Literatura

Albert Camus, la pasión irracional de un Nobel por su club de fútbol

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Albert Camus saluda a una delegación del Racing Universitario de Argel

El fútbol y la literatura son extraños compañeros de viaje. Casi siempre, el balompié ha sido rechazado por los intelectuales como un deporte vulgar, prosaico para tan noble arte como el de las letras. A Manuel Vázquez Montalbán, además de otras muchas cosas que no vienen al caso, hay que reconocerle la valentía de no esconder su pasión por el juego de pelota y declararse aficionado acérrimo al FC Barcelona cuando hacerlo suponía trasgredir. También a Eduardo Galeano y su Nacional de Montevideo. Y a Albert Camus.

Las mismas manos que escribieron El extranjero, La peste o El mito de Sísifo, durante cuatro años, pararon chutes endemoniados en Argel. Quizás usted, amante de la prosa de Camus, conocía el amor del Nobel de Literatura por el fútbol. Incluso se remitirá a la famosa frase en que el escritor aseguraba que todo lo que aprendió de moral y las obligaciones del hombre se lo debe al fútbol. Clásica locución que aviva nuestra alma, nos engorila, como solía decir mi padre, y de la que subrayamos cada palabra; la afición al fútbol puede llevar implícitas muchas lecciones vitales. Si no, dígame cómo no metaforizar una victoria en el último minuto con la explosión del primer beso. Es exactamente la misma liberación de adrenalina. Sin embargo, lamento decirle que la cita de Camus está incompleta.

Fue un guardameta ilustre

El 15 de abril de 1953, con El Extranjero y La peste ya publicadas, Albert Camus colaboraba con la revista de un equipo polideportivo universitario. En un artículo titulado La belle époque (La bella época, Los buenos tiempos), el escritor dejó testimonio de que «Car, après beaucoup d’années où le monde m’a offert beaucoup de spectacles, ce que finalmente je sair sur la morale et les obligations des hommes, c’est au sport que je le dois, c’est au RUA que je l’ai appris». (“Porque después de muchos años en los que el mundo me ha ofrecido muchos espectáculos, lo que por fin sé de la moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al deporte, lo aprendí en el RUA”) La cita tiene mucha más potencia si se lee al completo. Es decir, que con cuarenta y cuatro años, sintiéndose de vuelta de todo –así se dice en mi pueblo cuando crees haber visto todo– lo que sabe de la moral y el ser humano se lo debe al deporte. En particular, al RUA.

El extinto Racing Universitario de Argel es uno de los dos clubes de fútbol que podía presumir de haber tenido un Nobel defendiendo su escudo. En concreto la portería, porque Camus fue portero juvenil de este equipo durante cuatro años, de 1932 a 1936. No el único, el escritor comenzó su aventura futbolística en la Association Sportive Montpensier en 1928. No hubo fichaje y tampoco consta en ninguna crónica de que Camus fuera un buen guardameta. Galeano sí dijo que eligió colocarse debajo de los palos como consecuencia de su pobreza, así no gastaba sus botas y su abuela no le pegaba.

Casualidades, al fin y al cabo. Como el porqué del cambio de equipo. En el mismo artículo que se cita arriba, Camus confesaba no saber qué le llevó a abandonar el Montpensier. Empezó allí porque un amigo suyo, con el que iba a nadar al puerto, jugaba al waterpolo en ese club. Del campo de la ASM cuenta que tenía más huecos que la espinilla de un delantero. Ahí aprendió que nunca se sabía por dónde saldrían los balones que chutaban los rivales, como los golpes de la vida. Otra moraleja.

Cuando entró la universidad, sus compañeros le hicieron ver que un estudiante debía jugar en el equipo universitario. De ahí el cambio, una simple conversación. No tuvo que explicarle a su amigo, con el que iba a nadar al puerto, el cambio de equipo porque ya no tenían relación. Por nada en especial, relata, su amigo cambió de lugar de baño.

Escudo del Racing Universitario de Argel

«Un fuego tonto»

Albert Camus viajó por toda la región en sus años de portero. Entrenaba de lunes a jueves y jugaba los partidos en fin de semana. Era titular y defendía los colores del RUA con pundonor. Esta palabra, RUA, le acompañó durante toda su vida: «Je ne savais pas que, vingt ans après, dans les rues de Paris ou même de Buenos-Ayrès, le mot de RUA, prononcé par un ami de rencontre, me ferait encore battre le coeur, le plus bêtement de monde» («No sabía que, veinte años después, en las calles de París o incluso de Buenos Aires, la palabra RUA, pronunciada por un amigo casual, todavía haría latir mi corazón, el más estúpido del mundo»). Es decir, que veinte años después de dejar el fútbol, cuando los argentinos hablaban de calles y compartían direcciones, la palabra seguía despertando un fuego tonto en su corazón. La tontería más grande del mundo, perjuraba. Hoy, Camus sería etiquetado de loco por el fútbol. Quizás lo estaba de verdad.

La nombrada pieza recoge recuerdos y nostalgias del escritor con su equipo, los rivales más duros a los que se enfrentó –en particular, un partido contra el Olympique de Hussein-Dey– y cuántos golpes recibía mientras despejaba balonazos a la red. Una pasión de cuatro años que nunca dejó de lado. El Racing Universitario hizo que Camus se aficionara al Racing Club de París cuando se afincó en la capital francesa, compartía nombre y vestía los mismos colores. Otra casualidad del fútbol, ya van tres.

Amor sufrido, por cierto, porque el RUA llevaba en ese momento casi veinte años sin ganar un trofeo liguero. Otro artículo de la revista reconoce que esta institución fue un recién nacido de corazón débil, pero que vivió muchos años; porque si los esfuerzos de sus dirigentes se volcaban en el fútbol, no pasó de ganar tres campañas domésticas y destacó más en otros deportes como la natación. En 1962, el equipo desapareció; en 1960, Albert Camus.

Albert Camus, un loco del once contra once