A simple vista, no hay dos mundos tan aparentemente lejanos como el deporte y los videojuegos. Sin embargo, en 1983 todos nos convertimos en deportistas olímpicos gracias a Track & Field. De hecho, las consecuencias de ser un deportista profesional y un obseso del juego de Konami eran tremendamente similares. Prepararte para correr los 100 metros lisos te puede producir todo tipo de lesiones, rozaduras y ampollas. Exactamente lo mismo que te pasaba al jugar demasiado a Track & Field.
Juraría que mis dedos estaban en llamas después de correr los 100 metros virtuales de las Olimpiadas de Konami del mismo modo que los pies de Carl Lewis echaban chispas cuando ganó la misma carrera en los mundiales de Helsinki de 1983 o los cuatro oros de las Olimpiadas de Los Ángeles 1984.
Track & Field se lanzó en los salones recreativos de todo el mundo en 1983. Incluía seis pruebas olímpicas: 100 metros lisos, lanzamiento de jabalina, salto de longitud, 110 metros vallas, lanzamiento de martillo y salto de altura. Todas las disciplinas seguían un patrón similar: Aporrear como locos de forma alternativa los dos botones que hacían correr a nuestro deportista y luego pulsar el botón de acción en el momento adecuado para lanzar la jabalina o el martillo con el ángulo perfecto o simplemente para saltar las vallas, por ejemplo.
Las similitudes entre los deportistas olímpicos y los fans de los videojuegos no acaban ahí. Del mismo modo que los atletas más deshonestos recurren al dopping, nosotros utilizábamos mecheros para evitar la aparición de ampollas y aumentar la velocidad con la que podíamos pulsar los botones como auténticos energúmenos. Más adelante, en la versión doméstica para consolas de este clásico de Konami y de otro montón de juegos similares, utilizábamos trapos de cocina, camisetas o toallas para lograr el mismo efecto sin destruir los botones del mando de nuestra consola.
La gente se volvía tan loca que los botones de las recreativas de Track & Field, construidas con el plástico más duro que puedas imaginar, se rompían constantemente, así que Konami decidió sustituir los botones por un trackball (esas bolitas que en su día tenían los ratones de tu ordenador) que podíamos girar sin problema. Sin duda, los jóvenes de los 80 adquirimos unas habilidades digitales que han granjeado muchas alegrías en años posteriores. Guiño, guiño, codazo, codazo. Say no more.
Aunque es el juego sobre olimpiadas más recordado de los 80, Track & Field no fue el primer título del género. Ese honor lo tiene Olympic Decathlon, juego de Microsoft diseñado por Timothy W. Smith para el TSR-80 y que más adelante llegó a Apple II e IBM PC. Era un juego bastante bueno y sin duda sentó las bases de este tipo de juegos tanto en el tipo de pruebas como en esa mecánica primigenia de aporrear botones a lo bestia, pero gráficamente era muchísimo más simple.
Sólo unos meses antes del lanzamiento de Track & Field llegó The Activision Decathlon, título desarrollado por David Crane para la Atari 2600 que ya utilizaba una perspectiva de scroll lateral y que suscitó mucha polémica porque ambos juegos se parecían demasiado. Aún así, pasó lo mismo que con el juego de Microsoft: La consola de Atari no daba para mucho y ni siquiera la versión posterior de Commodore 64 ofrecía unos gráficos tan sensacionales ni una jugabilidad tan pulida como el Track & Field de Konami.
Curiosamente, Konami consiguió la licencia de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984, pero sólo en Japón. Como el juego salía en todo el mundo, no había ninguna mención especial a esta licencia en las versiones de Europa y Estados Unidos. En realidad, el primer juego que tuvo licencia oficial y que de verdad la explotó fue Olympic Gold, el juego de Tiertex para Game Gear, Master System y Mega Drive lanzado en 1992 bajo el paraguas de las Olimpiadas de Barcelona. No faltaba el logo de Barcelona 92 por todas partes, la recreación del estadio olímpico de Montjuic ni un Cobi en toda la portada.
