Historia

Petr «Escupitajo» Sokolov, defensa de la selección rusa zarista y agente secreto antibolchevique

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La selección rusa que acudió a los Juegos Olímpicos de 1912. Sokolov es el segundo por la izquierda.

Rubio, alto, de 1.93 metros y complexión fuerte. Petr Sokolov había combinado el boxeo con el fútbol, deporte al que se dedicó finalmente y en el que llegó a ser el defensa central de la primera selección rusa. En los años 10, el fútbol era un deporte todavía moderno y novedoso en Rusia. Lo acababan de introducir los ingleses, que organizaron los primeros campeonatos. Decidirse por el balón fue clave en su vida. No solo disputó partidos con la selección nacional en los años del Zar. Luego, cuando su familia sufrió las consecuencias de la Revolución de 1917, esos contactos con británicos le sirvieron para ingresar en el MI6 y a partir de ahí dedicar el resto de su vida a luchar contra los bolcheviques.

Sokolov fue, de hecho, considerado el mejor futbolista del imperio ruso. Su debut se produjo en 1909 con el Udelnaya y, dos años más tarde, fichó por el Unitas, con el que se proclamó campeón de San Petersburgo y Rusia y de la Copa de Primavera, trofeo que levantó en tres ocasiones. Ambos clubes eran propiedad de industriales británicos. Esta hoja de servicios le llevó a una selección rusa que daba sus primeros pasos con gran pesar. Por ejemplo, en un amistoso que disputó Sokolov, Inglaterra les metió once goles a cero. Cuando fueron a los Juegos Olímpicos, el entrenador, Geirgiy Duperron, les preparó para perder con honor. Su siguiente encuentro fue contra Finlandia, contra quienes perdieron 2-1, y un tercer partido, contra Alemania, se saldó con un 16-0 demoledor. En los medios, los rusos se quejaron de que les pitaban demasiados empujones a los rivales. Sokolov disputó dos encuentros internacionales más, una derrota contra Noruega, 2-1, y otra paliza, esta vez a manos de Hungría, 12-0.

El Unitas de San Petersburgo campeón en 1913.

Su mote como futbolista fue «Escupitajo» por su hábito de soltar salivazos antes de los lanzamientos a balón parado. Según rg.ru, sus contemporáneos lo describían como «un jugador con mucha clase, excelente velocidad en defensa, gran golpeo de balón, va muy bien de cabeza, no pierde la concentración ni en los momentos más críticos». Tanto él como la selección tenían la vista puesta  en los Juegos Olímpicos de 1916, pero estos no se celebraron por el estallido del conflicto de 1914.

Durante la Primera Guerra Mundial, ingresó en una escuela de oficiales en la que se graduó en 1917, justo cuando se inició la Revolución. Con el rango de teniente, sirvió en la contrainteligencia militar y, cuando se desencadenó la Guerra Civil Rusa, se alineó con el Ejército Blanco. Era un monárquico «ardiente», cuentan las crónicas, su padre era consejero de Estado del zar. Durante el conflicto, gracias a sus relaciones, comenzó a colaborar con los servicio secretos británicos. El artículo ruso citado, señala que Sokolov en las actividades clandestinas actuaba de forma completamente contraria que como futbolista. Era discreto y eficaz, mucho más tranquilo y sobrio, frío y calculador a cada paso.

No hay información clara sobre cómo lograron convencerle. Se sospecha que la familia Charnock, británicos que vivían cerca de la embajada en San Petersburgo, tuvo que ser quien le descubriera. Uno de ellos, Harry Charnock había sido el creador de la primera liga de fútbol rusa y era el gerente de la fábrica textil Nikolskoe. A partir de aquí, lo más probable es que fuese reclutado por el capitán George Hill, quien le puso a las órdenes del agente del MI-6, Paul Dukes, conocido como «El hombre de las cien caras».

Petr Sokolov

Bajo la tapadera de profesor de piano en el Conservatorio de Petrogrado (San Petersburgo), Dukes se infiltró en el PCUS, el Komintern y la Cheka. Además de pasar valiosa información a Londres sobre las sesiones del Politburó, se encargaba de organizar fugas de opositores al régimen de las prisiones soviéticas y llevarlos hasta Finlandia por rutas de huida. Sokolov se convirtió en su mensajero operando desde la localidad fronteriza con Finlandia de Terijoki. Precisamente por ella, pasó Lenin en abril del 17 para entrar en Rusia.

