Hace casi 30 años, el Toledo rozó el milagro del ascenso a Primera División. Ahora, el club sufre por agarrarse a la quinta categoría y los protagonistas de esas temporadas gloriosas relatan una etapa de penurias económicas y éxitos deportivos.
Quedamos a mitad de mañana en la puerta de un centro de salud. Podría ser la visita rutinaria con un familiar a la consulta, pero el motivo es bien distinto. Gonzalo Hurtado de Guinea (Madrid, 27 de enero de 1948) está cercano a los 75 años, pero emana salud y su costumbre de dar largos paseos matutinos es prueba de ello.
Alejado del foco mediático desde que en 2011 puso fin a su trabajo de segundo entrenador con Gregorio Manzano, Gonzalo supo que la rueda de los banquillos dejaba de girar para él. Desde entonces, cuidarse y seguir el fútbol más modesto son sus pasatiempos favoritos. El de verdad, el que todavía tiene ese regusto a Segunda B de los 90, a fases de ascenso complicadísimas y a triunfos épicos tras largos viajes de autobús. Todo eso sigue estando, aunque hayamos cambiado a Sestao, Écija y Toledo por ciudades con clubes más modernos.
Todo era normal para un funcionario de cuarenta y cinco años que en la administración del Hospital Gregorio Marañón que iba a dirigir en su tiempo libre al Móstoles en Tercera División. Pero hubo un cambio con la salida del ‘Cacho’ Heredia del Toledo en pretemporada y sonó la llamada. Gonzalo asumió este reto tras haber estado en Segunda B en sus experiencias en el Tomelloso y el Pegaso.
Seguía viviendo en Madrid y viajaba para los entrenamientos y partidos en Segunda B en una temporada 1992/93 en la que el club castellanomanchego acaba de subir de Tercera. Tras tres meses de permiso sin sueldo tuvo que pedir la excedencia y poner todos los huevos en la cesta del fútbol. Empezó bien una temporada en la que Leganés, Salamanca, Getafe, Ourense, Ponferradina, Cultural, Ferrol o el filial del Atlético de Madrid militaban en ese Grupo I.
Cambio de rumbo de la directiva y volantazo en la vida del nuevo técnico del Toledo. En ese vestuario se iba a encontrar con un viejo conocido. Daniel Pena Rodríguez, ‘Dani’, al que había dirigido en el Tomelloso. Con un equipo sin altas pretensiones, el objetivo marcado de la permanencia estaba marcado. Pero los resultados fueron llegando a la vez que las nóminas iban desapareciendo. A jugadores y cuerpo técnico se les adeudaba hasta cuatro meses, algo también típico en aquel fútbol de muchas palabras en general y no siempre tantos billetes en particular.
«Empezamos a sacar resultados y pensamos en que podíamos luchar por la promoción. Hasta casi el último partido podríamos haber sido primeros. Perdimos en campo de un Alcalá que ya estaba descendido. Habríamos tenido un grupo más sencillo». En esa plantilla estaba el mítico Roberto Simón Marina, que tras pasar por el Atlético de Madrid y el Mallorca decidió estrenarse en la Segunda B con el Toledo.
El equipo llegó a la fase de ascenso, pero ahí tocarían tres cocos. Un adinerado Sant Andreu, el Real Jaén y todo un Deportivo Alavés. Parecía que el Toledo llegaba ahí para ser un mero espectador, como recuerda Gonzalo en una entrevista tras el 4-1 de los suyos al Sant Andreu en la primera jornada. «¿Ustedes no pensarán ascender? Me dijeron de una radio de Vitoria. Nosotros sí que lo pensábamos, pero luego tocaba hacerlo en el campo». Cinco victorias en los seis partidos y ascenso a Segunda.
Ese verano todo iba a cambiar, pero el mítico Dani recuerda esas semanas de incertidumbre por llegar a fin de mes: «Fue un año difícil. Los futbolistas que estábamos tiramos hacia adelante. Había gente de fuera que tenía que vivir. Nos las jugamos todo a una carta, aguantamos el tirón y nuestro único objetivo era intentar ascender. Unos tenían un problema económico, otros vivían del fútbol…».
