Este julio de 2023 se cumplen cincuenta años de la gran obra completada por Luis Ocaña, su victoria en el Tour de Francia. El momento más alto en la carrera de un ciclista que, probablemente, no ha sido valorado como merecía. Porque Ocaña ganó la prueba más importante del calendario ciclista y ganó también una Vuelta a España, tres Dauphiné Libéré, dos Vueltas al País Vasco, dos Semanas Catalanas o una Vuelta a Cataluña. Sin embargo, igual que ocurre con George Best, Karl Malone o Jonah Lomu, Ocaña es de esos deportistas cuyo palmarés no muestra toda su grandeza. No muestra que fue uno de los ciclistas con más talento que ha tenido España y que, si Coppi tuvo en Bartali a su gran rival y Anquetil siempre debió de superar a Poulidor, el más grande de todos, Eddy Merckx, tuvo en Luis Ocaña a su oponente más temido.
Pero el reconocimiento popular muchas veces es caprichoso y a Ocaña siempre le perjudicó ese mal, tan frecuente entre los emigrantes, que te hace sentir extranjero allí donde vas. No le ayudó el acento tan francés cuando hablaba en castellano y tan español cuando hablaba en francés. Porque nació en Priego (Cuenca), pero el hambre empujó a su familia, siendo niño, hasta Le Houga, al sur de Francia, muy cerca de Mont-de-Marsan. Y ese destino del emigrante lo sufrió en el país galo y se lo recordaron siempre en España, destacando que había nacido en Priego cada vez que ganaba y apuntando que vivía en Francia cuando no cumplía las exigencias del público español.
Tampoco ayudó que los mejores años de su carrera los pasara en un equipo francés, a pesar de que había empezado como profesional en el Fagor, patrocinado por la empresa de la cooperativa Mondragón y que terminó su carrera en el Súper Ser, también equipo español. Pero, para sus mejores años, Ocaña prefirió seguir el consejo de Anquetil, su ídolo y después amigo y firmar como su sucesor al frente del equipo Bic. Así se aseguraba el respaldo de un gran equipo, pero se alejó un poco más de España y la prensa no lo olvidaba.
Y tal vez es por eso que no es tan recordado como Bahamontes, Delgado o Contador, a pesar de que, como ellos, también llegó de amarillo a París. Y lo hizo de manera brillante, completando un Tour de Francia incontestable que cumple ahora cincuenta años y que la organización de la grande boucle no ha querido olvidar, incluyendo una llegada de etapa en Nogaro, el pueblo donde vivió buena parte de su vida y una salida en Mont-de-Marsan, su pueblo de referencia en Francia.
Porque Ocaña llegó en julio de 1973 a la salida del Tour en los Países Bajos con el mismo hambre, la misma ambición, que había demostrado en los cuatro Tours que había disputado hasta entonces. Dispuesto a dejar atrás ese aura maldito que arrastraba y que parecía cebarse con él. Por eso, cuando en la primera etapa un perro se coló entre el pelotón y Ocaña fue el único ciclista con el que chocó, le vinieron a la mente los recuerdos del 69, y la imagen de sus compañeros llevándolo a empujones después de una caída, y los recuerdos del col de Menté y de ese Tour de Francia que tenía ganado y se le escapó en una curva, bajó una tormenta que llenó la carretera de agua y barro e hizo caer también a Merckx. Pero, mientras el belga se levantó y siguió, Agostinho cayó sobre el español cuando este intentaba ponerse de pie. Y después vino Zoetemelk. Y una moto detrás remató al líder de la carrera.
Aquella imagen de Ocaña dolorido al pie de la carretera fue tan impactante, que siempre viene a la mente al pensar en el ciclista español. Pero, en julio del 73, cuando un perro lo hizo caer, Ocaña se levantó, siguió pedaleando y el pelotón tuvo el gesto de esperarlo, porque era uno de los corredores más respetados y no esta bien aprovecharse de la desgracia ajena. Mientras tanto, en Mont-de-Marsan, Josiane Ocaña, Josiane Calède de soltera, dejó a sus hijos con su madre nada más escuchar la noticia de la caída por la radio y salió en coche rumbo a Rotterdam. A partir de ese día se colaría cada noche en la habitación de su marido y lo seguiría en cada etapa del Tour.
El primer asalto de Ocaña a la carrera llegó en la tercera etapa, entre Roubaix y Reims, en un recorrido que incluía algunos tramos de pavé. Cualquier manual del aspirante a ganar el Tour dice que no se pueden permitir escapadas de un líder, mucho menos si va acompañado de algún compañero de equipo. Sin embargo, ese día el Bic sorprendió a sus rivales cuando Ocaña se metió en una escapada junto a cuatro compañeros: Schleck (padre de Fränk y Andy, rivales de Contador), Catieau, Vasseur y Mortensen. En la meta, Guimard se llevó la victoria y Catieau el amarillo, pero Ocaña aventajó en 2:34 al grupo de favoritos. Al «Tarangu» le sacó 7:17. El líder del KAS, otro verso libre como Ocaña, se sintió traicionado por un pacto previo entre el líder del Bic y los dos equipos españoles (KAS y La Casera) y ahí empezó una rivalidad que se prolongaría durante mucho tiempo.
