Historia

Dempsey vs. Firpo, un combate homenajeado por Cortázar, Scorsese o Los Simpson

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Homer Simpson en homenaje a Firpo.

Hace cien años, en Nueva York, el argentino Luis Ángel Firpo se convertía en el primer boxeador hispanoamericano que combatía por un título mundial. No ganó, pero sus golpes hicieron volar fuera del ring al campeón Jack Dempsey. Y se metió en la historia para siempre: lo han homenajeado desde Rocky hasta Los Simpson.

La imagen es brutal: el boxeador de pantaloncitos negros aplica un derechazo a su rival, y luego otro, y luego otro más, tan demoledor que lanza al boxeador de pantaloncitos blancos fuera del cuadrilátero. Quien ha caído de forma tan aparatosa es nada menos que Jack Dempsey, el campeón del mundo y uno de los máximos ídolos del pueblo de los Estados Unidos. Quien lo ha derribado es el argentino Luis Ángel Firpo, que en los dos minutos previos de ese mítico primer round se había ido al suelo siete veces (sí, siete: eran otros tiempos, no existía la regla de las tres caídas, ni el conteo de protección) y siete veces se había puesto de pie, y había recuperado fuerzas para machacar al campeón y hacerlo volar del ring en una imagen para la posteridad.

Firpo había nacido casi 29 años antes en Junín, provincia de Buenos Aires, y era una mole de 189 centímetros de altura y cien kilos de peso. Dempsey tenía ocho meses, cuatro centímetros y quince kilos menos, y ostentaba la corona mundial desde más de cuatro años atrás. Firpo –a quien un periodista neoyorquino había apodado el Toro Salvaje de las Pampas– era el primer boxeador hispanoamericano en acceder a una pelea por un título del mundo. Dempsey es, según la revista especializada The Ring, el séptimo mejor golpeador de la historia del boxeo. Se enfrentaban en el Polo Grounds de Nueva York y los observaba una multitud de 85.000 personas. Fue hace justo un siglo: era el 14 de septiembre de 1923.

‘Dempsey and Firpo’, pintura de 1924 por George Wesley Bellows

Cuando Dempsey cayó sobre la máquina de escribir del periodista Jack Lawrence, que junto a sus colegas narraba la crónica de la pelea en tiempo real desde el ringside, comenzó una polémica interminable. ¿Cuánto tiempo permaneció el campeón fuera del cuadrilátero? Nadie lo sabe con certeza (el registro fílmico que se conserva del combate fue editado y el púgil caído parece volver de inmediato), pero las versiones más fiables afirman que fueron al menos catorce segundos. La regla de los diez segundos para recuperarse de una caída ya estaba vigente en esa época, y la suplementaba otra que otorgaba veinte segundos para retornar al ring a quien cayera fuera de sus límites. Pero esa misma regla establecía que el hombre debía regresar por sus propios medios, sin ayuda de otras personas. Y a Dempsey lo ayudaron el reportero Lawrence y también Perry Grogan, el telegrafista de Western Union sentado a su lado.

Ni siquiera está clara, de todas formas, cuál debió ser la sanción por el incumplimiento de esa regla. ¿Un descuento de puntos? ¿La descalificación? El caso es que Dempsey volvió al ring y pocos segundos después terminó ese primer asalto, uno de los primeros asaltos más violentos y más célebres de la historia. Para sumar polémica, durante el minuto de descanso el campeón fue «resucitado» por unas sales que años después serían prohibidas.

Un primer homenaje al cuadro de Bellows en Raging Bull (Toro Salvaje, Martin Scorsese, 1980)

Tras la reanudación, la pelea no duró mucho más. Firpo cayó otras dos veces y la segunda fue el nocaut. Todo acabó antes de que se cumpliera el primer minuto del segundo round. Pero esos 237 segundos fueron suficientes para que el combate quedara grabado a fuego en la memoria de quienes vivieron aquella época, y lo narraron y lo retrataron de múltiples formas hasta otorgarle un relieve mítico. Si el valor histórico de un acontecimiento deportivo puede medirse por su huella en la cultura popular, no cabe duda de que Dempsey vs. Firpo –la «pelea del siglo», o al menos la primera de las varias que recibieron ese mote– es uno de los más importantes de los que se tiene registro.

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Entre finales de 1923 y comienzos de 1924, el artista neoyorquino George Bellows inmortalizó la caída de Dempsey fuera del ring en una pintura titulada «Dempsey y Firpo». La obra también es conocida como «Dempsey entre las cuerdas», ya que muestra las piernas del campeón todavía enredadas entre las sogas del ring. En el cuadro de Bellows –quien se pintó a sí mismo, a modo de cameo, en el extremo izquierdo de la imagen– «tienes todos los detalles y un recuento vívido de la acción que es el centro de la narrativa», según escribió el periodista deportivo Alan Barra en la revista The Atlantic. «Puedes oler el sudor y el humo de cigarro, y sentir el calor que desprende la multitud presente».

