Hablar de balonmano en España es hacerlo de Cecilio Alonso (Ciudad Real, 1958). Llegó al Atlético de Madrid cuando era apenas un niño y se marchó del conjunto rojiblanco convertido en un mito después de lograr cinco Ligas y seis Copas. Con unas espectaculares cualidades físicas a las que sumar su clarividencia para leer el juego, un notable manejo de balón y su poderoso brazo derecho, Alonso fue uno de los principales artífices del boom del balonmano en nuestro país que ha terminado por convertirnos en una de las potencias mundiales de este deporte. Acompañado durante su carrera por un buen número de problemas físicos, y lastrado por un hombro que le impidió brillar en su Barcelona y le dejó sin disputar un buen número de campeonatos con España, el que fuera mejor jugador del mundo durante varios años nos recibe para repasar una trayectoria que lo elevó a la categoría de referente.
De niño juegas a fútbol y baloncesto, pero muy pronto te decantas por el balonmano.
Mis inicios fueron en los Marianistas de Ciudad Real, un colegio de patios grandes en el que desde muy pequeño ya jugaba al fútbol, baloncesto y balonmano. Cuando tenía ocho o nueve años era una época en la que se podía jugar a las tres cosas y a mí se me daban bien. Allí estaba un cura, don Gregorio, que era de Santander, tenía una gran afición por el balonmano y cada vez que me veía jugando al fútbol o al baloncesto, sobre todo al fútbol, me cogía de la orejilla, me daba unos cucones con el silbato en la cabeza y me decía: «Tú tienes que ir allí, al balonmano». Poco a poco lo fui haciendo. A los dos años ya dejé el resto de los deportes y me metí de lleno en el mundo del balonmano.
Tu hermano también jugaba al balonmano. ¿Influyó?
Mi hermano Rober también jugaba y también influyó. Yo lo veía como se ve a los hermanos mayores, y más si es en el deporte: como si estuviera en un altar y con ganas de seguirlo. Sin embargo, él no fue quien me metió principalmente en el balonmano, fue don Gregorio. Siempre tuve un entorno de amiguetes en el que todos jugaban al fútbol, al baloncesto y al balonmano. Además, hubo otra persona importante en todo esto: José María Barreda, quien fuera brazo derecho de Bono y presidente de Castilla-La Mancha durante muchos años. Él jugaba en juveniles con mi hermano en el colegio, fue el que comenzó a entrenarnos cuando yo era apenas un chaval y a enseñarnos un poco lo que era el balonmano más profundamente. Con él he tenido una amistad tremenda e incluso cuando ya era político me invitaba a sus discursos y estas cosas que hacen. Yo no soy muy de esas cosas, pero lo acompañaba.
¿Cómo surge la oportunidad de llegar al Atlético de Madrid?
Me descubren con catorce años cuando fuimos a jugar a Madrid, en Vallehermoso. Era un torneo en el que se apuntaban ocho equipos, nosotros vinimos y ganamos. Fernando, un profesor de educación física del colegio España, estaba viendo los partidos y llamó rápidamente a Juan de Dios Román, que fue un poco el padre del balonmano del Atlético de Madrid y de España y le dijo: «Juan, ven aquí que hay un chaval con catorce años que mide 1,93». Por aquel entonces yo pesaba 67 kilos, era un espárrago. Él vino a ver la final, en la que nos enfrentamos a la Universidad Laboral de Toledo y, según decía, lo que más le llamó la atención fue la defensa, más que el que metiera diez o doce goles. Vio que me movía bien y además blocaba mucho. Esto le gustó y a partir de ahí se puso en contacto con mi familia.
El Atlético de Madrid envió una carta a mis padres y ellos me preguntaron si a mí me gustaría ir. «Yo, lo que me digáis, pero me hace mucha ilusión», les dije. Era el año 1973, estábamos en un mundo mucho más oscuro, más triste, y a mí me encantaba la posibilidad de poder entrar en la estructura de un club serio, el mejor de España. Que además viniera a buscarme, fue un plus. Todo encajó a la perfección con mis padres. También conmigo, aunque yo por aquel entonces no tenía poder de decisión, y menos en esa época. Tras esto, Juan de Dios vino a Ciudad Real con el Atlético de Madrid a jugar dos partidos. Se hizo una selección de Ciudad Real en la que yo estaba incluido. Por aquel entonces tenía quince años, nos enfrentamos a jugadores de veinte o treinta años y nos metieron una paliza buena. Fue un regalo, una especie de acuerdo más allá de lo económico tras el cual ya me vine para Madrid.
Llegas y compartes pensión con Juanjo Uría. ¿Cómo es el vivir alejado de tus padres con quince años?
Duro, muy duro. Además tengo un punto de sensibilidad y mi gran amigo Juanjo Uría se quedaba asustado porque lloraba muchas noches, tenía malos sueños y llamaba mucho «a mi mamá». En aquella época no utilizabas el teléfono con tanta frecuencia como lo haces hoy en día, había que hacer llamadas a cobro revertido y demás. Cuando hablábamos, ella lloraba, yo lloraba… Lo cierto es que al principio lo pasé muy mal y hasta que me empecé a acostumbrar y pasó un mes o dos estuve muy afectado y no abrí los ojos.
¿Y los estudios?
Mal, pero no por los colegios, sino por nosotros. Nos metieron a Uría y a mí en los Maristas de Chamberí, pero nosotros en Madrid descubrimos un mundo nuevo. Y con un poco de dinerito, te puedes imaginar. Vivíamos en Fernando el Católico, cerca de Argüelles, y nos bajábamos por allí a tomar unos porrones, tranquilamente. Yo no era mal estudiante cuando estaba en los Marianistas de Ciudad Real, pero aquí nos encontramos algo diferente, todo era fácil, libre y, pese a que estábamos controlados por el Atlético de Madrid, fue un desastre y repetimos sexto. El año siguiente a mí me quedaron dos y a él cinco, así que el director del colegio nos dijo que si nos íbamos del colegio, nos aprobaba. Nosotros le dimos títulos en balonmano al colegio, que nunca los había ganado, y él nos compensó un poco. Así que nos fuimos al colegio España y allí ya aprobamos. Pero en resumen: los estudios, mal. Luego empecé a estudiar Económicas pero lo tuve que dejar después de un par de cursos porque tenía selección española, lesiones y mucha ocupación y, además, no tenía esa fuerza interior de estudiar aunque estuviese lesionado.
