El 17 de noviembre, tras 583 días de ausencia, Miles Bridges volvió a pisar una pista de baloncesto. Cuando entró desde el banquillo, el público de Charlotte aplaudió y celebró su regreso, quizás olvidando deliberadamente los motivos por los que había sido alejado de la competición durante más de un año y medio.
En la temporada 2021-2022, había sido el máximo anotador de su equipo, con más de veinte puntos por partido, por encima de una estrella en ciernes como LaMelo Ball. Él lo sabía. Los aficionados lo sabían. La liga, que pasó por agua tibia el motivo de su sanción, también lo sabía.
Bridges había sido arrestado en junio de 2022 tras haber propinado una paliza a su novia delante de sus dos hijos. El jugador fue acusado y no refutó los cargos. En 2023, como agente libre y en libertad condicional, firmó un nuevo contrato con los Hornets por 7.9 millones de dólares y un año que le permitía volver a competir a comienzos de esta temporada.
Tras una investigación realizada por su cuenta, la NBA le impuso una sanción de treinta partidos. En total, acabaron siendo solo diez, porque consideró que ya los había cumplido en el curso anterior. Y eso que ni siquiera se encontraba inscrito en la plantilla.
Violencia de género: no son casos aislados
«Llevará un poco de tiempo recuperar la confianza de la gente. Pero, si puedo conseguir algún triunfo más con los Hornets, creo que la idea de la gente cambiará un poco. Los Hornets saben quién soy. La NBA sabe quién soy», declaró sobre su regreso Bridges en redes sociales.
Estas palabras, pronunciadas poco después de que quebrara la orden de alejamiento para volver a agredir a su expareja, no han hecho más que avivar el fuego sobre una cuestión de peso: ¿qué es lo que realmente hace esta organización deportiva modélica, pionera en derechos sociales y de la mujer, sobre la violencia de género?
«Estamos abordándolo. Tenemos asesoramiento de vanguardia y profesionales para nuestros jugadores. Por supuesto, si un hombre cruza la línea, las consecuencias son enormes», respondió el comisionado Adam Silvera a Charles Barkley cuando le hizo esta incómoda preguntaen TNT. Según la política de la NBA en casos de violencia doméstica, es posible multar, suspender, despedir y descalificar a los infractores. Sin embargo, las consecuencias no suelen ser tan enormes como cabría esperarse. Hay demasiados precedentes.
Jason Kidd (2001): la NBA no tomó ningún tipo de represalia. Ron Artest (2007): siete partidos de suspensión. Matt Barnes (2010): dos partidos, solo tras hacerse público que después de la agresión tuvo un altercado con Derek Fisher —entonces entrenador de los Knicks—, quien salía con la madre de sus hijos. Jeffery Taylor (2014): veinticuatro partidos, un castigo que el sindicato de jugadores consideró «excesivo, sin precedentes» y que violaba el convenio colectivo. Willie Reed (2017): seis partidos. Darren Collison (2018): ocho partidos.
Excepto la de Taylor, las penas son simbólicas y solo se aplican tras una denuncia policial firme, a pesar de que luego esta sea desestimada por considerarse un delito menor. Generalmente, son los equipos los que tratan de sacarse de encima el problema con un traspaso que apacigüe los ánimos y haga olvidar el asunto.
El caso más reciente ha sido el de Kevin Porter Jr. A los veintitrés años, ya era conocido por un prontuario que incluía un arresto por posesión de marihuana y arma de fuego y la visita a un club de striptease durante el protocolo sanitario de covid-19, entre otras perlas. En septiembre, fue noticia por golpear a su novia —la jugadora de la WNBA Kysre Gondrezick— hasta fracturarle una vértebra del cuello y provocarle un corte en el ojo derecho.
Si bien ella luego aseguró que el fiscal había impulsado una «falsa narrativa», no hizo falta ninguna sanción: el escolta de los Rockets fue traspasado, cortado por su nuevo equipo y todavía se encuentra en situación de agente libre. Es probable que no vuelva a la NBA en mucho tiempo.
Problemas de conducta con sanciones excesivas
Cuando salió a la luz la sanción de Miles Bridges por violencia doméstica, las comparaciones fueron inevitables. Los diez partidos de suspensión que había recibido el alero de los Hornets parecían pocos si se comparaban con los veinticinco que la liga había impuesto en el mes de junio a la joven estrella Ja Morant por exhibir un arma de fuego en redes sociales.
La cifra es llamativa, pero la sustenta un motivo de peso: reincidió en la falta, después de recibir un castigo de ocho partidos, aceptar su responsabilidad y someterse a un programa de rehabilitación. Aun así, Nike —la marca que lo patrocina y que ha lanzado una línea de zapatillas con su nombre— continúa apoyándolo sin reservas hasta el día de hoy.
¿Por qué esta disparidad entre un delito, con acusación penal de por medio, y una falta de conducta? La respuesta es que la NBA se toma muy en serio la tenencia de armas de fuego. Al fin y al cabo, lleva décadas promoviendo su regulación a través de portavoces como el entrenador de los Warriors, Steve Kerr, cuyo padre fue asesinado en Beirut en 1984.
Pero, en realidad, no pocos jugadores han crecido en ambientes inseguros y muchos de ellos defienden el derecho a llevarlas consigo para protegerse a ellos mismos o a su familia. Esta es la regla, no la excepción: se calcula que un 75 % lo hace. En 2007, por ejemplo, Stephen Jackson fue suspendido siete partidos por utilizar un arma de un modo imprudente en las afueras de un club de striptease.
