Uno coge un diario deportivo, mira la clasificación de la Premier League y ve al Newcastle en los puestos de honor, nada más y nada menos que luchando por las plazas que otorgan la participación en la Champions League. Entonces ocurre como en las películas, la imagen se congela y se escucha una voz en off que dice: «Se preguntarán cómo he llegado aquí»
Claqueta y acción.
Vamos a dar un repaso al viaje de las urracas, sobrenombre con el que se conoce al Newcastle. Un viaje que parte en el punto en el que los magpies volaban alto y se veían atraídos por los objetos brillantes en forma de trofeo -aunque no conseguían llevarse ninguno a su nido de St. James’ Park, los sobrevolaban-; de ahí pasaron a ser el pájaro maldito hasta que un cálido viento proveniente de oriente, volvió a situarlos en altura óptima y velocidad de crucero.
Lo primero que debemos dejar claro a nuestros queridos jovencitos de la generación FIFA y no tanto a los de la quinta ochentera (que vimos cómo Shearer, Asprilla, Ginola y demás santones estuvieron a punto de ganar aquella Premier League que voló hacia la zona roja de Manchester), es que, pese a sus ausencias en la zona privilegiada de estos últimos 14 años, el Newcastle es uno de los equipos más grandes e icónicos de Inglaterra.
Tirando de clasificación histórica en la Premier League-que probablemente sea una época más gris aun viviendo aquellas temporadas a mitad de los años 90-, nos encontramos ante el octavo mejor equipo del país. Si nos retrotraemos a la clasificación histórica de la extinta First Division y sus más de 100 temporadas, estamos ante el noveno clasificado. Poca broma.
Su palmarés no es pequeño, aunque se pierda en las nebulosas del tiempo. Las urracas ganaron 4 títulos de liga (1904/1905, 1906/1907, 1908/1909 y 1926/1927), 6 FA Cup (1909/1910, 1923/1924, 1931/1932, 1950/1951, 1951/1952 y 1954/1955) y una Community Shield en la temporada 1909/1910. Además, conquistaron el campeonato de la segunda categoría en otras 4 ocasiones (1964/1965, 1992/1993, 2009/2010 y 2016/2017). A nivel internacional también ha probado las mieles del triunfo en varias ocasiones, ganando la Copa de la UEFA en 1969 y la Copa Intertoto de 2006.
El Newcastle es, en definitiva, un equipo acostumbrado a competir y luchar por títulos. Sus aficionados no exigen ganar pero sí que quieren ver a su equipo pelear por objetivos y, durante los últimos años, eso se había perdido… hasta ahora. El declive de los inquilinos de St. James’ Park se remonta a 2007. Aquel año desembarca como nuevo propietario Mike Ashley, un magnate cuyo imperio se forjó a golpe de ventas. Propietario de la marca Sports Direct, la famosa cadena de ropa y complementos deportivos ‘low-cost’.
Los inicios de Ashley fueron una luna de miel. Los aficionados magpies sentían que los antiguos propietarios, Sir John Hall y Freddy Shepherd, ya no aportaban aire fresco al equipo y abrazaron con efusividad la llegada de un nuevo dueño, rico y con un punto de excentricidad de esos que gustan por las islas. Una de las primeras medidas populistas de Ashley fue montar un desplazamiento en furgoneta a un encuentro del Newcastle fuera de casa, en el que el propietario viajó rodeado de hinchas.
El idilio se completaba con la llegada al banquillo de Kevin Keegan. Héroe local y entrenador con el que el Newcastle estuvo a punto de alzar el título liguero de la campaña 1996/1997. Pero segundas partes nunca fueron buenas y la ilusión no tardó en desvanecerse. Ashley se entrometía en las decisiones deportivas y, socialmente, pasó de ser una figura conocida y reconocida en Newcastle upontyne, a apenas dejarse ver en contadas ocasiones por el palco de St. James’ Park.
En el cuento de Caperucita Roja, el lobo descubre su identidad al asomar la patita por debajo de la puerta de casa de la abuelita y en el club magpie también pasó algo similar. Pese a las cervezas gratis, las declaraciones grandilocuentes y demás fanfarria, el objetivo real de Ashley se dejó ver pronto -sin tanto disfraz como el del lobo del cuento-. La idea estaba clara: Invertir lo mínimo en el equipo para conseguir la permanencia y que el club fuese una plataforma publicitaria para Sports Direct. El baile de entrenadores fue lo normal durante el mandato de Ashley y prácticamente todos acababan saliendo espantados del club por un motivo: Falta de inversión.