Sokolov llegó a Terijoki en 1919, después de haber supuestamente desertado para incorporarse al MI-6. En este lugar de largos inviernos, el futbolista llevó una doble vida. Por un lado, fingía ser un campesino más que trabajaba sus tierras, por el otro se dedicaba al contrabando para financiar sus actividades. Era muy consciente de que en la Rusia bolchevique faltaba de todo y el estraperlo se convirtió en un negocio muy lucrativo. En 1922, se compró una casa de campo a cinco kilómetros de Terijoki y se casó con la hija de un comerciante, María Nosova. Ahí fingía que no tenía ningún interés en la política, realizaba las tareas del campo como cualquier otro campesino, incluso vestía harapiento como ellos. En The Birth of the Soviet Secret Police de Boris Volodarsky se cuenta que llegó a formar un club de fútbol, el Terijoki, formado por chavales jóvenes. Ese fue su modus operandi para el reclutamiento de nuevos agentes, ya que aunque anduviese con la azada seguía disponible para la inteligencia británica.

En estas operaciones, su cometido eran misiones como remontar el canal de Petrogrado en un bote de remos para sacar de la URSS los despachos de Dukes y entregarle dinero para que siguiera con sus actividades. Eso era bastante más duro que cualquier partido de fútbol, cuarenta y ocho horas remando sin comer y sin dormir, según cuenta Michael Smith en Six, The Real James Bonds 1909-1939. En una ocasión, reclutó para estas misiones a dos compañeros futbolistas, los hermanos Afnasy y Georgy  Khlopushin, que fueron descubiertos y a uno le cayeron diez años de cárcel.

También hay información detallada de estas operaciones en el libro Operation Kronstadt: The True Story of Honor, Espionage, and the Rescue of Britain’s Greatest Spy, The Man with a Hundred Faces de Harry Ferguson. El episodio más importante en el que participó el futbolista fue la revolución antivolchevique que se produjo en Kronstadt en 1922. Ciertamente, el material de este volumen, sin duda, merecería una buena serie o película. Ahí se retrata a un Sokolov que conocía como la palma de su mano toda la región y podía diseñar planes de huida de la Rusia bolchevique a través de trineos sobre aguas heladas con la colaboración de sus socios contrabandistas. Para sus encuentros clandestinos con Dukes dentro de Rusia, alguna vez el inglés tuvo que alojarse una semana en las criptas del cementerio de Smolensk, en otras empleaba un apartamento que tenía alquilado desde su época de estudiante en la Isla Vasílievski. Desde ahí, acudía a su encuentro en los jardines del Palacio de Invierno. Sokolov fingía ser soldado de permiso y Dukes un anciano en la indigencia. Cuando, finalmente, tuvieron que escapar porque su red había sido descubierta estuvieron a punto de ser fusilados in situ por tropas letonas a las órdenes de un comandante completamente borracho desde primera hora de la mañana. Nadie se hubiera enterado de su muerte, porque tenían orden de disparar a todo lo ruso que se moviera y Dukes estaba acompañado de dos, Sokolov y otro compañero, por lo que les tomaron por espías rojos.

Imagen de Sokolov cuando trabajaba para Duke.

La cuestión es que el libro lo deja aquí, bebiéndose el vodka de ese comandante cuando por fin se aclara el malentendido. Incluso se le rinde un bonito homenaje, cuando se cuenta que Augustus Agar, el otro héroe de la Operación Kronstadt, en recuerdo de su colaborador futbolista acudió a ver un partido entre Suecia y Estados Unidos para recordar a su amigo. Al final, se dice que siguió trabajando para el MI6 en la Segunda Guerra Mundial. Era cierto, pero había algo más.

Cuando los soviéticos exigieron que se extraditase a Sokolov desde Carelia, los finlandeses obedecieron, pero lo mandaron a Helsinki. Se sabe que allí, en la capital, Sokolov trabajó a las órdenes de Nikolai Bunakov, el hombre de la inteligencia británica en Finlandia. Durante los años 20 y 30, entrenó más agentes para infiltrarse en la Unión Soviética, mientras al parecer trabajaba en una fábrica de tabaco. En ese momento era uno de los máximos objetivos del NKVD porque, agentes formados por él, habían sido detenidos y habían cantado en los interrogatorios. Sokolov era un padre para esos rusos emigrados, a muchos los había reclutado precisamente organizando torneos de fútbol, levantando pesas, boxeando, cantando en corales o actuando en grupos de teatro, no podía ser más activo y sociable, pero la cheka era bastante efectiva.