¿Siempre rojiblanco?
Casualidades de la vida, yo ya era del Atlético de Madrid cuando se interesaron en mí. En Ciudad Real veía de vez en cuando los partidos por televisión los domingos y era el equipo que más me gustaba. De hecho, sigo siendo del Atlético de Madrid, incluso de fútbol, y le he inculcado mucho este sentimiento a mis hijos. Es algo innato y que nunca se puede quitar. En esa época, llegamos gente de fuera como Uría, Juanón de la Puente, que vino desde Gijón, y algún otro. Juan de Dios ya llevaba un par de años trabajando la cantera y ya el año anterior se trajo a Novales de Zaragoza, a Morante de Santander o Díaz Cabezas desde Córdoba.
Se empezaron a desplazar ojeadores a colegios y se dieron algunos casos similares al mío, con la única diferencia de que conmigo fue en Madrid. No sé si se hubiera dado estando en Ciudad Real. El famoso Atlético de Madrid de nuestros años comenzó así, con la cantera. Nosotros ganamos consecutivamente durante tres años la Liga en juveniles, algo que el club nunca había logrado en esa categoría. Lo hicimos en 1974, 1975 y 1976, hasta que ya cumplimos los 18 años, llegamos al primer equipo y poco a poco le fuimos comiendo la tostada al Calpisa, al FC Barcelona y tuvimos aquellos seis o siete años seguidos tan buenos.
Magariños, la nevera.
Sí, la nevera era sobre todo la parte de atrás, donde se jugaba al baloncesto. Sin embargo, el concepto se trasladó a todo Magariños. Hacía un frío terrible, cuatro o cinco grados. Tengo unos recuerdos buenísimos de cuando estuvimos allí, porque hicimos cosas muy buenas. Fue nuestra casa, nuestra gran casa y de ahí salieron grandes cosas: amistades, un grupo homogéneo y muy comprometido, con el propio frío que creo que hace que te pegues más a los otros (risas). Era increíble empezar a entrenar a las seis y media, con ese frío había que ponerse dos chándales, uno encima de otro. ¡Y además en esa época, que eran de lana, lana, no acrílicos como los de ahora! Allí dentro teníamos un microclima de ayuda y de protección. Y luego estaban los domingos. Nosotros jugábamos a las doce y veíamos a los aficionados y aficionadas, pues también había muchas aficionadas, animando como locos con sus camisetas del Atlético, que había mucha costumbre de llevarla. Era un ambiente sensacional. Cuando jugábamos en Europa había que pedir unas autorizaciones por las medidas para jugar allí y técnicamente teníamos que irnos al Palacio de los Deportes.
El primer gran éxito de aquel Atlético de Madrid fue la Copa del Rey de 1978, que acaba con una trifulca entre Castellví y De Andrés.
¡Ah, claro! Fue la final contra Granollers. No lo recuerdo con toda exactitud, pero sí que se trataba de dos jugadores de mucho carácter y en esas circunstancias siempre salta la chispa. Al que pierde no le gusta, como es obvio, y el que gana a lo mejor se excede un poco. Gin Castellví, un gaditano muy fuerte, que es muy amigo mío, era muy caliente y Fernando de Andrés, un ídolo del balonmano, era un poco pulguilla y metejón, y si encima habíamos ganado… Ese mismo año fuimos segundos en Liga empatados a puntos con el Calpisa, que nos ganó por el goalaverage. Sin embargo, ya el año siguiente sí que logramos el título de Liga por delante de ellos y también les ganamos en la final de Copa. Fue el inicio de algo sensacional. Esa primera Liga es mi mejor recuerdo como jugador del Atlético de Madrid.
Juan de Dios Román.
Para mí lo fue todo. Siempre nos identificaron como el padre y el hijo. Yo todo lo que mejoré lo hice gracias a él, por supuesto. Y todas las broncas que tuve, fueron también con él, como suele pasar con un buen padre. Él era un hombre que vivía por y para el balonmano desde que se despertaba cada mañana y además era muy didáctico. Metodológicamente, el mejor. En nuestros entrenamientos en el Magariños, tú estabas por allí y de repente veías a Miguel Ángel Martín, el de baloncesto, Pepu Hernández, gente de fútbol sala… todos ellos sentados en la grada siguiendo lo que pasaba. Había entrenamientos que duraban una hora o una hora y cuarto, no las dos horas de rigor. Él nos exprimía tanto en ese tiempo que hasta nos lo decía: «¿Para qué vamos a estar aquí dos horas, para que echéis la bilis?». Siempre había un ambiente académico de balonmano dentro del propio entrenamiento.
En esos primeros años llega el FC Barcelona e intenta ficharte. ¿Por qué no te marchaste?
Yo era atlético y no quería romper ese lazo que había. Evidentemente, desde el punto de vista económico salía perdiendo, pero yo tenía algo más: me gustaba donde vivía, estaba cómodo y me llevaba fenomenal con mis compañeros. Tenía ese plus que no sabía si iban a poder dármelo otros equipos. Al final, siempre llegaba Vicente Calderón y me decía que iba a subirme un poco el sueldo. Él me insistía en que yo era el estandarte del Atlético de Madrid y que cómo iba a irme al FC Barcelona. Pero bueno, al final, con las primas, si ganabas títulos te acercabas un poco a lo que ofrecía el Barça. Era menos, pero te acercabas un poco y además notaba el interés del Atlético de Madrid para que no me fuera.
Renuevas y dicen que tu subida de sueldo provoca la desaparición de la sección femenina en la temporada 1979/1980.