Ocaña no esperó demasiado para lanzar el segundo asalto al Tour. En la séptima etapa, dividida en dos sectores, aprovechó la subida al Salève para dejar atrás a todos sus rivales y llegar solo a meta. Primera victoria de etapa y maillot amarillo para el español de Mont-de-Marsan. Por la tarde, tuvo que responder a los ataques del «Tarangu» y Thevenet, para terminar cediendo únicamente 15 segundos con el francés. «Con el sol de Salève operación maillot amarillo, bajo la tormenta en Meribel operación prestigio» tituló la revista francesa Miroir du Cyclisme. «Sin Eddy Merckx, creíamos que al Tour de Francia 73 le faltaba un jefe. En la ascensión al Salève , Luis Ocana afirma que él será, sin duda, el indicado» añadieron, sin poder incluir en la impresión esa ñ tan española, presente en el apellido del francés de Priego.
No les faltaba razón en sus dudas a los periodistas franceses. Porque, ese año, Merckx había renunciado al Tour para incluir la Vuelta en su palmarés y ganar un nuevo Giro de Italia y Ocaña se había sentido decepcionado por esa decisión de Merckx. Sentía que le había privado de la posibilidad de demostrar al mundo que podía derrotar al «Canibal» como hizo en el 71 y la caída en Menté no le permitió redondear.
Al día siguiente, el Tour había preparado una de esas etapas tan temidas por los ciclistas. Más de 230 kilómetros atravesando los Alpes, ascendiendo la Madeleine, Telegraphe, Galibier, Izoard y Les Orres. Ocaña contaba con una buena renta en la clasificación general, que le permitía hacer un ciclismo más conservador, pero su orgullo, ese que le traicionó tantas veces, le impedía ser calculador. Por eso salió a la rueda del «Tarangu» cuando esté atacó en la Madeleine y volvió a responder a cada uno de sus ataques, mientras Poulidor, Van Impe, Zoetemelk o Thevenet se iban quedando atrás. Y cuando el «Tarangu» y Ocaña se quedaron solos, todavía faltaban más de cien kilómetros de etapa, pero Fuente siguió atacando y Ocaña siguió respondiendo. Así por más de veinte veces. Hasta que un pinchazo terminó con las opciones del asturiano y Ocaña ascendió solo, en cabeza, el puerto de Les Orres.
«Ocaña ha entrado en la leyenda grande del Tour» titulaba la prensa francesa. «Ha ganado a lo Fausto Coppi» decían otros. Igual que había hecho en el 71 en Orcières-Merlette, cuando, en otra etapa para la historia, derrotó a Merckx por aplastamiento, Ocaña había dado una nueva exhibición. Esta vez, no para ganar un Tour que ya estaba decidido, sino para demostrar que era el mejor y dejar claro que, aunque Merckx hubiera estado presente, el Tour del 73 tenía un solo dominador.
Más adelante, en la etapa 13, se pusieron a prueba los fantasmas del líder. El Tour volvía a ascender Menté y volvía a descenderlo por la misma vertiente en la que cayó Ocaña en el 71. Pero estábamos ya en el 73 y esta vez sí llegó a la meta de Luchon y lo hizo, además, en solitario. Era su cuarta victoria de etapa y el segundo clasificado en la general, el «Tarangu», quedaba ya a más de catorce minutos.
Con el Tour ya decidido, en la 18ª etapa, Ocaña se dio el lujo de ganar la etapa que terminaba en el Puy de Dôme, igual que había hecho en el 71 el día que logró dejar de rueda a Merckx. Sí, siempre Merckx; porque era un campeón, pero, a diferencia de sus rivales, Ocaña nunca se resignó a ser segundo por detrás del belga. Siempre quiso derrotarlo y aquel día, aunque sólo fuera por 15 segundos de diferencia, lo consiguió por primera vez. Y ahora, dos años más tarde, ganó por segunda vez en el Puy de Dôme, la cima en la que Merckx nunca llegó a ganar.
Finalmente, el 22 de julio, el Tour llegaba a París, con una contrarreloj matinal en Versalles y una etapa en línea con final en el velódromo de la Cipale. A Ocaña todavía le dio tiempo de ganar una de sus especialidades, la contrarreloj, como hacía su ídolo Anquetil. Fue su sexta victoria de etapa y dejó la general con 15’51’’ de ventaja frente a Thevenet y 17’15’’ frente al «Tarangu». Para que nadie dudara de quién hubiera sido el ganador de haber participado el «Canibal» también.
«¡Y ahora Ocaña-Merckx!», tituló L’Equipe, esperando ese duelo que no había concluido en el 71 y que no fue posible en el 73. Pero, al año siguiente, en una prueba intrascendente, un ciclista cayó delante de Ocaña, tiró al español y una fractura lo dejó fuera del Tour. El esperado duelo no se pudo dar. Y un año después, problemas de salud le impidieron brillar en el Tour, justo el año que Merckx empezó a flaquear. Porque la mala suerte no dejó de acompañar a Ocaña, pero él nunca aceptó que nadie fuera superior y hace 50 años, demostró que era un campeón y que él también podía dominar el Tour. Como lo hizo Coppi. Como lo hacía Merckx.
El texto contiene un error: se dice que el Tour que tenía en el bolsillo y que perdió por una caída fue el del 69 y luego se corrige y se dice que fue el 71.
Me pregunto qué pudo llevar a un hijo de emigrantes andaluces en Francia a apoyar a Jean Marie Le Pen… Imagino que apoyar al fascismo en los 80 no ayudaría mucho a su popularidad.
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