Montañismo y exploración polar son dos actividades rodeadas de un halo de leyenda. Quienes las emprenden suelen considerarse una mezcla entre superhumano y aventurero, el perfil con el que identifican a sus héroes históricos, Shackleton, Admunsen y Scott, Edmund Hillary. Hay quien se dedica a emularlos, como Ramón Hernando de Larramendi, cuya profesión es, precisamente, explorador polar. Y que ayuda a la investigación científica de la Antártida y el Polo Norte con su trineo de viento. También tenemos a los que «solo» son alpinistas, como Edurne Pasabán o Juanito Oiarzabal, ambos pertenecientes a ese reducido elenco que han coronado los catorce ochomiles. Metahumanos que han subido las catorce montañas más altas de la Tierra y han vuelto para contarlo. Y luego están los que pagan. Porque en estos tiempos de postureo y redes hasta eso ha cambiado, y casi cualquiera puede ser un Shackelton, es un decir, si tiene un mínimo de preparación física y una cuenta corriente saneada. Pagando a esas empresas que ya operan en todas las latitudes heladas para que te des el gusto de creerte un metahumano.
Hoy el hielo es sobre todo un negocio turístico. La foto de una cola de alpinistas subiendo el Everest ya no figura ni en las noticias, pero se sigue repitiendo año tras año. Algún alpinista de verdad se habrá colado ahí, pero lo más posible es que no. Si puedes pagarte un helicóptero o medio similar de transporte hasta el campo base, eres capaz de correr cualquier carrerilla popular de cinco kilómetros, te compras el adecuado equipo de alpinismo, también bastante caro, y contratas a los sherpas, lo tienes hecho. La población local sube y baja del monte sin problemas, y te lleva las botellas de oxígeno que necesites para respirar allá arriba. Tú solo paga. Entre 40.000 y 60.000 dólares, depende de si vas en grupo o en solitario. O hasta 100.000 si contratas a un alpinista profesional occidental para que te guíe. No será un Juanito ni una Edurne, pero sí parecidos. Y lo que vas a presumir cuando bajes contando que has coronado el Everest. Como directivo de empresa, emprendedor o influencer, que últimamente también llegan de esos, hasta puede que lo rentabilices. Es este tipo de gente la que viene por aquí en estas condiciones, nada que ver con los profesionales o deportistas reales.
Y ya son tan importantes para la economía de Nepal que han generado un millón de empleos y dos mil millones de euros de ingresos. De hecho este ha sido el país al que más catastróficamente afectó el parón del coronavirus, porque allí no hay mucho más de qué vivir. Para hacernos una idea de la dependencia nepalí de esta actividad, la primera vez que se coronó el Everest por Edmund Hillary, neozelandés, en 1953, quien llegó con él a la cima fue el sherpa Tenzing Norgay. La siguiente generación, nacida a finales de los setenta, ya pudo beneficiarse de la riqueza generada por el negocio sherpa, y hoy dos de ellos figuran en la lista de los catorce ochomiles, como alpinistas profesionales.
La turistificación del Himalaya, que empieza a ser como Venecia, solo le faltan los torniquetes, ha hecho crecer el interés por otras alternativas, los ironman del hielo. Ironman es una de las pruebas más extremas para no profesionales, casi cuatro kilómetros nadando, ciento ochenta de bicicleta y un maratón clásico de cuarenta y dos kilómetros y doscientos metros. Todo eso en un solo día. Si quieres un equivalente en exigencia física, pero con mucho más frío, solo tienes que prepararte. A soltar pasta. Optando por una de las opciones más caras, a unos cientos de kilómetros del Polo Sur, en la Antártida, por algo más de 18.000€, solo la inscripción. Antartic Ice Marathon. Gastos de viaje hasta el punto de encuentro, Punta Arenas en Chile, corren de tu cuenta. Lo mismo que alojamiento adicional, equipo, seguros, y cuando necesites para sobrevivir, ya que al fin y al cabo correrás en un desierto helado. Hay un gasto previo para quienes vivimos en climas cálidos, la adaptación a correr en frío.
Como país carecemos de áreas que se mantengan en temperaturas continuas de -20ºC, que es la media diurna en el trayecto del maratón antártico. De hecho a dos corredores profesionales, Juan Antonio Alegre, «Chinotto» y Miguel Caselles, les sacaron en la tele -era 2008- porque se entrenaban en un almacén congelador de Mercamadrid, el punto de distribución alimentario de la capital, sobre una cinta de correr. Pero esta referencia no debe llamarnos a equívocos. Como en los maratones o carreras populares masivas, tan solo un porcentaje de los corredores son realmente deportistas, la mayoría constituyen simplemente aficionados. Muchos tenemos algún amigo o conocido que empezó corriendo en la San Silvestre, sumó carreras populares en todo el país, y acabó haciendo maratones. Con ganas y recursos pueden llevar su afición a cualquier lugar del planeta.
Pero consideremos también las carreras más comerciales, estas donde ni siquiera necesitas la preparación maratoniana, que se tarda bastante tiempo y esfuerzo en alcanzar. Yukon Artic Ultra es una de las que más te aproximará a ser un héroe de hielo, por dos motivos. Vivirás lo que Jack London narraba en sus novelas, la ruta de los buscadores de oro del Yukon. No hay trineos de perros, pero puedes elegir entre ir a pie, en bici de montaña o en esquí de travesía. La inscripción al maratón es económica, solo doscientos euros, para la mayor distancia esa cuota asciende a 2.700. Al viaje hasta allí, alojamiento y equipo debes sumarle, advierte la organización repetidamente, un seguro para la evacuación de emergencia por si te pasa algo.