Eso me achacaron. Yo me enteré un poco de rebote y me sentó mal, por supuesto, pues yo tenía muy buena relación con las chicas. Parece ser que el presupuesto que tenían no llegaba para mantener a dos equipos, pero eso me parece un poco una pijada, una tontería. Alguien aprovechó ese momento para decir que por mi renovación desapareció el equipo femenino. Me sentó mal. Además era sin venir a cuento. Yo era un jugador, no tenía ese poder como para mover todo. También me pasó con Juan Carlos Arteche. Dijo un día en una entrevista que estaba intentando buscar la renovación pero que le estaban discutiendo cuando a Juan de Dios y a Cecilio Alonso les habían renovado. Era una realidad un poco deformada.
En esos tiempos no se firmaban contratos al uso y tan solo se usaban las fichas federativas.
Eran fichas por un tiempo determinado y luego para el tema económico se hacía un contrato que no se llevaba a notaría. Era un contrato privado entre las dos partes que no tenía más de cuatro líneas. «Cecilio Alonso, tal, tal, ficha por tres años, por tanto dinero y con primas acorde a lo que se decida», y así.
Vicente Calderón.
Era muy buen hombre. Tenía un delfín que era Santos Campano, que fue portero de balonmano también, bajo el que estaban tres o cuatro personas que hacían un trabajo bueno en el Atlético de Madrid. Era un club muy cercano en el que todos se ayudaban y no tenía la misma estructura que puede tener ahora mismo. Conmigo fue siempre una persona muy cercana y estaba enteradillo de lo que pasaba. El hombre estaba ya muy mayor y en los últimos años incluso se me quedaba dormido en las reuniones.
¿Era muy distinto a Alfonso Cabeza?
Estuvimos dos años con Alfonso Cabeza, que era un cachondeo. Viajaba con nosotros en el autobús y además nos duplicaba las primas. En su primer año, íbamos en el autocar, acabábamos de ganar al Calpisa, estábamos cerca de la Liga y preguntaba: «¿Cuánto tenéis de prima? ¿10.000? ¡Pues 20.000!». Le decía al delegado que apuntara y nos doblaba la prima. Ese año ganamos Liga y Copa, pero al siguiente empezaron los problemas económicos con él y ya no había doble prima y además tardábamos tres o cuatro meses en cobrar. Era un hombre muy dicharachero, de calle, de tomarte una cervecita y muy diferente a Vicente Calderón. No diré ni mejor ni peor, diré diferente.
En los primeros años el gran rival era el Calpisa. Era normal que las empresas invirtieran en equipos. ¿Había un pique especial?
Quitando un poco los clubes de fútbol, que sujetaban a las secciones, era muy habitual. En este caso se trataba de una empresa inmobiliaria y el equipo fue muy importante durante una época. Durante cuatro o cinco años compraban a grandes jugadores y a partir de 1978 o 1979 cuando nosotros comenzamos a ganarles, hubo menos inversión y empezó a desaparecer.
Nosotros teníamos mentalidad de ganar a todos. Además, Juan de Dios se encargaba de inculcárnoslo y el grupo que formamos tenía una energía de la leche. Queríamos ganar al Calpisa, al Barcelona, al Granollers y a todos. Hicimos un récord de setenta partidos sin perder, que se rompe en Tenerife ante el Tres de Mayo, y no es por nada, porque no soy vanidoso, pero ese día no estaba yo. Fueron dos temporadas y media, aunque el FC Barcelona ya nos sobrepasó con cinco años sin perder, si bien ahora mismo es una Liga un poco residual. No me gusta mucho este tema porque es todo Barça, Barça, Barça y a mí me duele.
Se ha hablado mucho de vuestros famosos terceros tiempos. ¿Qué importancia tenían?
No te voy a decir más que el propio entrenamiento, pero eran muy importantes. Nosotros, sin quererlo, fuimos pioneros en todo esto de lo que se habla ahora en la empresa sobre liderazgo, trabajo en equipo, compartir cosas o cómo superar situaciones límite. Nosotros acabábamos el entrenamiento y nos íbamos a tomar una cerveza, y no nos íbamos cinco o seis, sino los doce. Juan de Dios era un poco especial y no quería meterse en esto, porque, claro, nosotros en vez de tomar una cerveza tomábamos tres o cuatro, pues no éramos tampoco tan superprofesionales ni estaba todo tan controlado como ahora. Esto fomentaba que siempre hubiera el hombro de un compañero para cualquier duda o problemilla que tuvieras.
Todo esto fue clave para que estuviéramos seis o siete años ganando tanto e incluso para que tuviéramos voz en los fichajes. No te digo voto, porque a Juan de Dios no le gustaba que votásemos, pero si voz. Nosotros decíamos: «Este jugador no va a entrar aquí, no va a encajar». Nos pasó con dos jugadores y él se cogía unos cabreos de narices, pero luego llegaba el final de temporada, ganábamos la Liga y la Copa y le decíamos: «Juan, ¿hemos acertado o no?». «Nah, nah», respondía él, que era muy orgulloso. Esa sensación de grupo, de equipo, de camaradería, era similar a la que tenían los jugadores de rugby, con los que nosotros también teníamos muy buena relación. El deporte del balonmano estaba muy conectado al rugby, quizá un poco por el contacto, por la sensación de fuerza y esa necesidad de aligerar tensión y tomarte tus cervecitas con los compañeros.
Eran los años de la Movida madrileña.
Teníamos un pub, que era un poco nuestro centro de reunión, estaba en Hortaleza 118 y cuyo dueño era jugador de rugby en el Cisneros. Luego desde ahí nos movíamos e íbamos a Pacha, a algunos sitios de la zona de Fuencarral… aunque nosotros no éramos tanto de la Movida de Sol, estábamos cerca, pero no tanto. Además, había que cuidarse, aunque nuestras cenitas no nos la quitaba nadie.
Altos, fuertes, deportistas… ¿se ligaba mucho?
