Hace unos dos años estaba en un restaurante en Belgrado y, hablando con el camarero, una comensal y él empezaron a hacer chistes sobre la carne que íbamos a comer. El cachondeo, un ejercicio de humor negro considerable, venía dado por la noticia del mes. A unos ultras del Partizan les habían pillado una picadora de carne en la que introducían a sus víctimas. El caso, más escalofriante de lo normal en los sucesos protagonizados por estos grupos, había descubierto además ciertos enlaces con la política. Eso, sin embargo, ya era una vieja historia.
Los movimientos ultras en Balcanes siempre han estado marcados por la política, no se ha tratado nunca solamente de afición desaforada, gamberrismo o delincuencia de baja intensidad. Basta pensar en nombres como Vjenceslav Žuvela.
Boxeador croata, en la II Guerra Mundial fue partisano, inspirado por la afición carioca en la Copa del Mundo de Brasil, fundó un grupo con unos amigos para ir a animar a un Hajduk Split – Estrella Roja. La policía, en principio, les quitó toda la parafernalia que querían meter en el estadio, pero la dirección del club les permitió animar «por todos los medios». Fue el nacimiento de la Torcida.
Las autoridades federales comunistas no fueron tan comprensivas y declararon al grupo ultra de aficionados una organización enemiga del Estado. Žuvela fue a prisión. Al salir de la cárcel, se fue a la universidad y fundó una familia, pero la seguridad del Estado, en tanto que fundador de la Torcida, no le quitó la vigilancia durante años.
La represión contra estos primeros miembros de la Torcida vino acompañada de campañas y detenciones contra miembros de la directiva del club acusados de nacionalismo croata. Eso llevó, con los años, a la radicalización Žuvela hasta que murió en un accidente de tráfico en 1990. Hoy es un icono para los hooligans del Hajduk, cuyas gradas se convirtieron en un símbolo de resistencia contra el Estado socialista.
Curiosamente, el Estrella Roja, el Partizan de Belgrado, el Dinamo de Zagreb y el Hajduk Split, los «Cuatro grandes» del fútbol yugoslavo, eran un símbolo del socialismo de Tito, pero acabaron representando lo contrario. El caso serbio fue similar al croata. Las gradas de los estadios eran un «espacio de libertad» dentro del régimen y en ellas anidó con fuerza el nacionalismo, una ideología antisistema, que a partir de los 80, tras la muerte del Mariscal, empezó a tener cierto plácet de las autoridades republicanas.
Para ejemplificarlo, siempre se alude a Arkan. En los ochenta, había trabajado para el servicio secreto en labores de control de la diáspora. El original modelo de socialismo de Yugoslavia tenía paro, con lo que expulsaba a miles de trabajadores del sistema que fueron a parar a colonias por toda Europa.
El Estado estaba detrás de ellos para, en países democráticos, poder tener control sobre la influencia que pudiera aparecer entre ellos de movimientos antiyugoslavos o anticomunistas. Esta actividad irregular o propia de servicios secretos en el exterior de una dictadura a pleno rendimiento acumuló un historial de crímenes de toda clase. Y estos trabajos se le encargaban a personajes como él.
A cambio, Arkan podía delinquir tranquilo en Yugoslavia, sin ser molestado. Tenía conexiones de todo tipo, de contrabando, de atracos de bancos en Europa, y el pago a sus servicios era la impunidad. También se le pedía control de lo que pudiera suceder en los estadios. En las gradas serbias, donde el nacionalismo tenía un matiz rebelde, de forma natural los hooligans tenían afinidad por Vuk Drašković, un líder opuesto al comunismo y nacionalista serbio.
Cuando Slobodan Milošević se hizo con el poder, diseñó un plan para atraerse a esos hooligans. Ese fue el motivo por el que ese chico-para-todo de los servicios secretos, Arkan, que por entonces se paseaba por la Belgrado socialista con un Cadillac rosa, acabó entre ellos. Para teledirgirlos hacia los intereses del gobierno.
Lo que nadie esperaba, pero acabó sucediendo por la propia inercia de los acontecimientos, fue que esos jóvenes violentos de las gradas acabarían siendo un caladero de voluntarios para las guerras de desintegración de Yugoslavia. Tropas que tuvieron el papel más execrable en el conflicto.
Al principio, cuando el problema se calentaba, eran los encargados de, por ejemplo, ir a reventar comercios regentados por albaneses en Belgrado. Luego, cuando estalló la guerra, pasaron a engrosar la actividad paramilitar en Bosnia, perfectamente documentada al detalle en el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia.
Han pasado treinta y cinco años de esas guerras, pero la vinculación de los grupos ultras con las peores facetas del poder han seguido presentes y siempre a partir de una instrumentalización de la identidad nacional. El ejemplo más evidente ha sido su participación en los incidentes para reventar las marchas del Orgullo Gay en Belgrado durante varios años. También, ultras de fútbol aparecían vinculados a la expulsión a palos de ONGs que se encontraban asitiendo a refugiados de la ruta de los Balcanes (Jot Down estuvo allí) en un espacio en el que se iban a construir unas polémicas viviendas de lujo en el barrio de Sava Mala a medias entre el gobierno y Emiratos Árabes Unidos.
