La semana pasada, en vísperas del Real Madrid-Valencia, asistimos a un nuevo apocalipsis preventivo. Durante los días previos, el diario Superdeporte —autodenominado «la casa del deporte valenciano» como su paisano Ferrán Torres se hace ahora apodar «el tiburón»— estuvo tratando de espolear el cabreo de sus lectores con una serie de portadas marca de la casa. Lo de «Pinochius», ya saben; mejor no darle ya mucha bola.
En ese contexto de hostilidad, el propio Valencia CF publicó un escrito dirigido a sus aficionados para pedirles que no entraran al trapo de las posibles provocaciones. ¿Posibles? «En Valencia todos entienden que las habrá», replicaba en Radio Marca Luco Cortés a quienes le decían que igual se estaba exagerando un poco. El capítulo recordó al Clásico de finales de 2019, recién conocida la sentencia del 1-O, cuando varios medios –en ese caso de alcance nacional o, como dirían en Valencia, «de la meseta»– proclamaron el inicio inminente de la III Guerra Mundial tan pronto como el avión del Real Madrid tocara suelo en El Prat. En ambos casos pasó lo mismo: nada.
🗣️ "Más agresivos. Hay que meter ocho"
Las palabras de Carvajal a sus compañeros durante el Real Madrid 🆚 Valencia que captaron las cámaras de DAZN 🎥
El análisis completo, esta noche en #ElPostDeDAZN pic.twitter.com/hGRo196oR1
— DAZN España (@DAZN_ES) November 12, 2023
— Dani Carvajal Ramos (@DaniCarvajal92) November 12, 2023
En el Bernabeu, algunos veían o querían ver el ambiente más cargado de lo que estaba. DAZN, por ejemplo, incorporó a su cobertura la realidad aumentada: grabaron a Dani Carvajal arengando a sus compañeros con un «Hay que meter otro» y lo elevaron a un «Hay que meter ocho». A falta de algún enfrentamiento en la grada que llevarse a la boca, ese saco de goles dejaba entrever, al fin, la sangre en el ojo de alguno de los contendientes. Tampoco habría sido una declaración de guerra como para que entrara de oficio la Comisión Antiviolencia, pero Carvajal aclaró luego que no, que se conformaba con «otro» antes que con «ocho». Sólo dos semanas antes, Tchouameni también había reconvenido a DAZN por asegurar, sin mayor comprobación, que el futbolista se había lesionado por la entrada de un rival: «No es culpa de Gavi. Me lesioné al final de la primera mitad», escribió en Twitter –o como se llame ahora—.
No es culpa de Gavi. Me lesioné al final de la primera mitad https://t.co/80QK1668n8
— Tchouameni Aurélien (@atchouameni) October 30, 2023
Se desconoce qué necesidad tiene DAZN de ir haciendo el canelo a la caza del retuit con estos chismes de tres al cuarto. «Los medios viven de estas cosas insignificantes», ha dicho Robert Lewandowski ahora que algunos de ellos amenazan con elevar a serial su feo gesto con Lamine Yamal en el partido contra el Deportivo Alavés. Quizá regurgitar esas polémicas sea ya la única forma no ya de sobresalir en esta selva, sino de existir. En todo caso, de una plataforma con contenidos premium uno espera otra cosa. No hablamos de supervivientes como el 99% restante de medios, que tienen que crear contenidos prácticamente de la nada, asfixiados por los clubes, por los futbolistas —y sus entornos— y por LaLiga.
Según contó hace unos días Lluís Canut en Mundo Deportivo, la patronal del fútbol sancionó recientemente a cuatro periodistas que osaron entrevistar a los familiares del futbolista que ha necesitado menos tiempo para marcar en su debut y menos letras para arrancar más pronunciaciones distintas de su apellido: Marc Guiu. El afán de LaLiga por eliminar intermediarios exige no sólo producir la señal y retransmisión de cada partido, sino también controlar al resto de periodistas, limitar su radio de acción y su acceso a los posibles protagonistas, incluidos los aledaños como los miembros de la familia Guiu.
Un periodista veterano tenía un sketch preparado por si, al preguntar a sus redactores qué novedades tenían, le respondían que poca cosa. Agarraba el teléfono y simulaba una llamada: «¿Talleres? Hoy tenéis día libre. No tenemos noticias, mañana no sale el periódico». El gag sirve para cualquier programa de radio o televisión, que ha de emitirse –y con la duración habitual– haya noticias o no. Esto explica esa mala costumbre tan extendida de estirar chicles y hasta de inventarlos. Si a eso le añadimos la obsesión por la audiencia hasta en sus formas más absurdas —que afecta incluso a las plataformas de pago— y le sumamos la actitud de LaLiga y otros entes, nos encontramos con un periodismo cada vez más alejado de lo que pasa, pero al mismo tiempo más necesitado y menos autoexigente que nunca. El único principio periodístico que se respeta lo hemos escrito ya un poco más arriba: el periódico tiene que salir mañana.