Ya me hubiera gustado (risas). Al final, atraes, pero hay que saber llevarlo. Te puedes equivocar o no hacerlo. Nosotros estábamos todos juntos y, evidentemente, si tenías novia hacías tus planes con ella y si no la tenías…
Hablaba ayer con Chechu Fernández para comentarle que iba a entrevistarte y me dijo que te preguntara por el R12 y los billetes.
¡Qué cachondo! Veníamos de viaje después de haber ganado un título de Liga, creo que de Barcelona, y fuimos a coger los coches. ¡Lo qué es la celebración y el alcohol, luego lo piensas y…! Todo lo que era la luna delantera la mojé en GinKas, que era lo que se tomaba entonces, y la llené por completo de billetes de mil pesetas pegados. Desde que arrancamos, cada veinte metros se iban volando los billetes y cuando llegamos al pub donde íbamos a tomar algo ya no quedaba ninguno. Otra vez que ganamos en Gijón, agarramos unos centollos que nos habíamos comprado allí, los atamos con un hilo y nos pusimos a pasearlos por el pasillo del avión…
Estuviste a punto de ser sancionado por no jugar con la selección…
Sí, te podían caer dos añitos si no ibas. Yo venía de jugar de Noruega unas semifinales o cuartos de final de la Copa de Europa con el Atlético de Madrid. Lo habíamos hecho muy bien, pero tenía el hombro destrozado y había un torneo en Francia con la selección que creo que eran tres partidos: jueves, viernes y sábado. Entonces, el Atlético de Madrid decidió que no podía ir porque el hombro necesitaba descanso, pero claro, la Federación me decía que cómo iba a pasar eso si un par de días antes había estado jugando en Noruega y no podía decir que no. Hubo un momento en el que el Secretario General de la selección me advierte: «Cecilio, tú mismo, te caen dos años de sanción». Eres un crío, todo es nuevo, entrenas como una bestia, pero todo el mundo a tu alrededor es nuevo. Nosotros ni estábamos en la Seguridad Social en esa época. Al final acabé yendo, pero solo jugué un partido.
En 1979 ganas el Mundial B con España, todo un impulso.
Fue un recuerdo buenísimo, jugamos en Barcelona y ganamos en la final a Suiza. Recuerda de dónde venía el balonmano español: en 1972 estuvo en los Juegos Olímpicos de Múnich por medio de un casi rebote, pero después hubo un apagón total durante algunos años. Ese Mundial B en Barcelona, era también clasificatorio para las Olimpiadas de Moscú y cuando ganamos hubo un boom muy importante. Se le comenzó a dar mucha importancia a este deporte, había páginas enteras de periódicos, se hablaba mucho en las radios y junto al Atlético de Madrid, que entró fuerte en Europa pese a no ganar, provocó que todo empezara a crecer.
La final no se pudo ver en directo porque Televisión Española no pagó los cinco millones de pesetas que costaban los derechos y en su lugar se emitió un capítulo de Los ángeles de Charlie…
Sí, es curioso. Eso nos dijeron. Nosotros no lo supimos hasta después porque estábamos en otro mundo.
No vas a los Juegos Olímpicos de Moscú en 1980 por una lesión.
Podía haber engañado y decir que no tenía nada. Era el típico dolor de hombro, tenía una tendinitis, pero ya llevaba tiempo con eso y podría haber seguido. Me la trataban, me daban masajes, etcétera, pero al final preferí decir no a la posibilidad de estar en esos Juegos Olímpicos, jugar seis partidos en quince días y no estar al cien por cien. Por ese motivo fue uno de mis mejores amigos, Rafa López León, de Ciudad Real.
¿Te arrepentiste?
Algunas veces le das vueltas. Cuando sale alguna imagen en televisión… pero arrepentirse no. Hicimos un quinto puesto, pero las cosas las haces a consciencia y no vale la pena pensarlo más de la cuenta.
Te lesionaste también jugando al fútbol.
Si, el tendón de Aquiles en 1981. Ese día, Juan de Dios no llegaba por lo que fuera y nos pusimos a jugar al fútbol sala con un baloncito de balonmano. Siempre nos picábamos mucho y en un momento determinado noté como una pedrada detrás ¡pam!, me giré para recriminarle a Agustín Milián: «¡Agus, coño! ¿Qué me has hecho?». Él fue claro: «Yo no he hecho nada». Se me había roto el tendón de Aquiles, quirófano y una temporada casi entera fuera, pues no volví hasta la final de Copa que ganamos a Granollers.
Las lesiones marcan tu carrera.
El día a día se lleva muy mal. Cuando me lesiono el hombro en el año 1986, en la final de la Supercopa en Alicante, estaba impresionante. Lo digo yo, pero también lo decía todo el mundo: Valero Rivera, Juan de Dios… en esos momentos era uno de los mejores jugadores. Para mí eso era lo de menos, pero sí que notaba que estaba muy bien: sabía lo que había que hacer en cada momento, a qué aspirar, aportar el liderazgo que me pedía el equipo, todas estas cosas. Y eso sí que me rompió totalmente. Luego, lo que luché por salir adelante, que eso sólo lo sabe la gente más cercana. Las ocho o nueve horas de rehabilitación y la mala primera operación que me hicieron, que fue horrorosa y luego fui arrastrando. Pero mira, conseguí retirarme en el 1992, en mi equipo. Pero sí, en resumen, fue durísimo.
¿Todos esos esfuerzos te afectaron a largo plazo?
Si eres deportista y estás medio bien, juegas. Una vez has calentado, ese hombro o esa pierna está bien. A lo mejor, lo estás dañando más, pero no tienes esa sensación. No lo notas, además sabes que tu equipo te necesita y tienes el impulso de tirar para adelante. Al final, con el paso del tiempo te das cuentas que a lo mejor te tenías que haber quedado sentadito.
Moscú ’80, Seúl ’88, Barcelona ’92… ¿Qué Juegos Olímpicos te dio más rabia perderte?
