Las muertes, en menos de un mes, de Sinisa Mihajlović y Gianluca Vialli, abrieron hace pocos meses un agujero de dolor en el Calcio que costará cicatrizar. Ambos eran tremendamente queridos y sus despedidas fueron una recopilación de mensajes de cariño y admiración como en pocas ocasiones se ve. Sin embargo, entre el dolor y la pena también hubo espacio para mensajes polémicos que vuelven a traer a la actualidad del fútbol italiano el presunto dopaje que se realizaba en los años noventa. Primero fue el presidente de la Lazio, Claudio Lotito, que casi en pleno funeral de Mihajlovic, relacionó la muerte de su ex jugador con el dopaje. Lotito nunca ha sido la voz de la prudencia, precisamente. Tras la muerte de Vialli, unos días después quien avivó el fuego fue Dino Baggio, exjugador de la Juventus, Lazio y Parma, entre otros, insinuando que en los años noventa había doping y que ese uso de sustancias ha podido afectar a los jugadores en su salud: «En los 90′ había dopaje; tengo miedo, hay que ver si con el tiempo el cuerpo sabe expulsar esas sustancias», afirmó el ex internacional italiano a una televisión padovana.
En su momento, sobre todo con el caso Borgonovo, el jugador italiano que falleció de ELA en 2013, ya hubo voces asegurando que los casos de esta dolencia en el mundo del fútbol podrían venir de la utilización de sustancias ilegales. La ELA, esclerosis lateral amiotrófica, es una enfermedad neurológica degenerativa que afecta a las células nerviosas del cerebro y la médula espinal. La degeneración progresiva de las neuronas motoras va provocando la incapacidad total de la persona hasta su muerte en un plazo, normalmente, de cuatro o cinco años. La comunidad científica desconoce las causas de la enfermedad, salvo en un pequeño porcentaje que se considera de origen hereditario.
Mihajlovic falleció en diciembre de una leucemia mieloide aguda, el tipo de cáncer hematológico más común en adultos. En la mayoría de casos se ha detectado alteraciones cromosómicas. Pero también se considera factores de riesgo la exposición a herbicidas o pesticidas o el uso de algunos medicamentos (como ciertos fármacos para tratar enfermedades autoinmunes). Aunque como pasa con la ELA, la incertidumbre es la nota dominante. Algo similar pasa con el cáncer de páncreas, la neoplasia que acabó con la vida de Vialli. Los factores genéticos y ciertos tipos de estilos de vida (básicamente mala alimentación, tabaco y alcoholismo) predisponen a este cáncer, el que peor pronóstico tiene, pero también acá hay más misterio que certeza y muchísimos casos aparecen sin saber nunca por qué.
¿Hubo doping en el fútbol italiano en los años noventa en Italia? Es evidente que sí, incluso está probado judicialmente como en el caso EPO de la Juventus, solo que de aquellas el uso de dicha hormona no estaba prohibido. La eritropoyetina, la famosa EPO, es una hormona producida naturalmente por el riñón. Una hormona que se inyectaban, por ejemplo, en el ciclismo, ya que esta sustancia estimula la producción de glóbulos rojos y, por tanto, la capacidad de transporte de oxígeno en la sangre, lo que confiere más resistencia al esfuerzo físico. Marco Pantani y Jan Ulrich, entre otros, fueron acusados de usar EPO en los años noventa y ambos vivieron posteriormente un descenso a los infiernos del que Ulrich está intentando escapar, pero Marco acabó suicidándose. Ningún jugador de la Juventus ni de ningún equipo fue sancionado.
