El destino es caprichoso. Que se lo digan a aquel niño llamado Anakin Skywalker, llamado a ser el salvador de la galaxia y que, por vicisitudes de ese traicionero destino, terminó convertido en el malvado Darth Vader. Pues el Arsenal es un poco Skywalker.
El gran Arsenal irrumpiendo en el planeta fútbol, convocado por los dioses del balón para convertirse en la luz de la galaxia balompédica de principios de nuestro siglo, poco a poco fue cayendo en el reverso tenebroso de la fuerza y ahora, al igual que el imponente Vader, busca la redención.
En esa búsqueda de la redención tiene mucho que ver la llegada de Mikel Arteta al banquillo gunner. El aterrizaje del míster ha supuesto una bocanada de aire fresco en el Emirates Stadium. Sin embargo, conviene no olvidar que el periplo del donostiarra no ha sido precisamente un camino de rosas.
El club londinense vivía una deriva desde la marcha de toda una leyenda como Arsène Wenger. El alsaciano llegó en 1996 y se marchó en 2018, completando así, una longevidad profesional –primero en Highbury y después en el Emirates– que pasará a la historia. Wenger transformó al Arsenal y a todo el fútbol inglés. Su metodología táctica convirtió a uno de los equipos más toscos y rudimentarios del país, en uno de los más vistosos del continente.
Porque sí, personas lectoras de esta pieza. El Arsenal de los años 80 y principios de los 90 era café para los muy cafeteros. Había que ser muy apasionado del fútbol para no querer arrancarse los ojos ante sus partidos, o como prefiero llamarlo, las aventuras y desventuras de los Seaman, Parlour, Adams o Merson de turno.
En cuanto al fútbol inglés, qué os voy a contar, los ingleses son muy suyos. Demasiado suyos. En lo futbolístico ese chovinismo intrínseco lindaba -en esa época- con lo enfermizo y claro, de repente aparece un francés flacucho que había entrenado en Japón y se le ocurrían cosas tan locas como prohibir el alcohol y el tabaco en los descansos de los encuentros, o vigilar la dieta de sus futbolistas. ¡Qué sabrá ese enclenque continental! ¡Para colmo llenó de extranjeros un equipo de puros (y un poco tuercebotas) británicos!
Algo sabía, la verdad. Bajo su mando los gunners se convirtieron en uno de los primeros fenómenos globales del mundo del fútbol y se forjó uno de los mejores equipos de la historia de Inglaterra: el Arsenal de Los Invencibles (sí, en mayúsculas).
Su bagaje en cuanto a títulos, que al fin y al cabo es de lo que va esto, no deja lugar a dudas: tres Premier League, siete FA Cup y otras tantas Community Shield. Viendo que aquel personaje llevaba al Arsenal a la velocidad del Halcón Milenario en el corredor de Kessel, sus métodos (que no eran más que la profesionalización plena que se llevaba a cabo en el fútbol continental) se extendieron entre el resto de las escuadras del país y, por fin, el balompié inglés se profesionalizó por completo.
Eso sí, la cabra tira al monte y siempre nos quedará algún verso suelto, pero cada vez menos. Aunque esté feo decirlo públicamente, creo que todos echamos de menos al Paul Gascoigne o al Vinnie Jones de rigor.
Otro muro derribado por Arsène fue el de situar a los mejores técnicos en la órbita de la Premier League. Los ingleses se dieron cuenta de un hecho incontestable (para los que no somos ingleses): Haber inventado este circo y no haber evolucionado creyendo que eran los mejores en todo, les lastraba.
Visto desde fuera, parecía evidente que pasarse la vida mirándose el ombligo y que el hecho de que el noventa y cinco de los entrenadores ingleses de la época (que no británicos, gracias, Dios, por Sir Alex Ferguson) tuvieran un cuaderno táctico del tamaño de una servilleta de bar, dejaba al fútbol insular en una posición de inferioridad manifiesta cuando se enfrentaban en competiciones europeas al resto de equipos del continente.
Sin Wenger no se entenderían las posteriores llegadas a Inglaterra de gente como Mourinho, Guardiola, Klopp, Conte, Pochettino y demás exquisitez táctica.
