El pasado fin de semana, en un scroll rápido por los tweets que X me recomienda, en ese cajón de sastre, entre noticias de Gaza y la Kings League América, me dio por pensar que no veía el histerismo de hace un par de temporadas, cuando Alexia Putellas iba a ganar su primer Balón de Oro. «Oye, que viene el primero de Aitana y aquí la gente no se pone nerviosa», pensé. Las respuestas me lo dejaron cristalino: hay tan pocas dudas de que Aitana se merece esta pelota dorada que no caben nervios ni miedos ante campañas de marketing.
La mejor del año fue ella, a mucha distancia del resto. Y no era fácil. El paso adelante comenzó en una Eurocopa en la que se despegó de la sombra de Alexia por aquella lesión de la que no queremos volver a hablar y tomó los galones del centro del campo que estaba preparada para tomar. En el club, más de lo mismo. Hizo lo imposible, que durante muchos partidos no se echara de menos a La Reina, y lo hizo por una combinación de talento y esfuerzo que hemos visto progresar año a año.
Conocimos a la Aitana recién salida de juvenil, la que posa en las fotos con Ona, Alexandri, Codina, Llompart y la vimos convertirse en una centrocampista completa, capaz de usar su prodigiosa derecha del mismo modo que una zurda entrenada día a día. Hace un par de temporadas vimos su progresión en el gimnasio, aquellos biceps que se hicieron virales y que sacaban a relucir que el parón de la pandemia fue el punto de inflexión en el que la mente y el cuerpo de Aitana Bonmatí se transformaron para lograr un único objetivo, el que hoy tiene delante: ser la mejor del mundo.
Este año lo ha ganado todo —salvo esa Copa de la Reina—. Ha ganado hasta un Mundial. Ella, que se quitó así el peso de aquella final del Sub-20 que no pudo jugar por expulsión, donde conocimos a la Aitana más rota, la que jugó sin botas pero con el alma. Se llevó con justicia el MVP de torneo de la segunda Champions del Barça, con cinco, el premio a la mejor jugadora de la temporada, también la mejor del Mundial, y va a recibir esta noche su primer y merecido Balón de Oro.
Un palmarés envidiable, solo a la altura de los más grandes, y conseguido en todo un año natural, el que empieza con el reto del paso adelante y termina en lo más alto del pedestal. El proceso mental que ha permitido este salto tiene tanto para hablar como el físico: la ambición de una jugadora que se enfadaba cuando era suplente, que se para a hacer fotos con todos los niños del estadio, que en el campo tiene un control visual de todo lo que la rodea y que la permite pensar con una velocidad superior al resto. Una mente preparada para la victoria.
No asumamos lo imposible de forma tan habitual. Que dos futbolistas coincidan en equipo y selección y se hagan con el premio individual por excelencia en la misma línea temporal es algo tan extraño que no pasa. La lesión de Alexia es una excusa muy pobre para aminorar el éxito de Aitana.
Su temporada es sensacional, el trato de balón que nos regala es para embelesarse cuando va a recibir, la jerarquía que ha tomado en el equipo con solo 25 años es para sentarle una cláusula antirrobo, la obsesión por perfeccionar y pulir cada detalle hasta convertirse en una jugadora completa es para dar clases en todas las escuelas de fútbol y su talento es para extraer su ADN por si no se vuelve a repetir. Estamos no solo ante una digna ganadora del Balón de Oro: estamos ante su legítima dueña.