¿Ese dopaje es el causante de los casos de ELA, cáncer u otras enfermedades que se han detectado en varios jugadores de la liga italiana? No hay ninguna certeza absoluta sobre el vínculo del doping con estas enfermedades, relativamente presentes en la sociedad común. Es cierto que hay estudios sobre la ELA que aseguran que la prevalencia entre futbolistas profesionales es de, al menos, el doble que entre la población. En 2009, la europarlamentaria italiana Iva Zanicchi pidió en Bruselas una investigación sobre la incidencia de esta enfermedad neurodegenerativa entre los futbolistas. No solo el dopaje está bajo sospecha, también se ha hablado de la posibilidad que los golpes en la cabeza o el uso de ciertos productos químicos en el tratamiento del césped de los estadios puedan influir. No obstante, otros estudios han situado la prevalencia mundial entre un 2 y 11 casos por 100.000 habitantes lo que hace difícil definir donde puede haber un riesgo y donde hay simplemente casualidad. Desgraciadamente, la ELA es tan cruel como misteriosa.
En cuanto al cáncer, la mayoría de casos de leucemia suelen ser estar relacionados con factores genéticos. El de páncreas es un cáncer más bien raro, al igual que los hematológicos, y no parece que haya más prevalencia en el deporte de élite que en la población normal. Es más, todos los médicos recomiendan el ejercicio físico para rebajar el riesgo de padecer cáncer, dolencias cardiovasculares y otras enfermedades e incluso en 2014 un estudio de la Universidad de Zaragoza que analizó a más de 4000 participantes en competiciones como el Tour de Francia o los Juegos Olímpicos, mostró que los deportistas de élite tenían un 37 por ciento menos de riesgo de padecer cáncer que el resto de las personas. El miedo existe, sin embargo, y aflora cada vez que el mundo del fútbol es sacudido por una mala noticia.
En Italia, han sido los fallecimientos de Vialli y Mihajlovic, pero en el 2022 cuatro futbolistas de la Bundesliga (Jean-Paul Böetius, Sebastien Haller, Marco Richter y Timo Baumgartl) fueron diagnosticados con cáncer de testículos y se volvió a plantear la correlación entre el deporte de élite y los cánceres. Tampoco hay ningún estudio que haya demostrado que los futbolistas padezcan más esta enfermedad. El cáncer de testículos, uno de los cánceres de más fácil curación, es el más común entre hombres jóvenes de 15 a 40 años, así que no sería de extrañar que la explicación cumpliera la navaja de Ockham y simplemente se tratara, otra vez, de casualidades y de que al tocar a personas muy conocidas nos fijamos más. Tenemos que ser conscientes de que hay multitud de factores que pueden elevar de cierta manera el riesgo sin que haya que irse a sustancias ilegales y/o peligrosas. La pastilla anticonceptiva que usan millones de mujeres en el mundo eleva muy muy ligeramente, nadie se asuste, el riesgo de padecer cáncer de mama. Al final, muchas veces se trata simplemente de que vivir mata.
En el tema del doping, en Italia, el primero que abrió la caja de pandora fue el técnico Zdenek Zeman que en 1998, dirigiendo entonces la Roma, instó al Calcio «a salir de las farmacias». La reacción en contra fue prácticamente unánime. Marcelo Lippi, de la Juventus en aquellos años, aseguraba que los médicos se limitaban a recetar «vitaminas», incluso el doctor de la Fiorentina, Marcelo Manzuoli, afirmó, no sin cierta ingenuidad, que el fútbol era demasiado «técnico» para necesitar dopaje. Siete años después de las declaraciones de Zeman, se inició un proceso contra la Juventus, la Roma, el Parma y el Torino por parte de la fiscal de Turín, Raffaelle Guariniello, por el uso de sustancias dopantes. En la Juventus los imputados fueron el médico Riccardo Agricola y el administrador Antonio Giraudo.
A pesar de que todos los controles antidoping a los que se sometió durante esos años a los jugadores de la Juventus dieron negativo, en primera instancia la justicia condenó al médico por fraude deportivo y administración de drogas peligrosas como la EPO basándose en los niveles sanguíneos de los futbolistas. El tribunal de apelación absolvió a Agricola considerado que los hechos delictivos no existían. En la lucha contra el dopaje hay siempre una confrontación entre los avances de la ciencia y los de la justicia, así como un difícil equilibrio para evitar cazas de brujas que no solo no resuelven el problema, sino que pueden causar terribles daños también. El recurso de casación acabó considerando probado que había habido un uso de sustancias dopantes, pero tanto la justicia penal como la deportiva se encontraron con que en aquel momento esa administración de fármacos no era ilegal.
