Tuve un par de profesores de Educación Física que solo atendían a un razonamiento: si jugabas al fútbol no te gustaba ningún otro deporte. Si jugabas al fútbol eras medio bobo y medio delincuente. Enfrentar al fútbol con el resto de deportes siempre me pareció una tontería catedralicia. En mi clase al menos sucedía lo contrario: precisamente los que jugábamos a fútbol éramos los que estábamos al tanto del baloncesto, del ciclismo, del atletismo, del balonmano, del motociclismo… Los que jugábamos a fútbol éramos en realidad los que veíamos cualquier competición que pusieran en la tele y, en consecuencia, los que conocíamos el funcionamiento de cualquier deporte.
Pero no: el fútbol era lo peor para aquella gente. Tuve un profesor de Educación Física que nos explicó un día que el fútbol era popular porque Alemania perdió las guerras mundiales. Se notaba que le fastidiaba aquello, fue un momento un poco inquietante. Lo contó de una manera que le faltó decir «bueno, los nazis tendrían sus cosas, pero al menos no estaríais jugando al fútbol ahora».
Por eso, para vengarme de aquel profesor que me bajó la nota en Educación Física por ir los sábados a jugar partidos de fútbol con mi equipo en lugar de ir a competir en carreras de campo a través, y para demostrar que no solo el fútbol nos ocupa a los del fútbol, voy a escribir aquí de otros deportes. Empezaremos con algo totalmente diferente al fútbol: el fútbol playa.
Lo del fútbol playa no lo vimos venir, honestamente. De repente un día puse la tele, a ver qué echaban en La 2, como siempre, y estaban jugando al fútbol playa. La selección española la formaban un montón de exjugadores de fútbol, que si lo hubieran inventado ahora seguro que añadían a algún youtuber. Tenía su gracia, pero no sabría concretar hasta qué punto me gustaba: ya he dicho que entonces veíamos cualquier cosa que oliera a deporte en la tele. Eso sí, por fin los porteros de los años 80 jugaban en porterías acordes a su tamaño. Un bonito detalle.
Al fútbol playa oficial se juega en arena blanda, a diferencia de lo que, según tengo entendido, suelen hacer los bárbaros de Cantabria o por ahí en el norte. En Benicàssim jugábamos como en Copacabana. De repente jugar al fútbol playa era algo que nos tenía que molar sí o sí, algo supuestamente divertido en la teoría que después no lo era tanto en la práctica, como pasaba con Fido Dido o los anuncios de juguetes. No sé si lo habéis probado, pero jugar a fútbol playa sobre arena blanda es increíblemente cansado. Cuesta mucho moverse, porque te hundes y no avanzas cuando corres. Lo divertido de veras era ponerte de portero, porque no te hacías daño al caerte.
Poco a poco fueron desapareciendo las viejas glorias –se cansarían, también- y las selecciones se fueron llenando de jugadores específicos del nuevo deporte. En 2009 yo ya era periodista deportivo, o algo parecido, y me tocó cubrir una competición internacional de fútbol playa que se celebró en Castellón. La gran estrella de España era Amarelle –que ahora es ayudante de Setién en el Villarreal-, pero ahí solo se hablaba de un hijo de Maradona que jugaba con Italia y de Eric Cantona, que estaba con Francia como seleccionador y no necesita que lo presente.
Entrevistar a Cantona se convirtió en mi único objetivo para aquellos días y aquellas tardes. Descubrí que se alojaba en un hotel cercano a la casa de mis padres y di un par de paseos por allí a ver si tenía suerte. La tuve a medias: me lo encontré en una terraza tomando unas cañas, me acerqué y le dije que lo idolatraba –en realidad no tanto-, que estaba siguiendo el torneo y que me encantaría hacerle una entrevista. Cantona me dijo «luego», en la playa, y yo le contesté «okey» y preparé una extensa lista de preguntas, pero luego fue «luego» otra vez, junto a una de las carpas donde trabajábamos. Cantona me volvió a decir un «luego» después de otro «luego» con una sonrisa fascinante. Creo que me dijo seis o siete «luego» durante aquella semana, sin inmutarse. Evidentemente nunca entrevisté a Cantona, pero me miró un par de veces.
De todo esto, más de una década después, me sorprenden varios apuntes: que en mi periódico trabajara tanta gente como para enviar a alguien a cubrir un torneo de fútbol playa, que yo tuviera tanta motivación laboral como para buscar a Cantona por la ciudad, y que alguien haya llegado hasta el final para leerme.
El Hornby mediterráneo está en un gran momento, disfrutemos.
Ciertamente, los bárbaros del norte (al menos en Santander) juegan al fútbol playa en la arena mojada, desafiando las inclemencias del tiempo (la temporada de fútbol playero se da cuando ya no hay veraneantes a los que se pueda molestar). Ciertamente es menos cansado que jugar en la arena seca, pero además está la cuestión de que la pelota puede rodar mejor y su trayectoria no es tan aleatoria, al menos al principio cuando el «campo» no está demasiado pisado, de modo que es un fútbol más «futbolero» sin tener como primera preocupación lo de intentar controlar una bola que salta aleatoriamente como un conejo. El inconveniente es que en la zona de arena mojada siempre hay pendiente hacia la mar y que siempre alguien tendrá que chapotear en el cantábrico para rescatar el balón varias veces a lo largo del partido.