Hoy no es posible abrir esta columna sin envainar la espada alzada hace apenas dos semanas contra todas las Federaciones de Fútbol del mundo. Recordarán que entonces leyeron que Canadá, Chile y Francia habían presentado las armas contra sus dirigentes en busca de unos cambios que la columnista asumió que no llegarían. No hay excusa: lo escrito hace dos semanas no sirve ya. El Presidente de Canadá dimitió, el cuerpo técnico de Chile hizo lo propio y en Francia cayeron ambos, Presidente y seleccionadora, una Diacre que se aferró al cargo con ego -y por una indemnización de 600.000 €, 100 millones de las antiguas pesetas- y a la que pusieron de patitas en la calle después, porque eso no es dinero con tal de salvar al fútbol femenino del país galo.
Sigue sin ser excusa, pero a la columnista se le torció la mirada por dos pecados comunes, la costumbre y la idiosincrasia. En España esto no pasa, así que se juzgó en estas líneas al resto de países como si fueran este. Como si que las futbolistas alzaran la voz no sirviera para nada más que para reforzar en el cargo a los dirigentes que las menosprecian. Se creyó que el eco de las reivindicaciones caería en el vacío de la prensa y los aficionados de sus países, o que no bastaba con que hablaran cinco jugadoras y mucho menos una. Y (bendita la suerte) el error fue mayúsculo y la cadena de acontecimientos sonrojante.
Dijo nuestro seleccionador, Jorge Vilda, en una de esas ruedas de prensa en las que hincha el pecho y alza la frente desafiante delante de los periodistas, que lo de España era un ridículo mundial. Puestos a hacer acto de contrición, en aquel momento nos reímos y le atacamos por ello, pero el tipo tenía razón: lo de España es un ridículo pocas veces visto. Las futbolistas españolas fueron las primeras en pedir cambios y son las únicas a las que su Federación no ha escuchado, la prensa la única que ha bailado el agua a los de Las Rozas y donde los dirigentes se han llevado el premio gordo dividiendo vestuarios e hinchadas. Lo que pasa aquí no pasa en otra parte. No solo porque el foco se perdió con las filtraciones de la Real Federación Española de Fútbol o la desviación del tema a que Jorge Vilda no era un abusador, cosa que nadie dijo nunca, sino porque FIFA miró para otro lado y los patrocinadores, a cuatro meses del Mundial, siguen sin pedir explicaciones al ente federativo de por qué se permite que 15 jugadoras se señalen, se aparten y se menosprecien, se las ataque en rueda de prensa, y se refuerce la figura de un señor que aún no ha demostrado que lo es y que se pone al mismo nivel de una seleccionadora como Diacre, cuestionada durante años y que se aferraba a la silla como si la vida le fuera en ello. Probablemente porque los dos tienen algo en común: lejos del puesto que les regalaron no podrían entrenar a nadie.
Si lo de que Vilda asuma sus errores y dé un paso al lado es complicado, no vamos a hablar ya de la difícil empresa que sería que Rubiales hiciera lo propio. De su voluntad no saldrá ni señalar a los culpables y apartarlos ni apartarse él. En la entrevista con Risto Mejide quedó claro. La única pregunta que se hizo allí y que nos atañe fue por las medallas de la Supercopa, sigue sin sentarse delante de nadie que le pregunte por los 25 millones del fútbol femenino, por ejemplo. Es curioso el ejercicio propagandístico de esta nuestra Federación. El primer impulso del Presidente al ser cuestionado por las dichosas medallas fue «pues como las de la Copa del Rey de los chicos», y es que es ahí, en la respuesta rápida, donde se conoce a la gente. Después, el discurso preparado de que era un error garrafal, que le dio vergüenza y que esas cosas no deben pasar porque «con la sensibilidad que hay» iban a traer un problema, pero la primera respuesta sigue siendo la misma que se dio oficialmente desde Las Rozas: bueno, pero una vez también pasó con los chicos.
De Rubiales no podemos esperar una dimisión por el fútbol femenino, si no la ha tenido ya por todos los frentes que tiene abiertos, incluso en el Juzgado de Majadahonda y en la Fiscalía anticorrupción. Tampoco podemos esperar que el Gobierno le inhabilite, cuando tiene a un presidente del Consejo Superior de Deportes que le refrenda en todo lo que pida y a un Ministro de Deportes que incluso le regala 7 millones de subvención. Y mucho menos que pase como en Canadá y los presidentes de las federaciones territoriales le den la puntilla pidiendo su dimisión, porque de esos 7 millones, 6 y medio van para ellos, en lo que a todas luces parece -y digo parece- un mercadeo de cara a las elecciones de 2024. ¿Quién va a pedir que dimita, o no va a votar, a un campechano que recibe una subvención millonaria para una candidatura a organizar un Mundial y es tan bueno de repartir el dinero entre sus votantes en vez de gastarlo en ella? ¿A quién le va a importar el fútbol femenino, último mono de todas las federaciones territoriales, cuando tenemos ahí la posibilidad de apañar campos e instalaciones deportivas para que las usen los chavales? ¿Cómo vamos a creernos a 15 caprichosas cuando nuestra selección viaja en primera clase y el césped de Las Rozas es el mejor de España? ¿Por qué va a dimitir nadie, ni el seleccionador ni el Presidente, si las cosas que dijeron en privado para buscar mejoras no las han enumerado en público para que tengamos mejores armas con las que ir a esta guerra?
La primera que tenía que dar ejemplo es doña Letizia y apoyar el deporte femenino por lo menos estar en las finales