Este Mundial es una mierda. No, no arqueen la ceja. No vengo a hablar de España, ni de Zambia, ni de Noruega, ni de nada parecido. Vengo a darles los motivos reales por los que este Mundial es una mierda absoluta: lo es porque este Mundial es el último en el que una camiseta amarilla con el 10 a la espalda va a tener una cara que nos suene a todos. Este Mundial, el de Australia y Nueva Zelanda, fue el último partido de Marta. Menuda mierda, no hay otra palabra.
Incluso aquel que no sabe de fútbol femenino más allá de que son mujeres jugando al balón, sabe quién era Marta. No había ni que ponerle apellido, porque fue la primera en tener nombre. Cuando las niñas no sabíamos que podíamos ser futbolistas, ella lo era. Con ese fútbol de la favela, de la calle de Brasil, del regate, la lambretta, el caño y la ruleta. Con la sonrisa tras el gol, al levantar un trofeo o en cualquier rueda de prensa. Hablando alto, claro, y con lágrimas en los ojos contra cualquier injusticia. Con la marca tapada de sus botas porque no se la trataba como a ellos. Marta era fútbol, e iba más allá del fútbol. Era el símbolo, con la pelota en sus pies o sin ella. Fue la primera, y ahora nos deja el encargo de que esto siga sin ella. Menuda mierda.
Para que Alexia fuera Alexia, Marta tuvo que ser Marta. Les pasó lo mismo a todas, a las que hubo que poner un nombre, porque lo que no se nombra no existe. La primera fue ella. Sin apellido, como dijo Paloma Monreal en su tweet, como nos damos cuenta todos hoy que se habla de Bachmann, Popp, Miedema, Katoto, Marozsán, Rapinoe, Le Sommer, Harder. Hoy que asociar una cara a un nombre y no un apellido empieza a ser difícil, que cada vez nos parecemos más al masculino, que queremos analizarlo todo y olvidamos que el fútbol de la calle es lo más puro que existe, tener a Marta en el campo era el recuerdo de lo que fuimos y aquello de lo que no nos deberíamos separar nunca. Cuántas niñas brasileñas soñaron con ser ella. Cuantas futbolistas del mundo le deben hoy poder serlo. La ingrata tarea de derribar muros a cabezazos, que creo que en nuestro mundo supo ser recompensada. No hay una sola mujer que juegue al fútbol que no aspire a encontrarse a Marta en un pasillo y poder darle las gracias.
Marta reencarna la lucha institucional, la pelea con FIFA y su propia federación, con los patrocinadores, con la prensa, a la que pegó un toque de atención en su última rueda de prensa. «Cuando comencé a jugar no tenía un ídolo en el fútbol femenino. Ustedes no mostraban el fútbol femenino», decía entre lágrimas. «¿Cómo lo iba a ver? ¿Cómo podía saber que podía llegar a la selección?». Marta es el fútbol del que no se hablaba, el que gritó para poder ser escuchado. Es la referente con mayúsculas. La que lo fue cuando nadie lo era. La que abrió el camino para que haya más como ella, para que la prensa entendiera que había que ponerlas en imagen, que tenían cara, historias, sueños y éxitos que mostrar. Es la que empezó la cadena por la que hoy cualquier futbolista se pare por la calle a hacerse una foto, para que los estadios se llenen y la gente tenga camisetas con nombre (o apellido) de mujer. La coprotagonista de aquella foto de un niño en el anterior Mundial con el nombre de Neymar tachado y escrito el suyo.
En la misma rueda de prensa dijo que ella no comenzó esto, que solo lo continuó, que había mucha gente antes que ella, y también en otros países, como el nuestro, liderando la misma lucha. Pero a ella la tenemos en el imaginario colectivo como la primera, porque fue la que no dudó en coger un micrófono siempre que podía para darles voz a todas. Déjanos estar agradecidos, Marta. Es lo único que nos queda para hacerle justicia a todo lo que has hecho por nosotras. Déjanos intentar que tu nombre no se borre de la Historia. Que cuando le expliquemos a nuestras hijas y nietas cómo nació todo, hablemos de una mujer que fue 6 veces mejor futbolista del mundo, Balón de Oro, la mayor goleadora de los mundiales, que fue a cinco Juegos Olímpicos y se colgó dos medallas de plata. Que ganó dos oros en los Juegos Panamericanos, tres Copa América, una Champions League Femenina y una Copa Libertadores y que en 2023 tuvo que decirnos adiós porque nadie es eterno en el fútbol. Y que lo hizo dejándonos una frase: Marta acaba aquí, pero el fútbol femenino sigue creciendo.
En otras circunstancias diríamos que el fútbol femenino se queda huérfano, pero Marta fue tantas veces la voz de todas que es imposible creer que esto acaba aquí, por poco que le guste a la columnista tener que llevarle la contraria a alguien que siempre tiene razón. Esto va a seguir, y no será con las botas puestas, pero me niego a creer que Marta nos va a dejar solas. Si hay alguien capaz de ponerse en un micro, un despacho o un banquillo a seguir peleando por todas, es ella, la que no tiene apellido.
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