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Cortar un coche un coche por la mitad con una sierra: no gestiones la derrota como Jack Reynolds

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Jack ‘Hacksaw’ Reynolds

Es una historia de la NFL que pasa de padres a hijos. En sus años universitarios, Jack Reynolds, dolido por una derrota 38-0, después del partido se dirigió a una ferretería, compró una sierra de cortar metal, se fue al campus y, un coche que llevaba tiempo aparcado enfrente abandonado, cogió y lo cortó por la mitad. Por ese motivo se le conoció durante toda su carrera con el apodo de Hacksaw, La sierra.

Era solo una anécdota de juventud, pero cuando le tocó disputar la Super Bowl por primera vez, los periodistas no hacían más que preguntarle por la historia. Le abrumaron de tal manera que la escribió a máquina e imprimió un montón de copias. «Los periodistas me hacían la misma pregunta una y otra vez, así que decidí adelantarme», explicó, aunque a la liga no le gustó su iniciativa.

Empezaba así: «En 1969, cuando estaba en el último año de la Universidad de Tennessee, ya habíamos ganado el título de la Conferencia del Sureste, pero aún teníamos que jugar contra Ole Miss -donde Archie Manning era quaterback-. Si Tennessee hubiera ganado el partido, habríamos ido a la Super Bowl. El año anterior, Tennessee había vencido a Ole Miss, 31-0. Las cosas salieron mal ese día y Mississippi nos ganó 38-0. Jugué un buen partido, pero el resultado me molestó mucho. Había un coche viejo (un Chevrolet del 53 sin motor)…»

Ocho horas estuvo cortando el coche por la mitad. Toda la carrocería y el eje de transmisión incluido. Empezó un domingo y acabó el lunes por la tarde. Su nombre real era John Sumner Reynolds y había nacido el 22 de noviembre de 1947 en Cincinnati, Ohio. La frustración por esa derrota tan abultada se debía a que necesitaba brillar en su último año como universitario para conseguir un buen fichaje como profesional.

Reynolds en 1981 (Foto: Cordon Press)

En el instituto -Western Hills, el mismo al que iba Pete Rose, una de las mayores estrellas de toda la historia de la MLB- jugaba en posiciones ofensivas, de fullback, su papel era atravesar las líneas defensivas abriendo paso. Sin embargo, en la universidad le echaron hacia atrás y pasó a jugar de linebacker, de defensa. Por eso fue tan doloroso para él caer por 38 a 0, porque todas las miradas se dirigieron a su rendimiento esa noche.

Logró salvar la papeleta en el siguiente partido, después de cortar el coche por la mitad. Recuperó un balón que sirvió para obtener la victoria contra Kentucky, pero el desenlace de la temporada tuvo sabor amargo, perdieron la Gator Bowl contra Florida. La paradoja es que a esas alturas nadie se estaba fijando en los marcadores. La historia del coche y la sierra había circulado ya de tal manera que Reynolds había atraído todas las miradas. En el draft de la NFL de 1970, salió con el número 22 en primera ronda hacia california, a los LA Rams. Todo gracias a una anécdota -a falta de vídeo- viral.

Pese a la expectación, se pasó tres años en el banquillo. Poco a poco se fue integrando en el equipo hasta lograr que en 1980 los Rams volvieran a la Super Bowl, algo que no sucedía desde 1955. Buena parte del éxito se debía a la solidez defensiva que aportaba Reynolds, pero ese partido se perdió ante los Pittsburgh Steelers a pesar de que se jugara en Los Angeles. Después, como ocurre tantas veces con los jugadores defensivos, no debió ser valorado porque salió tarifando del club angelino por problemas contractuales. Su nuevo destino fue los 49ers de San Francisco, equipo necesitado de solidez atrás.

Esos fueron sus mejores años. Coincidió con un joven Joe Montana que empezaba a despuntar, luego fue considerado uno de los mejores quaterbacks de la historia. Aquí, aunque a Reynolds le seguía persiguiendo la historia del Chevrolet, dejó una huella que hoy resulta sumamente interesante, mucho más que lo de la sierra.

Reynolds era consciente de que no era muy rápido. Podría ser fuerte y contundente, pero le faltaba velocidad. Además, el peso se le solía descontrolar por arriba. Lo mismo que le dio el siroco y cortó el coche por la mitad, ser consciente de esta limitación le obsesionó de tal manera que su ejemplo para compensarla hoy se puede poner como ejemplo en cualquier otro deporte. A inicios de los 80 no era tan habitual, pero él, individualmente lo hacía sin parar. Estudiaba a todos sus rivales en vídeo.

Reynolds, en 1982 (Foto. Cordon Press)

«¿Cómo crees que pude durar 15 años?», le decía a un periodista en 1992. Durase lo que durase el entrenamiento, le daba igual si había tenido una reunión con el entrenador o no, él luego en su dormitorio se ponía vídeos de los rivales. Tenía muy claro el valor del estudio en el deporte: «He visto a chavales con muchísimo talento y muy rápidos, pero que o no piensan bien o no estudian, no suelen llegar muy lejos». Cuando le preguntaron si estaba mejor en los 49ers que en los Rams, contestó que todo era igual excepto una cosa, la seguridad en los hoteles. Los de San Francisco la cuidaban más y eso le permitía llevarse su proyector para seguir viendo partidos en la habitación en los desplazamientos.

