Cuando ganó las elecciones presidenciales de 1970 Salvador Allende sabía que no contaba con muchos apoyos entre los poderes chilenos y tampoco entre los de Estados Unidos. La CIA ya había invertido mucho dinero en 1964 para evitar que fuera elegido presidente y el nombre de Allende llevaba tiempo subrayado en rojo en los informes que manejaba la agencia estadounidense. Nixon lo tuvo muy claro desde el momento en que se enteró de su victoria: «No vamos a permitir que un país como Chile se haga comunista por la irresponsabilidad de su pueblo. Vamos a hacer aullar su economía».
Lo cierto es que no esperaron a que Allende tomara posesión del cargo. Unos días antes, militares pagados por Estados Unidos y miembros de la extrema derecha chilena asesinaron al comandante en jefe del ejército, René Schneider. Ese fue el clima de tensión bajo el que asumió el nuevo gobierno y que, en los años siguientes, no haría más que aumentar.
Salvador Allende fue el primer socialista en alcanzar el poder a través de unas elecciones y lo hizo con un programa de corte revolucionario. No tardó en ahondar en la nacionalización de las minas de cobre que ya había iniciado el anterior presidente Eduardo Frei, líder de la democracia cristiana. Se profundizó también en la reforma agraria y se expropiaron empresas consideradas estratégicas para la economía nacional. Al mismo tiempo, desde el gobierno se invirtió en acciones de bancos, hasta llegar a controlar buena parte de este sector.
Con cada decisión del gobierno de la Unidad Popular crecía el descontento entre la alta burguesía chilena y el gobierno de Washington. Para octubre de 1972 se convocó una huelga patronal del transporte en todo el país que se prolongaría durante tres semanas. Un paso más en el intento de desestabilizar al gobierno y de provocar el colapso de la economía. Presionado por la oposición parlamentaria y extraparlamentaria, Allende llamó a fortalecer el poder popular, a contrarrestar la huelga con la creación de Cinturones Industriales y Comandos Populares, el desabastecimiento con «almacenes del pueblo» y «canastas populares». La polarización de la sociedad crecía, con el añadido de los atentados cometidos por sectores de la extrema derecha e izquierda.
Fútbol contra la tensión política
En tiempos de disturbios casi diarios, con crecientes rumores de un golpe de Estado inminente, dio comienzo la Copa Libertadores de 1973. Colo Colo era el vigente campeón de Chile, el equipo más popular del país. Como decía su entrenador, Luis Álamos, «cuando Colo Colo gana, el lunes la marraqueta (el pan) es más grande y el té más dulce». El club tenía hinchas entre las clases más poderosas, sí, pero su base social estaba entre aquellos que tiraban de un carro o los que se colgaban del micro para ir a trabajar.
En su debut, Colo Colo venció por 5-0 al otro representante chileno en la Libertadores, Unión Española. Fue tres días antes de las elecciones parlamentarias en las que la derecha confiaba en obtener una mayoría suficiente como para poder inhabilitar a Allende. El resultado final, sin embargo, no fue el esperado. La Democracia Cristiana logró la mayoría con 149 diputados, pero la Unidad Popular logró 141. Seguramente, ese día la oposición aparcó definitivamente los planes para acabar con Allende por la vía democrática y fue agitando el ruido de sables. En los meses siguientes la Democracia Cristiana utilizó su mayoría parlamentaria para frenar todas las propuestas de ley presentadas por el gobierno, condenando al país a un bloqueo legislativo.
Mientras tanto, Colo Colo seguía adelante en la Copa Libertadores a pesar de las dificultadas derivadas de la tensión política. Los paros en el transporte eran contrarrestados con la implicación de los hinchas. Igual que se ofrecían camiones particulares como improvisados medios de transporte para ir a trabajar, se habilitaban también para acudir al Estadio Nacional. Si hacía falta, los hinchas salían con horas de antelación, pero, en esa Libertadores la cancha no dejó de llenarse cada vez que jugó Colo Colo.
Después de superar la primera fase, Allende recibió a los jugadores en el palacio de La Moneda. El presidente estaba encantado con la actuación del equipo y con que sus partidos permitieran distender un poco el ambiente político. No en vano, a esas alturas la actuación de los «Albos» en la Libertadores era el único acontecimiento capaz de desviar la atención de la crisis política, de las colas para comprar alimentos o de las continuas huelgas. También de los rumores de golpe de Estado o de atentado contra el presidente. «Mientras Colo Colo gane, el ‘Chicho’ está seguro» les transmitió aquel día en La Moneda Allende a los jugadores.
