en fin, tampoco es muy exigente, porque apenas salen setenta kilómetros (entre mira y trae, entre vuelve y va), y terminas con menos desnivel que en mis salidas al velódromo (lo juro, tengo que subir un cuestón para volver a casa).

Pero eso, que la tranquilidad, lo importante es la tranquilidad, como en las piscinas de Teruel, y estar rodando por una isla en mitad del Loira sin darte cuenta, tan ancho es el río, y ver las garzas, y los corvatos, y los patucos, y saludar a todos, a los abuelos, a las familias, y encontrar, en cada cruce (en cada puto cruce) unas señales clarísimas que te dicen a dónde debes girar para ir hasta Saumur (en mi caso), y por dónde no deberías perderte, porque bajo los árboles funciona el Bryton regular… Qué europeo todo, qué civilizao.
Qué delicia.
Pum.
Primer trueno.

La Copa del Mundo de Rugby es un torneo peculiar. Único. Solo allí pueden hacer la adjudicación de grupos con tres años para e jugar el primer partido (luego sale el asunto rarete, y todos los buenos van por la misma zona de los cruces).

Pero es que el rugby es distinto. Amateurismo atenuao (o falso, como quieran ser de cínicos), aficiones desbordantes y un dominio del hemisferio sur que no concurre en ninguna otra disciplina, creo. Solo Inglaterra ha podido trincar asas, oigan. Sumen las tres finales de Francia y… Luego, por la parte meridional, tenemos a los All Blacks, que es como su cuñao Jesús José, el que nunca vio rugby, le dice a Nueva Zelanda. Ellos tienen triplete, como Sudáfrica, y Australia es bicampeona. Abruma.

La Copa del Mundo de Rugby es peculiar, también, por su duración. Este año hubo un partido el ocho de septiembre y la final es este 28 de octubre. Vamos, que dos meses. Nueva Zelanda y Sudáfrica (junto con Argentina e Inglaterra, final de consolación) disputaron siete juegos. Ya ven, qué de descanso necesitan. Porque el rugby es duro. Bastante duro. Salvajemente duro. Pero muy noble, dicen todos, porque es lugar común decir que el rugby es muy noble.
Muy noble.
Pero qué hostias.

Vale, anocheció.
Saumur es un pueblecito de treinta mil habitantes que está al noroeste de Francia. Orillas del Loira, ya les dije. Aquí nacieron Coco Chanel (que se llevaba fenómeno con los nazis) y Fanny Ardant (que se llevaba fenómeno con François Truffaut, así que gana). Tiene casas con entramados de madera (casas que son del siglo XVI, que estaban ahí cuando nació Lutero), tiene calles estrechitas, tiene ese aire tan pijoelegante, tan Las recetas de Julie, tan voy a pedirme un cafeolé para beberlo lentamente mientras leo a Rimbaud. Bueno, a Balzac, que cuadra más con la zona, pero me entienden. Ah, y tiene, también, un castillo. Un castillo espectacular, allí en lo alto, un castillo como hay a montones por la zona, que era espacio de guerra, de dimes y diretes, de hoy fui Plantagenet, mañana me despierto Valois…

(También hay museo de tanques, pero quién, en su sano juicio, querría ir a ver un museo de tanques. Máxime si vienes en bici. Ahí, ecológico, sin contaminar, en comunión con la ribera… y un museo de tanques. Cosas veredes).

Y eso, que subimos hasta el castillo de Saumur para ver el castillo de Saumur, porque si estás en Saumur vas a ver el castillo de Saumur. Y hay rampa, rampa, luego escaleras, luego otra vez rampa, luego te metes por lo que parece un patio privado, luego rampa, escalera y… final. Espacio llanísimo, un plateau de lo más lograo. Mañana pasaré a pedales, y las rampas serán aun más rampas, como sucede siempre…

Pero eso, que precioso. Es muy bonito, el rincón. Hay unos jardines, hay un trozuco de bosque, hay una tienda de regalos, hay un bar y una terraza. Hay, también, un puente levadizo y la puerta más pesada del mundo, la puerta que no movería Conan el Bárbaro, la puerta que gana un choque de hombros a Virgil van Dijk. Y un mirador.