Rabia, todos. Pero Moscú, al fin y al cabo yo tenía 21 o 22 años, estaba en un momento muy bueno en el que llevaba unos años siendo el máximo goleador de la Liga y me encontraba muy bien. Moscú lo vi muy lejano. Era la época de la Unión Soviética, el frío, todo, aunque luego me dijeron que todo había sido maravilloso, con ese quinto puesto. Pero a mí Seúl sí que me fastidió, porque estuve en el Preolímpico. Sé que si hubiese ido a Seúl hubiese sido un regalo para mí, igual que hice yo un regalo en el 80 con un punto de honestidad quitándome del medio. Si hubiese podido estar en Seúl hubiese sido un regalo de los médicos de la selección, mi amigo Vicente Concejero y el entrenador Juan de Dios. Pero, a la larga, no estaba: hubiera podido trabajar defensivamente, que es más o menos lo que estuve haciendo en los últimos años con mi hombro mal. Pero bueno, me quedé. Luego estuve de locutor con Eurosport para el evento, me levantaba a las cuatro o las cinco de la mañana para retransmitir y cuando veía los partidos me daba un pellizco. Me fastidiaba un poquillo bastante.
En los Juegos Olímpicos de los Ángeles de 1984 había muchas esperanzas pero el equipo decepcionó ¿Qué pasó?
Fue Juan de Dios el que no supo. Había muchísimas expectativas porque el equipo era muy bueno. No estaban los soviéticos, no estaban los checos ni tampoco los húngaros. Que yo recuerde, así del Este estaba Rumanía, junto a Alemania Federal y Dinamarca, que es con los que jugamos el primer y segundo partido. Los primeros tiempos los hacíamos muy buenos y nos íbamos ganando de tres o cuatro, pero en la segunda parte nos veníamos abajo físicamente y de todo y acabábamos perdiendo. La cosa se empezó a torcer porque si hubiéramos ganado uno de los dos primeros partidos podríamos habernos metido en semifinales y empezó a haber un mal rollo brutal entre Juan de Dios y los jugadores.
Había dos villas olímpicas, una estaba en UCLA y la otra en la Universidad del sur de California, que es donde estábamos nosotros concentrados y donde nos bajaban a entrenar. Estábamos sin chispa, sin nada. Encima veías a los japoneses corriendo para arriba y para abajo y él nos decía «venga, seguidles», pero no podíamos. Nos llevó un día a Disneylandia y no veas que bronca que le echó a los que no fueron con gorra. Yo le comentaba: «Juan, estás perdiendo el norte, tío. Tranquilízate. Vamos a estar aquí dos o tres horas que nos dejas para montar en dos atracciones y pasarlo bien, no nos aprietes. No nos humilles». Y así pasó, que quedamos octavos. Suecia disputó el quinto y sexto puesto y nosotros perdimos con Suiza en la lucha por el séptimo. Todo mal.
¿Crees que a Juan de Dios le pudieron las expectativas que se habían depositado en el equipo?
Totalmente. Lo tenía todo tan cuadriculado que al final se le fue.
¿Y a ti qué te pasó en la playa?
(Risas) ¡Lo sabes todo! Pues me pasó que vas de Supermán y la cagas. Fue en Malibú y allí las olas rompen muy rápidamente, no de una forma tan pausada como yo esperaba. Estaba allí en la playa y me pasó lo típico: te encuentras bien físicamente con veinticinco o veintiséis añitos, te sientes de la hostia, y la hostia me la llevé buena. Estaba con Juan Pedro de Miguel, que era muy amigo mío, y por ahí estaba también Manel Estiarte con el grupo de Waterpolo a cuatro o cinco metros de nosotros. Iba a bañarme, salí corriendo desde la playa, me tiré, la ola rompió y detrás era todo arena. Di de lleno y me dejé toda la cara llena de magulladuras, me rompí un diente por la mitad y me quedé hecho polvo. Era el día de la clausura, así que tuve que hacerla con la cara repleta de tiritas.
¿Cómo era la vida en la villa olímpica?
Nosotros estábamos en el quinto piso con los jugadores de basket, que en esos Juegos lograron la medalla de plata. Tan solo nos separaba una especie de hall donde trabajaban los fisios. Recuerdo que ellos volvían de estar el día fuera y nos contaban que habían estado en los Estudios Universal o con Julio Iglesias, sin embargo, nosotros estábamos corriendo abajo con los japoneses. Eso te iba minando y era una comedura de coco constante. Éramos fuertes y duros mentalmente, pero hubo un momento en el que encima no ganas y se complica.
La vida en la villa con el grupo español era maravillosa, pero no solo con ellos. En la USC también estaba el equipo de baloncesto de los Estados Unidos y veías por ahí a Michael Jordan. No era todavía todo lo que llegó a ser después, pero imagina. Estaba también por ahí Patrick Ewing, los saludabas… Nosotros, además, nos aprovechábamos un poco de los cocineros italianos. Ellos siempre llevan a sus propios cocineros y, de repente, veías que empezaban a sacar espaguetis y más espaguetis para sus atletas. Nos colocábamos detrás de ellos y nos metíamos unos platos de pasta increíbles.
Acabaste teniendo una buena relación con Fernando Romay.
Sí, somos muy amigos, aunque llevamos desde la pandemia sin vernos. Yo volví ayer de Gijón y casualmente él había estado allí unos días antes. Tenemos un grupo de Whatsapp que se llama «Cumpleaños de Romay» y es el enlace de todos. Él es un tío muy simpático, muy gracioso. Estamos en el grupo muchos amigos: él, su mujer, la mía, Beirán, que también fue jugador de baloncesto… está muy bien.
Y un poco antes de los Juegos Olímpicos, nuevo intento del FC Barcelona para ficharte.
Mi mujer era azafata, acababa de venir de Inglaterra y necesitaba trabajar. Era el año 1983 o 1984 y Joan Gaspart se puso en contacto conmigo para intentar ficharme. Económicamente me ofrecieron algo, no mucho, pero se compensaba todo con el trabajo de mi mujer. Sin embargo, a mí me habían dicho que debía tener cuidado y que esas cosas había que firmarlas antes, lo que me generó algunas dudas. Por lo tanto, al final lo consensué con mi mujer, el Atlético de Madrid me ofreció un poco más de lo que me estaba pagando y nos quedamos aquí.