Pero volvamos a Track & Field. El juego tenía algunos detalles brillantes que irremediablemente conseguían fliparnos siendo chavales, como utilizar la sintonía de Carros de Fuego compuesta por Vangelis al introducir nuestro nombre en la lista de mejores puntuaciones. Era tan buena idea que la utilizaron como melodía para el menú principal de la versión de NES.
Pero si algo conseguía Track & Field, más allá de dejarnos competir con lo que a mis hermanos y a mi nos parecía una versión virtual de Richard Prior con distintos tonos de piel, era fomentar la competitividad y los piques de una forma inhumana. No hacía falta tener una gran habilidad para machacar los botones como si no hubiera un mañana, así que cualquiera podía competir sin haber jugado nunca a un videojuego. Por eso se convirtió en uno de los pasatiempos favoritos de los chavales de la época para jugar con hermanos y amigos. Los cabreos, berrinches y rupturas de amistades, eso sí, también estaban garantizadas.
La competencia era tan grande que rápidamente surgió la idea de crear un torneo con los mejores jugadores del mundo. Así, la compañía japonesa organizó el International Konami Track & Field Challenge. Los chavales de EE.UU. podían competir oficialmente en los salones recreativos y los Stop-N-Go de todo el país. Los tres mejores jugadores de EE.UU., después de pasar por clasificaciones regionales y estatales viajaban a las finales en Tokio. Según el Libro Récord de los Guiness, al menos hasta la edición de 2016, es el campeonato de videojuegos con más participantes de la historia, ya que superaron el millón de contendientes.
La final norteamericana se celebró en Houston, donde tres adolescentes quedaron en los primeros puestos: Gary West, de Oklahoma, Phil Britt, de California y Mike Mallory de Ohio obtuvieron el oro, la plata y el bronce respectivamente. Los tres viajaron a Japón para disputar la madre de todas las finales. Phil Britt, que había quedado segundo en EE.UU. y aseguraba que le habían robado con malas artes el primer puesto, consiguió subirse a lo más alto del podio en la final mundial. Los ganadores, además del viaje a Japón pagado por Konami, recibieron medallas, trofeos y un reloj Seiko como regalos. La pera.
Como no podía ser de otra manera, los jugadores japoneses, gente respetable y de honor, se quejaron a los organizadores de que los norteamericanos utilizaban técnicas poco ortodoxas para pulsar los botones a toda velocidad. En realidad lo único que hacían era hacer rodar sus dedos para golpear los botones más rápidamente, así que las quejas cayeron en saco roto. Quizás el actual VAR lo habría visto de otra manera.
El éxito de Track & Field en 1983 y 1984 fue tan grande que surgieron todo tipo de competidores, como la saga Games de Epyx, el Daley Thompson’s Decathlon de Ocean Software o el Video Olimpic de nuestra querida Dinamic. Hacemos un inciso para recordar que éste fue el primer juego deportivo hecho en España y que, para no romper con la tradición, las licencias y la vergüenza brillaban por su ausencia. Para empezar, incluía la música de las películas de Superman en el menú principal, pero es que también se mofaba de varias marcas muy conocidas. Kodak era Kode, Adidas era Adidis, El Corte Inglés era simplemente El Inglés, y Coca-Cola, quizá os lo habéis imaginado, aparecía en carteles con la palabra Cocaína bien grande. Made in Spain.
Además, surgieron multitud de clones de Track & Field y básicamente los juegos basados en las Olimpiadas se convirtieron en una tradición que se ha mantenido hasta nuestros días y que fue capaz incluso de reconciliar a Sega y Nintendo, pero de eso quizás hablaremos otro día.
Hermoso artículo. Me hizo recordar los callos y ampollas ganadas con el Joystick por culpa (y gracias) a ese juego.
Hoy, luego de más de 30 años, las llagas desaparecieron, pero los lindos recuerdos jamás.
Para machacar botones en el arcade se usaba un mechero. Igual que en Boot Camp
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