El Toledo lograba el ascenso y debutaría en Segunda División. Adiós a las nóminas pendientes y hola a visitas a estadios ilustres estando a un peldaño de una Primera División en la que mandaba el Barcelona de Johan Cruyff. Pero la realidad en las oficinas del Toledo era bien distinta. Sin contrataciones de renombre, los objetivos eran similares: «Si queréis cobrar hay que subir», rememora Gonzalo sobre el discurso en el vestuario casi treinta años después.
Espanyol, Betis, Oviedo, Mallorca o Cádiz eran algunos de los conjuntos que casi por casualidad iban a coincidir ese curso en Segunda. Más madera para un debutante Toledo que llenaba el Salto del Caballo en el mejor momento de su carrera manteniendo el bloque del ascenso: «El bloque era el mismo. Parada y Catali los trajimos del Albacete. Nosotros pagábamos lo que acordaban de ficha, pero sin desembolsar por traspasos». El ruso Andrei Moj, procedente del Espanyol, fue otro de los importantes del vestuario.
Memorable fue la anécdota producida en el Toledo – Betis del 27 de febrero de 1994 con Manuel Ruiz de Lopera como protagonista. «El Betis viene a jugar a Toledo y por la mañana llevan la ropa al estadio. Nuestro presidente estaba ya por ahí y les dijo que verde y blanco no podía ir, pero ellos dijeron que no pasaba nada que ya cambiarían. Llegó la hora del partido y el árbitro dijo que no se jugaba por la coincidencia. El campo lleno y Lopera diciendo que no cambiaban. A alguien del Toledo se le ocurrió decirle que les dejábamos unas camisetas blancas, pero eran los colores del Sevilla y de blanco no iban a jugar», desgrana Hurtado. ¿Cómo se resolvió la situación? El Toledo cedió ante la magnitud de la cita y al escuchar a un repleto Salto del Caballo expectante por otra cita histórica.
El club local venció 2-0 en un partido en el que el Betis terminó con nueve (expulsiones de Monreal y Roberto Ríos) y el Toledo con diez (sufrida entre una y otra de los andaluces). El resultado por aquel entonces ya era de 2-0 gracias a las dianas de Dani y Juan Carlos Paniagua (diecisiete tantos esa temporada le valieron para fichar por un Compostela de Primera dirigido por Fernando Castro Santos).
El curso en Segunda siguió la tónica optimista y el debutante en la categoría empezaba a soñar. Incluso hubo algún viaje en avión. «El último partido en Barcelona nos jugábamos entrar en la promoción ante el filial culé y el Mallorca jugaba en Murcia –donde ganó 3-4–. Nosotros si ganábamos nos clasificábamos. Marcó Pardina de cabeza, en el que creo que habrá sido su único tanto de cabeza. Cuando volvimos el avión se salió de la pista en Barajas y aterrizó en un barrizal. ¡Casi no nos enteramos de la alegría que llevábamos!», explica el técnico.
La meta de Primera estaba a dos partidos. Toledo–Valladolid. El Salto del Caballo vivió un 1-0 que pudo ser mayor, pero en la vuelta los pucelanos golearon por 4-0 para permanecer en la máxima categoría. Gonzalo siguió con el Toledo en Segunda hasta que en la 1995/96 fue despedido. Probó en Almería y Getafe en la división de plata hasta el inicio de su vinculación con Gregorio Manzano siendo su segundo en Rayo, Mallorca, Atlético y Sevilla.
Ahora, casi treinta años después, Gonzalo Hurtado de Guinea sigue dejándose ver por el campo del Rayo Majadahonda para paladear fútbol modesto los domingos. Con casi setenta y cinco años tiene una salud envidiable en comparación con un Toledo que, cercano a los noventa y cinco, deambula en Tercera Federación intentando evitar el descenso a Primera Autonómica. El paso del tiempo no sienta bien a todo el mundo.