Al final, como suele ser habitual en el caso del fútbol, el escándalo no provocó ninguna consecuencia grave. Las sanciones en fútbol en dopaje se limitan a casos individuales como el famoso positivo de Pep Guardiola, acusado de haber consumido nandrolona mientras militaba en las filas del Brescia y que fue suspendido por cuatro meses, o el caso del jugador argentino de la Atalanta, José Luis Palomino, también por nandrolona y que finalmente fue absuelto. Casos aislados que parecen mantener al fútbol alejado de escándalos como los que han sacudido estos últimos años deportes como el ciclismo, el atletismo o la natación. ¿Sería capaz el mundo del fútbol de ser tan inflexible como lo fueron el ciclismo y el atletismo y desposeer de títulos en caso de uso de sustancias dopantes? Simplemente, no lo sabemos, si nos atenemos a los positivos oficiales, el doping es un asunto residual. Ya saben, el fútbol es un deporte de talento y no necesita físico.
Aunque la ciencia no ha demostrado ninguna correlación entre el uso de sustancias ilegales o cualquier otra circunstancia relacionada con el fútbol con la aparición de cánceres y enfermedades neurodegenerativas, sí es evidente que el dopaje es una práctica que además de inmoral conlleva grandes perjuicios a la salud de los deportistas. Doparse equivale a ser un conejillo de indias, ya que muchas veces los deportistas toman sustancias en cantidades mayores a las recomendadas o medicamentos estando completamente sanos y no teniendo ninguna necesidad de ello. Algunas de esas medicinas, además, se fabrican de manera ilegal y no hay ningún control sanitario sobre ellos.
Se han hecho auténticas barbaridades para mejorar el rendimiento, como la impactante práctica de algunos ciclistas de extraerse sangre y centrifugarla para luego volvérsela a introducir. Ciclistas que tenían la bolsa del plasma en el frigorífico junto a las espinacas y la leche. Ricardo Ricco, ex ciclista italiano, que, por cierto, no se quiso vacunar contra la Covid, se hizo una autotransfusión de su sangre después de tenerla 25 días en la nevera. Acabó en un hospital de Módena en estado crítico con sus riñones colapsados tras años de dopaje.
Los efectos secundarios del doping van desde osteoporosis a trastornos cardiovasculares. El uso de esteroides anabolizantes provoca mayor riesgo de sufrir enfermedades hepáticas, cardiovasculares, enfermedades infecciosas (como VIH, por el uso inadecuado de materiales de inyección) o tensión alta. El dopaje sanguíneo puede causar sepsis o un choque metabólico del que te puedes morir en horas. La EPO está relacionada con ataques al corazón o derrames cerebrales. La lista de afecciones relacionadas con el dopaje es interminable. Más allá de la trampa o de moralidad, el asunto trasciende la mera competición para ser un tema de salud pública. Y solo hablamos de consecuencias físicas, cuando las consecuencias psicológicas son devastadoras, con deportistas enganchados al alcohol o las drogas que además son insultados y humillados por un público que quiere lo imposible y lo quiere con pan y agua.
Queremos etapas de siete puertos y 300 kilómetros en el Tour, pero luego queremos mandar a la horca a los que se doparon para mantener el circo en máximo esplendor. El lema olímpico «citius, altius, fortius» nos inspira y emociona a todos, queremos sentarnos ante la televisión para ver proezas inimaginables y los deportistas saben y aceptan que están llevando su cuerpo al límite. Eso está bien. Estaría mejor aceptar que para el «citius, altius fortius» no todo vale, que a veces hay que saber parar, que no poder también es una victoria. Que no poder puede darte una vida feliz y larga y evitarte acabar muerto en una miserable habitación de hotel sin ningún tifoso aplaudiéndote.
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El ciclismo es tan tremendamente inflexible con el dopaje que, este año que van todos limpios como patenas, han batido el record de velocidad media de la Paris-Roubaix en más de un 1 Km/h.
Supongo que serán los batidos de frutas del Dr. Escribano