Sobre Saumur, sobre el Loira, sobre esa planicie que se extiende de Angers a Tours (yo fui de Angers a Tours, imagino que la planicie sigue en ambas direcciones, ojo). Vale, empezamos por acá. Te asomas, vértigo, qué preciosidad, foto, foto, mira allí, mira qué nubes tan negras… mira, mira… ¿espera? ¿eso es un rayo? Sí, sí. Y ahora se ilumina el mundo con fluorescentes durante tres décimas, y después hay un terremoto, y empiezan a caer gotas gordas, gotas gordísimas. Oh, mala idea. La puerta del castillo se cierra, está usted loco, se nos va a inundar el invento, vuelva mañana, de todas formas se hace tarde.
Era de día, ahora es noche oscura.
Corriendo para abajo, a buscar refugio.
Y cuidado con escaleras, adoquines y demás.

En Francia el rugby mueve masas. Vale, está bastante localizado geográficamente (sobre todo en el sur, con auténtico fervor por Bearn y contornos), pero podemos decir que es el segundo deporte después del fútbol (o tercero, si me suman el Tour, que es más identitario que atlético). Así que locura durante este Mundial, locura grande. Nueve sedes (Toulouse, Burdeos, Niza, Marsella, Lyon, Nantes, Lille, Saint-Étienne y final en Stade de France de Saint-Denis, con ochenta mil chiflados gritando como ciervos en septiembre), ciudades engalanadas con banderas (banderas irlandesas, banderas escocesas, de Nueva Zelanda, de Gales, banderas de Sudáfrica o de Argentina… de Inglaterra apenas hay), carteles enormes junto a los pubs que anuncian partidos, teles, precios, ofertas.

Todo el rato paisanucos haciendo conexiones especiales a pie de césped, en campos de entrenamiento, en concentraciones. Debates, artículos muy largos en L´Équipe, cierto canguelo con Les Bleus (al final muy dignos, oigan). Y afición, afición por doquier. Con sus camisetas de rugby, que quedan genial, las camisetas de rugby, siempre que tengas espaldas de rugby. Y aunque no. He visto mogollón de gordos con camisetas de rugby, y las lucían más dignamente que muchos centrales de Segunda División B (o como se llame ahora). Peña que berrea (los del rugby, no los centrales), que canta, que pimpla.
Vamos, que hay ambientillo, tú.

Vale, casi ni nos mojamos. Casi. Pero tampoco hubo caídas, ni desgracias, ni problemas. Así que llego a la plaza mayor de Saumur (que es una plaza mayor chiquitita, una plaza mayor con farola en el centro, iglesia a un lado, casas centenarias en perímetro, cinco o seis bares con mesas que aun no recogieron y donde las gotas salpican haciendo «chop, chop», tres ciclistas cansaditos, regueros cayendo de piernas y rostro), y vamos a un bar, y nos ponemos en la terraza, debajo de un toldo, porque dentro hace calor insoportable, absolutamente insoportable, y fuera hay veinte grados aborrascaos, y dentro habrá treinta, o así.

Te pides el café, te sientas, junto a tu mesa hay un madurito interesante leyendo, te sonríe, silba el viento en tus oídos con fuerza de Gargantúa, ves tres sillas voladoras, un palmo por encima del suelo, zarandeadas como si fueran la médium pequeñaja de Poltergeist. El toldo se comba con el peso de la lluvia. Habrá allí arriba litros como para sacar tres cosechas de tomates. El madurito pasa páginas cada vez más trémulas.
Vamos, que debemos ir dentro.
Al calor.
Y más cosas.

