En una Europa que se dirigía al abismo, el fútbol constituía un escenario más en la batalla ideológica entre los totalitarismos y las democracias liberales. Tras el bochornoso Mundial de Italia 1934, en el que la Italia fascista venció merced a sus malas artes. España, eliminada en ese campeonato por la anfitriona en la llamada «Batalla de Florencia», acuerda un par de amistosos con la Alemania del III Reich. En el Mungendorsfer de Colonia, el día 12 de mayo de 1935, se enfrentaron dos equipos que representaban a esas dos Europas irreconciliables.
Los alemanes, que habían caído por sorpresa con Checoslovaquia en semifinales de la cita mundialista, eran los grandes favoritos. Solo habían perdido ese partido en los últimos tres años y enlazaban siete victorias consecutivas. Pero el máximo interés por parte de las autoridades germanas no era el resultado deportivo, sino la organización de un alarde nacionalismo masivo, que desde el estadio inundó toda la ciudad con una marea de esvásticas nazis, tal y como recogen las crónicas periodísticas del momento.
La selección nacionalsocialista formó un pasillo para recibir a los españoles, que penetraron en el estadio entre una nube de brazos en alto. Setenta y cinco mil aficionados abarrotaron un estadio en el que no estaba Hitler, solo fue en una ocasión al fútbol, pero sí la plana mayor del nazismo, como el ministro de Educación, Bernhard Rust, autor de la lapidaria frase: «toda función de la Educación es crear nazis».
Como es preceptivo, sonaron los himnos nacionales, el de Riego, por parte española, y el Deutschland über alles, por la alemana, que, sin embargo, sonó en varias ocasiones, hasta el punto de sorprender a los españoles antes de llegar a la zona donde debían formar para escuchar los sones patrios. Formaron una circunferencia en el centro del campo y escucharon respetuosamente una melodía que hacía de preludio musical a la mayor de las barbaries.
España vestía con su uniforme clásico: camiseta roja y pantalón azul. Alemania de blanco, con cuello rojo y pantalón negro. A Ricardo Zamora, lesionado, le sustituyó como capitán Jacinto Quincoces. Amadeo García Salazar actuaba de seleccionador y Moncho Encinas de entrenador, pues era habitual que estas funciones las ocupasen entonces dos personas.
Lángara fue la estrella del encuentro, con dos goles tras el descanso que posibilitaron remontar el gol de Conen en la primera parte. La victoria de la selección fue considerada histórica, ante una Alemania más rodada y profesional. La prensa alemana realzó el juego de contraataque y la seguridad defensiva del equipo español, destacando al portero Eizaguirre, a Quincoces y al extremo Ventolrá.
La vuelta, en Montjuic
Nueve meses después, los alemanes se presentaron en Barcelona con ganas de revancha. El estadio de Montjuic sería el escenario de un encuentro en el que el entrenador español apenas realizó cambios: Zamora volvió a la portería, en el que sería su último encuentro internacional.
El estadio barcelonés estaba lleno a rebosar, adornado por una extraña combinación de esvásticas y banderas republicanas. Los alemanes exageraron el saluzo nazi, toda una provocación en una España donde se extremaban las posturas políticas camino a una guerra sin retorno. Tras los himnos, varios alemanes permanecieron con el brazo en alto y Zamora, acusado poco después de católico y monárquico, capitán republicanos sobre el césped, abroncó a los visitantes con la autoridad que le daba ser un mito sobre la cancha. La imagen ha pasado a la historia.
Alemania fue mejor y la derrota fue inevitable. La prensa habló de apatía y desgana por parte de los españoles, mientras que el seleccionador culpó a los 60.000 aficionados que abarrotaron el campo: «Este estadio es un campo neutral, no llega el apoyo del público al equipo».
Luego llegaría la Guerra Civil, que partiría el fútbol en dos, al igual que hizo con el país. Durante la contienda convivieron durante un breve periodo de tiempo dos selecciones, la franquista y la republicana, para acabar, antes del término del conflicto, por ser aceptada la franquista como oficial por la FIFA.