El caso es que, la salida aquel 30 de junio de 2018 del galo supuso un trauma para la entidad. Los últimos años de Wenger no habían sido fructíferos en cuanto a alegrías en forma de trofeos y los londinenses estaban lejos de poder pelearle el título liguero a los nuevos poderes encarnados en Manchester City y Liverpool; pero aún así se iba una absoluta leyenda y el club debía buscar una nueva identidad que lo volviese a situar en esos puestos de relumbrón que cada día quedaban más lejos.
Hablar con aficionados del Arsenal por aquellos días era como hablar con aquel punki cincuentón que te da una tremenda turra en la barra del bar con sus historias de cuando todo “fue la hostia”.
El primer intento por reverdecer laureles le correspondió a otro entrenador español: Unai Emery. Llegar después de una leyenda es un papelón, eso es innegable. Pese a todo, el primer año del vasco al frente del equipo no fue malo y dejó al Arsenal 5º clasificado de la Premier, en puestos de Europa League y a sólo un punto de los puestos que dan acceso a jugar la Champions.
El problema era que la afición gunner ya no era aquella endogámica de los años 80 y no lo digo como menosprecio, más bien al contrario. En aquellos tiempos encarnaban el prototipo de afición inglesa que es sólo de su equipo y nunca lo silbaría en un partido, ni pediría la destitución de su entrenador. Vamos, una afición de las guapas, de las que hicieron que a algunos chalados nos terminase flipando mucho el balompié de la pérfida Albión.
Pero no, eso eran otros tiempos y el club ya era algo global. Seguidores en Londres, New York, Manila y Orbaneja del Castillo. La nueva afición, esa que no había vivido el terrorismo futbolístico pre-Wenger, exigía reverdecer una grandeza para la que el club no estaba preparada y en noviembre de 2019, la aventura de Emery llegaba a su fin.
Aquel curso las cosas no habían comenzado bien. Los resultados no acompañaban y el ambiente estaba cargado en el vestuario. Polémicas y tiranteces entre el míster y algún futbolista, encarnadas, sobre todo, en la controversia con el centrocampista suizo, Granit Xhaka.
Además, lo comentado antes sobre la afición y sus exigencias para con equipo y entrenador. «Emery out, no tactics, no formation. Nowhere to hide» se podía leer cada día de partido en las gradas del Emirates. El sueco Ljunberg se hizo cargo durante un mes, de manera interina, hasta que llegó al banquillo de los del norte de Londres Mikel Arteta, uno de los favoritos para haber seguido el legado de Wenger. El vasco es una persona muy querida entre los aficionados gunners, donde tuvo y regaló buenos momentos jugando con la camiseta roja de mangas blancas.
La andadura de Mikel en los banquillos es digna del mejor padawan. A la sombra de uno de los grandes maestros Jedi, Pep Guardiola, mamó conceptos tácticos y le fueron descubiertos los más profundos secretos de la alquimia futbolística de élite. Las expectativas eran altas, todos esperaban ver un Arsenal «guardiolizado» pero los mimbres no eran precisamente los idóneos para el plan. Arteta tiró de pragmatismo.
Esa campaña no puede ser tomada en cuenta, fue probablemente la más desastrosa para los cañoneros que ni siquiera se clasificaron para jugar en competiciones europeas, tras más de un cuarto de siglo haciéndolo de manera ininterrumpida.
El fútbol es tan puñetero que, tras ese rotundo fracaso liguero, se escondía lo que los políticos españoles llaman «brotes verdes» y es que en plena pandemia por la COVID 19, Mikel Arteta veía a sus muchachos levantar al cielo de un desierto estadio de Wembley la FA Cup. Jugar a puerta cerrada ahogó las celebraciones por lo cosechado.
Ganar la Copa puede parecer un torneo menor, pero nada más lejos de la realidad para los hijos de su graciosa Majestad. La FA Cup es el torneo más antiguo del mundo y hacerse con él es uno de los triunfos más celebrados por cualquier hincha inglés. Además, tocar metal ayuda a ganar tiempo para asentar proyectos y Arteta aún no sabía lo importante que sería esa FA Cup para su futuro.
El siguiente curso fue clave. El Arsenal se debatió entre la luz y las tinieblas. La temporada no fue buena (volvió a terminar octavo en Premier League) y las voces que aclamaban a Arteta como el salvador de la galaxia cañonera, empezaban a ver en el vasco a un malvado Lord Sith. Los #ArtetaOut comenzaban a prodigarse en las redes sociales pero el club decidió mantener la confianza en el donostiarra -lo que comentaba antes de tocar metal-.