Porque hoy hay partido. Partido de rugby. Entre Australia y Fiyi. Estadio Geoffroy-Guichard de Saint-Éttiene. Cuarenta y un mil paisanucos, todo lleno, animadísimo. Y, en el bar… ambientazo.

Porque subes una escalera y llegas al salón de caballeros. ¿Recuerdan el primer capítulo de Willy Fogg? Pues lo mismo, pero sin bombines (bueno, y con personas en vez de animales, pero eso va de suyo). Vale, tampoco hay billar. Pero, ¿el resto? Joder, clavao… Miren, tenemos sofás rojos, tenemos mesas de madera, tenemos una alfombra más mullida que los trapecios de Alfredo Landa, tenemos mogollón de espejos (entre lo hortera, lo rococó y lo «venga-mátame»).

Hay, también, cortinas granates (cortinas viejas, cortinas sucias, cortinas tipo Madeline Usher outfit from the crypt) desde donde puedes ver la placita de Saumur (charcos, perros mojaos, más ciclistas con despiste), hay un cuadro de Joaquin Phoenix como Joker que tiene marco doradísimo, y acojona como acojonan siempre las imágenes de payasos (no importa que sea payasos no psicópatas… dan mala vibra). Y hay, sobre todo, dos teles. Dos teles enormes, dos teles oceánicas, dos teles inmensas, dos teles que emiten berridos al mismo volumen que Manowar en un festi (Manowar tocaría alto incluso en un unplugged, si es que «Manowar» y «unplugged» pudiesen ir juntos en la misma frase).
Y allí echan el rugby.
Australia vs Fiyi

Australia es una de las grandes potencias del rugby. Dos Copas Webb Ellis, tres Rugby Championship. Allí es el deporte patrio, junto al fútbol australiano, evitar que te maten arañas venenosas y cazar cocodrilos. Bueno, y tener cuchillos que si son cuchillos, no esas mierdas que se ven por Nueva York. En serio, revisen la primera de Mick Dundee… produce bastante incómodo su incorrección política. Incluso para ser ochentera.

En cuanto a Fiyi… pues otro sitio donde es deporte nacional. Pero nacional, nacional. Tienen hasta haka propia, que le dicen Cibi. Y resultados potables, porque en la zona todos pasan moderadamente bien el balón oval. Dos veces en cuartos por las Copas del Mundo, solo ausente en Sudáfrica, cuando lo de Clint Eastwood y esos rollos. Correctos. Un estilo Getafe de Bordalás, pero con menos hostias.
¿Enfrentamientos? Fiyi lleva sesenta y nueve años sin ganar a Australia.
Toda una vida.

Vale, el sitio está petadete para ver el Australia-Fiyi. Cuento. Uno, dos, tres, en aquella mesa otros cuatro… total de treinta y cinco personas. Más camareros. Camareras, en realidad, chicas muy jovenzuelas que resoplan por la temperatura cada vez que entran aquí. Sospecho que el olorcillo tampoco debe ser agradable, pero es que estas cosas tú nunca las sientes si contribuyes…

Porque vamos, calorísimo. Y sudor, sudor reflejado en calvas. Que hay cientos, de calvas. Qué digo cientos… veo miles, de calvas. Yo no sé que tiene el rugby, que atrae poderosamente a las calvas. Y aquí tienen goterones cayendo desde la coronilla hasta esas pliegues tan feotes que se les hacen en la nuca, esos que parecen michelines de niño gordo. Que hay mogollón de calvos, sí, viendo el rugby.

Luego la bebida. Miren, yo el anterior Mundial de rugby me lo papé casi entero (por decir algo) en un bar de Torrelavega que le dicen Las Picas. Y allí… bueno, era pura pose, puro ponme otra, puro el orujete es digestivo. Las Picas es un sitio pequeñuco, con sótano donde das cabeza en techo, sótano donde tuvieron (hará treinta años o así, porque yo soy más viejo que Morgan Freeman haciendo de Mandela) un scalextric gigante para deleite de la chavalada. Y eso, que en Las Picas la peña así, grandota (la peña así, barbuda; la pena así, que gruñe más que habla) trasegaba de narices mientras veía rucks sin entenderlos demasiao.