Entre la plantilla, la política no era un tema de conversación habitual, aunque había una mayoría de partidarios de la Unidad Popular. Algunos, como Véliz, Herrera o Páez, eran admiradores de Allende. Otros, como Carlos Caszely, habían llegado a involucrarse en la campaña electoral de la UP.
Después de la recepción en La Moneda Colo Colo voló a Brasil para enfrentarse en Maracaná al Botafogo de Jairzinho, Marinho o Dirceu. En la primera parte el árbitro anuló un gol del «Chamaco» Valdés, pero Caszely volvió a marcar, ante el silencio del estadio. Valdés hizo el segundo de penalti y aunque Botafogo acortó distancias, no pudo evitar la victoria de Colo Colo, la primera de un equipo chileno en el mítico Maracaná. Al volver al hotel el equipo recibió el telegrama enviado por Allende: «hágoles llegar más cordial y calurosas felicitaciones brillante victoria obtenida esta noche. Orgulloso comportamiento demostrado como deportistas y dignos chilenos. Afectuosamente Dr. Salvador Allende, Presidente de Chile».
«El Chicho» los esperaba en Santiago para una nueva recepción, un nuevo apoyo del presidente al equipo que acaparaba la atención del país, pendientes de la que podía ser la primera clasificación chilena para la final de la Libertadores. El presidente de la federación de fútbol, el demócrata cristiano Francisco Fluxa, en cambio, obligó a que los internacionales viajaran directamente a Miami para disputar un amistoso con la selección. Teniendo en cuenta que Colo Colo aportaba al combinado nacional once jugadores, además del entrenador, aquella decisión impidió la recepción de Allende al equipo.
De la huelga de El Teniente a la final de la Libertadores
El 18 de abril se convocó una nueva huelga, esta vez en la nacionalizada mina de cobre de El Teniente. Era la principal fuente de riqueza del país y el descenso en la producción provocado por la huelga podía poner en serias dificultades al gobierno. Días más tarde se convocó una manifestación en apoyo de Allende, que terminó con un trabajador muerto tras la respuesta de sectores de la ultraderecha y de la policía.
Con la izquierda dividida entre quienes apoyaban al gobierno y quienes pedían incrementar la lucha popular, con los huelguistas provocando enfrentamientos diarios con la policía, Colo Colo afrontó los dos últimos partidos de las semifinales de la Libertadores, en el Estadio Nacional frente a Cerro Porteño y Botafogo. Venció a los paraguayos por 4-0. Frente a Botafogo los dos goles de Dirceu y un tercero del «Lobo» Fischer ponían contra las cuerdas a los «Albos», pero lograron el empate a tres definitivo en el minuto 89. Colo Colo se había clasificado para la final de la Copa Libertadores. Enfrente estaría el defensor del título y tres veces campeón, Independiente de Avellaneda.
El 21 de mayo Allende compareció en el Congreso, un día antes de volar a Buenos Aires para estar presente en la toma de posesión del nuevo presidente argentino, Héctor Cámpora. Ese mismo día Colo Colo disputó en Avellaneda el partido de ida de la final de la Libertadores. Quien no haya visto un partido de esta competición, quien no conozca lo que ha sido durante muchos años, no tendrá idea de lo que vivían los equipos visitantes. Hinchas impidiendo dormir a los futbolistas la noche anterior, hostigamiento al autobús del equipo camino del estadio, vestuarios a oscuras y sin agua caliente y un recibimiento al saltar al césped capaz de amilanar a cualquier ser humano eran prácticas habituales en estas ocasiones. Mucho más tratándose de una final.
Colo Colo logró un importante empate a uno aquel día frente a los Santoro, Pavoni o Bertoni, pero a los jugadores chilenos todavía les hierve la sangre al recordar la expulsión que sufrió Ahumada o el gol marcado por Independiente, con el argentino Mendoza empujando al portero chileno para conseguir que el balón entrara en la portería. Al acabar el partido, Allende recibió a la plantilla en la embajada chilena de Buenos Aires para celebrar el buen resultado.