Vuestros años dorados llegan mientras el equipo de fútbol no terminaba de brillar. ¿Os sentíais los niños bonitos dentro de la estructura del Atlético de Madrid?
Niños bonitos no, pero si que nos tenían en consideración. Viajábamos por Europa, ganábamos… Recuerdo que yo muchos días me los pasaba en la enfermería del Vicente Calderón con el doctor Ibáñez y era un jugador más. El mío era un caso especial, porque mis compañeros no iban allí y a mí me generaba un poquito de incomodidad, pero sí que es cierto que me trataban muy bien. Luis Aragonés, cada vez que me veía en el vestuario, ahí en la camilla, me decía en tono de broma: «Pero usted aquí, ¿qué hace usted aquí?». Años después, él fichó por el FC Barcelona para sustituir a Terry Venables y nada más firmarle enseñaron las instalaciones del club. Yo estaba en una camilla tirado, haciendo mi rehabilitación del hombro, cuando de pronto apareció él con Núñez junto a todo el séquito. Nada más verme gritó: «¡No me lo puedo creer! ¡Usted también aquí! ¿Qué hace usted aquí?». Todo el mundo se partía de risa.
A nivel europeo, era más complicado. ¿Qué tenían aquellos equipos alemanes, yugoslavos, soviéticos y suecos de la época que parecían inexpugnables?
Principalmente, el físico. Eran muy superiores físicamente. Pero además tenían unas ligas muy fuertes. Técnicamente nosotros éramos buenos, pero ellos eran muy fuertes. Los grandes tiradores lo hacían de once o doce metros.
En aquella final de la Copa de Europa de 1985 la Metaloplastika también os sorprendió tácticamente…
Sí, aquella defensa 3-2-1 fue algo muy novedoso. Además, tampoco había videos para preparar el partido y no sabíamos qué era jugar contra eso. En el año 1985 te mandaban un video con unas imágenes que se paraban constantemente y llegamos a ver algo, pero no nos preparamos y nos sorprendió mucho. A pesar de todo hicimos un gran torneo y ganamos a los mejores. La Metaloplastika venía de ganar a todos los equipos que eran inferiores, mientras nosotros tuvimos que eliminar al Magdeburgo, al Dukla de Praga que fue campeón el año anterior…
Precisamente contra el Dukla, en semifinales, ganáis por dos goles en la ida pero al descanso del choque de vuelta perdéis por seis. ¿Qué pasó en el vestuario con Juan de Dios para que remontarais en la segunda parte?
Nos echó una bronca terrible. Perdió los nervios, con toda la razón, porque vio que se iba la eliminatoria. Aquí ganamos de dos en Alcorcón y allí íbamos perdiendo de seis y además nos estaban dando un meneo maravilloso. Cuando entramos al vestuario, empezó a gritar: «Me vais a hacer perder la final». Ya empezó a hablar de él, porque tenía un poco de ego en ese sentido, sacó a cuatro o cinco jovencitos y le dieron la vuelta. Estaba Lorenzo Rico en la portería y luego ya Jesús Gómez, Quique García que fue el que metió el gol final, Javi Reino, Juanón de la Puente y yo en el extremo allí solito con la mixta… El equipo empezó a remontar y al final perdimos de uno y pasamos a la final.
Contra la Metaloplastika perdéis por siete en la ida y la vuelta en Madrid no tuvo demasiada historia.
Se juntaron una serie de circunstancias que no nos beneficiaron: Lorenzo Rico tuvo muchísima fiebre durante toda la semana y estuvo sin poder entrenar; Claudio, que era el portero reserva, tenía un problema en un dedo de la mano. Empezamos bien, ganando de uno o dos pero se dispararon e incluso comenzaron a reírse de nosotros, que es lo peor que se puede hacer. Empezaron a hacer los botecitos esos típicos de los yugoslavos. ¿Te acuerdas de Petrovic? Pues coñas de este tipo. Pero bueno, perdimos bien perdidos, y eso que a Vujovic le sacaron una tarjeta roja en la primera parte. Nos superaron ellos y también nos superó el ambiente del Palacio de los Deportes. Había doce mil o catorce mil espectadores. Sabíamos que iba a venir gente, pero fue increíble. Estábamos en el vestuario, que se situaba bajo las gradas, y al salir vimos a toda esa gente, todo repleto de banderas del Atlético de Madrid. ¡Mira, se me está poniendo la piel de gallina! Fue una locura y eso nos superó.
Dos años más tarde llegáis a la final de la Copa IHF de 1987 frente al Granitas Kaunas. Tú no estás, tenéis la victoria en la última jugada, pero Luisón García comete una falta en ataque. ¿No teníais jugadas ensayadas?
Era todo entrenamiento puro y metodología que nos había enseñado Juan de Dios y todos nos quejábamos un poco de que había que hacer algo. A mí me hacían mixta, tenía un defensor encima durante todo el partido y eso era un problema. Claro que mis compañeros eran súper válidos y muy buenos todos, pero no sabíamos cómo salir del bloqueo y esas cosas. A él no le gustaba entrenarlo y yo tenía que buscarme la vida.
Llega Jesús Gil y tú te marchas al FC Barcelona.
Jesús Gil ganó las elecciones a finales de junio de 1987. En ese periodo, durante los cuatro o cinco meses anteriores, a mí me tocaba renovar pero todos los candidatos pasaban. Incluido él. Ninguno de ellos habló de balonmano en ningún momento. En ese tiempo ya comenté a Juan de Dios y a Alejandro Ortega, que era el directivo encargado, que habláramos de lo que iba a pasar conmigo porque yo tenía al Barcelona encima e incluso había venido José Luis Núñez a verme a la calle Princesa y estuvimos reunidos. Entonces, pasaron de mí y yo me acabe comprometiendo de palabra con el Barcelona para la siguiente temporada.