En 1983, los 49ers querían que se retirase y trabajase de asistente del entrenador al año siguiente. Él se negó una y otra vez. Solo quería jugar. Entretanto, sus compañeros tenían pánico a que se convirtiera en su entrenador. Riki Ellison manifestó: «Alguno acabaría en un psiquiátrico en una semana, nos haría ver vídeos todas las noches». Otro compañero declaró «a veces te persigue con la pizarra». Sin embargo, valoraban sus conocimientos. Decían: «mientras los entrenadores tienen conocimiento de la filosofía del juego, Jack puede llevarlo a la práctica mejor que los entrenadores». Era el primero en llegar a los entrenamientos y el último en irse. Desde el club, opinaban «Quizá haya mejores mentes futbolísticas, pero él trabaja muy duro, se prepara muy bien, ve miles de vídeos».

Bill Walsh, su entrenador en los 49ers, le consideraba «el otro entrenador», pero dentro del campo. «Los jugadores inteligentes son los que no llegan a lo más alto por accidente, Reynolds puede pasarse horas viendo vídeos de partidos, mucho más que cualquier otro jugador en la Liga Nacional de Fútbol Americano. Es compulsivo preparándose». No solo es que fuera el primero en llegar y el último en irse, es que a veces veía tantos vídeos in situ que ya se quedaba a dormir en el vestuario y se lo encontraban ahí tirado en un rincón por la mañana. Su compañero Randy Cross se quedó alucinado al conocer sus hábitos con el vídeo: «Conoce las estrategias ofensivas de los demás equipos como un entrenador, cuando vino aquí, nos dijo cosas que no sabíamos de nosotros mismos».

Reynolds en 1984 (Foto: Cordon Press)

Los compañeros le preguntaban qué vídeos deberían ver ellos pero no sabía aconsejarles. Cuando era veterano, lo explicaba: «Tengo una percepción del juego diferente a la mayoría, porque llevo jugando más tiempo. Lo que yo veo igual no podría ser adecuado para ellos. Les podría decir que se fijen en un detalle o en otro, pero luego en el campo igual pasa algo más y nos quedamos con la boca abierta».

Su compañero en la defensa, Craig Alan Puki, fallecido este 19 de mayo de 2023, hablaba así de él: «compartimos habitación en una concentración, una noche me encontré soñando con que alguien me perseguía con una motosierra, me desperté entre sudores fríos y me lo encontré sacando punta a los lápices con un sacapuntas eléctrico. Le pregunté por qué estaba haciendo eso a las tres de la mañana y me dijo que tenía que estar listo para la reunión del equipo a las nueve».  Lo de los lápices era una buena muestra de que su concentración no solo era determinación y voluntad, sino tal vez un trastorno obsesivo compulsivo. Ronnie Lott era debutante ese año. Cuando entró por primera vez en el vestuario, todo le pareció normal excepto una cosa, su compañero Reynolds tenía 100 lápices. Todos bien afilados. Cuando Walsh entró y les dijo que tomaran notas, el novato no tenía lápiz. Cometió el error de pedirle uno de los cien a Reynolds y este le contestó: «No y no, y te voy a decir una cosa, me encanta este deporte, lo he dado todo por este deporte, y será mejor que estés preparado si quieres jugar conmigo».

Lott también alucinó cuando vio que, en las concentraciones, Reynolds se presentaba en el desayuno ya vestido con el uniforme del equipo y la cara pintada. Walsh consideraba que su pupilo fue clave para las dos Super Bowls que obtuvieron con él, les aportó «liderazgo, madurez y fuerza, tan raro como era, nos puso a todos a remar en la misma dirección, creo que solamente él fue la clave de nuestro éxito». Su comportamiento era contagioso. Aunque a veces, para mentalizarse para un partido en concreto, se había llevado al equipo completo a misa un domingo.

En 1985, aceptó el trato de pasar a ser entrenador asistente a regañadientes. No duró ni doce días. Aunque fuera un sargento de hierro para sus compañeros, pudo serlo como compañero, pero no como entrenador. Según confesó Walsh: «No podía soportar que discutiéramos las limitaciones de nuestros jugadores porque habían sido sus compañeros». Él mismo admitió: «Podría haber sido más fácil si hubiera empezado a entrenar con otro equipo. No habría tenido una conexión emocional con los jugadores».

Jack Reynolds en 1982 (Foto: Cordon Press)

Todo parecía indicar que después del duro lance de retirarse como jugador, seguiría en los banquillos, aunque fuesen de otro club, pero ahí también hubo otra sorpresa en la carrera de este personaje. Pasó de todo. Completamente. Se había construido una casa en una San Salvador, Bahamas, en el Caribe. Concretamente, donde había desembarcado Cristóbal Colón. Cuando la prensa habló de él en sus esporádicas apariciones decía que estaba siempre bronceado y que se dedicaba a pescar tiburones con su mujer. Su felicidad completa en ese lugar era que, en los años 80, no había teléfonos. Solo había uno por radio en toda la isla y, decía él, «suele estar roto». Del control total, a base de vídeos, pasó a la desconexión absoluta.

4 Comments

  1. Sergio Dueñas Villagrán

    No soy aficionado a ningún deporte y sin embargo en Jotdown, me he encontrado con que sobre cualquiera de ellos, del futbol al ajedrez pasando por el judo, en el «equipo» cuentan con escritores capaces no solo de interesarme en sus artículos, sino incluso de llegar a emocionarme sinceramente a través de sus relatos.
    Una felicitación a todos ellos muchas gracias por su trabajo y un abrazo en particular a el autor del presente articulo de quien procuro leer todas sus publicaciones por su gran calidad.

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