Al día siguiente, el presidente del Senado advirtió a Allende de que, si continuaba con la expropiación de empresas, se le acusaría de saltarse la constitución. El 28 de mayo un grupo de altos mandos militares retirados escribieron una carta pública dirigida al presidente en la que se consideraban autónomos para tomar cualquier decisión en caso de que el presidente quebrantara la constitución. El miedo a un golpe de Estado aumentaba y a día de hoy son muchos, con el periodista chileno Luis Urrutia O’Nell a la cabeza, los que defienden que fue la expectación por la trayectoria de Colo Colo en la Libertadores la que permitió retrasarlo.
El partido de vuelta, en el Estadio Nacional, se disputó un día después de la publicación de aquella carta. Osvaldo Ardizzone, histórico periodista de la revista argentina El Gráfico, describió de esta manera el ambiente previo: «Nunca había visto un clima así. En país alguno, por más final importante que estuviera en juego. Nunca había visto un país entero viviendo el partido varios días antes». Se puede entender que los militares chilenos prefirieran esperar a que pasara la final para dar el golpe.
En la cancha a los jugadores argentinos les esperaba un clima parecido al que habían sufrido los chilenos en la «Caldera del Diablo» de Avellaneda. La salida al terreno de juego estaba cerrada y los jugadores de Independiente debieron entrar por la tribuna, entre aficionados de Colo Colo. Una vez iniciado el partido Carlos Caszely logró batir la meta de Santoro, pero el gol fue anulado. Ninguno de los dos equipos consiguió mover el marcador, lo que obligaba a jugar un tercer partido en terreno neutral. Tal vez Allende se alegró de que se prolongara la final, nunca lo sabremos. Los jugadores de Colo Colo, en cambio, se lamentaron por la oportunidad perdida.
Una semana más tarde se disputó el tercer partido en el Estadio Centenario de Montevideo. Horas antes llegó al hotel de concentración el telegrama de Allende: «Esta noche estaré alentándoles como todos los compatriotas. Al reiterarles mi estímulo, recuérdoles cualquiera sea el resultado ustedes ya hicieron mucho por Chile».
Los jugadores de Colo Colo saltaron al campo con una gran bandera uruguaya y con ellos había viajado el arriero chileno que unos meses antes había encontrado a los jugadores de rugby uruguayos perdidos tras el accidente de avión en los Andes. Eran estrategias para ganarse al público local que no surtieron demasiado efecto, porque Independiente, con un jovencísimo Bochini entrando de suplente, marcó en la prórroga el gol que deshacía 270 minutos de igualada. Colo Colo se quedó a las puertas de la Libertadores.
El golpe
Después de la derrota se precipitaron los acontecimientos. Los militares tardaron apenas tres semanas en dar el golpe de Estado. Fue el conocido como «Tanquetazo», que se cobró más de 20 víctimas, entre ellas la del cámara argentino Leonardo Henrichsen, que grabó su propia muerte a manos de un militar chileno. El gobierno fue capaz de aplacar aquel golpe y una vez logrado, una multitud se echó a la calle en su defensa al grito de «Allende, Allende, el pueblo te defiende».
El 2 de agosto el presidente quiso aplicar el estado de sitio, pero fue rechazado por el Senado. Algunos sectores de la izquierda pedían armar al pueblo para defender a su presidente, pero Allende siempre se negó. El día 22 la cámara baja lo acusa de quebrantar la constitución. Al día siguiente renuncian los militares leales al gobierno, Prats, Piquering y Sepúlveda. Pinochet asume como comandante en jefe con la confianza del gobierno en su lealtad. El 11 de septiembre se produce el golpe de Estado definitivo. Allende resiste en La Moneda, hasta que se quita la vida. Mientras en Washington ponían el champagne a enfriar, el presidente chileno tuvo tiempo de despedirse por radio de su pueblo: «Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales, ni con el crimen, ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor».
Es de sobra conocido lo que significó la dictadura que empezó aquel día. «Chile se acabó en 1973» decía el poeta Armando Uribe. A Colo Colo el gobierno de Pinochet también le pasó factura. El estadio Nacional se convirtió en siniestro centro de detención y tortura. El equipo del 73 se fue desmantelando y el club fue, primero privatizado y más tarde intervenido por el Estado. Caszely se marchó al Levante y luego al Espanyol. Su apoyo a la Unidad Popular y las críticas a los militares no pasaron de largo y su madre fue detenida y torturada. Como había augurado Allende, volvieron a abrirse las grandes alamedas, pero debieron pasar 17 oscuros años. Unos meses después de la vuelta a la democracia Colo Colo se proclamó campeón de la Copa Libertadores.
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