Aquí, en Saumur, era algo parecido, aunque con pelín más de civilización. Había cerveza, vale («rugby y cerveza» es como «fútbol y corrupción política», van de la mano), pero también veías cafés (riquísimo, el café de aquel bar), y vino (riquísimo, el vinacho de aquel bar) y hasta cócteles rollo piña colada (riquísima, la piña colada de aquel bar). Las camareras no paran de traer movidas, y aquello amenaza con desborde, porque nosotros estamos en una sala (en la sala elegante, la sala de los gentlemen, la sala donde te miran raro si haces imitaciones de Chiquito), pero el lugar tiene otros tres o cuatro salones, así que está el asunto peliagudo.

Vale, ensayo de Fiyi. La gente celebra, porque aquí la gente es, sobre todo, de Francia, y siguen viendo a Australia con algo de miedín, por aquello del doble campeonato. Ensayo de Fiyi, gritos guturales (gritos muy guturales), puñetazos en las mesas (puñetazos muy recios), abrazos de virilidad casi castrense (o no). Ensayo de Fiyi, yo miro por la ventana. Allí, en la placita de Saumur, hay diez o doce bicis apoyadas contra una pared, y diez o doce usuarios de bicis arrebujados al asubio, mirando el cielo, temblando un poco y estornudando otro poco. Las farolas están encendidas, noche cerrada. Hace un rato lucía sol espléndido.
(Menos mal que no me pilló la tormenta por los bosques, oigan).

Ustedes ya saben cómo acabó el asunto.
Ustedes ya saben que no fue para tanto, que tampoco asistí al partido definitorio del Mundial, que apenas vimos el clásico match de primera fase que gana la España de Clemente antes de cagarla en los penaltys, allá por Cuartos.

Gales triunfó en ese grupo, el C. Segunda Fiyi, tercera, y para las antípodas, Australia. Menudo fracaso, el de Australia. Dos veces campeón, dos veces finalista, dos veces en semis. No está mal para nueve ediciones que llevábamos de Mundial. Y aquí… pifiante. El rugby australiano está una crisis bien gorda, amigos…

En cuanto a Fiyi… pues a punto de cagarla locamente en la última jornada del Grupo, cuando palmó por un puntito con Portugal (que es, para que se hagan ustedes una idea, como si palmas con Angola al baloncesto siendo equipo anfitrión). Seis tantos de diferencia sobre sus vecinos (a ver, vecinos en plan como son los vecinos en Oceanía, oigan) Wallabies. Terminó cayendo en cuartos, frente a Inglaterra, atraquito mediante, que es algo muy british, lo de atracar islas por el Pacífico…
Así que eso… partido sin más trascendencia, sin más historia.
Pero qué bien lo pasamos.

La gente se calma un poco. Hay una mesa con parejita, mediana edad, arregladísimos. Dos cervezas, pide él, camarera que apunta, marcha, volverá al cabo de demasiado tiempo con brebaje medio templao. ¿Querías cerveza?, pregunta el chico. La chica asiente, cerrando los ojos, gesto de hastío, de cansancio. A sus pies descansa un perrito, un perrito encantador, peludo, de color bosque otoñal, un perrito que a veces mueve el rabo cuando le miras, como si te sintiera. Se porta genial, el perrito.

Ah, último apunte. El baño de hombres tiene tres o cuatro barriles de cerveza (barriles de metal, barriles para trasegar en grupo), a modo de urinarios. Cortados longitudinalmente, aclaremos, porque si no sería chunguísimo…
Más gritos. Lo tiene hecho Fiyi.
Igual pedimos otra.

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