Escena de Goodfellas (Uno de los nuestros, Martin Scorsese, 1990) con el cuadro de George Bellows detrás.

La pintura de Bellows –que forma parte de la colección permanente del Whitney Museum of Art, de Nueva York– es célebre. Ha sido incluida u homenajeada en innumerables sitios, desde una escena de Goodfellas, la película de Martín Scorsese, hasta una portada del año pasado de la revista The New Yorker (donde en vez de boxeadores hay jugadores de hockey sobre hielo). Pero la referencia más conocida seguramente es la de Los Simpson. Cuando Homer se dedica al boxeo, durante una secuencia de montaje que muestra su carrera sobre el ring, la escena se detiene en una imagen similar al cuadro de Bellows, con el bueno de Homer en el lugar de Firpo, el tabernero Moe en el del árbitro y el contrincante cayendo entre las cuerdas.

Por cierto: ese episodio de Los Simpson –el tercero de la octava temporada– se titula The Homer They Fall, un juego de palabras que alude a la película The Harder They Fall, de 1956. El filme (conocido como Más dura será la caída en España y La caída de un ídolo en Hispanoamérica, y basado en una novela homónima de nueve años antes) se centra en una trama de corrupción en el mundo del boxeo. En el último papel de su vida, Humphrey Bogart interpreta a un periodista que acepta «inflar» a Toro Moreno, un boxeador argentino muy parecido a Firpo que también llega a Estados Unidos en busca del título del mundo de los pesados. De hecho, si Firpo era el Toro Salvaje de las Pampas (The Wild Bull of the Pampas), a Moreno lo promocionan como el Hombre Salvaje de los Andes (The Wild Man of the Andes).

La legendaria pelea también tiene su mención en la más importante de las películas de boxeo: Rocky, de 1976. El inolvidable Mickey Goldmill, el viejo entrenador de Rocky (interpretado por Burgess Meredith), intenta convencer al personaje de Stallone de que necesita un mánager y le cuenta una anécdota de sus propios tiempos como púgil: «Deberías haber visto la noche en Brooklyn en la que saqué del ring a golpes a Ginny Russo. 14 de septiembre de 1923. La misma noche en la que Firpo sacó a golpes a Dempsey del ring. Pero ¿quién tuvo la prensa? Él. Él tenía un manager».

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Mientras en Estados Unidos el extravagante viaje de Dempsey fuera del ring representó una auténtica conmoción, para los argentinos la pelea fue un acontecimiento nacional. No solo por la popularidad de Firpo y las expectativas puestas en su desempeño, sino porque aquel fue el primer evento deportivo transmitido por radio al país. Lo recuerda famosamente Julio Cortázar en «El noble arte», texto incluido en su libro La vuelta al día en ochenta mundos, de 1967.

«En 1923 los argentinos escuchamos en transmisión casi directa desde el Polo Grounds de New York el relato del combate en que Jack Dempsey retuvo el campeonato mundial de peso pesado al poner fuera de combate a Luis Ángel Firpo en el segundo round. Yo tenía nueve años, vivía en el pueblo de Banfield, y mi familia era la única del barrio que lucía una radio caracterizada por una antena exterior realmente inmensa, cuyo cable remataba en un receptor del tamaño de una cajita de cigarros pero en el que sobresalían brillantemente la piedra de galena y mi tío, encargado de ponerse los auriculares para sintonizar con gran trabajo la emisora bonaerense que retransmitía la pelea».

La radio era por entonces toda una novedad. La primera emisión de radiodifusión (dirigida a un público masivo y sin fines bélicos) de la historia se había realizado precisamente en Buenos Aires, desde la azotea del Teatro Coliseo, tres años antes: el 27 de agosto de 1920. Por eso, en Argentina el día de la radio no se celebra el 13 de febrero –como en el resto del mundo– sino cada 27 de agosto. Por la pelea entre Firpo y Dempsey, además, el 14 de septiembre de cada año en Argentina se celebra el día del boxeador.

Un siglo más tarde nos cuesta tomar consciencia de la revolución que representó en aquel entonces la llegada de la radio. El día siguiente de la pelea, el diario La Nación explicaba que «la inalámbrica mediante la cual ha sido posible asegurar un contacto noticioso perfecto entre Nueva York y Buenos Aires consiste en un aparato de aspecto humilde que se oculta debajo del primer asiento, junto al ring. Casi podría decirse que ese aparato conoce las palabras: consta de transmisores especiales o ‘crófonos’ [sic], parecidos a los de un teléfono cualquiera. De ahí a la sección broadcasting de la Westinghouse, en Pittsburg, y de ahí directo a Buenos Aires».