Cuando llegó Jesús Gil, alquiló un tren hasta Zaragoza para la final de aquella Copa del Rey de fútbol que luego perdimos frente a la Real Sociedad y al día siguiente me citó en su casa de O’Donnell y me pidió que llevase a un periodista. Al final vino conmigo Chema Puente, que era el que estaba más metido en balonmano y por aquel entonces estaba en Radio Nacional de España. Fuimos juntos, allí nos recibió Gil vestido con esquijama y nos sentó en una mesa gigante, para diez o doce personas, que tenía. Lo primero que dijo fue: «Perdóname Cecilio, quería ganar de alguna forma e hice lo de Futre, le traje en helicóptero y se me olvidó el balonmano. Estaba obsesionado con ganar». Seguía hablando, estaba muy focalizado con todo el tema de Futre y yo le comenté que me marchaba al Barcelona e iba a firmar el día siguiente. «No te preocupes conmigo, que mañana cojo el avión, el enano y yo nos juntamos y lo solucionamos, porque él y yo tenemos que ir contra el del pelo blanco. Tenemos que ganar a Ramón Mendoza».
Le comenté que él no tenía que solucionar nada, porque mi palabra era mi palabra, así que al día siguiente cogí el avión con mi abogado y fuimos para Barcelona. Había unas cosas pendientes de dinero que Jesús Gil no me pagó y luego, antes de volver de tres años después, le dije que como no me pagara eso que me debía no iba a regresar. Gil era muy cercano, pero estaba en otras cosas.
Te marchas a Barcelona pero estás muy lastrado por el hombro ¿Cómo vives esos dos años?
Los vivo mal, porque no era mi intención. Estaba tan mal que fiché por tres años y el último lo perdoné. Y era mucho dinero. Ellos me hicieron una presión de la leche y yo tenía todo a favor para negociar, pero no podía más. No soy codicioso para el dinero. Dije que no quería engañar a nadie y lo pasé mal, porque no se portaron bien conmigo. Hubo gestos que no me gustaron, pues yo no estaba en situación de exigir mucho, pero sí necesitaba un poco de cariño. La relación entre Valero Rivera y yo se rompió. Nosotros, además de entrenador y jugador éramos buenos amigos, pero se rompió por una serie de hechos continuos y llegó a convertirse en mal rollo. Estuvimos muchos años sin hablarnos y ahora hemos vuelto a tener una amistad. Él está ahora en Catar y de vez en cuando nos vemos. Incluso nos invitó a Susana, mi mujer, y a mí al Mundial durante una semana y estuvimos encantados.
Sin embargo, cuando estuve en el Barcelona se deterioró tanto el trato que dejamos de hablarnos. Pero es que el hombro no daba más y yo no pensaba que eso iba a estar tan mal. Al final, una mala operación te genera esto. Luego me operé dos veces más a escondidas del primer doctor que me operó y pude mejorar, empecé a coger balón, a lanzar un poquito… mejoré, pero ya no estuve como antes. En la cuarta operación, el hombro me empezó a coger fuerza y me fui a Cuenca, un paso que me vino muy bien.
¿Había mucha diferencia entre la estructura del FC Barcelona y el Atlético de Madrid?
Todo. Es un súper club. En el propio Camp Nou lo tienes todo: oficinas, centro médico, pabellón… El club está muy encima, son muy cuidadosos con todo. En ese aspecto, no tengo ninguna queja. Lo tuve todo. Pero al final le faltaba un poco el hacer grupo, crear una unión: eso que después, en un partido, te daba dos o tres goles más y ellos no lo tenían. Es verdad que cuando llegamos nosotros, Juanón de la Puente, Lorenzo Rico y yo, una de las cosas que hicimos fue el proponer irnos a tomar una caña después del entrenamiento. Y parecía que estábamos hablando ruso. Empezamos a hacerlo, la gente comenzó a venir, se hizo un gran equipo, todo iba para arriba y fuimos dos veces campeones de Liga y una de Copa. A partir de ahí, el Barça fue lo que fue.
En Cuenca recuperas la ilusión.
Desde el punto de vista personal, a mi me fue muy bien. Era un club recién ascendido y bajamos en el último partido, pero en la primera vuelta llegamos a ser cuartos o quintos, si bien físicamente no éramos un gran equipo. Fue una experiencia nueva, pues después de toda mi carrera ganando títulos, descender con una ciudad que se volcó totalmente fue una lástima. Había mucha animación en cada partido, pero no había identificación de los jugadores. No puedes llegar el viernes allí, jugar el sábado y volver a Madrid.
Regresas al Atlético de Madrid en 1990 y te retiras en 1992.
Volvió Juan de Dios y hablando con él me comentó que me veía cada vez mejor, que quería que estuviera con él y así fue. Pero el último año fue un desastre. No cobrábamos, Gil pasaba del balonmano, todo el mundo se quería ir y él en mayo o junio ya negoció con todos uno por uno en el Centro Financiero de Príncipe de Vergara. Nos metía individualmente en el despacho y preguntaba: «¿Cuánto te debo? ¿un millón de pesetas?», por poner un ejemplo, «pues te doy quinientas mil y ahora mismo te lo firmo y llegamos a un acuerdo», y todo el mundo decía que sí. Las perspectivas no eran buenas. Llegó un momento en que él quería rentabilidad a nivel de trofeos, pero nosotros no ganábamos nada, estaba muy enfrentado con todo el mundo y no sabía de este deporte. Fíjate que huella ha dejado.
¿Aquel periplo tan complicado acelera tu retirada o ya lo tenías decidido?
Hay cosas que el cuerpo te va diciendo. En esa época yo ya tenía ocho o nueve operaciones: varias de hombro, rodilla, tendón de Aquiles… Iba a entrenar con chavales jóvenes, de 1,90 también, 100 kilos y fintaba, entraba entre medias, me cerraban y yo notaba como mi cuerpo hacía clac, clac, clac. Eso es un aviso y por mucho que te pongas fuerte ya no puedes. Así que con 34 años lo dejé. Además, lo hice jugando, que fue la meta principal que me puse cuando en el 86 me lesioné tan gravemente del hombro.