Valga como ejemplo la llegada de Joe Kinnear como director deportivo al comienzo de la temporada 2013/2014. Su contratación fue muy celebrada por los aficionados pero sólo duró en el cargo 8 meses. Lo que duran dos peces de hielo en un whiskyontherocks, que decía aquel. ¿Motivos? Sólo le permitía traer futbolistas cedidos. Para colmo, en diciembre se vendió a un jugador clave aquella campaña, como Yohan Cabaye, al PSG.
En 2009 el Newcastle desciende a Championship y en 2016 repite desastre. La afición magpie es es una de las más fieles de Inglaterra pero llegó un momento en el que sólo encontraron una manera de protestar ante Ashley: Dejar de ir al estadio. La afluencia en uno de los estadios más poblados de la Premier League se resentía. El segundo descenso tuvo un protagonista inesperado: Rafa Benítez había sido el golpe de timón con el que el amigo Mike quiso enderezar un barco con demasiados agujeros en la quilla. El técnico español no pudo evitar el naufragio pero aceptó la tarea de reflotar el buque y lo hizo como campeón de Championship.
Con el equipo de nuevo en la élite y un técnico cabal al mando, se volvió a desatar la ilusión entre la parroquia blanquinegra… de nuevo duró poco porque Benítez -que se marchó como un héroe entre los supporters– entendió que dirigir esa casa de locos era algo insostenible. En ese momento Ashley había decidido que no iba a fichar a ningún jugador mayor de 25 años -no sabemos si porque sí o porque la venta si salía alguno bueno, la venta sería jugosa y no iba a ser reinvertida en el Newcastle- y se negaba a reclamar las peticiones de Benítez para acometer unas muy necesarias obras en el campo de entrenamiento.
Curiosa casualidad o broma macabra. La urraca, en la cultura inglesa, es un animal que simboliza la mala suerte. Cuenta la leyenda que cuando nació Jesucristo, todos los pájaros fueron a adorarle… excepto la urraca, que quedó maldita por ello. En la vecina Escocia, ver a la negra ave es preludio de una muerte cercana; así que es llamativo que en una localidad del frío nordeste de Inglaterra optasen por la urraca como su animal del poder. Parecía que la maldición estaba funcionando gracias a Ashley. Para aquel entonces los rumores de venta del club eran como las noticias sobre el choque de un asteroide mortal contra la Tierra, no se tenía muy claro en qué momento iban a aparecer, pero raro era el año en el que no se hablaba del tema.
En 2020 el meteorito parecía que por fin nos iba a convertir en petróleo ya que PCP Capital Partners, el grupo Reuben Brothers y el Fondo de Inversión Pública de Arabia Saudí (PIF) se lanzaban de cabeza a la compra del paquete accionarial de Mike Ashley. Desde el minuto 1 la operación fue sumamente cuestionada con argumentos tan loables como la vulneración de Derechos Humanos en Arabia Saudí y la prevención ante lo que parecía que iba a ser un «club-estado». Y es que el PIF está ligado al régimen teocrático a través del príncipe Bin Salman, implicado además en el asesinato del periodista Jamal Khashoggi. La ONG Amnistía Internacional y la viuda de Khashoggi remitieron sendas cartas a la Premier League denunciando el claro caso de «sportwashing» y finalmente la liga, echó para atrás la operación.
¡Qué majos y qué civilizados son esta gente! ¿Verdad? Bueno… el fondo, más bien, apunta a otro posible motivo.
Las retransmisiones de la Premier League en Oriente Medio eran cosa del canal Catarí BeIN Sport. Catar y Arabia Saudí no es que se cambien cromos en cuanto a política internacional y el ente que tenía los derechos de difusión para la zona, acusaba al gobierno de los AlSaud de emitir los partidos sin autorización. Vamos, que los amigos saudíes se estaban haciendo un bonito rojadirecta y eso no le venía bien a nadie.
La afición magpie volvía a llevarse el revés de no quitarse de en medio la molesta presencia de Mike Ashley y el equipo parecía condenado a otro estropicio en forma de descenso. Steve Bruce ocupaba el cargo de entrenador desde que se marchó Benítez. Bruce es, por lo que cuentan los que le conocen, un buen tipo. Un hombre bueno que -pese a su pasado como rudo central y su apariencia física- no levanta la voz y que no da problemas. Vamos, el perfil ideal para un Ashley que ya estaba aburrido de quedar mal ante entrenadores «protestones».
Lo cierto es que a un hombre bonachón y amable, que tiene cuerpo para arrancarte la cabeza (pero no tiene ganas) y que escribió una trilogía de novelas de misterio, hay que quererlo. Abro paréntesis para hablar de esas novelas donde el protagonista es el entrenador de un equipo llamado Leddersfield Town (las escribió cuando dirigía al Huddersfield Town), que resuelve un crimen y se llama -en el colmo del ingenio- Steve Barnes. Por cierto, las obras se titulan Striker! Sweeper! y Defensor!
