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Jon Rahm: Augusta y el león

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Según una encuesta de YouGov rescatada en un artículo hace unos meses por Jaime Rubio Hancock, un 6% de los estadounidenses creen que podrían tumbar a un oso en una pelea sin armas, y un 8% piensan que son capaces de vencer a un elefante. Sospecho que dicha encuesta la respondieron pocos golfistas, colectivo más consciente de su vulnerabilidad y de lo efímera que es la suerte y la vida. Les pongo otro ejemplo demoscópico a modo de comparación: según una encuesta de la revista estadounidense Golf Digest, menos de un 1,1% de los consultados piensa que un golfista de hándicap 10 lograría un resultado inferior a 85 golpes en Augusta National, sede del Masters, con el campo en condiciones de torneo. Es decir, que rondarían el resultado ideal para su hándicap en este majestuoso recorrido de par 72. En resumidas cuentas, los estadounidenses ven casi seis veces más probable cepillarse a un oso con las manos desnudas que jugar bien en Augusta National.

Igual que los rivales del Chapulín Colorado no contaban con su astucia, los rivales de Jon Rahm en esta edición del Masters de Augusta no contaban con su capacidad de encaje. El español se dio un atracón de lluvia, viento y frío durante las dos primeras jornadas del primer major del año, y se puso el disfraz de boxeador fajador para jugar en las peores condiciones climatológicas posibles en el «lado malo del cuadro», es decir, en los horarios que le tocaron en suerte. Es como si, en baloncesto, de repente descubrieras que la canasta a la que se enfrenta tu equipo mide medio metro más de alto, o que la portería del equipo rival en un partido de fútbol la han cambiado por una meta de futbito…

En total, los golfistas que jugaron en su turno perdieron, de media, casi 2,5 golpes con respecto a quienes salieron a última hora del jueves y a primera del viernes. Aun así, Jon Rahm se las apañó para alcanzar el -10 después de 36 hoyos y estar a solo dos golpes del entonces líder, Brooks Koepka, y principal rival durante la fase decisiva del torneo. Y todo esto después de empezar el Masters encajando un puñetazo en el estómago en forma de doble bogey en el primer hoyo…

Después, durante las dos jornadas finales (y especialmente en los 29 hoyos que tuvieron que jugar el domingo a causa de las demoras por lluvia), hubo labor de zapa, genio, talento, trabajo y filigrana, como aquel hierro 8 desde la pinaza del hoyo 14, abriendo la bola y dibujando una rúbrica imposible en el cielo. El resultado: esférico a poco más de un metro de la bandera, birdie y remate casi decisivo. Luego hubo más lucha, final de fiesta con fuegos artificiales por parte de Phil Mickelson y Jordan Spieth, amenazadores hasta el final, amago de reacción de Koepka y, en todo momento, control y aparente calma de Jon Rahm. Y hay que poner muchas comillas a esa «aparente calma», porque, pese a estar en el Domingo de Resurrección de la Semana Santa, la procesión iba por dentro.

No sabemos si a Rahm le tiran las películas malas de Van Damme, pero queda claro que el título de aquella Retroceder nunca, rendirse jamás protagonizada por el belga le sienta como un guante. Lo dejó claro en la rueda de prensa posterior a su victoria. «No voy a rendirme nunca. Aunque ya no aspire a ganar, si puedo rematar bien el torneo para darme opciones de acabar cuarto,eso siempre es mejor que nada. No podría vivir en paz si no me esforzara al máximo en cada golpe».

Luego llegó la hora de repasar coincidencias históricas, hablar de predestinaciones y de rescatar merecidamente la figura de los otros campeones españoles del torneo: Seve (que hubiera cumplido 66 años ese mismo 9 de abril y ganó por segunda vez en Augusta cuarenta años antes), de Sergio García (campeón del Masters en 2017, año del estreno de Jon Rahm en el torneo, otro 9 de abril) y de José Mari Olazábal, que ejerció de emocionado y elegante anfitrión ya enfundado en su chaqueta verde y dio a Jon el abrazo que toda España le habría querido dar nada más acabar la vuelta. También hay sitio para las estadísticas epatantes, como que España tenga más chaquetas verdes que cualquier otro país salvo Estados Unidos, o que Jon Rahm sea el primer europeo capaz de ganar el U.S. Open y el Masters de Augusta (recordemos que el Masters nació en 1934).

Ante este tipo de éxitos mayúsculos hay quien se arriesga a caer en el mesianismo, pero con Jon Rahm no existe ese peligro. No hay que tener ningún empacho a la hora de colocar a Jon Rahm a la altura de los más grandes del deporte español y ponerlo junto a Rafa Nadal, Fernando Alonso o el recién retirado Pau Gasol. Así de bueno es, así de arriba está, aunque su trayectoria deportiva haya pasado algo más desapercibida para la generalidad. El golf sigue luchando por abrirse paso y colarse por las rendijas que deja el fútbol en los grandes medios, pero Rahm ha abierto grietas y ocupado portadas con una regularidad reservada a los mejores.

A su talento, además, hay que sumarle carisma y predicamento, una combinación no tan habitual en los astros deportivos de todo el mundo. Cuando Jon Rahm habla, lo hace con criterio y el mundo del golf escucha. En un mundo polarizado y con la reciente escisión de LIV Golf, el circuito profesional promovido por el fondo soberano de Arabia Saudí, convertida en herida aún fresca, Rahm puede ser la figura unificadora que aporte cordura. Fiel al PGA Tour y al DP World Tour y comprometido a muerte con la Ryder Cup, el duelo bienal entre Europa y Estados Unidos, Jon Rahm también se ha mostrado contenido en sus declaraciones y comprensivo con los jugadores de LIV Golf, empezando por Phil Mickelson, uno de sus «padres golfísticos». Aun así, el español antepuso la posibilidad de la gloria y de lograr marcas históricas a la «riqueza generacional», ese eufemismo que define en palabras de Harold Varner (uno de los jugadores de LIV Golf más transparentes en sus declaraciones a la prensa) la cantidad casi obscena de dinero que se han embolsado las principales figuras del circuito de nuevo cuño.

Al margen de lo que nos depare el futuro, tanto en el plano deportivo como en el político, y cambiando de tercio, en la encuesta antes mencionada de YouGov también se reflejaba que un 8% de los estadounidenses pensaban que podrían derrotar a un león… aunque por mucho que se vengan arriba cuando les preguntan estoy absolutamente seguro de que el porcentaje de amateurs estadounidenses de hándicap bajo capaces de tumbar al león de Barrika en Augusta National es el 0%, el cero patatero de toda la vida. Que se lo digan a cualquiera de sus rivales de la semana pasada…

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