Ya retirado, fuiste asistente en los Juegos de Atlanta 1996 con aquella famosa medalla de bronce ante Francia. ¿Sirvió para quitarte la espinita?
Sí, lo disfrutas. Evidentemente, te falta ahí algo, pero no te queda más remedio. Eres realista, tienes que saber dónde estás y pisar fuerte. Nosotros ya veníamos de quedar subcampeones del Europeo, que es cuando el equipo empieza a formarse. Yo era un poco el transmisor, un puente entre jugadores y Juan de Dios, al que todos tenían un respeto increíble y algunos no tenían en buen concepto, aunque estaban equivocados. Había un poco de mal rollo y yo hacía de puente.
Recuerdo que el primer viaje que hicimos con el equipo nacional fue a Stuttgart a una Supercopa, ya que hubo uno de los equipos que dijo que no y fuimos nosotros. Yo iba de delegado, un poco de responsable de todos ellos. Salimos del CAR (Centro de Alto Rendimiento, ndr) de Sant Cugat, fuimos en el autocar hasta el aeropuerto y allí tomamos el vuelo hasta Alemania. Cuando llegamos a Stuttgart nos dimos cuenta que todas las maletas y el equipaje se habían quedado en Barcelona. Yo era el encargado, pero no estaba acostumbrado a esas cosas. Menos mal que en esa época había varios vuelos diarios entre las dos ciudades y lo solucionaron. Si nos ves esperando allí, las maletas sin bajar y me dice Juan de Dios: «Cecilio, mira a ver qué pasa con esto». Imagina cuando pregunto y me dicen que siguen en Barcelona porque nadie las ha puesto donde tenían que estar. «¡Qué estreno!».
En 2011 el Atlético de Madrid retira tu número 3 ¿Orgullo?
Sobre todo por mis hijos y mi mujer. Cada uno sabemos dónde estamos y qué somos en cada club. Y yo sé qué soy en el Atlético de Madrid. En el museo había una imagen mía de dos metros y es un poco lo que tú sientes qué has dado en todos estos años. También estuve de jefe de prensa del Atlético de Madrid de fútbol entre el 96 y el 2000, del doblete al descenso. No tenía nada que ver con el balonmano, pero como tenía ese prestigio y esa forma de ser, a Miguel Ángel Gil le encajó. Años más tarde, él sabía que yo tenía un peso específico importante y como se empezó a hacer la retirada de números dijo, «vamos a empezar por el de Cecilio», que no sé ni dónde estará el número 3, porque en Vistalegre… habrá acabado en el fondo del mar, o no sé dónde estará, porque a mí nadie me ha dicho nada y llevamos siete u ocho años sin jugar allí. Yo pregunté y me dijeron que no sabían nada.
Fuiste ejemplo y referente de todo el boom que vino después. ¿Lo sientes así?
Más que sentirme yo, hacen que me sienta. Sé que algo hicimos entre todos, la gente habla de nosotros y hubo una época en la que la gente sólo hablaba de Lorenzo Rico y de mí aunque llevábamos quince o veinte años retirados. Había actos o entregas de premios nacionales e íbamos nosotros. Luego aparecieron Iñaki Undargarin, Mateo Garralda, Barrufet, Talant Dujshebaev… pero ahora falta una promoción, falta imagen, esponsorización…
Eres uno de los atléticos más queridos de la historia de la entidad. ¿Lo sientes así?
Muchísimo. Soy muy seguidor del Atlético de Madrid de fútbol y tengo tres abonos en el Metropolitano. Recuerdo que llevé a mis hijos a una final de Copa que el equipo jugó en Barcelona ante el Sevilla y perdimos 2-0. Justo antes de entrar, en la zona de la puerta había un grupo de aficionados, me conocieron y empezaron a cantar «Cecilio Alonso, la lala». Yo no sabía ni qué hacer. Han pasado unos años, pero eso mis hijos lo tienen grabado en la memoria. Ahora, cuando voy a los partidos, la gente me sigue preguntando: «¿Cuándo volverá el Atlético de Madrid de balonmano?». Olvídate de eso, porque encima los dos años que estuvimos aquí con el Ciudad Real, habían hecho un proyecto, pero Miguel Ángel dijo que no quería meterse, ahí se murió y no creo que tire para adelante.
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Para que el balonmano vuelva a ser un referente en el estado, tiene que haber uno o varios clubes que puedan poner en jaque al mejor club polideportivo de España. Habría que intentar conseguir algo similar con lo que hacen los clubes de fútbol de Portugal.
Solament te te diré que no he pedido el tiempo con tus respuesta ahorasi te diré que si tienes ràbia te muerdes la cola!!!!!
Soy Quico Amat
Fui jugador juvenil del Picadero Barcelona
Recuerdo un partido de fase finales en Zaragoza y nos tocó jugar con el Atlético de Madrid y recuerdo perfectamente a CECI Y a URIA ellos ganaron el Partido
Buen partido y grandes jugadores
MUCHAS GRACIAS IVÁN. RECORDAR ES VOLVER A VIVIR.
Pufff… La famosa tradición santanderina consistía en que en los colegios había un par de maestros de educación física flipados con el balonmano, de modo que al menos un mesecito o así jugabas; que en los Escolapios sí que había algún cura flipado con el balonmano y donde los críos sí que lo jugaban; y en que en un parque muy céntrico de la ciudad pusieron una cancha de balonmano (al aire libre, abierta, unas líneas pintadas en el suelo). Y a partir de ahí y con algo de financiación, te acaba saliendo un Teka. Que, por supuesto, acaba falleciendo por falta de pasta (financiación, espónsors, timing… Si en su momento aprovechando el tirón se hubiese hecho un palacio de los deportes en Santander como es debido, es posible que hubiera continuado la cosa mejor o peor; pero el palacio apareció tarde y con el equipo en concurso de acreedores).
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