Esto es territorio estadounidense, donde la norma es que lo público no exista y te apoyes en lo privado, hasta para los rescates. En su publicidad anuncian que el reto transcurre a temperaturas de hasta -40ºC, aunque esa es la media nocturna, de día son -23ºC. ¿Demasiado frío? No hay problema, la edición europea de la Artic Ultra se celebra en Suecia, y sus -2ºC la hacen más asequible. En este caso la inscripción solo admite las dos rutas largas, de 185 y 500 kilómetros, entre 1650 y 2650 euros. Pensadas para esquí de travesía y bicicleta. En cuanto a forma física, pues no es para gente que no se mueve del sofá, pero hay suficientes puntos de abastecimiento, indicaciones en la ruta y apoyo organizativo como para que llegues al final y te creas el rey del mundo. Esta vez con Rose dejándote sitio en la tabla.
Hace años que maratones y carreras populares se han convertido en un jugoso negocio. Cuando participan más de cinco mil personas solo hay que multiplicar la cuota de quince euros por ese número para entender que son un buen negocio para los organizadores, y como promoción turística para el ayuntamiento de turno, y publicidad para los patrocinadores. Así que siguiendo el ejemplo de una de las más antiguas, el Maratón de Nueva York, se han replicado en todas las áreas heladas disponibles, ambos polos y sin distinguir países. El Maratón del Círculo Polar Ártico si no es el más famoso al menos es el que tiene el eslogan más genial, The Coolest Marathon on Earth. El paquete de cinco días, a 2.195€, que como todos los demás no incluye transporte hasta el punto de encuentro, Copenhague. Pero con el que puedes contratar excursiones adicionales para un safari por la tundra, ver un glaciar, la ciudad, o el tour de las auroras boreales. Para ponértelo más fácil puedes hacer el maratón clásico, la media maratón, o ambos si eres de los tipo ironman. Sin quitarle belleza al asunto esto consiste básicamente en correr rodeado de nieve en la tundra, que es una llanura infinita, sin cambio de luz porque está demasiado al norte como para que anochezca. Con crampones en las zapatillas en gran parte de los tramos, que para quien no lo sepa son unos pinchos de acero que impiden que te resbales y rompas la crisma en el hielo. Me quedo con el revelador testimonio de uno de sus participantes, «nunca había visto tantos corredores haciendo fotos durante una carrera» y «en cuanto al alojamiento no esperes lujos».
Canadá, Alaska, Laponia, Suecia, y Noruega ofrecen experiencias deportivas en hilo para personas medianamente entrenadas. Ediciones que conviven con otras mucho más exigentes, como The Artic Circle Winter Races. O que se venden como exigentes. Aquí el discurso te avisa desde el primer momento de que es imprescindible experiencia técnica, preparación física y capacidades de orientación, además de saber usar correctamente un gps. Sus tres carreras, avisan, son potencialmente peligrosas. La más sencilla, 66 kilómetros, y la más larga, 300. Esta última pensada para la fatbike, esa bici de montaña con ruedas gordas que es ideal para nieve. En esa categoría compitió en 2018 Gaizka Aseguinolaza, empresario vasco, CEO del Grupo Iruña, quedando en cuarta posición. La forma en que comunicó su experiencia puede hacernos entender mejor la psicología de los participantes en estas pruebas que no son deportistas profesionales.
Aseguinolaza se declara lector de los relatos de exploración árticos clásicos, que le inspiran en la vida y en el desarrollo empresarial. Afrontó la carrera como una aventura, no como un reto atlético, aunque sería un error despreciar su forma física, habida cuenta que realizó una primera etapa de ciento cincuenta kilómetros sin dormir. Apasionado de las rutas en bicicleta, ya había realizado otras de largo recorrido por el mundo. Pero para poner en contexto el asunto, la página de la organización te avisa también de que si te sientes cansado es mejor llamar a un taxi, o a ellos, y volver el próximo año, que esto no es el Himalaya y hay cobertura en casi todo el recorrido. Precisamente el participante vasco explica que optó por no usar un gps ni más tecnología de orientación que las señales del trazado colocadas por los organizadores, que es una forma de forzar un poco la aventura y adecuar la experiencia a los relatos de los exploradores de hielo de los siglos XIX y XX. Quienes, eso sí, a menudo se perdían o palmaban.
Algo ha tenido que influir el programa de Al filo de lo imposible en la mentalidad de toda una generación, porque cuando buscamos compatriotas que hayan participado en estas aventuras heladas encontramos bastantes, y todos con parecido perfil. Como además Edurne y Juanito nos demostraron que no hace falta ser anglosajón o noruego para realizar hazañas, pues nos hemos lanzado al hielo desde el terruño y sin complejos. Y cito a este trío, programa de RTVE y dos alpinistas maduros, porque la mayoría de participantes superan los cuarenta y cinco, son empresarios, emprendedores, o altos ejecutivos. Disfrutan de un buen nivel socioeconómico y un marcado gusto por la aventura. Son turistas de élite con ganas y capacidad de pagar el precio de participar en estos negocios del frío que son deporte, parecen aventura, y permiten creerse héroes.