Los registros de la época señalan, no obstante, que la retransmisión consistió en la lectura de los cables telegráficos que llegaban desde el Polo Grounds de Nueva York, lo que hizo que el evento radiofónico durara bastante más que la breve pelea. Y como muy poca gente tenía receptores de radio –no solo en el barrio de Cortázar– miles de personas se congregaron en sitios donde se habían instalado altavoces para propalar la emisión radial, como las sedes de los periódicos La Prensa y Crítica. Por fin el locutor («decepcionado por la derrota y temeroso de frustrar y enardecer a la multitud», según cuenta el libro Días de radio: historia de la radio argentina, editado por Carlos Ulanovsky) anunció: «Luis Ángel Firpo, el futuro campeón mundial de todos los pesos… perdió por nocaut en el segundo round».

Luis Ángel Firpo.

Una crónica del periodista Justo Piernes destaca que en Buenos Aires la pelea se vivió con tal euforia que «de los barrios salieron manifestaciones con banderas, carteles, gritos y ataúdes para enterrar al norteamericano. De pronto la línea roja paralizó los corazones. Los altavoces de los diarios completaron la noticia. Firpo había perdido y junto a él todo un pueblo. El júbilo se convirtió en llanto colectivo. Los ruidos en silencio. Todo en solo tres minutos. Los ataúdes que quedaron olvidados en las calles del centro patentizaron la primera derrota del triunfalismo argentino».

En su citado texto, Cortázar apuntó que «Firpo tuvo su hora inmortal de tres minutos» (y lo publicó un año antes de que Andy Warhol patentara aquello de los quince minutos de fama) y añadió que la pelea también dejó a «quince millones de argentinos retorciéndose en diversas posturas y pidiendo entre otras cosas la ruptura de relaciones, la declaración de guerra y el incendio de la embajada de los Estados Unidos. Fue nuestra noche triste; yo, con mis nueve años, lloré abrazado a mi tío y a varios vecinos ultrajados en su fibra patria».

«Fue un mazazo para los aficionados –añade el libro de Ulanovsky– pero una inyección para la venta de radios. Nadie se quería quedar sin el aparato, en especial en el interior [en las provincias más alejadas de Buenos Aires], donde hasta el momento las noticias tardaban hasta treinta días en llegar».

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El histórico combate de Dempsey y Firpo en Nueva York cambió la historia del boxeo en la Argentina. Tres meses más tarde el pugilismo (que había sido ilegalizado en 1892) dejó de ser una práctica clandestina y, con los años, se consolidó como uno de los deportes más populares del país –junto con el fútbol y el automovilismo– durante casi todo el siglo XX.

Después de la noche que lo convirtió en leyenda, Firpo disputó algunos combates más, unos en Argentina y otros en Estados Unidos, hasta que se retiró en 1926, a la edad de 31 años. Igual que tantos otros boxeadores, sucumbió a la tentación del regreso a los cuadriláteros: entre mayo y junio de 1936 ganó dos peleas y perdió la tercera. Ese fue el cierre definitivo de su carrera, con un récord profesional de 33 triunfos –28 por nocaut– en 40 peleas.

Firpo fue hábil para manejar su imagen y su dinero: trabajó en publicidad, teatro y cine, comercializó las filmaciones de algunas de sus peleas, tuvo un concesionario de autos de lujo y luego compró tierras en la provincia de Buenos Aires (llegó a tener 12.000 hectáreas) y las dedicó a la ganadería. Gracias a eso, gozó de una holgada posición económica el resto de su vida. Murió de un infarto a sus 65 años, en agosto de 1960. Dos décadas después, la Fundación Konex eligió a los cinco mejores boxeadores argentinos de la historia y Firpo fue parte de ese quinteto, junto a Carlos Monzón, Pascual Pérez, Nicolino Locche y Horacio Accavallo.

Jack Dempsey (Foto: Cordon Press)

Para Dempsey, en tanto, la pelea contra Firpo fue la última defensa exitosa de su título mundial. Tardó tres años en volver a arriesgarlo: y lo perdió, en septiembre de 1926, por puntos ante Gene Tunney. Un año más tarde se disputó una revancha y Tunney volvió a ganar por el fallo de los jurados. Esta pelea significó el retiro oficial de Dempsey del boxeo, aunque en los años siguientes realizó más de un centenar de combates de exhibición.

¿Qué hizo Dempsey después? Entre muchas otras cosas, se convirtió en filántropo, tuvo un restaurante y actuó como miembro del ejército estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial, lo que le permitió «limpiar» su imagen tras las críticas que había recibido por no alistarse durante la primera. A finales de los años sesenta le preguntaron por Firpo y él respondió: «Fue un gran campeón, un verdadero toro y me dio una lección importante: yo no era invencible». Dempsey murió en Nueva York en marzo de 1983, a sus 87 años, aunque para la memoria popular sigue estando –y siempre estará– entre las cuerdas, en el aire, con las piernas hacia arriba, volando desde el ring del Polo Grounds, mientras Firpo lo observa desde arriba y vive su hora inmortal.

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