En Ebay se pagan cerca de 300 euros por Striker!, cuya portada es una oda maravillosa al impresionismo de Manet.
Volvamos al tema, que me disperso. Temporada 2021/2022: Las urracas están colistas, despliegan un fútbol que haría llorar a una cebolla y la afición se resigna a un destino más negro que las rayas de su camiseta. Entonces, sucedió… ¡milagro! En octubre de aquel 2021 se materializó la compra del club por un valor de 300 millones de libras (354 millones de euros), poniendo fin a los 14 años de mandato del Ashley. ¿Los protagonistas? Los mismos que un año antes lo intentaron de manera infructuosa.
El consorcio saudí se hacía con el 80% de la propiedad, con un 10% adicional para los promotores inmobiliarios Simon y David Reuben, y otro 10% a PCP Capital Partners, de la inversora británica Amanda Staveley. El movimiento mercantil propiciaba que los de St. James’ Park se convertían, de un plumazo, en el club de fútbol más acaudalado del mundo, con un respaldo de 350.000 millones de euros. Para poneros en contexto: Sheikh Mansour, dueño del Manchester City, posee una fortuna de 27.300 millones de euros y Nasser Al-Khelaïfi, en el PSG, ronda los 12.000 millones.
Ya no había problemas con los Derechos Humanos, ni con las sospechas de que el Newcastle se convirtiera en un «club-estado». Quizás el hecho de encontrarse la Premier League inmersa en aquel momento en la venta de sus derechos audiovisuales para el intervalo 2022-2025, tuviera algo que ver… es algo que nunca sabremos a ciencia cierta. El caso es que la venta del club se cerró.
Las escenas de alegría entre los aficionados dieron la vuelta al mundo y no estuvieron exentas de polémica. Vale, todos somos muy del: «odio eterno al fútbol moderno» y los «antiguos valores» pero no voy a ser fariseo. El que escribe, lo hace desde Santander y por aquí tenemos un doctorado cum laude y un máster postgrado en filibusterismo de palco. Por ello, entiendo perfectamente las muestras de felicidad ante la marcha de un tipo que había robado la ilusión a toda la comunidad. Cuando sientes que los que están, desangran al club de tus amores, aplaudirías hasta la llegada de Jack «El Destripador».
Además aquello se malinterpretó en gran medida ya que, en palabras del tristemente fallecido periodista y aficionado del Newcastle, Simon Hanley, la felicidad no provenía de convertirse en un nuevo rico, sino por «quitarse al fin de en medio a Mike Ashley». El desembarco de los petrodólares auguraba fichajes de relumbrón, locura generalizada y mucho «glamour». Nada más lejos de la realidad.
Primero se prescindió de Steve Bruce y llegó Eddie Howe al banquillo. Una vez abierto el mercado invernal imperó la lógica y se reforzó el equipo con el defensa Sven Botman, el delantero Chris Wood y el centrocampista Bruno Guimaraes. Fichajes más necesarios que mediáticos. Pese a las dificultades iniciales, el equipo mantuvo la categoría con relativa solvencia.
En verano se siguió la línea de sobriedad: Alexander Isak, Matt Targett y Nick Pope se unieron al elenco de Howe y el equipo comenzó a carburar, pero a carburar a lo grande. La idea del técnico calaba y el equipo se ha estado codeando, en la distancia lógica, con Arsenal y Manchester City. Incluso en un momento de la temporada, los magpies estuvieron segundos, por delante del equipo de Guardiola.
Las claves, más allá de un técnico que ya demostró en Bournemouth que sabe sacar petróleo de una esponja, se basan en un inabarcable Bruno Guimaraes, en la seguridad defensiva que Botman y el meta Pope inspiran y en el crecimiento brutal de un Joelinton que ha visto como retrasando su posición al centro del campo, ha multiplicado sus prestaciones ofensivas.
Va a ser difícil que terminemos viendo al Newcastle clasificado para la próxima Champions League, dada la atroz competencia, pero las bases están puestas y cuando acabe sucediendo -que terminará sucediendo-, sí que es muy probable que veamos fluir el dinero a espuertas para la llegada de figuras de talla mundial.
El tiempo irá diciendo si las urracas vuelven a buscar objetos brillantes en forma de trofeo. Las condiciones son propicias y el viento de oriente los guía.
In memóriam, Simon Hanley. Hasta siempre, amigo.
Pingback: No diga fútbol moderno, diga juguete para jeques