La única medida que la liga puede tomar para controlar este tipo de incidentes es prohibir que las lleven «al trabajo». Sobre todo después del escándalo que, en 2009, involucró a Gilbert Arenas y Javaris Crittenton. Mientras estaban sumergidos en una acalorada discusión por deudas de juego en el vestuario de los Wizards, se enfrentaron haciendo gestos amenazantes con sus pistolas. La sanción fue enorme y fueron suspendidos de manera indefinida.
El caso de Arenas y Crittenton, quien nunca volvió a las canchas y ha acabado sus días en la cárcel por disparar desde un coche y matar a una mujer, fue determinante para que la NBA aumentara la severidad de las penas en lo que respecta al uso irresponsable de las armas de fuego.
La importancia de guardar las formas
Históricamente, las expulsiones permanentes han provenido del amaño de partidos y el consumo de sustancias prohibidas, tanto esteroides como drogas recreativas, aunque esto ha cambiado con respecto al cannabis en el flamante CBA. La suspensión más larga, que se prolongó hasta dos temporadas, correspondió a O. J. Mayo por abusar de los analgésicos y la marihuana en 2016.
Después, las más abultadas corresponden a aquellos actos violentos que pueden suceder tanto en el transcurso de los encuentros como en las dinámicas internas del equipo. En 2004, la pelea entre Detroit Pistons e Indiana Pacers en Auburn Hills dejó a Ron Artest sin temporada por iniciar la trifulca e inhabilitó a otros ochos jugadores; en total, se establecieron ciento cuarenta y seis partidos de suspensión —casi todos para los miembros del equipo visitante— y más de once millones de dólares en multas.
Los jugadores son la imagen de la liga y un modelo a seguir para los aficionados, muchos de ellos en etapa de formación. Su comportamiento debe ser ejemplar. Las épocas de los amaños de los partidos quedaron atrás y los controles antidoping son muy escasos. De ahí que las mayores sanciones que se imponen en la actualidad estén relacionadas con los actos violentos.
Las salidas de tono verbales también son castigadas por la NBA, que incluso amonesta a sus empleados si estos expresan algo que afecta su reputación de organización moderna, comprometida con la justicia social y la equidad racial. Las críticas a la liga yal arbitraje son frecuentísimas. En este último caso, están aceptadas como una estrategia para cambiar la percepción de los colegiados de cara al futuro, aunque se trate de una afrenta a la autoridad.
El problema, más bien, se encuentra en las cuestiones extradeportivas. El año pasado, Kyrie Irving, quien se convirtió al islam y ya había sido objeto de controversia por declararse antivacunas, publicó en redes sociales un enlace a una película antisemita. Por ello, fue suspendido sin sueldo cinco partidos hasta que el jugador tomara «medidas de reparación objetivas» y se disculpara públicamente.
En total, hacerlo le tomó ocho. Cuando esto por fin sucedió, ya era demasiado tarde para Nike: al contrario de lo que había hecho con Ja Morant, la firma rescindió su contrato y retiró de la circulación su exitosa línea de zapatillas.
En estos temas, cualquier trabajador de la liga está sujeto a escrutinio. En octubre de 2019, Daryl Morey, general manager de los Rockets, se manifestó en Twitter a favor de las protestas que había en Hong Kong en contra del proyecto de ley de extradición del régimen chino. A pesar de las voces que le daban la razón, la reacción de algunos para evitar el desastre económico fue desmesurada.
«Morey NO habla por Houston Rockets», alegó el propietario de la franquicia, Tilman Fertitta. «Nos disculpamos. Amamos a China. Nos gusta jugar allí», explicó James Harden, quien no estaba involucrado pero era la estrella equipo. China retiró patrocinios, rompió acuerdos y dejó de emitir partidos en la televisión estatal por algunos meses, lo que le costó a la NBA alrededor de cuatrocientos millones de dólares.
Finalmente, Adam Silver se pronunció a favor de Daryl Morey, quien veía peligrar no solo su trabajo, sino también su vida, a causa de las amenazas que recibía. El comisionado dijo que defender la libertad de expresión y adherirse a ciertos principios era mucho más importante que hacer crecer las ganancias que obtiene de su relación con el gigante asiático.
«Los valores de la igualdad, el respeto y la libertad de expresión han definido durante mucho tiempo la NBA, y continuarán haciéndolo. Como una liga estadounidense que opera a nivel global, una de nuestras mayores contribuciones es la defensa de estos valores del deporte», añadió.
No hay duda que la organización trata de transmitir estos valores, castigando a sus empleados cuando actúan de manera inapropiada o cometen un delito. Pero en algunos casos, como los que tienen que ver con la violencia de género, hay demasiada condescendencia. A veces da la impresión de que las sanciones y las multas son tan solo un fútil intento de barrer la suciedad y esconderla debajo de la alfombra. Al fin y al cabo, la NBA sigue siendo un negocio como cualquier otro.
Hubo cierto revuelo cuando salio a la luz en los 90 que el reverenciado Robert Parish, The Chief, el pivot de los Celtics tricampeones de Bird, le pegaba constantemente a su mujer, a la que mando al hospital en 1987. Hasta salio un reportaje en Gigantes. Aun asi siguio con su carrera como si nada y le llovieron los homenajes. Varios jugadores confesaron haber presenciado abusos suyos y oido ruidos alarmantes en su habitacion, pero en aquella epoca consideraban que quedaban dentro de la esfera privada y no se atrevieron a intervenir.
Un lado oscuro de la liga, tan tenebroso como fascinante.
Con independencia del contenido del artículo….Por qué Morant en la imagen que acompaña al titular? Creo que no es nada acertada.