Fútbol Femenino

De segundas oportunidades, miedos e ilusiones: o de cómo la Queens League no me disgusta aunque parezca lo contrario

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Podría escribir hoy unas palabras tristes, o unas hirientes. Podría escribir unas palabras que descubran un nuevo affaire en el que gastar ríos de tinta después, o un cuento infantil, o incluso una historia de terror. Pero el caso es que, de un tiempo a esta parte, con el cuadro de estrés y esas cosas, me cuesta horrores encontrar las palabras exactas con las que expresar lo que siento. A nadie más que a mí le duele esto. Y nadie más que yo lo sufre cuando, desatinada, lanzo un tweet como una botella con mensaje y aparece en la costa de una hinchada u otra y me cae la del pulpo. Ya no contesto por prescripción médica, pero no crean que no farfullo y maldigo por el pasillo de casa escoba en mano, como si necesitara un objeto romo para enfrentar a los haters imaginarios.

La columnista, a parte de padecer una verborrea inexplicable a la madrugada, tiene la mala costumbre de olvidarse de que cuando un hilo sale del público que la sufre diariamente, se deducen de él cosas que no dice ni ha dicho jamás. Ahora, además, como Twitter ya no le paga, deja cuatro palabras allí y se va a Twitch a desarrollarlas, donde la escuchan los más fieles, y se olvida del resto, de los que sobreanalizan cada palabra buscando intenciones que pueden estar detrás o no de lo que escribe. Total, que una de esas desatinadas expresiones de mi fuero interno cayó el otro día en manos de un Presidente de la Kings League -ya saben, la liga de Piqué-, un tipo al que yo había contado una cosa y pareció leer otra. Y más tarde, revisando el clip en el que el chaval se sorprendía de lo leído, resulta que sí, que parece que odie yo la idea de hacer una Queens League, cuando es más bien todo lo contrario.

A mí el formato me parece estupendo para el fútbol femenino por muchas razones, pero fundamentalmente por una: las segundas oportunidades. Cuando hablamos de fútbol femenino hablamos también de una serie de condicionantes históricos, culturales y sociales que han marginado a las mujeres del deporte durante siglos, y del fútbol concretamente durante uno. Hablar de deporte femenino es hablar de que las mujeres practican menos deporte que los hombres, en especial a partir de la adolescencia, de que los estereotipos culturales han creado deportes de hombres y de mujeres, de que las niñas y jóvenes reciben menos apoyo familiar y de su entorno a la hora de practicar deporte federado, de que solo un 6% de las mujeres en España practica deporte de forma regular, y que todas estas desigualdades históricas, aplicadas en el fútbol en nuestro país, nos llevan a decenas de miles de mujeres que han tenido que dejar el fútbol en la adolescencia o temprana edad adulta por tres motivos fundamentales: la falta de apoyo, priorizar la formación o el trabajo, y las lesiones (de ligamento cruzado, en su mayoría).

Bajo mi punto de vista, un formato nuevo como el que propone la Queens League, alejado del encorsetado y complejo sistema federativo español, supone una segunda oportunidad para todas estas jóvenes y no tan jóvenes. Sé que es un espectáculo, y que lleva unos condicionantes que no lo hacen accesible a todas, pero pienso en las jugadoras que conocí en estos 12 años que pelearon por un puesto en un equipo, que no se podían mover de su casa y llegar a un club de Primera, a las que les apareció un contrato fijo y vendieron las botas en Wallapop. Pienso en las que chuparon frío entrenando a las diez de la noche en campos espantosos durante años, y a las que su talento empujaba a cotas más altas pero acabaron agotadas de tanto esfuerzo para nada, o peor aún, con una cicatriz en la rodilla que les hizo creer que no valía la pena el dolor cuando cambia el tiempo por un deporte que no les daba nada. Pienso en las que jugaron no ya por cero euros, sino pagando, y se bajaron del barco antes de que esto empezara a apuntar a profesional. Pienso en las que siguen jugando, en regional o nacional, a las que su agenda impide llegar más arriba porque meterte 14 horas de autobús un domingo es incompatible con levantarse a las siete para currar el lunes. Se me vienen a la cabeza decenas de nombres que deberían estar en el draft, que vi jugar, que aplaudí y jaleé hace años, que aún me tropiezo cuando bajo al barro en un campo olvidado, nombres desconocidos para el público, caras que no dicen nada, pero que solo necesitan un balón en los pies para cerrar bocas.

Entiendo el punto del espectáculo, y que tener en el Cupra Arena a una estrella de la Liga F atrae viewers e incluso patrocinios (por más que sea imposible que un club de una liga profesional ceda a una jugadora en temporada), pero sería triste perder el foco de lo que este formato propone: una liga de segundas oportunidades. Veo en el masculino a Carlos Castro, a quien vi no ya en el Sporting, en el Oviedo, le veo marcar, sonreír, y quiero eso para las mías. Veo a Cichero convertido en estrella de Porcinos y pienso en alguna que se retiró hace un par de años, que su nombre no le suena a ningún espectador patrio como no le sonaba el suyo, y pienso en la satisfacción de ver reconocida toda una carrera por tres meses buenos en el nivel de exposición óptimo. Porque las futbolistas que se bajaron antes de tiempo de este tren perdieron eso. Perdieron la televisión, las botas regaladas, los contratos con sueldo mínimo garantizado, los derechos laborales, los campos de hierba natural, el staff técnico cualificado, la camiseta con su nombre, el niño que pide una foto, el respeto y la visibilidad. Y muchas valían para ello, pero no pudieron llegar, les robaron la oportunidad. La misma que hoy se les presenta.

Miren, a mí la Queens League me despierta un montón de dudas, como al resto. La primera, si un público no acostumbrado al deporte femenino va a saber entenderlo y respetarlo si la forma de comunicar no combate los estereotipos culturales y no sabe dar una perspectiva de género al crecimiento del fútbol femenino. Quienes estamos en esto sabemos, por desgracia, lo que pasa cuando un vídeo de fútbol femenino se hace viral. Sabemos los insultos que conlleva, las burlas y los ataques, organizados en su mayoría en grupos de Telegram. Quienes tenemos una exposición más alta hemos aprendido a gestionarlo con el tiempo. Claro que me da miedo pensar cómo lo van a llevar las jugadoras, y claro que me preocupa. Por eso mi crítica, siempre constructiva, va a ese modelo de comunicación, y por eso defiendo y defenderé siempre que para crear un producto en femenino hay que dejarse asesorar por quienes tienen el lomo curtido de llevar palos del masculino. Pero de ahí a que se entienda que a mí me disgusta la Queens League, hay un mundo. Pocas cosas me apetecen más en este momento que sentarme frente al ordenador y ver caras conocidas en el draft. Si acaso, me apetecería un poco más tener al lado a alguien que entienda y sienta la misma pasión que yo al verlo.

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