El partido de fútbol del «Rusia es culpable»
En medio de la Segunda Guerra Mundial, la Federación Española de Fútbol decide volver a poner en marcha a la selección nacional tras el parón forzoso provocado por la situación bélica. Los equipos nacionales de Portugal, Suiza, la Francia de Vichy, Alemania e Italia serían los rivales elegidos para la vuelta a los terrenos de juego. Para estos encuentros amistosos se diseñó una nueva equipación, que eliminaba el tradicional rojo, cargado ahora de connotaciones políticas, compuesta por camiseta azul y pantalón blanco.
El 12 de abril de 1942, mientras las tropas alemanas preparaban una nueva ofensiva sobre la Unión Soviética con la ciudad de Voronez como objetivo, unos cien mil espectadores llenaron el Estadio Olímpico de Berlín para ver el partido entre España y Alemania, engalanado con miles de banderas con la cruz gamada. En ese mismo instante, las tropas españolas de la División Azul luchaban en torno a la bolsa del río Voljov, hazaña que les valió la felicitación del mismísimo Hitler, que condecoró a su comandante, el general Agustín Muñoz Grandes, con la Cruz de Caballero de la Cruz de Hierro.
«En el magnífico estadio se ha reservado lugar preferente para los gloriosos combatientes de la División Azul que se encuentran heridos y convalecientes en la capital y en otras ciudades del Reich», anunciaba la agencia EFE. Entre los espectadores, un millar se correspondían con estos heridos, que eran los principales homenajeados de este partido amistoso cuyo significado trascendía el mero espectáculo deportivo. Junto a ellos también habían acudido algunos divisionarios presentes en Berlín y trabajadores españoles de las fábricas alemanas, que abarrotaban el estadio engalanado con banderas españolas, alemanas e italianas.
El árbitro del encuentro fue, como no podía ser de otra manera, un italiano: Rinaldo Barlassina. Se trataba del primer partido jugado fuera de España por la selección nacional desde la conclusión de la Guerra Civil, con un equipo prácticamente nuevo y falto de rodaje. Berlín quería demostrar al mundo que la vida en Alemania, pese a los reveses de la guerra, seguía como siempre, hasta el punto de que miles de personas podían entretenerse en un partido de fútbol. Además, se quería hacer ver que el nazismo no se encontraba solo en su «cruzada» contra el comunismo y por eso se eligió España como rival, un país no beligerante que no ocultaba sus simpatías por la causa alemana. La gran fiesta propagandística estaba preparada.
El equipo español, con Eduardo Teus y Ricardo Zamora en el cuerpo técnico, llegó al aeropuerto de Tempelhof en dos aviones Junkers alemanes. Fue recibido por las autoridades deportivas alemanas y por un teniente coronel de la División Azul, al que se le entregó en los prolegómenos del encuentro un banderín orlado en reconocimiento a los españoles que luchaban en Rusia contra el bolchevismo. El encuentro, reza La Vanguardia, comenzó con el saludo «a los jugadores españoles como representantes de una nación que fue la primera en levantarse en armas contra el bolchevismo, y que cuando Europa inició la cruzada contra la URSS, mandó a la División Azul».
A pesar del entusiasmo que despertó el partido entre los espectadores parece, según las crónicas, que no tuvo mucho interés futbolístico, acabando en un empate a uno que satisfacía a todos, con goles del alemán Decker, en el minuto cincuenta y ocho, y con un gol de penalti lanzado por Campos en el minuto setenta y seis. La prensa destacó el ataque alemán y la defensa española, especialmente la participación de Martorell, el jugador de más nivel de un equipo que había quedado huérfano de las figuras de antaño. El empate fue vendido por la prensa como un triunfo del coraje y la fuerza española, en contraposición a la admirable organización y disciplina alemana.
Tras el partido se celebró una recepción en el ayuntamiento de Berlín con los máximos representantes del deporte nazi. Entre ellos, Hans von Tschammer und Osten, autoridad máxima germana en este ámbito, quien envió un telegrama a su homólogo, el general Moscardó, que recogieron todos los periódicos nacionales: «Lo vivido ha estrechado la hermosa y fiel amistad entre los dos pueblos que se hallan unidos en el combate contra el enemigo mundial en los campos de batalla de Rusia». El doctor Wolff, del Servicio de Deportes del Reich, pronunció las siguientes palabras: «El fútbol español, regido diestramente por la Falange, dará días de gloria al imperio que ahora renace bajo el mandato del generalísimo Franco, vuestro Führer inmortal».