Un ejemplo de esa connivencia ultras-gobierno lo hemos visto recientemente. Cuando se enfrentaron el Partizan y el Real Madrid en Euroliga en 2023, un niño acababa de tirotear a sus compañeros y una profesora en su colegio. El incidente levantó protestas contra el gobierno por varios motivos, el control de armas y la influencia de los reality shows de las cadenas de televisión afines al Gobierno.
La idea que intentaron introducir los políticos para salir al paso de las acusaciones era que lo que había ocurrido se debía a la influencia de los valores occidentales. Esa misma noche los ultras del Partizan sacaron una pancarta que decía «Cuando te alejas de la tradición, la familia y la religión no pasa nada bueno». Muy difícil no intuir que estaba escrita al dictado.
Pero nada de esto puede comparase a lo que se descubrió en marzo de 2021. Fue el propio presidente Vucic el que se lo presentó a la nación en directo por televisión. Anunció que se había detenido a unos pandilleros vinculados a la mafia responsables de múltiples asesinatos. Entonces, el ministro del Interior advirtió a los espectadores de que quienes estuvieran viendo la televisión con niños, los apartaran.
Los ultras llevaban a sus víctimas a una Casa de los horrores donde eran torturadas. Había casos de mutilaciones y otros eran víctimas de la picadora de carne. Instrumental para hacer salchichas, usado con personas. Los restos, o se enviaban a sus familiares o amigos o se tiraban al río.
El líder del grupo era un famoso ultra de los Grobari, hooligans del Partizan, apodado Problema. Ya cargaba con acusaciones de asesinato anteriores, era conocido en Belgrado. Su biografía estaba moldeada por todas las tragedias nacionales en su forma más cruda. Cuando era niño, su padre, que acababa de combatir en Bosnia, se había traído armamento a casa.
Guardaba granadas en el cajón de la cocina. Tras una discusión con su mujer, les quitó la anilla y se quitó la vida llevándose por delante a la madre de Problema y a su abuela. El niño tuvo que pasar por encima de los cadáveres para salir del edificio humeante. Años después, empezó a ganarse la vida como portero de discoteca.
La cuestión en este caso es que, a medida que avanzaba la investigación, llegó la sorpresa cuando Mladjan Djordjevic (ex opositor anti Milošević y hombre del ex presidente Tadić para Kosovo) publicó en twitter fotos de Danilo Vucic, el hijo del presidente con Veljko Belivuk, Problema. De hecho, cuando fue detenido, redirigió las acusaciones directamente al gobierno. Dijo que su grupo se había formado por órdenes de Vucic y que tenía como fin intimidar a rivales políticos e impedir que en los estadios se coreasen lemas contra el presidente o el gobierno.
Lo que siguió fue un sainete. En televisión se empezó a hablar de que los hombres de Problema convertían a sus enemigos en cevapi –un plato típico con salchichas de carne picada– y el presidente se posicionaba como víctima del clan. «Le propongo que me mate. No tengo ningún problema, porque es mejor que nos conviertan en carne picada que dejar que estos bastardos gobiernen Serbia».
Sin embargo, las pruebas proceden de un equipo de Europol que llevaban años intentando descifrar una aplicación de mensajería encriptada con la que se comunicaban los traficantes de cocaína. Cuando lo lograron, se encontraron con 70.000 usuarios. Medios locales, como Vreme, han relacionado los crímenes de la Casa de los horrores con las guerras entre clanes mafiosos por el control de la Ruta de los Balcanes de narcotráfico, se trata de un conflicto que dura ya más de nueve años.
Problema y sus socios contaban con un espacio para ellos dentro del estadio del Partizan donde, además de almacenar sus cargamentos de droga y armas, también torturaban a sus víctimas. Después de cada paliza, usaban el mismo procedimiento: trocear a la víctima, pasarla por la picadora y deshacerse de ella.
Luego se hacían pasar por el fallecido y mandaban mensajes de texto a sus familiares. Cuando toda esta historia escalofriante con sus ramificaciones vio la luz, la prensa croata cayó en la cuenta de una coincidencia. Los involucrados ya eran conocidos para ellos.
Cuatro años antes, unas fotos de unos ultras en el estadio del Partizan se publicaron en la prensa con gran escándalo. Eran hooligans croatas ensangrentados, siete, de Split. Después de publicar la prensa serbia todos los nombres del caso, los periodistas se dieron cuenta de que se habían estado peleando con el grupo de Problema. El partido era un Estrella Roja – Partizan, pero se había pagado a los croatas para que iniciaran la pelea. Era un intento de asalto de la tribuna sur. ¿Por qué asaltar una parte del estadio? ¿Para qué? Luego se supo que Problema tenía sus búnkeres.
Tal vez esa pelea era el detonante de lo que había ocurrido meses después, al hooligan croata, el boxeador Ante Firić, condenado por extorsión en su país, lo asesinaron un año más tarde. También a los que participaron en el intento de tomar la grada y pagaron a estos «mercenarios». Uno a uno fueron asesinados y/o torturados.
La ramificación del caso es cada vez más amplia, toca hasta a los concursantes de los realities de la televisión serbia. Pero en perspectiva la constelación de criminales salida de las gradas no entiende ni de nacionalidades ni siquiera de equipos de fútbol, es una muestra palmaria del resultado de que la ley del más fuerte desborde el nacionalismo en el que suele venir encofrada.
Me ha costado mucho entender el artículo. Se echan de menos enlaces a las fuentes de alguno de los sucesos que se describen.