Alcalá de Guadaíra, noche cerrada. Otoño de 2004. Durante unos minutos, el añorado Francisco Bono soñó con la gesta de un equipo que obligó al Real Betis a jugarse el pase a la siguiente ronda copera en una tanda de penaltis de impredecible resultado. Y es que el CD Alcalá, conjunto que hace casi dos décadas militaba en 2ªB, se había ganado el derecho a ser portada de periódicos a la mañana siguiente. Desgraciadamente, la lógica acabaría imponiéndose. El cuadro panadero pagaría su falta de puntería ante Toni Doblas y el equipo que, meses después, acabaría ganando la Copa del Rey. Un conjunto que pasaría en apenas unos años de la zona media de la tabla clasificatoria de la tercera categoría de nuestro balompié… al pozo de esas divisiones de las que nunca se sale. Competiciones poco adecuadas para una entidad deportiva con tanta solera.
Muchos se preguntarán, ¿por qué hablamos de un modesto club de fútbol en un reportaje que glosa los días de vinos y rosas de un elenco que durante un tiempo fue de los mejores del panorama balonmanístico mundial? Simplemente, porque ambos compartían patrocinador: El Cemento Portland, el único nexo de unión entre dos curiosos «primos lejanos». El mejor pretexto para acordarnos de la Sociedad Deportiva Cultural San Antonio. Entidad deportiva navarra que, entre 1998 y 2007, no paró de acumular portadas de periódicos, horas de radio y televisión, protagonismo en una red de redes que comenzaba a ganarle cuota de mercado a los medios de comunicación de toda la vida. Una entidad de las muchas que poblaban el panorama de nuestro balonmano nacional que tardó más de 30 años en estrenarse en la máxima categoría (se fundó en 1955 y no ascendió hasta 1989). Incluso tuvo que sumar un nuevo ascenso para alcanzar la gloria el día de los enamorados de 1999.
Ese inolvidable 14 de febrero, Día de los Enamorados para mayor casualidad, con el Pabellón Pisuerga de inmejorable testigo, los navarros sumaban su primer título (luego vendrían una decena más). Una Copa del Rey ante el FC Barcelona de Valerio tras el 32-29 del pitido final (tuvo que remontar cuatro tantos en contra en el ecuador de la segunda mitad). Los Mainer, Barbeito, Villaldea, Alberto Martín, Kisselev, Errekondo, José Carlos Fernández, Olalla, Jáuregui, Bartolomé, Ambros… y el carismático Zupo Equísoain en el banquillo pasaron a la historia de una entidad que ya pintaba bien años atrás. Y es que no es cuestión de olvidar que en la 97/98 rozó la Liga y la Copa. Dos galardones que se escaparon ante el cuadro culé cuando perfectamente se hubieran podido convertir en la mejor recompensa tras una complicaba travesía por el desierto de la incertidumbre económica-deportiva del que salieron gracias a los apoyos económicos de Lagun Aro y de, principalmente, la cementera Portland. Por cierto, tendrían que haber sido tres Copas y no una. Porque si complicado les resultó a los inquilinos del Pabellón Universitario de Navarra doblegar al elenco culé en la final, qué decir de los cuartos de final y de las semifinales a orillas del Pisuerga. Choques en los que hubo que tirar de muchas cosas para pasar por encima del Ciudad Real (30-29) y el Caja Cantabria (30-28, tras la disputa de una emocionante prórroga).
«Aquella Copa fue el punto de inflexión para que el club adquiriera prestigio y respeto. Fue una satisfacción tremenda, un paso de gigante en el crecimiento del club. Supuso el conseguir un éxito a corto plazo tras haber sido ya subcampeones de Liga y Copa la temporada anterior. En aquella final de Valladolid se comenzó a fraguar el Portland San Antonio campeón. Ver a mucha gente llorando de alegría, satisfacción y euforia fue un momento emocionante, inolvidable», rememoraba hace algunos años un Equísoain que tampoco se olvidada de dos elementos claves de una gesta impensable cuando San Antonio era un equipo más de Primera B. «El trabajo dentro del club estaba muy estructurado y definido. Y ahí hubo dos personas sin las que no se hubiera logrado y que hay que recordar: Fermín Tajadura, artífice de un Portland grande y que era quien gestionaba el dinero, y Carlos Mangado, que se encargó de buscar ese dinero mediante el marketing y los patrocinadores», enfatiza al respecto.
Sin el salvoconducto que dejan los éxitos y los buenos resultados y la excelente gestión en los despachos de los anteriores por Navarra no se hubiera podido disfrutar del mejor jugador del momento en las primeras estribaciones del presente siglo. El jugador que más veces ha jugado con la selección de balonmano de Francia (417 partidos), con la que anotaba 787 goles y conquistaba una medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de 1992 y dos campeonatos del mundo (1995 y 2001). Jackson Richardson, que durante su estancia en el Portland sumó la nada despreciable cifra de ocho títulos. Una Liga de Campeones (2001), dos Ligas Asobal (2003 y 2005), una Copa del Rey (2001), una Supercopa de Europa (2000), una Recopa de Europa (2004) y dos Supercopas de España (2001 y 2002). Para quitarse el sombrero.
El galo, que en su momento apostó por seguir ampliando su palmarés en Navarra antes que defender la camiseta de otros grandes del Viejo Continente, era uno más en un vestuario plagado de grandes profesionales: Bata Obucina (ya fallecido), Chechu Villaldea, Juancho Pérez, Oleg Kisselev, Mateo Garralda, Gedeón Guardiola… Resulta impensable que, en España, un equipo que no sea el FC Barcelona tenga el músculo financiero necesario para contar en su vestuario con lo más granado del balonmano mundial.
Desgraciadamente, la historia volvería a repetirse. Y es que lo anterior posiblemente explique que otro equipo patrio que ganara la Copa de Europa, como anteriormente le había sucedido al TEKA, fuera presa de las deudas y del deseo incontrolado de alternar con los mejores a costa de pagar lo que no se podía. Con la mente puesta en que la Copa de Europa ganada ante el Barcelona en el Palau Blau Grana en 2001 tuviera compañía en las vitrinas de una entidad que echó el cierre en 2013. Hace exactamente una década. «Las circunstancias han cambiado, los recortes económicos están ahí y se avecinan tiempos apretados para el balonmano en general. Por eso los objetivos quizá haya que variarlos, quizá el éxito a partir de ahora esté en el tercer puesto. No creo que haya que rasgarse las vestiduras ni desilusionarse. El reto es cumplir esos objetivos», ya vaticinaba Juancho Pérez antes de marcha del Portland en 2009. Sus palabras no pudieron ser más proféticas.
El San Antonio Club Deportivo es el heredero desde 2017 de otro club de balonmano que tocó con la palma de la mano la gloria y al que vivir alejado de su realidad económica convirtió en un bonito recuerdo del pasado. De cuando las Ligas, las Copas y demás competiciones las podían ganar otros que no fueran el Barcelona y su insuperable sección de balonmano.
Navarra, siempre tierra de balonmano, nunca olvidará a una entidad que osó robarle el protagonismo deportivo en la Comunidad Foral al mismísimo Osasuna, que convivió en la élite con el histórico Anaitasuna y que no pudo sacarle un mayor rédito a la perfecta conjunción entre un patrocinador sólido (nunca mejor dicho) con un grupo de directivos ambiciosos… por mucho que incluso se quedara sin una sede en la que mostrar sus trofeos.