En 1936, recibió la ciudadanía finlandesa y, en 1940, era un hombre importante en la inteligencia militar de este país a las órdenes de Kalle Lehmus. Desde que los soviéticos bombardearon Helsinki, le pidieron que colaborase con la propaganda de guerra desde la radio, de esas sesiones de propaganda antisoviética en la emisora Lahti hay una de las pocas fotografías que se conservan del entonces exfutbolista. No obstante, en 1939, el capitán de la selección rusa zarista de 1912, Mikhail Butusov, declaró haberlo visto en San Petersburgo/Petrogrado al lado de su casa. Cuando lo vio, le saludó y Sokolov escapó del lugar. La mujer de Butusov anotó que nunca había visto a su marido tan asustado, como si hubiera visto a un fantasma. La cuestión es que sabía que su compañero de vestuario había escapado de la URSS y que estaba con la Guardia Blanca. Parece que Butusov le dijo a su mujer que se encerraran en casa y no le abrieran la puerta a nadie ni contestaran llamadas de ningún tipo. Butusov era el hermano menor de Petr Butusov, autor del gol contra Finlandia en los Juegos Olímpicos.

En el libro Traidores o víctimas de la guerra: cooperación con el enemigo en Karelia durante la Segunda Guerra Mundial de Sergei Verigin, se explica su nuevo cometido cuando los ingleses desplazaron sus labores de inteligencia a otras latitudes. Durante la Guerra de Continuación, el Estado Mayor del ejército finlandés se vio necesitado de la mayor cantidad de información posible sobre los planes del Ejército Rojo. En 1942, llegó a tener a pleno rendimiento seis escuelas de inteligencia que contaban con un gran número de profesores rusos, tanto prisioneros de guerra como oficiales del Ejército Rojo que habían desertado. La más grande de las seis fue Petroskoi/Äänislinna, que llegó a formar a 300 agentes. El defensa central fue uno de los profesores con los que contaron.

Sokolov, en la radio en Finlandia.

El dato que no aparece en el libro británico es que, cuando los nazis lanzaron la Operación Barbarroja, Sokolov comenzó a colaborar con la Abwehr, el servicio de inteligencia militar del III Reich. Estaba previsto que, tras la toma de Leningrado, que creían inminente, Sokolov se infiltrase en la ciudad cuando se rompieran las líneas con el objetivo de apoderarse inmediatamente de los archivos del NKVD. Lógicamente, la misión nunca se pudo llevar a cabo porque Leningrado resistió. Pese a la derrota, bajo los nombres de Sr. Kolberg, Sr. Simolin, Solovyanov o Capitán Erickson siguió haciendo lo mismo que hacía para los finlandeses, formar espías, pero esta vez para los nazis. Parece que tuvo varias reuniones en Alemania con el general Andréi Vlásov, alto mando soviético que tras ser capturado en el sitio de Leningrado desertó para colaborar con los nazis con la creación del Ejército Ruso de Liberación. Sokolov habría seleccionado soldados para estas tropas entre los prisioneros soviéticos en manos alemanas.

Cuando concluyó la II Guerra Mundial, Sokolov estaba fichado por el KGB y categorizado como peligroso enemigo del Estado. En ese momento, escapó de Finlandia y se estableció en Suecia, en Enköping, cerca de Estocolmo. Había aparecido, evidentemente, en la Lista Leino, una serie de veintidós nombres que Andréi Zhdánov, presidente del Soviet Supremo de Rusia, exigía a Finlandia que se pusieran inmediatamente en manos de la SMERSH, el servicio de contrainteligencia creado por Stalin. Yrjö Leino era un furibundo comunista finlandés que se puso inmediatamente a capturar a todos esos hombres acusados de crímenes de guerra o espionaje para el III Reich. Solo Sokolov logró escapar.

Tumba en Suecia de Sokolov y su mujer sueca, bajo su nuevo nombre: Paul Sahlin.

Volvió al lugar donde defendió los colores de su selección en los Juegos Olímpicos, Estocolmo. Allí, trabajó como masajista en un club de fútbol local, el Enköpings SK FK, una localidad a 40km. de la capital, con un nombre falso, Paul Sahlin, que le había proporcionado la sueca con la que se casó, Götta Sahlin, con quien tuvo otros dos hijos. Fue perfectamente localizado por la inteligencia soviética, pero Suecia era imposible que lo extraditara. Tal vez por eso, temió toda su vida al KGB, a que fuera a buscarlo con la intención de resolver su problema sobre el terreno. Tomó tantas precauciones que se cuenta que las hijas de su anterior matrimonio, durante este periodo, solo lograron reunirse con él en dos ocasiones contadas. Dukes le había dado un consejo cuando le formó como espía. «Cuando la cosa se ponga mal, huye sin decir adiós». Algo que un futbolista entiende perfectamente y Sokolov se tomó al pie de la letra. Murió de un tumor cerebral en 1971.

 

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