Los resultados sí comenzaron a cambiar la siguiente temporada. El equipo mejoró ostensiblemente y volvieron a la Europa League. Con una plantilla muy por debajo del nivel necesario para competir por cotas altas, el míster al que todos veían aún como un Padawan estuvo a un solo punto de meter a los gunners en puestos Champions. A punto de sacarse el carnet de jedi cuando nadie lo esperaba.
Además irrumpieron jóvenes futbolistas a los que la doctrina de Mikel les encajaba como un guante, llámese Bukayo Saka y rebotados que se reencontraban con su clase innata, como Odegaard. El motor empezaba a carburar dejando pequeños retazos futbolísticos de lo que, ahora sí, Arteta quería imponer como sello personal en el Arsenal.
En 2022 se hizo la luz. No voy a ser el niño repelente de la pizarrita que os desgrana tácticamente el cambio de este Arsenal. Para eso hay otra gente que lo haría muchísimo mejor que yo. Pero qué queréis que os diga… me gusta ese aspecto del juego y yo también tiro al monte, así que algún retazo tengo que dar.
A este nuevo Arsenal se le ven ciertas similitudes (aunque siempre matizadas) con lo que Pep propuso e impuso con tiranía en el Etihad Stadium. Lo del de Santpedor en Inglaterra ha sido algo que rara vez se había visto en aquel país. Un banquillo para dominarlos a todos.
Lo que más salta a la vista en este Arsenal es la organizada presión tras pérdida, la ocupación de espacios a la hora tanto de crear juego, como de robar la pelota y la movilidad de sus atacantes.
Las llegadas de Zinchenko y Gabriel Jesus este pasado verano -procedentes del Manchester City- han tenido mucho que ver en la implantación definitiva de lo que Arteta tenía en su cabeza para este Arsenal desde el minuto uno; pero si hay un futbolista que encarna el cambio de los gunners es el polémico –¿quizás incomprendido hasta ahora?– Granit Xhaka.
Digamos que Xhaka es ese vecino al que le pedirías que te corte la leña pero que a la vez te da miedo pedírselo por si acabas en un arcón de su desván, dividido en unas preciosas bolsitas de congelar. Un mediocentro que se caracterizó por sus dotes en el arte de la carnicería y poco por el buen trato al cuero que se ha convertido, bajo la batuta de Mikel, en un centrocampista superlativo.
El ser humano es de naturaleza injusta y el «homo futbolerensis» más aún. Los palos recibidos por Arteta no parecían muy justificados ya que, pese a ese inicio complicado se ha convertido en el mejor entrenador de la historia del Arsenal en sus ciento cincuenta primeros partidos. Sus ochenta y siete victorias superan las ochenta y dos de dos auténticas leyendas como Arsène Wenger y George Graham. Los del #ArtetaOut han entrado en modo Homer Simpson, hincha de los Isótopos de Springfield, y su: «Yo siempre confié».
La impronta de Arteta comienza a ser patente y jugadores legendarios, como Wilshire, empiezan a valorar el trabajo realizado: «Ha creado una cultura donde todo es ganar y rendir», declaró recientemente.
Los números del equipo, esta campaña, también son abrumadores: disputadas catorce jornadas de liga, el Arsenal es líder con treinta y siete puntos. Su arranque es uno de los mejores de la historia de la Premier League y la biografía de la competición dice que todos los equipos que llegaron en la misma situación que los londinenses a estas fechas, se alzaron con el título de liga.
Lo que la biografía ignora, porque es tan traicionera y nebulosa como el propio destino, es que enfrente tienen al Imperio Galáctico del Manchester City. Un equipo cuya andadura estos últimos años es una marcha imperial, constante y machacona.
Un equipo que desquicia a cualquiera y que, funcionando cual martillo pilón, te obliga a rayar (cuando no superar) los cien puntos por curso… y esos son muchos puntos. Por si no hubiese suficiente dificultad, en el Manchester City milita un androide noruego más letal que la misma Estrella de la Muerte.
Lo que es innegable es que la resistencia tiene un nombre: Arsenal. También un formidable comandante: Mikel Arteta. Los gunner’, por fin, se redimen y ahora luchan contra el Imperio. Han salido del reverso tenebroso.
Que la fuerza los acompañe.
Extraordinario artículo!!!👏👏👏👏👏